Todavia Te Recuerdo
Por Ezequiel Jiménez
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Una tarde de verano, conoce a Gloria, una joven muchacha que haba llegado de Pinto. Despus de ese da, empieza a enloquecer perdidamente de amor por ella.
Su travesa en busca del amor en esta novela de desafos le llevar a comprender la importancia del amor familiar, lo difcil que es encontrar un amor correspondido y las decisiones que deben tomarse cuando uno se aleja por vez primera de los padres en busca de sus sueos.
Esta es una historia de drama, pasin, superacin personal y momentos culminantes en situaciones concretas. Cuando crey, por fin, haber encontrado el amor, este le fue arrebatado de sus manos. Cruzar barreras imaginables para unirse al nico amor que am con el corazn.
La historia le transportar a un tiempo venturoso y lleno de situaciones en las que se unirn la fe y el amor.
Ezequiel Jiménez
Ezequiel Jiménez es un autor de la República Dominicana que escribe libros relacionados con el amor, el deseo de superación personal, drama, tragedia y fe. Radica en el estado de Nueva Jersey, Estados Unidos, y también es autor de Para el amor de mi vida y Si el mañana nunca llega. En estos momentos, se encuentra escribiendo su cuarta obra. Para conocer al autor y sus obras, visite: http://www.ezequieljimenez.com
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Todavia Te Recuerdo - Ezequiel Jiménez
TODAVIA TE
RECUERDO
El autor de Para el amor de mi vida
y Si el mañana nunca llega
NOVELA-FICCIÓN
Ezequiel Jiménez
Copyright © 2013 por Ezequiel Jiménez.
Foto de autor por Gustavo Villar
Foto de portada por Joshua Davis
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Fecha de revisión: 20/08/2013
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Índice
Dedicatoria
El milagro
Las ilusiones
Las posibilidades
El mundo al revés
Latidos del corazón
Etapas del amor
Las promesas
Aceptación
Paseos por el recuerdo
Volver a empezar
Confusiones
Difícil de olvidar
Regreso del amor
Desacuerdos
La cita
Esperanza
Nuevos horizontes
Epílogo
Agradecimientos
Sobre el autor
Las cosas no son importantes porque existan, son importantes si se piensa en ellas.
—Ezequiel Jiménez
Dedicatoria
Lo más importante de mis obras es el título de las mismas. Me llevó semanas buscar uno para esta novela. En el momento en que llegó a mi mente Todavía te recuerdo, permanecí media hora entre risas y lágrimas recordando a las personas y los momentos inolvidables de mi agradable existencia, cómo llegaron y se alejaron de mi vida. Al concluir ese paseo por mi pasado, aquellos recuerdos inauditos que ya nunca volverán me afectaron bastante.
Cada frase de esta obra es un regalo especial a los amigos de la infancia, que aún viven en mí. A los compañeros que he tenido a lo largo de toda mi vida en las escuelas. A los profesores, que me han dejado un tesoro de gratos recuerdos. A los amores que tanto me enseñaron a descubrir el llamado «amor». A los familiares y amigos que no he vuelto a ver, y a toda aquella persona que dejó de existir en este mundo, les dedico Todavía te recuerdo con todo el amor y el respeto que me merecen. Lo escribí pensando en ustedes, porque siempre les tendré presentes aunque pasen los días y los años.
El milagro
Gloria procura levantarme de la cama cada mañana, y también hace el máximo esfuerzo para ayudarme a subir en la silla de ruedas. Cuando estoy listo para el nuevo día, me asomo a la ventana para echar un vistazo a la gran ciudad. Es un hábito que repito todos los días. Estando allí, siempre me hago la misma pregunta: ¿Cómo acabará esta historia? Mientras, espero a que la suerte permanezca a mi favor.
