Simón Voy a Contarte Otro Cuento
Por Mirnia Linares
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mi Dios! Cunto me gustara poder hacerlo. Si se pudiera
dar marcha atrs al tiempo yo lo hara y me detendra en
aquellos aos felices en que t y yo nos sentbamos debajo
de aquel gran rbol de nuestro patio. S, con aquel otro
buen amigo que nosotros quisimos tanto y con el que
disfrutbamos sentados en aquella silla vieja y destartalada,
mirando el cielo a travs de sus ramas y contando cuentos.
Fueron aos felices, verdad Simn? Pero todo pasa, o peor
an, todo termina.
Mirnia Linares
Naci en Santa Clara, Cuba en el ao 1940. Se gradu en Filosofa y Letras en Ia Universidad de Santa Clara en el ao 1961. Sali de Cubaen el ao 1966 como una de los tantos miles de cubanos que han tenido que exiliarse en este pas por causa del comunismo implantado en nuestra patria por los hermanos Castro. Dos aos despus de llegar a U.S.A. estudio una maestria en Montclair State College en New Jersey y se desempe como maestra por veinticinco anos en West New York N.J. En Ia actualidad reside en Miami donde escribi estas memorias, en las cuales se refleja una vida Ilena de contratiempos y desiluciones, las cuales han sido superadas gracias a Ia gran ayuda de Dios.
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Simón Voy a Contarte Otro Cuento - Mirnia Linares
Simón, voy a contarte otro cuento
Mirnia Linares
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Bloomington, IN 47403
www.authorhouse.com
Phone: 1-800-839-8640
© 2010 Mirnia Linares. All rights reserved.
No part of this book may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted by any means without the written permission of the author.
First published by AuthorHouse 8/13/2010
ISBN: 978-1-4520-2549-0 (ebk)
ISBN: 978-1-4520-2548-3 (sc)
Printed in the United States of America
Bloomington, Indiana
Contents
Mi querido Simón
La niña que nació el 24 de marzo de 1940
La finca
Nuestra Primera casa
Tabaco y azúcar
El Instituto
Mi madre
Tía Pilar y las vacaciones en la playa
La Universidad
Tía Delia
En estado de rechazo
Mi hermano
Salida y llegada
Mi primera hija va al cielo
Mis ángeles guardianes
Mi segunda hija también se va al cielo
Mi hijo
La reválida
De nuevo maestra
Sobre la discriminación
La familia aumenta
Tía María Josefa
Meca, Enma y Estelita
Malas noticias
Los placeres de la gente pobre
Nuestro primer perro y tu
Mi querido Simón
Memorial High School
Mis padres otra vez
Mi árbol y yo
La Gran África
Jimmy, Mirta y Spider
Nina y Lucas
La tercera edad y los roles
Algunas anécdotas y mi retiro
Otros queridos recuerdos
Tu muerte y el más frustrante de mis viajes al terruño
Nuestros fantasmas
Antonio Linares
Jimmy
Yo misma
Las dificultades
Dedico este libro a Dios, y le doy las gracias por ayudarme a escribirlo, a Antonio, mi esposo, a mi hijo Jaime, mis nietos Nina Camille y Lucas, y al resto de mi familia.
No hay mejor almohada
que la propia conciencia
Proverbio chino
Si quieres miel no des puntapiés sobre la colmena
Proverbio americano
Quien tiene mucho adentro
necesita poco afuera
José Martí
Mi querido Simón
Mi querido Simón, ¿quieres que te cuente un cuento? ¡Ay, mi Dios! Cuánto me gustaría poder hacerlo. Si se pudiera dar marcha atrás al tiempo yo lo haría y me detendría en aquellos años felices en que tú y yo nos sentábamos debajo de aquel gran árbol de nuestro patio. Sí, con aquel otro buen amigo que nosotros quisimos tanto y con el que disfrutábamos sentados en aquella silla vieja y destartalada, mirando el cielo a través de sus ramas y contando cuentos. Fueron años felices, ¿verdad Simón? Pero todo pasa, o peor aún, todo termina.
