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Mi Otra Mitad
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Libro electrónico231 páginas3 horas

Mi Otra Mitad

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Información de este libro electrónico

En estas pginas encontrars la vida de un joven, que a sus quince aos empieza a desarrollar una terrible enfermedad. La esquizofrenia no tiene en cuenta condicin social, econmica y religiosa. La esquizofrenia no siempre es hereditaria, la posibilidad de padecerla es igual para todos los seres humanos. Conforme avances en la lectura entrars a un mundo desconocido, para aquellos que creemos ser normales y que sabemos poco de esta enfermedad. Sers testigo de cmo nuestro protagonista llega a los lmites ms desgarradores que un ser humano puede experimentar, cuando se encuentra en la encrucijada de no saber distinguir lo real de lo irreal y donde su personalidad sufre una transformacin que sale fuera de control de l y sus parientes.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento30 sept 2015
ISBN9781506504544
Mi Otra Mitad
Autor

Isabel Spitaletta

Nací y crecí en un país de Centro América, cursé mis estudios de bachillerato y universitarios allá por los años 80. He trabajado la mayor parte de mi vida con personas discapacitadas en diferentes áreas, lo que me ha dado la experiencia para desenvolverme en mi trabajo. En mis ratos libres me gusta escribir porque esto me ayuda a entender un poco más la mente del ser humano. Que más les puedo decir, soy un ser humano común y corriente y con muchos deseos de poner un granito de arena en la vida de tantos los seres humanos que sufren diferentes desórdenes mentales. Espero que este libro sea de mucha ayuda para comprender mejor a estos seres bellos, que como tú y yo merecen respeto.

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    Mi Otra Mitad - Isabel Spitaletta

    Copyright © 2015 por Isabel Spitaletta.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2015907694

    ISBN:   Tapa Dura               978-1-5065-0456-8

                 Tapa Blanda            978-1-5065-0455-1

                 Libro Electrónico   978-1-5065-0454-4

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 07/08/2015

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    711266

    CONTENTS

    Dedicatoria

    Querido Lector:

    Capitulo I

    Epilogo

    DEDICATORIA

    Este libro es el resultado de algunos años de trabajo, para poder realizar mi sueño de escribir y de explorar un poco el mundo de lo que es la Esquizofrenia sufrida por personas jóvenes y ayudar a los parientes a poner atencion en los primeros síntomas que se presentan en sus hijos adolescentes y a no sentir vergüenza de buscar ayuda.

    Quiero dedicarle este libro a Helen Dao a quien admiro por su perseverancia y tenacidad en lograr sus metas en la vida. Ese coraje con que ella lucha por lo que quiere me inspiro a darle un final feliz a este libro. Gracias Helen.

    QUERIDO LECTOR:

    La esquizofrenia es una enfermedad mental que se caracteriza por alteraciones anímicas, mentales y perceptivas experimentadas por las personas que se han convertido en sus víctimas.

    La esquizofrenia no siempre es hereditaria: la posibilidad de padecerla es igual para todos los seres humanos.

    Conforme avances en la lectura entrarás a un mundo completamente desconocido para todos aquéllos que creemos ser normales y que sabemos muy poco de esta enfermedad.

    Serás testigo de cómo nuestro protagonista llega a los límites más desgarradores que un ser humano puede experimentar, cuando se encuentra en la encrucijada de no saber distinguir entre lo que es real y lo que es alucinación. Y, conforme avanza la enfermedad, su personalidad se transforma; a tal grado que podría sentir la necesidad de hacerle daño a quines lo rodean.

    También le nacerá el deseo de matar a su padre, porque cree que éste es el culpable de que su madre no le preste la atención que demanda, ya que ha desarrollado un deseo y una pasión morbosa hacia su madre, que hace ver a su padre como un ladrón y un rival que se enfrentan por la misma mujer: su madre.

    CAPITULO I

    Mi nombre es Randy. Nací allá por los años sesenta, en una sociedad convulsionada por los cambios políticos, sociales y religiosos que se dieron cuando yo apenas estaba saliendo de la adolescencia.

    Provengo de una familia acomodada, conservadora y apegada a las reglas absurdas de la sociedad hipócrita en la que mis ilusos padres se desenvolvían.

