Pensar un árbol: Una novela corta
Por Yose Fernández
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Pensar un árbol es una intensa novela corta, donde el autor juega a confundirse con el texto... y recoge los sinsabores de la pérdida.
Descubre esta novela donde el autor juega con las palabras y el texto a proposito del sentimento de pérdida.
EXTRACTO
La muerte: no tiene sentido. Vueltas.
Después: y más después, con el o’clockar de las horas, solo asomará la ausencia, ese espacio recortado con color de realidad pero vacío de presencia, que primero se va llenando de lágrimas al run run de la mañana y, después, de olvido, de rutina y de tinta seca hasta pasar sin más (el hombre es un gato, el hombre es un árbol, conviene no olvidarlo). Así que debemos desacostumbrarnos a la sobreprotección que nos embarga en esta vida cargada de apatía en la que nada nos pasa, seguros bajo el confortable techo. No más entretenimiento de bajo riesgo. Somos refractarios cual cristal endeble, aceptemos, pues, el dolor, lo negativo: tránsito hacia lo sublime.
Y escindido: tras estas frases que tratan de aportar algo de templanza a la pena de ella, me propongo romper la idea posmoderna de que la literatura (baja estofa) no guarda relación con lo real: ¡qué más real que un gato muerto! Esto no es un juego, ni una mera seducción a través de las encantadoras sílabas salidas de la boca jugosa de una sirena alborotada. Hay algo más tras la palabra, pues no solo es herramienta, utensilio, amenaza, directriz, ideología, propaganda, sino un libro dentro de otros libros. Me pregunto: ¿cómo puedo seguir hablando de lo real si no es a través de la irreal inconsistencia de las palabras? El amor es una ficción.
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Pensar un árbol - Yose Fernández
Yose Fernández
Pensar un árbol
Yose Fernández
Pensar un árbol
Pensar un árbol
© de los textos, Yose Fernández
© de la fotografía del autor, Damián Martín Brito
© de la fotografía de portada, Roberto A. Cabrera
Ediciones El Drago
www.edicioneseldrago.com
info@edicioneseldrago.com
Edición permanente, 2018
ISBN: 978-84-949348-7-2
Diseño y maquetación: Emepece Studio
La reproducción parcial o total de este libro, mediante
cualquier medio, vulnera derechos reservados. Queda
prohibida toda utilización del mismo sin el permiso previo
y explícito de los editores.
De no haber encontrado este árbol, habría abandonado el trabajo.
Zhang Zhou, Zhuangzi
Un escritor no puede escribir más que sobre lo que se ofrece a sus sentidos en el momento en que escribe: soy un aparato de registrar, no tengo la intención de imponer historia, intriga o continuidad.
William S. Burroughs, El almuerzo desnudo
Yo la amaba, desde luego, pero más aún amaba mi vicio, aquel deseo de huir de todas partes, en busca de no sé qué, por orgullo tonto seguramente, por convicción de una especie de superioridad.
Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche
El amor perdona al amado hasta su avidez.
Tampoco puede uno verter sus propios pensamientos del todo en palabras.
Todo lo que él hace ahora está bien y en orden —tiene mala conciencia por ello, sin embargo—. Esto es debido a que su tarea es lo extraordinario.
Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia
Espejismos
Cualquier clase de sufrimiento debería ir acompañado de cierto conocimiento o alivio. A partir de lo dicho, lo sucinto comienza así.
Como el primero de mis hurtos que están por venir, pensé, cuánto cambiaría mi vida si fuera como una melodía…
Cuando mi antiguo profesor de universidad, el señor Quintana, me propuso iniciar un estudio sobre la Radiestesia, no le presté la menor atención; sin embargo, ya había, sin saberlo, inoculado el germen de mi futura búsqueda. Con el paso de los años, me he dado cuenta que a través de toda investigación he podido preparar el camino indagatorio y reflexivo sobre mí mismo, explicación que, por otra lado, nunca hubiera tenido lugar sin la figura lejana de mi profesor de entonces. Todo extraño por otra parte, yo que nunca fui, que digamos, un gran investigador y mis trabajos y calificaciones no pasaron de un mero aprobado, «cuatro hojuelas» me conmiseraba Quintana, siempre paternal y dispuesto a echarme un cable, incluso pagando de su bolsillo innumerables certificados académicos que me eran requeridos por mi situación de becario, casi desahuciado.
