Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El Día de mi muerte: Mi sorprendente viaje al cielo y el regreso
El Día de mi muerte: Mi sorprendente viaje al cielo y el regreso
El Día de mi muerte: Mi sorprendente viaje al cielo y el regreso
Libro electrónico237 páginas2 horas

El Día de mi muerte: Mi sorprendente viaje al cielo y el regreso

Calificación: 4 de 5 estrellas

4/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

En un momento montaba su caballo.  Al minuto siguiente, estaba en otro lugar, un lugar indescriptible.  Estaba con Jesús.

En El día de mi muerte, Freddy cuenta cómo descubrió de primera mano que el cielo es un lugar real, que Dios sí existe y que la muerte no es el final sino el comienzo de la verdadera vida.  Su sorprendente historia, contada con el estilo directo de un vaquero, le da al lector un vistazo de lo que espera después de la muerte, incluyendo la libertad de las restricciones del tiempo, el conocimiento asombroso de Dios, y la paz y seguridad inolvidable que hay en su presencia.
  
"Cada vez que me detengo a pensar que Dios me espera en el cielo, mi corazón vuelve a llenarse de su amor.  Recuerde, su vida no acabará con su último aliento.  Cuando su espíritu abondone su cuerpo, la verdadera vida comenzará.  Oro para que usted escoja a Dios y el cielo real que El ha preparado para usted".  -- FREDDY VEST
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 ago 2014
ISBN9781621368717
El Día de mi muerte: Mi sorprendente viaje al cielo y el regreso

Relacionado con El Día de mi muerte

Libros electrónicos relacionados

Cristianismo para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para El Día de mi muerte

Calificación: 4 de 5 estrellas
4/5

1 clasificación1 comentario

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5
    la historia del cielo es corta, y lo demas son teologias sobre el cielo, pero me gusta la naracion

Vista previa del libro

El Día de mi muerte - Freddy Vest

es.

VAQUEROS y ÁNGELES

Vayan a la aldea que tienen enfrente. Tan pronto como entren en ella, encontrarán atado un burrito, en el que nunca se ha montado nadie. Desátenlo y tráiganlo acá. . . . Le llevaron, pues, el burrito a Jesús. Luego pusieron encima sus mantos, y él se montó. [Usted ve, Jesús fue el primer vaquero de verdad].

MARCOS 11:2, 7

USTED NO SIEMPRE ve venir su último aliento. Sabía que eso era cierto antes del 26 de julio de 2008, pero no como lo sé ahora. Ni siquiera me acerqué.¹

Esa mañana no había ningún indicio de que mi último aliento estaba cerca. Era otro gran día para el rodeo. Cualquier día es bueno para el rodeo. Se perfilaba un día abrasador en Texas y yo pensaba en enlazar algunos terneros. El meteorólogo pronosticó temperaturas de 37 grados al norte y tenía razón. La máxima del día llegaría a 42 grados. El oxígeno parecía escaso y era fácil sudar. Pero ni el calor ni el sudor me impedirían enlazar. Casi nada podía evitar eso.

Había algo diferente esa mañana: me desperté solo. Mi esposa Debbie y nuestro hijo Colton estaban en Misisipi visitando a la familia. Se habían ido el día anterior y ya los extrañaba. Mi hija Leigh y yo teníamos negocios que atender, así que nos quedamos en casa. No estaba planificado que enlazara hasta la tarde, por lo tanto alimenté a los caballos e hice algunas tareas en el establo.

A las 10:00 a. m. había cargado el remolque y mi caballo, Rapture, y estaba listo para rodar. Leigh, la cariñosa bebé de nuestra familia, me acompañó hasta la puerta. Esa mañana nos abrazamos fuerte y por mucho tiempo. Ninguno de nosotros podía decir por qué, pero compartimos la sensación de que había una razón, una razón desconocida pero innegable de porqué este abrazo era tan especial. Lo saboreamos sin palabras y nos soltamos después de un rato. Le dije a Leigh cuánto la amaba. Luego me viré para irme.

