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Libro electrónico313 páginas5 horas

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Veintidos relatos en primera persona arman esta novela como un gran mosaico de la itinerancia de una época. Dos amigos adolescentes son lanzados desde las provincias a la universidad, a la ciudad y a la convulsión social y política de los años sesenta. Sus caminos se separan y divergen como espejos de la desestructuración de su país.
La seguidilla de testimonios propios y de terceros acerca de estos personajes nos muestra un devenir de los efectos marcados en cada intervención por un sesgo, ya sea etáreo, social, socioespacial o ideológico, que no dibujan un paisaje sino los fragmentos de una multitud de trayectos por el desarraigo. Las variadas condiciones de los hablantes cruzan el mundo narrativo desde el Chile reformista hasta la actual democracia, en un abanico de contradicciones que sin embargo no hace más que enfrentarnos a nuestra idiosincracia.
Este es el retrato de un país donde no hay héroes sino sólo desencanto, desmoronamiento y sobrevivencia. Motor de búsqueda despliega sus relatos en el modo casual y azaroso de los recorridos en red. Algunos son íntimos, otros circunstanciales, la mayoría desapasionados y cada uno necesario en este despliegue de nuestro vecindario.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 abr 2012
ISBN9789569274336
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    Motor de búsqueda - Mario Valdivia

    MOTOR DE

    BÚSQUEDA

    MARIO VALDIVIA

    Motor de búsqueda

    © Mario Valdivia, 2012

    RPI: 190.862

    ISBN: 978-956-8992-50-7

    Diseño de portada: Francisca Ossandón

    Diagramación: Alexei Alikin

    Distribución digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    Queda prohibida toda reproducción total o parcial de esta obra a excepción de citas y notas para trabajos y estudios de divulgación científica y cultural, mencionando la procedencia de las mismas.

    A mis hijos

    Agradezco a Fernando Balcells D. por impulsarme a publicar este libro y a Verónica Ruiz O. por enseñarme a desbrozar con hacha la jungla palabrosa y conseguir algo de aire y claridad.

    Opiniones y comentarios

    sobre motor de búsqueda

    (Motor de Búsqueda) es una novela bastante notable. Está muy bien hecha. Es muy legible —funciona como un reloj. Es muy valiosa para entender la historia de nuestra generación… escribes bien, y no tienes los tics de los que hacen de la escritura su profesión.

    (Adriana Valdés. Vice Directora Academia Chilena de la Lengua, Profesora de Literatura y Estética en la Facultad de Letras de la Universidad Católica de Chile, autora de los libros Composición de Lugar, Estudio sobre la felicidad, Memorias visuales. Arte contemporáneo en Chile, y el Premio Altazor Enrique Lihn: Vistas Parciales)

    …comencé (a leer) el sábado y yo fui el primer sorprendido cuando el domingo, a eso de las cinco o de las seis de la tarde, ya la había leído entera, sintiendo haber tenido un fin de semana —créanmelo— muy entretenido, muy revelador y muy vibrante.

    … Hay algo en Motor de Búsqueda que interesa, que cautiva, que engancha, que conecta con nuestras biografías, que nos emplaza, que nos pregunta, que nos pone en duda, que nos zamarrea, que nos aporrea y que también nos interpreta a todos. O al menos a muchos. A muchos, sobre todo, de los éramos parte de una generación que se sentía llamada a cambiar el mundo…

    … Los insumos de esta novela son la experiencia y la reflexión. También lo es desde luego la imaginación, la imaginación literaria. Mario se mete en sus personajes. Mario se pone en el lugar de otros. Pero no nos hagamos los lesos: el insumo de esta novela también es el dolor. El dolor en sus múltiples variaciones. El dolor como experiencia sufrida, el dolor como trago amargo voluntario y justificado y, no en último lugar, el dolor como sensación de desperdicio y como sufrimiento en vano.

