Cuentos chinos
4.5/5
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Es este un libro de cuentos brevísimos, irregulares, caóticos, sobre relaciones de pareja, en los que "Ni falta ni sobra palabra alguna, la narración está medida al milímetro" (Luis Eduardo Aute).
De la autora, Alejandra Díaz-Ortiz, hemos investigado que perdió la inocencia con Arturo Ripstein, que Luis Eduardo Aute la confundía con Anjelica Huston, que Joaquín Sabina le regaló una canción, que Jaime López le escribió un disco completo, que su primer beso se lo dio el ex-gobernador de la Ciudad de México, que conoció a Pavarotti en su camerino, que fue lavandera profesional y vendedora de calendarios de puerta en puerta. Y que se casó con un poeta. La última vez que la vieron se dice que regentaba un bar en un pequeño pueblo de la sierra segoviana, a la sombra de la Mujer Muerta. Su pista se pierde ahí.
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Cuentos chinos - Alejandra Díaz-Ortiz
Aute
Cherry´s Club
(Lunes, 5:23 a.m.)
–¿Bailas?
Aeropuerto de Barajas, Madrid
A mi madre, Margarita, la mujer más bella que conozco…
–¿Que de dónde procedo?… Pues verá: mi bisabuelo materno era francés: un franchute que no tuvo mejor idea que robarse a mi bisabuela, una joven y hermosa india de la tribu Yaqui, esos que son primos hermanos de los Apaches, pero del desierto mexicano.
Del lado paterno, otro tanto de lo mismo: un chino cantonés que trabajaba en las obras del ferrocarril de San Francisco, se escapó y fue a dar a Sinaloa, donde se emparejó con la madre de mi padre.
De mis padres, poco más que decir: él se fue a Bolivia, dizque para hacer la revolución con el Che. Mi madre se quedó conmigo y con un medio ruso, medio oaxaqueño, al que siempre he llamado padre.
Así pues, siguiendo la tradición familiar, no es extraño que yo me dejara robar el alma por uno de los suyos y me brincase el enorme charco atlántico para venir a parir a esta linda andaluza de piel blanca, rizos negros, ojos rasgados y acento confuso que, seguramente, tendrá unos hijos rubios y de ojo azul, como su padre…
El agente selló el pasaporte con el visado de entrada al país.
14:22 p.m.
No me molestó la estúpida caída en la bañera. Tampoco los veintiún pinchazos y tres descargas que me dieron los de Urgencias. El paso por quirófano no fue nada grave, más bien creo que divertido: yo era el centro de atención. El funeral tampoco estuvo nada mal, fueron los que yo sabía –ni uno más ni uno menos– y tú.
Se dijeron las cosas justas que fui escribiendo en los recuerdos de los que apenas me recuerdan. Ni siquiera tus lágrimas me conmovieron; te dejé en buen momento para jugarte una próxima vida.
Pero lo que sí me ha jodido de mi muerte es esta puñetera certeza de no volver a