Leigh me llamó y me dijo: Te amo, Papi. Me pareció ver sus ojos un poco llorosos. Un par de lágrimas trataron de salir también de mis ojos. Era un momento para compartir, pero también era hora de irse. Entonces me viré y me fui para el rodeo.

UN DÍA CASI CUALQUIERA

El viaje de dos horas hasta Graham, Texas, fue sin contratiempos. Las temperaturas continuaron aumentando, pero la arena en Graham estaba cubierta. Habría algún alivio para el calor, pero no mucho.

Descargamos rápido mi equipo y me monté en mi caballo, listo para enlazar. Más adelante había una reunión de laceros, así que agarré un taco, una Coca-Cola y una barra de chocolate y charlé con mi amigo Nick Burnham en las gradas. Nick es vaquero y veterinario. Los dos hemos enlazado juntos por años. Nick y su esposa viven a unos 16 kilómetros de nosotros. Son personas geniales y muy buenos amigos.

Nick y yo hablamos durante un rato mientras yo comía y esperaba mi turno para enlazar. El juego comenzó muy rápido y me fue bien en mi primera vuelta. De cuarenta y cinco entradas gané la ronda con el tiempo más rápido. Mi segundo ternero no cooperaba mucho, al menos no lo suficiente como para ganar. No obstante, mi tiempo promedio fue lo suficientemente alto como para prestar atención a la tercera ronda.

Ganar un rodeo demora unos pocos segundos. Muchas cosas pasan en ese pequeño margen de tiempo, por lo tanto usted tiene que saber lo que su ternero va a hacer. Él comienza con una delantera de tres metros aproximadamente. Usted tiene que mantener esa distancia o pierde la vuelta. Es más complicado de lo que parece, para usted y para su caballo. Algunos terneros se escapan violentamente de su brete, yendo hacia delante con un ritmo rápido. Si su ternero corre hacia delante es mucho mejor y más fácil analizar la velocidad. Pero si va de aquí para allá hace que una buena ronda sea más desafiante. Rompa esa barrera de tres metros y su vuelta será un desastre.

Cuando era tiempo para mi tercera vuelta, sabía contra qué ternero me tocaría. Mi buen amigo Dave Martin estaba sentado en la cerca próxima al brete. Dave sabe cuán cruciales son esos pocos segundos y cuán importante es hacer que el ternero salga rápido. Me llamó y me preguntó: ¿Necesitas un empujón?.

El ternero me había dado problemas la vez anterior por lo que le dije: Sí, gracias. Ve adelante y dale un empujón.

Dave se puso detrás del ternero y lo empujó hacia la salida. Salió bastante rápido, pero fue otro momento duro. Era difícil de derribar,² luchaba fuertemente para mantenerse en pie. Cuando lo tumbé, no se dejaba amarrar.³ Quince segundos después ya lo tenía atado; pero la victoria ya se marchado.

Cuando pierdo hago un repaso mental. Mi caballo es mi compañero, por lo tanto el análisis nos incluye a los dos. Un caballo con buena puntuación está alerta y es capaz de resistir por instinto y de mantener la cuerda apretada. Me preguntaba si mi caballo había trabajado la cuerda lo suficiente en esta vuelta y si yo había hecho lo que me tocaba. Era un misterio para mí porqué este ternero era tan difícil de controlar.

Después habría más tiempo para las preguntas. Por ahora necesitaba dar paso al próximo lacero y prepararme para mi cuarto ternero. Debido a las altas temperaturas y a una difícil tercera vuelta, me sentía cansado, no inusualmente cansado, sino como cualquiera se sentiría después de luchar con un animal de 250 libras que quiere soltarse. A pesar de todo, me sentía tan bien como siempre. Era un vaquero trabajador que había ido a la arena a hacer lo que ama. Por lo tanto, dejé atrás aquella ronda, monté en mi caballo y esperé al cuarto ternero.

Mientras esperaba, pasé un rato con otro amigo. Entonces, de repente, sin previo aviso, todo se oscureció. Yo, Freddy Vest, estaba muerto antes de que mi cuerpo tocara el piso.