    … Yo no soy crítico literario ni pretendo serlo pero siento que este es un libro que nuestra literatura nos lo debía. Es un libro sentido, tenso, duro, muy poco ingenuo, bastante lúcido. Tiene lo que otras ficciones que han tratado el golpe no tienen: arrojo, franqueza y cero concesiones a la imaginación lloricona y gimotera.

    (Héctor Soto. Columnista, crítico de cine, editor de varias revistas, autor del libro Una Vida Crítica

    ¿Ensayo enarbolando la falsa bandera de la ficción para avanzar por los campos minados de las ideologías y los credos y las certidumbres convertidas en máscaras? Da igual. Los géneros literarios, por estos días, y por otros, nos traen completamente sin cuidado, de modo que lo hemos fichado al Códice, para efectos prácticos como el Tractatus Valdivia, sabiendo que lo único cierto esta noche es que aquí estamos, otra vez, con el ojo pegado a este nuevo visor, vuelto ahora un libro bien aderezado con ingredientes sospechosos donde los haya, y que nos ofrece la lucidez abismante, y para mi gusto a veces scalofriante, de Valdivia Luis Alberto Pinto, manejando seis horas antes de volverse para decirnos: que impresionante es el color de los cerros aquí.

    Esa lucidez valdiviana con comparasas y botes alegóricos navegando la gran Nada inevitablemente exige un precio bien alto, el mismo que según reza la pizarra puesta a la vista de todos vendría siendo el más radical de los desencantos.

    … Me abismo pues, ligero de deberes, en Motor de Búsqueda, este tratado novela ensayo introspección y testamento político con el mismo estupor con que una noche perdida escudriñé la Luna en Tauro y creí vislumbrar los agujeros negros.

    (Antonio Gil I. Escritor y Cronista. Autor de Hijo de mi, Mezquina memoria, Las playas del otro mundo, Cielo de Serpientes.

    Mario transmite con gran eficacia la imagen de una sociedad cuya capacidad de procesar los traumas de su pasado reciente, incluso en los espacios más íntimos de las familias y las relaciones personales, sigue siendo tremendamente difícil y doloroso.

    Me impresionó que en casi todos los relatos, junto a lo que se dice, aparecen los profundos silencios: todo lo que los personajes han callado hasta el momento de esta suerte de confesión frente a un testigo neutral. El silencio frente a los amigos, las parejas, los hijos, los compañeros.

    La novela compone un juego de espejos, con personajes reconocibles, seguramente unos más logrados que otros, que en conjunto retratan una sociedad —es el sentimiento que me transmite la lectura— todavía profundamente fragmentada, no solo social, sino cultural y espiritualmente.

    Como lector puedo transmitirles que, siendo profundo, el libro lo leí rápido: atrae y atrapa.

    Soy de los que creo profundamente que nuestra sociedad no puede evitar los dolores de la memoria del periodo más traumático de nuestra historia. Los pueblos que pierden la memoria normalmente descarrían. El libro de Mario es una contribución seria en ese esfuerzo: valiente, compleja, intentando entender aquello que nos ha pasado. Eso se agradece.

    (Jaime Gazmuri. Ex Senador de la República)

    Índice

    UNO. Inicio: dos amigos conversando

    DOS. Un cuadro en el pasado

    TRES. Se incuban odios

    CUATRO. Abandonos y olvidos

    CINCO. Enojos ocultos

    SEIS. Misión cumplida

    SIETE. En Buenos Aires

    OCHO. Presencias invisibles

    NUEVE. Mujeres

    DIEZ. Confesiones

    ONCE. Cadena perpetua

    DOCE. Soledad hecha visible

    TRECE. Miedo

    CATORCE. Impotencia

    QUINCE. Una historia de amor

    DIECISÉIS. Outsider

    DIECISIETE. Un visitante nocturno

    DIECIOCHO. Decisiones obligadas

    DIECINUEVE. Los pantanos pueden ser secados

    VEINTE. Inaceptable

    VEINTIUNO. Ojos renovados

    VEINTIDÓS. Fin: dos amigos conversando

    UNO. Inicio: dos amigos conversando

    Más o menos a las cuatro de la tarde Luís Alberto Pinto, alias Lucho, alias Huaso Pinto, pareció regresar de algún lugar lejano donde había estado sumido desde que salimos de Arica hacia el sur hacía por lo menos unas seis horas. Despegó las manos del volante, me miró y dijo: qué impresionante es el color de los cerros aquí. Tal cual. Después de seis o siete horas de conducir sin decir palabra alguna, al parecer completamente olvidado de que iba alguien, yo, a su lado, ejecuta semejante acto comunicativo.