    Yo era un niño flacuchento, pero sano; aparentemente era un niño normal. Tenía todo lo que un niño de mi edad deseaba, mas carecía de lo más importante, algo que me ayudaría a formar en mí el futuro hombre: mis padres nunca se preocuparon por saber lo que yo pensaba, lo que sentía, lo que me gustaba, lo que yo quería de ellos, ya que siempre estuve en manos de Gertrudis. Gertrudis había sido mi nana desde que vine al mundo; yo la quería mucho, pero no me era suficiente para llenar el vacío y la soledad que experimentaba en algunas ocasiones (sobre todo cuando llovía), por la carencia del amor y cercanía de mis padres.

    A mis hermanas, que eran tres mayores que yo, parece que tampoco les interesaba. Ellas también tenían los problemas propios de su edad.

    Todos los adultos estaban tan ocupados en sus compromisos con la sociedad, que mi adolescencia pasó casi desapercibida; nunca se detuvieron a analizar los cambios que ocurrían en mi personalidad, y, cuando se percataron, años después, sería demasiado tarde para ellos y para mí.

    Cuando terminé el Bachillerato, fui enviado fuera de mi país a realizar estudios superiores. No se me preguntó si quería ir, simplemente te vas dentro de un mes.

    Yo tenía 17 años, era un estudiante brillante, podría decir que por mi grado de inteligencia podía ser considerado como superdotado, lo cual contrastaba con mi forma de actuar.

    Recuerdo mi última noche: no podía dormir, estaba muy nervioso, pues viajaría a un país totalmente desconocido, donde no tenía amigos, no conocía a nadie, iría a vivir a casa de una prima a quien tampoco conocía, aunque mis padres decían que era muy buena y que yo estaría bien.

    Estaba sumido en mis pensamientos, cuando llegó Gertrudis a decirme que me levantara. Había llegado el momento de partir, de decir adiós a todo aquello que había sido mi hogar físico, porque espiritual nunca lo fue. Ahí quedaba una parte de mi vida, aquella que me había marcado para el resto de mi vida.

    Los únicos que se levantaron para despedirme y llevarme al aeropuerto fueron mis padres, quienes no derramaron ni una lágrima al despedirme; solamente mi nana lloró, porque ella sí me extrañaría, ya que con ella solía hablar por las tardes, después de terminar mis tareas de la escuela.

    Tuve un viaje de cuatro horas que ni sentí, ya que aproveché para dormir: sentía mi mente agotada por tantos interrogantes que se habían venido conmigo.

    Desperté cuando la Azafata habló por el parlante para decir que nos abrocháramos los cinturones, pues en pocos minutos aterrizaríamos, que estábamos llegando a nuestro destino.

    Cuando salí del aeropuerto, busqué con la mirada a la prima que me estaría esperando. Me habían dicho que tendría una rosa amarilla en la mano. No me costó mucho divisarla, pues estaba casi frente a mí. Era una mujer regordeta, como de unos 30 años, con un hoyuelo en la mejilla derecha; tenía el pelo pintado de rojo, lo que la hacía lucir más vieja.

    Se me acercó y dijo mi nombre. La vi a la cara y le hice una mueca, que ella tomó como una sonrisa.

    Durante el trayecto hizo la casa casi no hablamos, pero yo podía ver por el espejo retrovisor que ella no me perdía de vista, lo cual me hacía sentirme incómodo, pues no estaba acostumbrado a las miradas de las mujeres. El camino se me hizo largo. Por fin, llegamos. Mi prima dijo: Bueno, pequeño Randy, hemos llegado a tu casa. Me molestó que me llamara pequeño, pues yo estaba en la edad en que uno siente y quiere ser un hombre.

    Era una casa muy cómoda. Me llevó a mi cuarto, que daba a la calle. Tenía un parque muy grande enfrente, con unos árboles muy hermosos y llenos de un colorido bello, pues llegué en la época de primavera. Abrí la ventana y aspiré el aire fresco, y me quedé contemplando el paisaje.

    En mis pensamientos estaba, cuando mi prima me llamó: La cena esta lista. Cuando estuvimos sentados, ella dijo: Bueno, Randy, bienvenido. Aprovecho para explicarte cómo funcionan las cosas acá, pues la vida es muy agitada. Tendrás que aprender a hacer tus cosas, como es, arreglar tu ropa, prepararte tu comida, tendrás que limpiar tu cuarto, lavar el plato en que comes; simplemente quiero decir, que tendrás que ser responsable de ti mismo, pues yo trabajo desde las 9 de la mañana hasta las 4 de la tarde, y algunas veces me toca trabajar de noche. Los trámites de la Universidad ya están listos. Empezarás a ir a clases dentro de una semana, así que este tiempo te servirá para que te orientes. Cuando terminó de hablar yo no sabía cómo decirle que no sabía hacer nada y que eso era cosa de mujeres; yo siempre había sido el hijo de papi y mami, al menos en lo que se refería a cuidados materiales, pues para eso le pagaban a Gertrudis, mi nana, a quien ya empezaba a extrañar. Pero preferí no decir nada.