VAQUERO AL SUELO

No sé exactamente lo que sucedió después, por lo tanto, le pedí a mi amiga Donna que me ayudara a compartir esta parte de mi historia.

Los más cercanos a Freddy sabían que no se había desmayado, se había ido. Su amigo vaquero y predicador, Dennis McKinley, estaba sentado en una cerca próxima cuando Freddy se desplomó. Dennis vio de reojo un movimiento repentino y escuchó un golpe fuerte. Freddy se había caído de su caballo y su cuerpo se había golpeado duro contra la tierra.

Dennis saltó de la cerca y corrió hacia Freddy. Sostuvo la cabeza contra su pecho y oró mientras llamaban a alguien que le administrara RCP. Eddy Smith, bombero de Dallas, respondió primero. Inmediatamente tomó el control de la situación y comenzó el masaje cardíaco externo. Una enfermera llamada Kathy Glover trabajó junto con Eddy dando respiración boca a boca a Freddy hasta que otro bombero, Don Lavendor, pidió hacerse cargo.

Eddy y Don eran viejos amigos de Freddy y sabían exactamente qué hacer. Mientras tanto, Dennis pidió a todos que oraran. Las oraciones se escuchaban por todas partes. Docenas de personas estaban arrodilladas. Eddy también oraba pero sin perder una compresión y sin desconcentrarse. La sinfonía de oraciones lo mantenía motivado. Calculó que mientras las personas siguieran orando él seguiría intentando reanimar el corazón de Freddy.

Dave Martin, el vaquero que empujó al tercer ternero fuera de su brete, no sabía hacer otra cosa además de orar. Podía orar y eso hizo.

UN HOMBRE MUERTO

Eddy y Don sabían distinguir cuando un hombre estaba con solo verlo. Ambos eran socorristas experimentados. El cuartel de bomberos de Dan estaba cerca de un asilo de ancianos. Las llamadas al 911 eran comunes. Allí estaba la muerte.

Ahora su amigo estaba muerto y todo lo que Don podía hacer era forzar aliento hacia sus pulmones en caso de que la remota posibilidad de la reanimación resultara.

No había ninguna señal de que estaba funcionando, pero era todo lo que Eddy y Don podía ofrecer. Sabían que era la única oportunidad de Freddy. Eddy golpeó el pecho lívido de su amigo sin descanso. Un espectador conmovido lo regañó por trabajarlo tan duro. ¡Usted va a hacerle daño!, gritó.

No se puede herir a un hombre muerto, dijo Eddy.

Sabía que era necesario romper el esternón para un RCP eficaz. También sabía que la fractura era el menor de los problemas de Freddy.

RELOJ DE CUARENTA Y CINCO MINUTOS

Transcurrirían cuarenta y cinco minutos antes de que llegara una ambulancia. Eddy y Don trabajaron en Freddy cada minuto de ese tiempo, deteniéndose solo para que Nick Burnham comprobara el pulso de Freddy. La respuesta de Nick era siempre la misma: No hay nada.

Los hombres nunca se dieron por vencidos. Trataron más de lo que la mayoría habría considerado razonable. Si se hubieran rendido, nadie hubiera pensado mal de ellos. Pero rendirse no estaba en su ADN. Estaban decididos a darle a Freddy todas las oportunidades de lograrlo.

Como dice Freddy: Los vaqueros nunca se rinden.

Y no se rindieron, ni siquiera cuando el tiempo se acabó, y hacía mucho tiempo que Freddy se había muerto.

Ese día Eddy tenía otro problema. Hacía un mes había juzgado una de las vueltas de un rodeo de Freddy, uno que terminó mal. Freddy estuvo descontento con la decisión arbitral y la cuestionó. Después de años de rodeo y de una buena amistad, los hombres resolvieron sus diferencias, pero no perdieron la perspectiva. No se trataba tanto de lo bueno y lo malo. Era una cuestión de opiniones profesionales, opiniones fuertes.

Seguía siendo un tema difícil. El día que Freddy murió, Eddy hizo un comentario más temprano que empeoró las cosas. Fue suficiente como para provocar a Freddy. Él miró a Eddy y dijo: Uno no puede escoger los jueces, pero puede escoger sus amigos.