    ¿Te acuerdas? Así era el Huaso, callado y concentrado en sí mismo, aunque no hosco. Por el contrario, circulaba entre la gente con una permanente sonrisa de bienvenida pintada en la cara. Una especie de tarjeta de presentación que exhibía desvergonzadamente lo mejor de sí mismo, una dentadura luminosa. Unos dientes perfectos los del Huaso, una sonrisa fácil que lo hacía parecer alegre y despreocupado. Cercano y atractivo, antes de comenzar a hablar ya te había metido varios goles de predisposición favorable. Pero al poco tiempo podías darte cuenta de que si bien era alegre, despreocupado no. Cuando la gente desaparecía de su lado o estaba solo, y uno pensaría que el Huaso podía despreocuparse, entonces dejaba de sonreír y sí que se veía turbado. Yo no creo que se tratara del encubrimiento intencional de un talante pesado por uno más liviano y atractivo, simplemente el Huaso producía automáticamente su sonrisa cuando estaba con personas a su alrededor. Y en realidad, pensándolo bien, tampoco era alegre. No era corriente que el Huaso pasara más allá de la sonrisa, no creo haberlo visto nunca reír con ganas.

    Hacemos recuerdos de nuestros compañeros de colegio. Mientras mayor es la distancia en el tiempo, más de cuarenta años, más regresan imparables los tiempos escolares. La nostalgia nos va llenando con la edad. En esta ocasión surge Lucho Pinto, que mi amigo evoca con gusto y locuacidad. Yo lo escucho pasivamente escudado en un vaso de vodka dejando que el pasado llene dulcemente mi imaginación. Aprecio mucho la capacidad que tiene de traerme de regreso mis propios recuerdos como si se tratara de una película.

    Desde que tuve el accidente que me ha restado tanta movilidad, mi viejo amigo me visita una vez al mes, más o menos; visitas que aprecio sobremanera. Nos reunimos en mi escritorio, una sala amplia llena de libros en estantes vidriados, con dos sillones de cuero negro, cada uno con una lámpara de pie provista de una pantalla verde de opalina, cercanos a una mesa de juego de salón tapizada de verde donde se disponen los pasteles que mi amigo trae de regalo, café y té en jarras eléctricas, y a mi lado una pequeña mesa que heredé de mi abuelo donde hago poner vodka, agua tónica y hielo. Con eso tenemos para hablar durante horas. Yo me permito abusar un poco del alcohol, total alojo aquí mismo. Mi amigo se cuida más porque debe conducir el automóvil a su casa.

    Continúa con su relato del viaje al norte. Acabábamos de terminar el penúltimo año de colegio, dice, estábamos en vacaciones de verano y decidimos viajar a Arica. En un auto de mi padre o alguno que consiguió el Huaso, no me acuerdo bien, hace más de treinta años de eso. Claro, ya veo tu cara, yo también me pregunto ahora lo mismo: ¡qué cresta estábamos haciendo en esos peladeros de mierda de Atacama! Está bien que sea una zona muy rica en minerales, que sea el desierto más seco del mundo, que costó sangre peleárselo a los cholos, pero ir allá de vacaciones es como mucho, si no hay un puto árbol. Debe haber sido idea del Huaso. Hay que conocer Chile, dijo, no hay que quedarse solamente en Santiago, tenemos que hacernos cargo del país completo. Algo así, porque tenía esas ideas, que como nueva generación de chilenos de clase alta tendríamos que hacernos cargo nosotros de Chile, del pobre, jodido y miserable Chile que no parecía tener arreglo, ya que nuestros padres no habían sido capaces de hacer mucho, terminando por dejar la cagada en la que nos encontrábamos sumidos. Yo creo que los curas lo habían influido con eso de tomar responsabilidad social. Tú sabes como eran los curas de entonces, tenían el disco pegado en la crisis social, Teología de la Liberación creo que se llama. Bueno, el Huaso rumiaba esas cosas y como era medio lidercito nos influía a nosotros. Al menos me influyó a mí, así que nos fuimos al norte a ver esa parte de la mierda que tendríamos que cargar sobre nuestros hombros.