Pero todo era ya antes, y ahora también. Trece o quince: jirones. Entonces que nadie espera que empiece a contar, ni corro ni muchedumbre. No recuerdo cuándo fue la última vez que de su boca salió mi nombre tímbricamente ahogado. Y menos dónde están los «demás» (Juan, Celia, Sergio, Carlos, Mercedes, Álvaro, Alejandro, Paco, Ángel, Rafael, Lourdes, Alberto), aunque solo sirvan para dar sentido a todo este desconcierto. Como oír tropezar palabras: cuadro, curandero, hermandad, curso, normal, otro, miedo, cosa, ay, bueno, flojo, flojo, más, nada, no, n, máquina, ah, algo, sí, gente, está, fuera, sí, claro, cartel, deja, dónde, Madrid, foto, imágenes, tres, visto, tele, ampliar, grande, policía, mejor, toda, azafata, corre, vergüenza, je, je, jueves, más, atrás, casita, cereza, virtual, bueno, hasta, mañana…
Ayer, nuestro último viaje: recuerdo muy poco del trayecto… aunque sí recuerdo las cosas importantes. Recuerdo la fina lluvia a la llegada, que según el taxista había estado cayendo durante todo el día, una lluvia igual que en cualquier parte, una lluvia húmeda que moja todo irremediablemente, recuerdo el olor que no era muy diferente al de otros sitios, tal vez más denso, áspero, y también recuerdo la extraña tranquilidad del atrevimiento…
*
De título: El árbol en el bosque
Lo mejor sería escribirlo como (…)[1]: pero no es posible. No es preciso decir cómo esto ha cambiado…
Entonces: atravesé lentamente el páramo del patio, en el que unas pocas yerbas sobrevivían sin casi sustento, hasta que un empleado, cada tres meses, las retiraba una a una, resecas o verdes, con suma paciencia y dedicación. (Sin gracia alguna, he de decir).
Él: era otra cosa.
Y Yo: no había iniciado la búsqueda, inconscientemente aforismo como palabra.
Lo inconcebible: nada que no pueda subdividirse en raciones fácilmente cuantificables. Así sería la pauta a seguir. Como quien trocea una buena pieza de carne, jugosa, desmembrando tiras y pellejos. Pero carne muerta al fin y al cabo.
Esta mañana: el sol equivocado ha hecho las veces de enfermero. Por consiguiente, ningún hombre que escriba como camina puede deducir nada como quedará demostrado, pero yo estaba ahí, atravesando el umbral sin pagar el boleto de entrada. Como cualquier otro día. Somnoliento. Lagrimoso.
«¡Nadie paga aquí, o qué!»: vociferó el encargado de vigilar la biblioteca. Mientras un grupo de turistas lo miraba con irrisoria repugnancia. Hay gente que nace sin maneras. Qué asno este simple carpintero: ¡se piensa genial, inconmensurable!, permítanme que no me quite el cráneo. «Rápido, vayan sacando el dinero, que no tengo todo el día». «Yes». «Oui». «De acuerdo, señor». «Four money».
Vuelta a empezar: ayer nos despedimos en la estación. La realidad se impuso al sueño. No hubo sollozos, únicamente silencio: el abrazo y adiós. Ahora estoy seguro: ya no va a volver. No es que no me perdone, la reclaman en su ciudad, condiciones del traslado, dijo. No ha querido enseñarme la carta, tampoco se lo he mencionado. El amor es pasado. Lo nuestro fue poesía breve del amor.
Recuerdo en forma de pregunta: ¿de qué puede ser símbolo una mujer al final de una escalera oyendo una melodía lejana? De otra melodía igual de lejana: «Some of these days / You’ll miss me honey». Yo también quise ser, no obstante.