Freddy dejó clara su postura y Eddy sabía exactamente a qué se refería.

Aunque Eddy se sintiera incómodo, eso no le impidió hacer lo correcto. Siguió trabajando sobre Freddy los cuarenta y cinco minutos que demoró en llegar la ambulancia. No pidió a nadie que se hiciera cargo de las compresiones en el pecho; ni siquiera dejó que otro lo intentara. Mientras Eddy tuviera acceso al cuerpo de su amigo, haría todo lo posible para revivirlo.

Cuando la ambulancia llegó a la arena, los paramédicos vieron que Eddy lo tenía todo bajo control. Su turno había terminado oficialmente, pero él no quería parar. Esto irritó un poco a los paramédicos. Sin embargo, Eddy no cejó. En vez de eso, insistió en que continuaran las compresiones torácicas. También solicitó que usaran un tablero para proporcionar más apoyo y hacer las compresiones más eficaces. Todo el mundo sabía que Freddy había estado muerto por mucho tiempo, pero Eddy mantuvo su posición: quería que sus reemplazos lucharan por Freddy tan ferozmente como él y Don lo habían hecho.

Eddy observaba cada movimiento de los paramédicos. Cuando le conectaron el monitor del corazón a Freddy, vio en la pantalla lo que ya sabía: Freddy había muerto.

Dennis le preguntó a Eddy: ¿Qué significa eso?.

Quiere decir que está muerto, respondió Eddy.

Los paramédicos pusieron paletas del desfibrilador en el pecho de Freddy para aplicar una descarga al corazón. No pasó nada, entonces lo intentaron de nuevo. Una vez más, el tratamiento falló.

SOLO DIOS

Los amigos de Freddy velaron y oraron. Habían hecho todo lo posible durante el tiempo que pudieron. Ya fuera vida o muerte, el resultado estaba más allá de su control. La única cosa que quedaba por hacer era dejar a Freddy en las manos de Dios. Sólo Él podría ayudar ahora a su amigo.

Los paramédicos continuaron las compresiones torácicas mientras la ambulancia se alejaba. Una vez que salió de la arena y entró al parqueo exterior, se detuvo. Las luces de emergencia dejaron de parpadear y el vehículo comenzó a moverse de nuevo, pero lentamente.

Para los amigos de Freddy, era una mala señal.

Nick Burnham siguió a la ambulancia de todos modos. Cuando llegó a la sala de emergencia, un paramédico dijo las palabras que Nick no esperaba a oír: Lo siento, Nick. Estoy casi seguro de que su amigo no lo logró.

Allá en Misisipi, Debbie y Colton se encontraban en la casa de un primo comiendo hamburguesas y pasando un buen rato cuando un amigo llamó con malas noticias. Ella dijo que los detalles eran vagos, pero que sabía esto: Freddy se había caído de su caballo y la situación no parecía buena.

CRIADO en la FE

Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará.

PROVERBIOS 22:6

LA MAYORÍA DE las personas no saben el día en que van a morir. Ciertamente nunca esperé morir tan pronto; pero estaba preparado y lo había estado por años. Desde luego, no lo tengo todo resuelto, pero he aprendido algunas cosas sobre la vida y la muerte.

MAMÁ, PAPÁ Y LOS MILAGROS DIARIOS

No había manera de crecer en nuestra familia y no creer en los milagros. Desde el momento en que tuve edad suficiente para comprender vi todo tipo de milagros. Muchos de ellos hubieran pasado por alto en otras familias. Pero los Vest sabíamos cómo eran los milagros. Cada milagro importaba y cada uno dejó una huella en mis hermanos y en mí.

Ser el número diecisiete de dieciocho niños nacidos en una familia de aparceros fue probablemente el primer milagro de mi vida. No es que alguna vez eso me pareciera extraño. Todo lo que sabía era que venía de una familia numerosa. Pero después de haber criado a mi propia familia, la idea de que los aparceros o cualquier otra persona pudieran ser capaces de alimentar tantas bocas, bueno, eso califica como un milagro en lo que a mí respecta.