Cuando tú te fuiste, bueno, cuando desapareciste físicamente, por que espiritualmente todavía es tás y estarás conmigo, ya que tu presencia abarca cada rincón de mi ya vieja existencia- yo le contaba cuentos a Nina cuando ella estaba chiquita, y sé que también le gustaban mucho. Estas historias no eran sacadas de los libros sino salidas de mi imaginación, y con muchas exageraciones, por cierto. A veces ella me hacía repetirlas varias veces. Jimmy también lo hacía, pero eso fue antes de que tú llegaras a nuestras vidas. Recuerdo que cuando una de mis historias le gustaba mucho, él me decía Mami, hácemela otra vez
, y a veces a mí se me olvidaba lo que le había contado, y si le cambiaba un poco el relato él se enojaba muchísimo y decía: Así no era, así no era, dícemela bien otra vez
.
Ya Nina es grande y no le interesan mis cuentos ni las payasadas que yo le hacía para hacerla reír. Ya ella tiene catorce años y, como es natural, a esa edad hay otras cosas más interesantes que hacer.
Hace unas semanas, más bien meses, traté de entablar una conversación con ella, cosa que no es muy fácil pues pasó la edad de las fantasías y los inventos, y muchas veces no encontramos temas de conversación. Por decir algo le pregunté que a qué le tenía miedo, y rápidamente, sin pensarlo mucho, me contestó que a los viejos. Yo me sorprendí con la respuesta, no sé si quería decir a los viejos, a las viejas, o en general. No me atreví a averiguar más. Después me puse a pensar y llegué a la triste conclusión de que, efectivamente, es verdad que muchas veces a los viejos hay que tenerles miedo no porque puedan hacer daño físicamente, sino espiritualmente. No sé si por la fealdad de las arrugas del cuerpo o por las del alma.
Ya tengo 69 años, Simón. Tenía 55 el día en que vi tus tristes ojos por última vez, y hoy, en enero de 2009, te voy a empezar a contar el cuento más largo que jamás te hice. Éste sí que no es un cuento inventado por mí, éste es real, bien real. No va a haber ni una sola invención o fantasía en él. Te voy a contar la historia de mi vida.
Esta mañana decidí empezarla. Salí casi corriendo de mi apartamento, me dirigí hacia la playa. El mar me inspira, aviva mis recuerdos, mis alegrías y mis nostalgias, le da movimiento a mis piernas, a mis manos y a mi cerebro.
Corría yo casi, persiguiendo mis ideas para agarrarlas y ponerlas en el papel, pero a veces ellas corrían más que yo, parece que no tenían artritis las muy condenadas. Bueno, en fin, aquí estoy ya, sentada en la arena, frente al mar, mi mar, con el que siempre trato de hablar y que nunca me contesta. Sólo me devuelve el ruido de las olas, aunque ese ruido la mayoría de las veces es música para mis oídos y alimento para mi alma. Siempre amé al mar, desde que era una niña, allá en Cuba, en las playas de Ganuza y El Salto, unas playas casi feas, llenas de cangrejos malolientes y sargazos que más bien parecían las venas varicosas del fondo del mar. Allí yo hablaba con él, con el mar, y le pedía cosas, como si él fuera Dios y pudiera concedérmelas y sí, me concedió una, aunque tal vez hubiera sido mejor que no lo hubiera hecho. Tenía yo alrededor de 14 años. Le pedí que me llevara a conocer otros horizontes, otro mundo, y lo hizo, me llevó al exilio, tuve que aprender otro idioma y mi cuerpo tuvo que acostumbrarse a otras temperaturas, a otras culturas y a otros mares, porque no todos los mares son iguales.