    Yo conduje hacia el norte, el Huaso de regreso, ese fue el arreglo. Más de cuatro mil kilómetros de ida y vuelta, toma nota. Yo no me esperaba que Lucho fuera un tipo tan especial. Cero palabras desde que salimos de Santiago. Conducía a mi lado, atento al paisaje, ensimismado. No sabes lo nervioso que me puse al comienzo. Yo estoy acostumbrado a que hay que conversar, es parte de la buena educación, aunque una de las cosas sociales jodidas es no saber de qué hablar a veces. Eso me pasó con él. Supuse que teníamos que conversar de algo, que si no lo pasaríamos mal. Que no hablarle al otro es como decirle en su cara que es aburrido, que estoy mejor solo con mis pensamientos que hablando con él; algo así sentí que me estaba diciendo Lucho. Súper incómodo, te digo. Busqué todos los temas posibles, hablé de cuanta cosa se me ocurrió. Y el Huaso diciendo que ¡chutas!, que ¡fíjate!, que ¡no me digái! Imposible sacarle nada más. Me empeloté y le conté todo lo que podía contarle, de mi familia, de mis hermanos y hermanas, de mis aventuras con minas, de mis pecados, pecadillos y pecadotes. Y ¡chuchas! y ¡qué jodido! y ¡no me digái!; eso sería todo.

    Comencé a pensar que el viaje iba a ser una condenada pesadilla. Sin embargo, empecé a relajarme con el silencio del Huaso por ahí por Antofagasta a los tres días de viaje más o menos. Tres días de reverenda mierda. Pero al cabo me di cuenta de que él suponía que lo normal era no hablar, no echaba de menos el parloteo y podía pasar un día entero sin dirigir la palabra, aunque no por eso creyera que establecía distancia. Todo bien, eso era lo más habitual que decía, no se sabía si era una pregunta o una respuesta a alguna interrogante que circulaba calladamente por su cabeza. Todo bien. Y si era una pregunta se suponía que debías responderla tú, o sea el otro que estaba presente, yo, pero si no era una pregunta, te sentías como el más completo huevón si te ponías a responderla, sobre todo después, cuando ya la habías respondido y te dabas cuenta de que no te había preguntado nada. Al comienzo, todo bien, le respondía yo para sentir que estábamos conversando. Después simplemente no le decía nada. Un personaje el Huaso. Finalmente aprendí a mantenerme en silencio durante el viaje sin sentirme incómodo, no sabes lo que me ha servido de viejo saber quedarme callado.

    Pero me costó mucho porque el silencio del Huaso era demasiado. Lo miraba de reojo para ver si iba molesto conmigo o con algo. Ningún signo de molestia, iba normalmente concentrado en sí mismo. Todo bien, salía de su boca de pronto y sabías que todo estaba efectivamente bien con el Huaso. De pronto parecía darse cuenta del paisaje, o del tipo que iba a su lado, y decía: mira esos cerros, mira el color radiante del mar, mira esos petroglifos, qué increíble. Con respecto a sí mismo era una ostra, conseguir que hablara de él era imposible. Pensé durante todo el viaje que el Huaso se guardaba para sí mismo, que había algo o mucho que no quería contar. Me devanaba los sesos tratando de adivinar a partir de lo poco que decía. Fue al final del viaje, casi cuando ya entrábamos de regreso a Santiago, que se me ocurrió por fin que el Huaso no tenía interior. ¿Sabes? Simplemente no estaba conversando consigo mismo cuando estaba callado, no estaba concentrado en nada. Estaba ahí conduciendo el automóvil, vertido hacia el paisaje o hacia un silencio oscuro. ¡Quizás adónde mierda estaba!

