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El caballero mexicano
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Libro electrónico200 páginas2 horas

El caballero mexicano

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Una narrativa autobiográfica, que transcurre durante diez años de mi vida, la mitad en México y la otra mitad en la isla de Gran Canaria, junto al caballero mejicano, hombre que con su amor me despertó otra vez a la vida y a la ilusión de vivirla.
En ella, comienzo relatando cómo llegó a mi vida desde la infancia, cómo transcurrió nuestra existencia hasta que ya adultos nos volvimos a reencontrar y los acontecimientos que tuvimos que sortear para realizar nuestro sueño de hacer una vida en común, hasta que la vida nos volviera a separar.
El lector podrá darse un paseo por tierras mejicanas, saborear su gastronomía, oler sus prados de pinos y flores, ver paisajes únicos, escuchar el sonido de los cascos equinos, pasear por sus calles pedregosas, y conocer más y mejor a gente tan bondadosa y afable.
Es también mi pequeño homenaje para él y para el pueblo mejicano, concretamente, al estado de Jalisco, a la ciudad de Guadalajara y al pueblo en la sierra de Tapalpa, que tanto me dieron con su hospitalidad, siempre con sus brazos abiertos, que seguirán estando eternamente en mi corazón.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 may 2021
ISBN9788413865584

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    El caballero mexicano - Carmen Gómez Aristu

    Portada.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Carmen Gómez Aristu

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    Fotografía de portada: Carmen Gómez Aristu.

    ISBN: 978-84-1386-558-4

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

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    .

    Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.

    ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

    Amado Nervo, poeta y escritor mexicano

    Emilio Machado.

    .

    Con todo mi afecto para Carmen y Carlos,

    mexicanos como lo soy yo.

    .

    Recuerdo cuando encontré a Carmen en un momento de su vida, que estaba pasando el desamor, y le dije intuitivamente que iba a encontrar en su camino a un hombre extraordinario.

    Cuál fue mi sorpresa, cuando al pasar del tiempo descubrí, que encontró a su Caballero mexicano y más aún al leer su libro, en el que se nos permite estar junto a ellos, en esos relatos entrañables y cálidos, así como crudos y sin pretensiones, pero a la vez generosos. Abrirnos su corazón y sus entrañas, permitiéndonos disfrutar de sus vivencias, con los paisajes, colores, gastronomía e incluso olores. Paseos, sustos, cambios, evolución, sintiendo sus miedos y también su fascinación.

    Así mi agradecimiento, por darme la oportunidad de abrirnos sus puertas y pasear a su lado.

    Pino del Castillo

    Pintora, creativa, experta y docente en el arte de la intuición.

    .

    Es un honor para mí, haber conocido a esta pareja inspiradora en vivir el amor desde la pasión, la aventura y los proyectos en común. También las incertidumbres, los miedos, los obstáculos, la superación y la transformación, (tanto a nivel personal como de pareja), con un compromiso total por ambas partes.

    Por otro lado, tuve la suerte de entablar un vinculo y tratar algunas dolencias a Carlos, El Caballero Mexicano, en la última etapa de su vida. Transmitía sabiduría, entereza, poder personal, inquietud por saber siempre más y seguir aprendiendo hasta el final. Vital y siempre generoso, dando la mejor versión de sí mismo, en todo lo que hacía.

    Carlos representaba la materialización de los sueños cumplidos, con esfuerzo, constancia y dedicación.

    David Cardona

    Fisioterapeuta integrativo en Clínica Cardona.

    Dedicado a la memoria de mi esposo, Carlos José, pues él es quien me inspira.

    El amor no es algo que se pueda ver; el amor se puede sentir y se demuestra con nuestras actuaciones y nuestros comportamientos.

    Nuestro comienzo sobrevino el día en el que llegó a mí y terminó el día en el que partió. Esta historia real que aquí narro lleva su nombre; es la historia que ocupa el tiempo de nuestra vida juntos, ese tiempo que compartimos y, como dice la canción, donde fuimos compañeros en el bien y en el mal. Es el relato de dos personas que, al unirse y amarse, a pesar de las adversidades, se convierten realmente en una sola.