    Cuando ella me preguntó que si tenía algo que decir, lo único que se me ocurrió preguntar fue que si podía hacer una llamada telefónica. Ella dijo: Llama, pero de una vez te digo que sólo podrás hacer una llamada al mes, pues acá todo esto es muy caro. Hice la llamada y quien me contestó fue Gertrudis, que no paraba de llorar al escuchar mi voz y me decía: Niño, sus padres no están, pero yo les diré cuando lleguen, que lo llamen. Me alegro que llegó con bien, cuídese mi niño, lo extraño mucho, y por favor, escriba para saber de Usted.

    Como siempre, mis padres, en sus compromisos sociales. Tuve la esperanza de que ellos me llamarían, pero no sucedió el milagro, lo cual me probó, una vez más, que yo nunca les había importado.

    Los primeros días fueron un infierno interior para mí, pasaron tantas cosas por mi mente… Me sentía como un ermitaño, aislado por completo del mundo real, del cual yo me sentía forzado a tomar parte, ya que no me habían preguntado si quería o no quería venir a un país que era completamente desconocido para mí.

    Fueron pasando los días. Empecé a ir a la Universidad, y me sentía como un pajarraco raro, mi forma de vestir era diferente; parecía que yo estaba en otra dimensión, en lo que a tiempo se refería; yo no estaba en la nueva ola, como decían los otros jóvenes.

    A veces mis compañeros me miraban con cierta burla, casi no habían muchachos latinos, éramos nada más unos tres, que se comportaban igual que los güeros.

    Yo no encontraba la forma de hacer amistad con ellos. Fue entonces que me di cuenta de mi propia timidez. Esto me hizo empezar a odiar la Universidad, y a quienes estaban alrededor mío. Me parecían hipócritas, despreciables, todos actuaban como títeres o payasos, unos de otros.

    Empecé por las mañanas, al levantarme, a sentirme mal del estómago, con una ansiedad que no podía explicar de dónde procedía. El solo pensar que tendría que ir de nuevo a la U. me daba terror. Yo estaba seguro de que mi miedo no era a lo académico, pues yo era un alumno brillante; era terror a las personas con las que me tocaba compartir.

    Un día, se me a cercó un compañero, llamado Benjamín, quien notó mi nerviosismo y me invitó a su casa después de las clases. No sabía qué hacer, si ir o no. Por fin, decidí ir. Llegamos a su casa y fuimos directamente a su cuarto, donde empezamos a hablar de diferentes cosas, lo que él aprovechó para decirme que yo tenía que ser más comunicativo con los demás, y que cambiara mi forma de vestir, que me dejara crecer el pelo, como los demás, y que aceptara la marihuana que me ofrecieran, pues sólo así me aceptarían en el grupo.

    Seguí sus consejos. Con el cheque que mi padre me mandaba, me fui de compras en compañía de Benjamín. Cambié mi apariencia, y como era de esperarse, fui aceptado por el grupo, con la ayuda de Benjamín. Empecé a ser popular con las muchachas. Pero, todo esto tenía su precio, que pagaría muy caro más adelante.

    Empecé a entablar amistad con jóvenes mucho mayores que yo, quienes me iniciaron en toda clase de vicios. Dejé la U. y por dos años les hice creer a mis padres que estaba estudiando, que era para lo que ellos me habían mandado. También a esto contribuyó la poca comunicación que manteníamos, y yo me las arreglaba para enviarles notas falsificadas (reportes) para lo cual mi amigo Benjamín se encargaba de conseguir lo necesario, como era el sello y las hojas de la Universidad.

    Mi prima, permanecía ajena, pues me prestaba muy poca atención; casi nunca nos mirábamos, y las pocas veces que logramos juntarnos era para hablar cosas sin la menor importancia, y por supuesto, nunca le daba a entender qué era lo que realmente estaba pasando con mi vida.

    Algunas veces le decía que me quedaría en casa de algún compañero para hacer trabajos de grupo, lo que ella creía.