    Más caballo que huaso entonces, le digo, procurando hacer un chiste. Algo así, pero nada negativo, contesta. Suponte tú que cuando eres chico nadie te habla de sí mismo o de ti, ni tu mamá, ni tu papá, ni un hermano mayor, ¡nadie! Entonces, a lo mejor, no aprendes nunca a oírte. No me pongas esa cara como si estuviera hablando huevadas. Todo lo que uno reconoce es aprendido, así que tienes que aprender a escuchar y reconocer tus conversaciones íntimas, y si nadie te enseñó sencillamente no las oyes, no están. Capaz que sea así, porque el Huaso no era desconfiado ni nada por el estilo. Por el contrario, pregunta donde quieras por Luís Alberto Pinto y lo que más oirás en todas partes es qué buena persona el Lucho, qué buen amigo, qué gran tipo. Y es cierto, pocos tipos son más queridos. Aunque eso podría demostrar lo superficial que es el cariño en este mundo, o lo que nosotros llamamos cariño.

    Bien, considero que llegó el momento de contribuir en algo a la conversación. A pesar del agrado que experimento de estar oyendo un cuento de tiempos perdidos con toda impunidad acompañado de un buen vodkita, veo que voy directamente al sueño, cosa que sería una descortesía gratuita con mi amigo. Además podría hacer creer a mi viejo compañero que el accidente me afectó la cabeza, lo que no ha sido así para nada, solamente el aparato locomotor dijeron los médicos, y me doy perfecta cuenta de que es así. Seguir callado mucho rato más puede ser peligroso para mi imagen, mi amigo tiene fama de locuaz y cuentero. Así es que meto la cuchara.

    A mí también me pasó algo por el estilo con el Huaso. ¿Te acuerdas que le gustaba subir la cordillera a caballo? Iba siempre con Miguel Uriarte. ¿Qué se hizo ese huevón? Bueno, en uno de esos paseos me invitaron y fui. Por Los Ángeles para arriba fue el viaje. Varios días a caballo a visitar las típicas lagunas que siempre hay en lo alto entre los cerros, y a pescar. Así no más, sin carpa ni sacos de dormir, con un par de ponchos; eso era todo. El Huaso era terminante, ¡nada que pareciera que estábamos haciendo camping!, debía tratarse de tradición arriera pura. Fueron casi dos semanas deambulando por la cordillera. Unos lugares preciosos, pero dos semanas fue mucho, más aún con el par de huevones que casi no hablaron durante todo el paseo. Silenciosos aunque no taciturnos, simplemente callados. Parecían pasarlo de maravillas, y todo bien, y mira qué grandes esos ñirres, yo creo que río arriba está mejor la pesca, está buena la leña, cuando mucho cada dos horas. ¡Tú sabes la incomodidad que se siente entre tanto silencio!

    Una tarde, sentados alrededor de la fogata tomando café y mirando el fuego, el silencio del par se me hizo intolerable y les pregunté si tenían algo privado que querían hablar entre ellos, si necesitaban estar solos. Nunca los vi tan sorprendidos. No sabían si reír o darme explicaciones, pero los noté algo avergonzados. Luís respondió echándolo todo a la chunga. Oye, si es Miguel el callado, es como una tumba, de qué quieres que hable yo con este huevón si no sabe hablar. Y luego siguió Uriarte: si no fuera porque uno quiere tanto al Lucho no lo aguantaría, es como andar con un poste. Para mi sorpresa siguieron durante un buen rato molestándose mutuamente sobre quién era el más callado, quién de los dos era el más cagado de la cabeza. Se veía el afecto que se tenían y que sabían lo raro que podían resultar con su silencio: un par de mudos a caballo. Después de un rato comenzaron a reírse de mí. Y qué se te ocurre que queremos hablar en privado el Miguel y yo, a lo mejor piensas que queremos hacer algo en privado, por la boca muere el pez compadre, mira cómo se transparenta la clase de mierda que llevas en la cabeza. Mudos pero no tontos, me dije. Guardé silencio desde entonces hasta el fin del viaje…Y nunca más hacer algo de a tres con el parcito, que no contara con una opción de escape.