    En un principio, mi pensamiento realmente fue escribir solo sobre él, sobre su vida; pero he decidido escribir sobre mi vida con él, en su compañía; los momentos que me regaló y de los que generosamente me hizo partícipe. También contaré los menos buenos y las historias que de verdad vivimos.

    Nos encontramos por el camino: tú estabas solo y me encontraste. Yo también estaba sola y, sin saberlo, te esperaba. Esta es la única y la pura verdad. Él forma ya parte de la historia de mi vida, a la que aportó, entre otros muchos poderes, el de la quietud, la estabilidad y el sosiego. Es una historia de amor que compartimos en el tiempo; esa atemporalidad de la que tú siempre hablabas porque ya eras un sabio entre nosotros, un alma vieja que siempre decía que nunca moriría. Ahora sé el significado que tienen esas palabras y que, en verdad, no te has ido del todo; de algún modo que aún desconozco, pero que intuyo, sé que estás conmigo. Siempre estarás entre nosotros, los que te quisimos; te recordamos y jamás te olvidaremos porque estarás en nuestros corazones mientras sigan latiendo.

    Si existen otras vidas, igual planeamos esta antes de venir aquí y entonces solo me queda esperar y haber estado a la altura de nuestros propósitos.

    Su huella será imborrable y su nombre estará de por vida y por toda la eternidad en mí: ir cogida de su mano fue un orgullo y un gran privilegio.

    He querido hacer también mi propio homenaje a México: dar un largo paseo por su tierra y por los lugares que visité y conocí, recreándome en sus paisajes, su gastronomía, sus tradiciones, sus costumbres y sus gentes; siempre dejando plasmado mi infinito agradecimiento.

    Al protagonista de esta historia lo llamaré por su nombre: Carlos José; aunque a veces será Carlos y otras será Pepe, pero ambos son la misma persona.

    La historia que ahora relato es muy fácil de leer e imaginar.

    Casi todas las fotografías que aquí se muestran son tomadas por mí en diferentes etapas y momentos de mi vida con Carlos José, ya fuera en México o en los lugares que visitamos.

    1. La conexión

    Nací en el mes de noviembre de 1963, en plena estación otoñal y en el seno de una familia acomodada de una isla en el océano Atlántico. Fui la primogénita de cinco hermanos. Me sentí siempre una niña querida y tuve una infancia muy feliz. Fui creciendo y con once o doce años supe ya del primer amor; luego, con el paso del tiempo, vinieron otros más que me marcarían para siempre.

    Lo que ahora voy a contar no es algo irrelevante para mi historia, aunque sí es algo que me ocurrió siendo una jovencita y que, por algún motivo, más tarde, me hizo recapacitar y creer que a veces hay cosas que nos suceden en la vida a las que no les damos la debida importancia, pero que quedan grabadas para siempre en algún lugar de nuestra mente y de nuestro corazón para que luego, por alguna razón, las comprendamos o simplemente las recordemos.

    Así, sin darnos cuenta, el azar a veces es caprichoso. Tenía por entonces unos diecisiete o dieciocho años: me disponía a salir de casa y atravesaba la pequeña entrada del jardín. A un lado, apartados y procurando que nadie los escuchara, vi a mamá hablando con un hombre muy guapo que había dejado su precioso coche deportivo aparcado en la calle, junto a la casa, y le contaba su tristeza, pues se estaba separando de su esposa. Él y su mujer eran muy amigos de mis padres.

    Mi mamá y el apuesto caballero se habían conocido, alrededor de los veintidós o veintitrés años, pues entre ellos apenas había diferencia de edad. Mi madre y él eran los forasteros. Ella había llegado a la isla de la península ibérica procedente del norte de España con diecisiete años y once hermanos más: su padre, mi abuelo, era director de la banca, institución muy reconocida en aquellos tiempos, y lo iban destinando por diferentes ciudades, pero todas dentro del territorio español. Él, el apuesto y elegante caballero, llegó de un país muy lejano donde había que cruzar todo el océano Atlántico y en aquellos tiempos no era sencillo que digamos. Él era mexicano.

