Javier Cámara

“Javier y yo somos amigos desde que nos miramos a los ojos por primera vez. Fue un flechazo. Una amistad a primera vista. Sucedió en Nueva York, en el estreno de Habla con ella en el imponente Lincoln Center. Él volvía a ser en ese momento el chico de la Rioja que se maravilla al encontrarse rodeado por artistas célebres del cine, de la música, de la literatura. El Nueva York de los viejos tiempos, el que convocaba a las celebridades de la ciudad, parecía haber revivido esa noche para aplaudir la última creación almodovariana. Como si fuera un chico travieso, Javier ahí, entre todos ellos, con su sonrisa infantil y su inglés precario. Me contó que se quedaba un tiempo a aprender el idioma y le dejé mi teléfono. Creo que el cruce de nuestras dos soledades, una circunstancia tan neoyorquina, propició el que desde un inicio entráramos en el terreno de las confidencias.A partir de entonces hemos sido amigos. Amigos de muchas risas, pero también de esos momentos difíciles que se comparten y que construyen la amistad.A mí me gusta ver a Javier a solas, o con los más íntimos, me gusta forzarle a que aminore la velocidad de sus ocurrencias, porque en su mente hiperactiva se cruzan mil pensamientos a un tiempo.También me divierto observando los jardines en los que se mete por su afán innato de entretener y de divertir al prójimo. Lo recuerdo en los Premios Príncipe deJavier es brillante, está tocado por la gracia y posee el don de la comedia, de la tragicomedia, que a tan pocos está reservada. De ahí proviene su éxito como actor. Llega al corazón del público provocando esa magia de identificación de los viejos cómicos, que eran al mismo tiempo sobresalientes y profundamente humanos. Admirando su arte como lo admiro lo querría igual si no tuviera éxito, a mí me gusta encontrar en él al chico de la Rioja y pasear sin horario ni destino como hicimos tantas tardes en esa ciudad en la que se encontraron nuestras soledades”.