    ¿Tú crees que eran maricones?, me interrumpe mi amigo y siento alivio, puedo volver a escuchar, que es lo que se me da mejor a esta hora. No se separaban nunca, siempre pegaditos para todos lados. No creo, le contesto, eran sencillamente buenos amigos. En estos tiempos mal pensados una amistad así no puede dejar de mirarse con sospechas, pero cuando éramos jóvenes una amistad como la de ellos no llamaba negativamente la atención. O éramos más ingenuos o éramos más sanos, pero nada en la vida de Miguel ni de Lucho demostró posteriormente que tuvieran tendencias de ese tipo. Uno hizo un buen matrimonio que dura hasta el día de hoy. Del otro no sé mucho, pero los que han sabido algo de él lo tienen por mujeriego empedernido.

    Pero mi viejo amigo quiere seguir, continúa preguntando y respondiéndose. ¿Por qué crees que eran tan amigos el Huaso y Miguel Uriarte? Durante todo el colegio fueron inseparables. Venían de medios que eran parecidos pero distintos. Pinto era mucho más que Uriarte, se notaba. El Huaso era de una familia tradicional de dueños de grandes fundos cerca de San Fernando. Miguel Uriarte era hijo de latifundistas de Los Ángeles o por ahí. La Frontera se llamaba esa zona a comienzos del siglo XX. Tierras mapuche, regiones desprovistas de tradición, agricultura pobretona, ganadería de segunda. Los Pinto tenían casa en Santiago desde siempre, sus fundos daban para eso y mucho más. Lucho, criado en el campo, se vino a vivir a Santiago al entrar al colegio. Miguel pudo venir al colegio en Santiago sólo a costa del sacrificio de sus padres que se quedaron allá lejos en sus tierras; nunca los conocimos. La familia Pinto recibió a Miguel Uriarte en su casa como si se tratara de un hijo propio. Si bien parece que vivía con algún pariente cercano, el lugar seguro para encontrar a Miguel Uriarte era la casa de Lucho Pinto.

    Los dos tenían mucho de huaso, a pesar de que el sobrenombre le cayó a Lucho porque entró un par de años antes al colegio. Ambos habían sido criados en el campo, seguramente por viejas nanas primitivas medio indígenas, rodeados del silencio de altas habitaciones de casonas demasiado grandes y espaciosas para no resultar solitarias. Quizás ahí aprendieron el silencio, oyendo la poca habla del trabajador de campo, en contacto con su manera de ser concentrada y terca. O escuchando caer la lluvia, o crepitar el fuego en la estufa. O qué se yo, de alguna parte sacaron los dos esa cosa como de rumiantes que tenían, esa lentitud insoportable para salir con una opinión sobre algo. Quizás, puede ser, a lo mejor, quién sabe, concluían después de ponderar mucho las cosas. Y, sobre todo, eso de no hablar si a uno no le preguntan algo. Los huasos saben que si el patrón nada pregunta, mejor no tomar la iniciativa hablando, las posibilidades de cagarla son siempre grandes y peligrosas. Sí, yo creo que Miguel y Lucho sacaron mucho de la cazurrería de los huasos.

    Eran inseparables. Era casi imposible ver a uno sin el otro. Caminando del colegio a la casa de Luís, los veías concentrados, cercanos, silenciosos. Si te cruzabas con ellos, el Huaso sonreía, Miguel te saludaba serio. Eran fanáticos de las películas de vaqueros, los fines de semana de invierno se los tragaban los cines de Santiago que daban programas dobles o triples. Con buen tiempo se encontraban siempre haciendo andinismo en las cordilleras cercanas. Si no recuerdo mal, no eran muy aficionados a los estudios, eran alumnos regularcitos no más, aunque nunca hicieron nada que diera preocupación a los curas del colegio. Lucho fue siempre más receptivo a la religión que Miguel, no era infrecuente encontrarse con él saliendo de la misa tempranera antes del ingreso a clases, actividad que simplemente no figuraba en la agenda de Uriarte. Era la única diferencia de sensibilidad que uno podía percibir entre ellos.