Des-espera: hoy no ha llegado el dinero, ni de noviembre, ni de diciembre, ni tampoco de enero. Nadie se hace cargo, todo son largas, un pasarse la pelota de un departamento a otro, de un supervisor al siguiente. «¿No da las gracias?», me insta el empleado. NO, digo sobresaltado (yo: el mantenido). Porque no se trata de oropeles, pues las grandes riquezas del país, ahora en vacío, han desaparecido del cuadro. Tanto luchar y tanto reinar para nada, una vez bebidos los jugos llenos de esperma consanguíneo: País.
El hambre: menos importante. Comer a cada poco tiempo. Esperar que las cosas mejoren sin perder de vista lo importante. Ella ya no está para ver la delgadez, la traslucidez del alma.
Así que: con más talante que hambre, me impongo la lectura de todos aquellos libros, para descubrir fehacientemente que el esquivo método con que había llenado mi vida, abre ahora un territorio inexplorado: un libro para 75 mecenas (por lo menos).
La oscuridad del pórtico: de la entrada y los escalones de piedra desbastada hacen las veces de llamada proletaria. Subo: el imperativo es claro. Adentro. Que me trague el comesables.
Pregunta: llamo por el bibliotecario: nadie responde: ausencia. Al fondo de la sala se oye el quejido resinoso de una puerta. Asoma una mujer que al caminar revela una disimulada cojera (un cojo nos irrita).
Contrahechuras: normalidad traumática contranatural: situs inversus.
Ella: joven, poco agraciada. Pero me resulta atractiva. Quiero imaginar deseo, coger con ella.
Sonrisa: «Buenas, ¿qué desea?». «¿Busca algún libro en particular?», me pregunta mientras sigo parado a un pie de la entrada. El suelo ha restallado al primer atisbo de movimiento, pero me he negado.
Luego desgana: «¿que qué quiere?». «¡Sí, usted!». «¿Está sordo? Tengo mucho trabajo». (Como siempre).
Des-ando.
Huyo: me refugio en un bar cercano junto a una plaza horriblemente remodelada. Pido una infusión. Poco cuesta. Saco mi portafolio y ojeo los documentos archivados hasta ahora. Dos carpetas hacen las veces de clasificador portatil, una roja (en cursiva «importante») y otra de color marrón («trabajos varios»). Tomo una diminuta cuartilla de la carpeta roja (la otra está vacía): recomendación… Es el primer paso, pura casualidad.
Mañana volveré a la biblioteca: si no llueve.
No llovió.
Pero hubo carnaval: no quería ir pero era sábado de piñata y un grupo de conocidos fácilmente me convenció. Imposible resistirse al Rey de Espadas, a la Sota de Espadas, a la endurecida y turgente Eugenia, que iba disfrazada de india sin plumas. Eugenia estuvo zalamera toda la noche, hablando con unos y otros en el baile. El Rey de Espadas muy divertido y hablador también. Yo los miraba impasible, desarraigado, tenía mi propia fiesta. Eugenia se hacía la desinhibida, le gusta gustar: ser-para-otro.
El otro: su ex-novio: funcionario, serio, demasiado cristiano. Eugenia y él siguieron viéndose tiempo después de romper, como medio año, únicamente para retozar juntos, sexo telúrico. Las malintencionadas no aludieron motivo alguno para la separación. Ella es brasa que envuelve, dicen; lanza que hiere, digo.
Madrugada avanzada: Eugenia me estuvo provocando a mí y a otros danzantes toda la noche y al final nada. Otra nada. Desapareció a mitad del baile, casi al final, ¿sola, acompañada? Y yo: la imponente (impotente) imagen del gran pasmarote: payaso disfrazado de payaso, borracho: vino sobre vino. Porque durante las fiestas siempre hay gente dispuesta a invitarte a un trago a cambio de unas risas. Otra cosa es pagarte un plato de lentejas