    Pero un día sucedió, lo que tenía que pasar. Ella descubrió todas mis andadas y mentiras, cuando una noche fui a parar al Hospital, porque mis amigos y yo tuvimos un accidente y yo resulté con una herida de gravedad y tuvieron que llamar a la persona responsable, ya que necesitaban hacerme una intervención quirúrgica.

    Después que salí del Hospital, mi prima dijo: Dentro de una semana debes marcharte a tu país; tus padres ya saben todo y quieren que te marches lo antes posible; mañana te compraré tu pasaje.

    Fue así como, igual que llegué, regresé. Mi prima me puso en un vuelo directo, sin preguntar nada.

    Durante el viaje pasaron por mi mente muchas cosas. Tenía miedo de llegar a casa. Me preguntaba cómo enfrentaría a mi padre, cuál sería su reacción ante mis mentiras, qué cuentas le entregaría. Yo sabía que no tenía ninguna excusa para justificar mi conducta.

    Sabía que había perdido miserablemente dos años de mi vida. Ahora regresaba con 20 años, con vicios que no tenía, con una tremenda adicción a la marihuana, al alcohol, estimulantes más fuertes como la cocaína, amphetamina. ¿Cómo haría para mantener el vicio, que ya formaba parte de mi vida?

    Llegamos a las l2 m.d. Era un día soleado. Mi padre estaba en la puerta principal, con el seño fruncido. Cuando me divisó casi no me reconoció, pues había crecido, traía el pelo largo, mi vestimenta moderna (jeans, camisa con la imagen de los Beatles, zapatos tenis). Mi padre sólo dijo: "Hola, pensé que me había equivocado, pero eres tú. ¿Te volviste marica? Así que en cuanto lleguemos a la casa, te vas a la peluquería a cortarte ese pelo.

    Cuando llegué a casa, mi madre y mis hermanas estaban reunidas esperandome. Me saludaron. Solamente Francisca se quedó para ayudarme con las maletas. Era ella la menor de mis hermanas, y con la que yo algunas veces compartía mis sueños. Me alegro que estés de nuevo en casa, dijo sonriendo.

    Cuando llegué al comedor, todos me miraban como un bicho raro, pero yo sabía que era porque yo lucía diferente, lo que no me inquietó. Terminamos de comer, y mi padre dijo: Randy, quiero hablar contigo antes de irme a la oficina

    Por primera vez, en los 20 años de mi vida, mi padre me había dicho que teníamos que hablar de hombre a hombre.

    Tuve que hacer algo malo, para que al fin, mi padre me diera parte de su tiempo para dedicármelo.

    Nunca antes se percató que yo lo necesitaba, que de niño me moría por una caricia de él.

    Esa tarde mi padre abrió su boca sólo para reprocharme y decirme que se avergonzaba de mí, que yo no era digno de ser su hijo, y que esperaba que yo cambiara mi conducta, porque de otra forma me iba a desheredar. (Como siempre el maldito dinero). No contesté nada, pues nunca le había faltado al respeto; silencio que él interpretó como una aceptación de mis errores.

    Cuando volví a estar de nuevo en lo que era mi realidad, me dí cuenta que había sufrido un gran cambio de personalidad. Sin embargo, en los primeros meses, nadie se dio cuenta de mi inestabilidad, que era producto, pensaba yo, de las drogas y el alcohol que seguía consumiendo a escondidas.

    Fue hasta un 3 de junio, día de mi cumpleaños, que, después de haber ingerido coñac, empecé a provocar problemas de toda índole.

    En esta oportunidad mi familia reaccionó de forma violenta, lo que generó en mí más violencia.

    A partir de ese momento, dejé de ser para mis padres aquél muchacho ingenuo que hacía las cosas por falta de experiencia en la vida, también atribuían la frustración a ver el país destruído por la guerra que se vivía en ese tiempo, guerra que, sin embargo, para ser honesto, a mí no me importaba: la guerra era para los campesinos y los que vivían en la miseria; por mí se podían reventar a balazos con los soldados rasos, que eran quienes defendían los intereses de los ricos.

    En fin, ese no era mi problema.

    La realidad era que ni yo mismo sabía qué era lo que realmente me estaba pasando. Sabía, sí, que tenía un problema, pero no quería aceptarlo.

    Traté de llevar una vida normal. Volví de nuevo a la U. Mantenía una lucha entre la realidad de lo que yo de verdad quería, y lo que mis padres decían que era lo mejor para mí, ya que mi padre siempre había soñado con tener un piloto de aviación en la familia.

    Una noche, cuando regresaba

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