    Quién podría haber dicho que todo cambiaría tanto. Ocurrió en la universidad. Lucho fue a estudiar medicina, Miguel fue a comercial. Dentro de poco el huracán de la política los lanzó a bandos antagónicos. En realidad lo inesperado para mí fue lo de Miguel. Él fue quien la cagó, el que traicionó no solamente a Luís sino que a todos nosotros, sus compañeros de colegio. Una verdadera sorpresa, quién lo hubiera pensado.

    El sueño está siendo un problema serio para mí pero mi viejo compañero está imparable. Quiere seguir hablándome de Uriarte y Pinto a toda costa.

    ¿Cómo es que recuerdas tantos detalles?, pregunto, ¿y por qué te obsesiona Pinto? No Pinto, contesta, Pinto y Uriarte; la verdad es que hace tiempo me propuse escribir un libro. ¿Un libro de Pinto y Uriarte?, digo espantando la modorra. Sí; pensó que si procuraba entenderlos bien a los dos podría asir una hebra básica, al menos una, de la trama que envolvió a nuestra generación, ellos no fueron casos aislados o excepcionales, por el contrario, sostiene que son casos paradigmáticos, disculpando la palabrota, agrega. Cree que sin muchos casos semejantes a Uriarte, el intento socialista legal de Allende ni siquiera podría haber sido imaginado en Chile. Fue necesario que muchos hijos de propietarios abandonaran su afán de propiedad. Y si no hubiera habido muchos Pinto, tampoco se habrían tolerado lustros, ni siquiera años, de la dictadura de Pinochet, fue necesario que miles de hijos de demócratas orgullosos le volvieran la espalda a la democracia. Entiendo. Siempre has tenido habilidades narrativas, digo con simpatía disimulando mi asombro. Pensé que era el momento de probarlas en serio me dice con cierta ansiedad. Convencido de que era algo necesario, sintió que recaía sobre él una responsabilidad importante. Se dedicó por años a la tarea, misión que mantuvo estrictamente secreta hasta ahora. Supongo que el secreto fue el único seguro que tomé en caso de fracasar, pero por trabajo no me quedé corto, sostiene. Y fracasó, por supuesto, lo reconoce él mismo, no podía ser de otra manera, tengo claro que las cosas demasiado prometedoras sólo tienen como destino descarrilar.

    Parece liberado de contarme cómo cayó en su propia trampa. Se propuso llevar a cabo una detallada investigación, buscó personas que se relacionaron con ellos en algún momento de su vida, con el propósito de entrevistarlas. Lo que interesa no es lo que la gente dice de sí misma, lo que importa es lo que dicen sus relaciones, si fuéramos a quedarnos con lo que cada cuál piensa de sí mismo, buena la haríamos, afirma. Pienso que suplió con inteligencia la negativa de Uriarte y Pinto de prestarse para semejante experimento historiográfico, se habrían pasado de huevones, por supuesto.

    El sueño me está deslizando fuera del mundo de mi viejo amigo. Me esfuerzo, apenas escucho lo que sigue contándome de su proyecto fracasado de libro. Pensó que era cosa de acumular suficiente material para articular después una interpretación completa. Iluso y temerario, me digo a mí mismo, pero no se lo comunico a él, por cierto. Cada persona entrevistada condujo a más candidatos y éstos a otros más. Se multiplicaron las entrevistas, aumentó en proporción potencial la cantidad de personajes que deberían ser considerados, cada uno de ellos traía al baile mucho más que recuerdos y opiniones de Miguel y Luís, traía su propia vida a borbotones. Descubrió lo obvio, que en el hoyo negro, insensible y olvidado en el que pretendemos vivir hay

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