    Sin embargo, mi padre y la esposa de la que él se andaba divorciando, en aquel entonces, se conocían ya desde niños o al menos desde muy jovenes, pues eran oriundos de la misma isla y sus familias eran muy cercanas. Lo curioso es que mi padre en aquel tiempo le tenía mucha simpatía o quizás también sentía una cierta atracción por ella. Pero, al irse esta a estudiar a una universidad de Suiza, coincidiría allí con mi apuesto caballero, que también había dejado México para formarse en Económicas en Europa. Supuestamente, se enamoraron. Y mi padre también se enamoraría locamente de la Peninsular, como llamaba a mi madre. Les doy gracias por ello, pues lo más probable es que no hubiese estado ahora aquí, contando esta historia si estos hechos no hubiesen acontecido de esta manera.

    Para mí, él no era un extraño, puesto que desde muy pequeña, diría que desde que estaba en el vientre de mi madre o, incluso, me aventuro a compartir que desde mucho antes, ya lo conocía. Estoy casi segura de que el destino, tan antojadizo, nos tenía preparada esta aventura. Crecimos viéndonos con cierta asiduidad y ya antes de mi primer año compartíamos vacaciones de verano en la playa, picnics en el campo, cumpleaños y fiestas de disfraces; y así ambas familias fueron aumentando y compartiendo. Aunque tengo que decir que jamás a lo largo de todos estos años me fijé en él como hombre más que con los ojos de amistad y aprecio con los que le miraba mi familia. Es más, hoy en día, después de reflexionar y analizar diferentes aspectos de mi vida, he comprobado que a veces se puede mirar a las personas sin verlas, incluso al que se va a convertir en un gran amor o el de tu vida: cuando llega y lo reconoces, en ese preciso instante te quedas prendada. La enseñanza con la que me quedo, después de esto, es que cuando el amor tiene que despertar, despierta; ni antes ni después, tan solo en el momento preciso.

    Mamá lo consolaba como podía o como sabía y, desde luego, sin salir de su asombro, pues parecía un matrimonio muy bien avenido y aparentemente nunca dieron seña de que algo no fuera bien. El caso es que yo cerré la puerta más pequeña de la casa que daba a la calle y seguí mi camino. Me despedí de ellos, que seguían conversando en el jardín.

    Recuerdo su imagen: un hombre alto, con el pelo peinado hacia atrás, sus anchas patillas, su constitución fuerte y bien vestido, guapo, muy guapo, y traía a todas las mujeres de aquel momento fascinadas por sus buenos modales y su gran belleza varonil. Algún día, la vida nos volvería a juntar y nos encontraríamos. Su nombre era Carlos.

    Mientras tanto, yo seguía mi vida, la de una joven adolescente. Me esperarían a mí también la separación, el divorcio, el sufrimiento y otros muchos acontecimientos que bendigo y agradezco, ya que entendí que con el tiempo me han llevado a la persona que ahora soy.

    Pasaron muchos años: calculo que unos veinticinco. Se escriben bien y rápido pero al pasarlos, parecen toda una vida. No supe más de él en todo este tiempo, excepto en una ocasión, que escuché alguna conversación, supongo que entre mis padres o entre mi madre y sus amigas, que decía que él, el mexicano, como lo llamaban cariñosamente en su círculo de amigos, había regresado a vivir a México a emprender una nueva vida y romper de algún modo así con su pasado en la isla. Una vez finalizado su primer matrimonio, se regresó a su tierra mexicana. Se fue con sus cuatro hijos, todos varones, y una novia que conoció en la isla, con quien más adelante, al pasar un par de años, se volvería a unir en matrimonio. Fruto de esa relación hubo tres hijos, esta vez mexicanos, como él: Carla y Gabriel, mellizos, nacerían los primeros; más tarde vendría Carmen, mi tocaya, como me decía él.

    En el momento en el que escuché esta noticia, no sé por qué motivo ni por qué razón, mi mente viajó y deseó por unos ínfimos instantes ser la que se hubiese ido con él a vivir allá en ese rancho en plena naturaleza, en el campo, con una tejana y un pantalón vaquero o de mezclilla, y formar una hermosa familia y una vida de ensueño. De verdad, por muchas veces que lo medite, nunca sabré de dónde me vino ese pensamiento; son esas cosas

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