El segundo milagro es aún más impresionante. Era increíble que mamá tuviera dieciocho hijos y aún más increíble que quisiera quedarse con todos. Tenía sentido mantener a mis nueve hermanas, pero nosotros, los varones, colmábamos su paciencia casi todos los días. Si yo hubiera estado en el lugar de mamá no hubiera sido tan amable como ella.

Otro milagro fue que papá logró mantenernos con zapatos, por lo menos la mayor parte del tiempo. Con quince de nosotros viviendo juntos en la casa, se sumaba a una gran cantidad de zapatos. No es que los zapatos fueran obligatorios donde yo nací. En Celina, Texas, los niños descalzos eran prácticamente lo normal. La mayoría de las familias eran pobres como nosotros, así que los pies descalzos no marcaban ninguna diferencia para nadie. Nadie se avergonzaba de eso y nadie se sentía juzgado.

Entonces papá encontró trabajo en Plano. Era una ciudad más grande y no tan rural como Celina. Las cosas que eran aceptables en Celina parecían fuera de lugar en Plano, no porque las personas no fueran tan buenas o cariñosas sino porque la cultura era diferente.

Cuando fui descalzo a la escuela, vi lo diferente que era. Mi maestra de primer grado me explicó que no estaba bien ir sin zapatos en la escuela. No hace falta decirlo, mis padres me buscaron unos zapatos a toda prisa. Todavía no sé de quién eran o de dónde vinieron. Solo sé que resolvieron el problema.

A pesar de ser unos zapatos muy sencillos, significaron mucho para mí ese día. Aún se presentarían necesidades más grandes en los meses y los años por venir. Algunos eran milagros de vida o muerte; pero cualquiera que fuera el tamaño y la forma, siempre comenzaban con mis padres enfocados en Dios.

DIOS COMO CENTRO

Papá trabajaba tan duro como era posible para un hombre, y mamá hacía todo lo que se debía hacer en casa. Dieron todo lo que tenían para dar y más. Pero al hacerlo siempre miraban hacia el cielo. Sabían que criar a su familia tomaría más que fuerza terrenal y mucho trabajo. Alguien estaría siempre necesitando algo y nuevos desafíos iban a aparecer.

El sello distintivo de la vida de mis padres era la forma en que mantenían a Dios como centro. Sabían quién los sostenía y lo buscaban regularmente. ¡Qué ejemplo tan excelente nos dieron! Mis hermanos y yo éramos como todos los niños; observábamos cómo vivían nuestros padres y aplicábamos la lección a nuestras propias vidas.

Confiar en Dios era todo en nuestra casa, pero nunca significó relajarse. Papá trabajaba incansablemente. Cada día salía de la casa al amanecer. Cada tarde regresaba cuando la luz del día se desvanecía, tan cubierto de tierra y escombros que el blanco de sus ojos era la única parte que podíamos ver.

Sin duda papá sacaba fuerzas de las Escrituras. Yo sé que él leía su Biblia todos los días. Era un hombre honorable que honraba a los demás. Era de voz suave y nunca dijo una palabra ofensiva sobre nadie, ni siquiera cuando la gente parecía merecerlo. Papá era un hombre de principios que amaba a su familia y demandaba respeto. Era estricto, pero no difícil. Disfrutaba de la risa y el canto y siempre estaba al tanto de nuestras necesidades.

Cuando tenía cinco años mamá nos pidió a mi hermano menor, Paul, y a mí que lleváramos el almuerzo a papá en el campo donde él y otros habían estado recolectando trigo en el sol caliente. Cuando llegamos al campo, los tres nos sentamos a comer en el lado de la sombra de un camión con los otros trabajadores. Estaba claro que los otros hombres estaban acostumbrados a la conversación grosera. Continuaron diciendo palabrotas sin pensar por un segundo en nosotros, los niños.

Eso no le cayó bien a papá. No juzgó a los hombres, pero hizo algo. Nos llevó a nosotros junto con nuestro almuerzo hasta el extremo opuesto de la camioneta.

¿Disfrutas la vista previa?
Página 1 de 1