Ante el público, los originales de “El Principito”
PARÍS, FRANCIA.– Aquí están. ¡Tan frágiles! Las acaricia una luz tenue. Parecen flotar entre el techo modificado como cielo estrellado y el piso de madera pintado de azul noche.
Son 30… 30 páginas de las 141 del manuscrito original de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry, realzadas todas por anchos papeles paspartú color arena y sobrios marcos negros.
Diecisiete hojas de finísimo papel de piel de cebolla cubiertas de textos escritos a mano –con minúscula letra cursiva, nerviosa, a menudo ilegible–, salpicados de tachaduras, que alternan con 13 delicadas acuarelas pintadas en tonos pastel sobre el mismo papel delgadísimo.
Contrasta la ansiedad de la letra garrapateada con lápiz del Saint-Exupéryescritor con la minuciosidad de los trazos de tinta y de las pinceladas del Saint-Exupéry-grafista, y conmueve profundamente sentir al aviador con alma de poeta tan intensamente presente en cada hoja, detrás de cada uno de sus “jeroglíficos” y de cada uno de sus personajes.
Se impone obviamente el Principito retratado de espalda a orillas de un precipicio mirando una estrella, perplejo ante un baobab gigantesco, atento a las palabras del zorro, desasosegado en medio de miles de rosas parecidas a la suya que creía única… Siguen el Rey, el Bebedor, el Vanidoso, el Hombre de Negocios, presos de sus certezas irrisorias en sus planetas diminutos.
Ya no son figuras impresas. Son los dibujos definitivos, pulidos que Antoine de Saint Exupéry entregó insertados entre las hojas de su manuscrito a Eugene Reynal y Curtice Hitchcock –los editores estadunidenses– en el otoño de 1942.
Escrito y pintado en Bevin House, una amplia mansión de estilo victoriano
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