Bueno, como ya te habrás dado cuenta, me salí del tema. Esto seguramente va a ocurrir mucho a lo largo de este relato. Mi mente a veces viaja a grandes velocidades y, como quiero que no se me escape nada, escribo rápidamente antes de que se me olvide.
Quiero primero decirte, antes de empezar mi cuento de nuevo, que mi abuelo materno Valeriano Chaviano, que en paz descanse, o que descanse como mejor pueda (mi hermana Emma sabe por qué digo esto), también nos contaba muchos cuentos. Todos empezaban de la misma forma, así como te voy a empezar el mío.
La niña que nació el 24 de marzo de 1940
Había una vez
una niñita que nació el día 24 de marzo del año 1940. Vino al mundo como la segunda de los cuatro hijos que tuvieron Raúl Gómez y Ernestina Chaviano. Esta niña no debió haber sido una niña sino un niño, de acuerdo a los deseos del padre, pues ya había nacido una hembra y él parece que deseaba un hijo varón, que por fin tuvo más adelante, su cuarto hijo. Pero bueno, Dios a veces hace algunas gracias que a mucha gente no le gustan mucho y así nací yo, dicen que bastante fea por cierto, con una frente muy estrecha. Mami decía que el pelo me salía casi de las cejas.
Cuando la gente venía a verme sólo podía decir ¡Ay!, qué graciosa está la niña
, aunque ni graciosa era, pero no encontraban un mejor adjetivo con que describirme. Luego, cuando crecí, mejoré bastante, y mi falta de belleza física fue sustituida por una precocidad en el habla poco común. Dicen que a los 15 meses yo hablaba bastante y a los cinco años ya contaba cuentos. Como los juguetes escaseaban en nuestra casa, yo usaba algunas botellas o pomos, que colocaba en alguna parte, les hacía cuentos y más tarde les daba clases. Desde aquella época fui maestra, la cual fue mi profesión por muchos años, y creo que desempeñé ese rol bastante bien, o por lo menos lo disfruté bastante.
Esa niña creció, no mucho por cierto, porque siempre fue chiquita y un poco raquítica. Desde niña, ya no tan chiquita, empezó a mostrar señales de depresión, que cuando aquello dicha enfermedad no se conocía y nadie hablaba de eso. En nuestra familia, que era numerosa y con una situación económica no muy buena, no había tiempo para pensar en si algún muchacho estaba triste. Había otras necesidades más importantes, como poner comida en la mesa o comprar zapatos para reemplazar los que ya estaban llenos de huecos en las suelas.
Como te decía, siempre sentí cierta tristeza en mi niñez. Ahora, ya de vieja (bueno, de la tercera edad) me di cuenta de que era hora de visitar a un psiquiatra, hace de eso seis o siete años. Este me diagnosticó una gran depresión, me recetó un antidepresivo y me recomendó terapia. Yo fui a la terapia pero ésta no mejoró mi condición. Yo no le contaba las cosas tal como eran en realidad, a veces por vergüenza y otras porque me daba cuenta de que aquello no funcionaba bien. No todos los médicos son buenos.
Después me he puesto a pensar que yo no fui la única en mi familia que sufrió depresión. Mi pobre padre también sufrió de este mal, se ponía muy triste a veces y sus cambios de personalidad eran notables, igual que los míos. Estamos muy tristes o muy alegres. Él tal vez nunca supo que sufría ese mal, y se murió sin saberlo. Sus hijos y sobre todo mi madre, la pobre Ernestina (de ella voy a hablar después), nos dábamos cuenta de su angustia, su tormento y no entendíamos la causa de su frustración, ya que él era un hombre atractivo, con una gran carisma, al que todo el mundo, y especialmente las mujeres, miraban, y algunas se enamoraban de él. Tenía una gran personalidad. Mi madre lo amó mucho, demasiado diría yo, ya que él fue un hombre infiel. Tuvo varias amantes y mi madre siempre perdonó, o por lo menos pretendía que lo perdonaba.