Recuerdo haberme hecho esa pregunta en el momento en que pensé que iba a perder la vida. Me aterroricé, y fue entonces cuando pude sentir el verdadero miedo a la muerte. El impacto hizo que recapacitara; en especial, cuando recordé no creer en los milagros. Aún no sé si existen, quizá el hecho de seguir vivo es una simple casualidad de la vida. Se dice que no todo lo cura la ciencia, y yo estoy de acuerdo con eso, porque mi enfermedad solo se curará con voluntad y fe.
He pasado parte de mi existencia analizando la vida, reflexionando sobre las cosas que no tienen explicación y descubriendo lo inusual. Gracias a mi severa insistencia, he llegado a comprender que todo nos llega tan de repente que pocas veces somos capaces de percibirlo. De algún modo inexplicable, me siento agradecido por todo.
Recuerdo que, poco antes de finalizar la pubertad, deseé haber nacido en otra parte del mundo para que mi historia fuese diferente. Ahora no la maldigo; sin embargo, hubo momentos que jamás imaginé se producirían. En aquel entonces, también me tomó algún tiempo comprender a mis padres y, sobre todo, sus intenciones hacia mi persona. No les culpo de haber deseado para mí lo que ellos querían que fuese, es algo que casi todo padre acostumbra a hacer con sus hijos. Sin embargo, me hubiese gustado que sus deseos coincidiesen con aquellos que, realmente, yo siempre tuve. En este momento, deseo cambiar muchas cosas, pero ya es tarde porque pertenecen al pasado y lo único que puedo hacer es recordar.
Cuando mi vida llegó a la libertad, a una temprana edad, busqué el amor. Una simple palabra de cuatro letras para la que no hallé una explicación lógica, pero lo sentía necesario aun así. Ahora, como nunca, comprendo con exactitud la importancia del mismo. Deambulé perdido y conociendo a personas equivocadas solo por tener «experiencias en el amor»; al menos, eso me decía Elena. Mi creencia se hizo cierta al lado de Gloria. Fue como ver para creer.
La parte favorita de mis mañanas es mantener la mirada fija a través del cristal de la ventana y recorrer con ella la gran ciudad. Extraño hacerlo con mirada inocente, aquella que tenía cuando mi mundo era distinto. Todavía no he perdido la esperanza de que vuelva ser como antes, cuando no estaba físicamente impedido. Añoro tantas cosas que estar encerrado en una habitación solo hace que viva de los tormentos.
Gloria cuida de mí tratando de darme motivaciones para que vuelva a la vida. La comprendo, pero ella a mí no; así es como lo siento. Me paso todo el día enojado, y mis enfados se ven reflejados en ella. No debo hacerla sufrir, pero lo hago inconscientemente. Mi vida y la suma de toda la alegría que siento se deben a ella. «Ella es mi heroína», suelo decirme a mí mismo, y los ojos se me humedecen. Quiero volver a empezar, pero no cabe duda de que, pronto, ese sueño se cumplirá.
Extraño mucho a mi padre, aquel hombre excéntrico del que tan poco asimilé. «Me hace falta mi viejo», pienso mientras estoy en el centro de rehabilitación; allí es donde más le extraño. Con su carácter impulsivo, él me enseñó a madurar siendo aún muy joven. Nunca comprendí por qué actuaba de forma tan severa conmigo, pero ahora ya lo entiendo todo: solo hacía el papel de padre.
Muchas puertas se me cerraron durante la trayectoria de mi vida, y maldije aquellos inoportunos momentos. Sin embargo, comprendo con toda certeza que si esos momentos inesperados no hubiesen llegado no estaría aquí. Tengo vida, y eso es lo más importante en este momento, aunque no sea muy interesante. Tengo la rutina diaria de acudir del apartamento a las terapias físicas en el centro de rehabilitación y, luego, al parque para distraer la mente. Después de que mi ser encuentra alegría espiritual, Gloria me regresa al apartamento para concluir el día. No sucede mucho en medio, ya que lo único que hago es pensar y mirar al mundo moviéndose tras las ventanas.