La finca
Pues bien, déjame seguir ¡Ay señor! Hoy estoy un poco confundida, como siempre, vas a tener que conformarte con este pa’ tras y pa’ lante. Estarás un poco sorprendido, porque cuando yo te contaba los cuentos que tanto te gustaban, no eran así. Mis historias eran casi siempre alegres o fantásticas, y éstas eran las que más te gustaban.
En mi niñez, cuando yo tenía siete u ocho años y en adelante, mis recuerdos se remontan a la finca del abuelo Valeriano. Por cierto, ya él no estaba allí, quien estaba era mi tío Adalio, el mayor de los hijos del abuelo y su esposa Otilia, que era un ser extraordinario, cuyo nombre está entre los primeros números de mi lista de amores.
Pues bien, para llegar a esa finca, a la cual nosotros íbamos todos los veranos cuando terminábamos las clases, tomábamos un trencito que conducía desde la terminal de Santa Clara hasta un paradero en el medio de la nada. De allí íbamos caminando hasta la finca. A mí me encantaba montarme en aquel tren. De mis cuatro hermanos, yo creo que la que más disfrutaba esos veranos era yo, pues siempre he amado la naturaleza y los animales. Mi tía Pilar era quien nos llevaba, ella siempre estuvo con nosotros guiándonos y aconsejándonos en el transcurso de nuestras vidas. La mayoría de las veces nosotros no apreciábamos eso. Luego te voy a contar sobre las tías Pilar y Delia, de quienes hay mucho que hablar. Bueno, cuando llegábamos a la casa de la finca ya la tía estaba preparando el almuerzo, por el cual yo me volvía loca, pues siempre fui muy glotona y sigo siéndolo. La tía Otilia a veces decía: ¡Ay Dios mío! Esta chiquita no tiene fondo. Come como una nigua
. Yo no sabía lo que era nigua, pero de todas formas lo repetía refiriéndome a cualquier persona o animal que comía mucho.
En fin, ella nos preparaba la harina molida a mano en un molino que había en la cocina. Yo me encargaba de molerla, y aunque era tan chiquita que no alcanzaba a la manigueta del molino, me encaramaba en un banquito y al fin lograba mi cometido. Nos daba huevos fritos bien frescos, cogidos del nido de las gallinas. A mí me encantaba seguir a las gallinas para ver dónde estaba el nido y robarles los huevos casi acabados de poner.
Después del almuerzo nosotros jugábamos y los tíos se iban a dormir la siesta. Ellos siempre lo hacían, las siestas fueron una costumbre muy común en nuestra familia. En la casa de nuestros padres en Santa Clara también se dormía la siesta, no importaba lo que hubiera que hacer, se dormía un rato al medio día y era bueno porque la siesta divide el día a la mitad, éste se hace más largo y así también se alarga la vida y se le da carga al cerebro para seguir con la rutina diaria. Cuando despertaban colaban café y todo comenzaba de nuevo con alegría. En mi casa materna yo siempre vi risas y diversión, nos reíamos unos de los otros y hasta de nosotros mismos. Por eso, a veces yo no entiendo mi depresión. Esto de la depresión no es cuestión de motivación o de lo que te rodea, sino de algo que no anda muy bien por allá adentro, por el cerebro, un desbalance químico o no sé qué.
Mira Simón, más bien oye Simón, cuando estábamos en la finca, por la noche, a mí no me gustaba mucho porque todo era oscuridad. Como es natural (no es que sea natural), no había luz eléctrica y se alumbraban con unas lamparitas de luz brillante y otra más chiquitas que llamaban chismosas. No sé porque les llamaban así, si ellas no hablaban. Eran como unas laticas llenas de luz brillante que tenían una mecha y cuando la encendían producía una luz escandalosa y apestosa que a mí, por cierto, no me gustaba mucho.
A mí esa oscuridad no me gustaba, aunque