Cada día repito la misma rutina. Cuando salgo, los vecinos me saludan y lo hacen con la sonrisa placentera de un nuevo día. Eso hace que me sienta agradecido por, al menos, tener vida, salud y mucho amor. Con fe, trato de mantener la esperanza de poder levantarme de esta silla de ruedas algún día y recorrer todos los lugares a los que no he podido ir. Pido al Señor a diario, y lo hago con la ilusión de que ese milagro pronto llegue a mí.
Las ilusiones
«¿Realmente existe el verdadero amor?», se preguntó Alberto durante las vacaciones de verano del segundo año en la Secundaria.
De acuerdo con sus especulaciones, esa pregunta no tenía respuesta a menos que lo comprobase por sí mismo. Aquella inquietud había rondado su pensamiento poco antes del paso de la adolescencia a la madurez. Con la mirada fija en el techo de su cuarto, pensó que los tiempos habían cambiado y que el momento para descubrir aquella turbación había llegado. Estaba seguro de eso, y necesitaba actuar cuanto antes.
Se aproximó a la ventana para observar la claridad del sol. Tenía en mente pasar un día de verano diferente a los anteriores, pues la mayoría eran monótonos. El apacible viento movía pausadamente las ramas de los pocos árboles visibles. La placentera mañana le hacía presentir que iba a transcurrir de forma agradable.
En los apartamentos vecinos, el ruido era absorbido por las inmensas paredes de vetusta apariencia. Alberto trató de percibir algún sonido solo para asegurarse de que su día no se tratase de un sueño de esos que no tienen explicación; pero no lo fue, era tan real como él mismo. Se cambió de ropa mientras valoraba hacia dónde dirigirse. Se sentía aburrido en casa por el simple hecho de estar encerrado y sin nada interesante que poder hacer. Haberse levantado temprano únicamente le ayudó a prolongar el día. Su cuarto estaba completamente desordenado. Había libros tirados en su escritorio y ropa a un lado de la cama. No se veía con ánimos de hacer nada, y por eso no tuvo deseo alguno de arreglar su habitación. Solamente quería divertirse, tal y como lo hacían los demás jóvenes en sus vacaciones de verano.
Elena intentó hablarle al percibir que salía de su habitación, pero desistió después de ver su desalentado rostro.
—Buenos días, Elena —dijo sin dejar de dirigirse hacia la puerta de salida.
—Buenos días. ¿Quieres algo de comer? —preguntó ella.
Él no respondió y salió deprisa. Elena le notó extraño. Su comportamiento le llamó la atención.
Se dirigió a la calle en busca de algo diferente que, al menos, pudiese cambiar su estado de ánimo.
Se sentó en el único escalón que había en la entrada principal del edificio y observó a todos lados, a nada en concreto. El sol matutino se elevaba rápidamente. Pronto, sus rayos le ayudaron a calentar el cuerpo.
Vio a una señora caminando a paso lento que paseaba a su perro. Pasaron frente a él y el perro se quedó mirándole. Alberto desvió la mirada tratando de encontrar algo que le llamase la atención, pero nada le pareció interesante aunque no dejó de observar en todas direcciones. Apoyó la espalda sobre la pared. Levantó la vista y la clavó en los escasos coches que pasaban por la calle del Espíritu Santo. «¡Qué aburrimiento!», pensó para sí. No deseaba regresar al apartamento, pero tampoco quería seguir allí. En ese instante, tenía un obstáculo ante sí: la combinación del aburrimiento y del lugar inadecuado.
Recordó que, poco tiempo atrás, Roberto le había mencionado que, ese día, nuevos inquilinos ocuparían el apartamento vacante del cuarto piso. Por un lado, se alegró. Sintió ansias por conocer a los nuevos vecinos. Los anteriores no se llevaban bien con su familia. Alberto desconocía por qué no se comprendían. Su padre se mostró feliz cuando se mudaron, pero a él le dio igual.
Al cabo de un rato, alcanzó a ver una furgoneta rotulada con el nombre de una empresa de mudanzas que se movía lentamente en dirección a él; parecía que sus