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Caminante del Esmog
Caminante del Esmog
Caminante del Esmog
Libro electrónico144 páginas1 hora

Caminante del Esmog

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Información de este libro electrónico

El amor puede llevarnos a sitios agradables, inhóspitos, siempre es posible rozar tanto la locura como la ternura.

Las historias narradas en este libro son pequeños flashes: escenas de una vida. Desde la más inocente historia de amor, pasando al crecimiento humano y hasta llegar a la completa locura. Alrededor de nombres de canciones: «Penny Lane» (The Beatles), «Denok Gara Malcom X» (Negu Gorriak), «El Camino» (Aleks Syntek); nombres de libros o cuentos, como Esperando el fin del mundo (Madison Smart Bell), El fantasma de Canterville (Óscar Wilde); o, en su caso, películas: Metrópolis (Fritz Lang) o Keiner Liebt Mitch (DorisDörrie), se engranan todas las historias.

Alrededor de tres poemas de una historia de amor se relatan entre bancos, situaciones vitales, muertes y, sobre todo, la visión de un mundo que poco a poco se adultera. Como tantos amores que hay en la vida de una persona, se tiende lamano a la separación, la pérdida, la rendición, hasta que un día la devastación y la locura han llenado todo, hasta los silencios.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento1 jul 2019
ISBN9788417887568
Caminante del Esmog
Autor

Fellah Majluf

Fellah Majluf (Morelia, Michoacán, México, 1973) representa a la tercera generación de mexicanos, con el mestizaje correspondiente: indígena, libanés, español y alguna otra mezcla de las que se dan en América Latina. Siempre ha pensado que en la Crónica de Castas él sería un Saltapatrás pero con varios pasos, metros o kilómetros atrás. Tiene un sinnúmero de libros sin publicar, desde novela, poesía, aforismos y algunas otras cosas de narrativa. Caminante del Esmog es su primer libro publicado, sin embargo, ha participado en revistas, periódicos -tanto impresos como digitales- y ganado algún concurso literario. Actualmente sobrevive en el barrio del Raval de Barcelona, desde donde ha decidido empezar a disparar.

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    Caminante del Esmog - Fellah Majluf

    A.C.

    Antes de Carolina

    Somos niños

    antes de perder

    en tus calles la pureza.

    Cegados desconocedores:

    Al caer la primera carta

    pensamos haber triunfado;

    tenemos la costumbre

    de llegar a otros brazos y,

    creemos aún

    que nada cuesta.

    Sin embargo, un día

    alguien estira la mano:

    no es saludo,

    quiere una moneda.

    Inexperienced

    En la clase pasada el maestro nos dejó escribir un «sentimiento», supongo que dicho ejercicio es para leerlo en clase, puesto que es Expresión Oral. Pero, qué les puedo decir a mis compañeros: un poema, algo que les llegue, decir cuánto los odio al estar frente a ellos, o simplemente, una sarta de sandeces mezcladas con caló para agarrar confianza. No, mejor vamos a platicar sobre lo que es estar de payaso o bufón de circo en el salón. Qué siento en esos pequeños instantes, iluminado por sus lacerantes miradas, bajo los reflectores del maestro.

    Es chistoso, creemos que es muy fácil estar en el ruedo haciendo el ridículo. Los espectadores pasan una velada feliz y divertida viendo cómo el «toro de la vergüenza» nos atraviesa con su puntiagudo cuerno. La última vez estuve aquí aterrado, y lo peor, es haber cantado para ellos. Mi hoja se asomó a saludarme antes de ser escogida, cuando me di cuenta, ya seguía. Me helé, sentía pasos en la azotea y rateros en el patio trasero.

    Introduje el casete y apachurré el botón de reproducción. Caminé, con la gracia de un hipopótamo bailando disco, a la parte frontal del salón, al punto dónde se junta todo: la espléndida mirada de mis coterráneos, la calificación del maestro y yo. Los ojos son una mezcla entre pulgas y polvo pica-pica, el mayor problema es que nadie se puede rascar el alma. La canción empezó: cada instrumento parecía el cincel de un minero; la batería, por cierto, tenía calidad de taladro. Yo hice lo propio, inicié el canto de los desafinados. Con ella, fue el principio de la sesión de nervios: temblaba todo, mis manos se movían, las piernas se me rompían y mi pajarito se hizo tan chiquito, que pensé que me volvía hermafrodita. Si no fue cierto, por lo menos eso sentí. Los comentarios brincaban de los ojos de mis compañeros. ¡Era yo, en el banquillo de los acusados! El juez y los jurados por todas partes asediando mis humildes berridos. Un espectáculo sin igual.

    Is it getting better/

    Or do you feel the same/

    Will it make it easier on you/

    Now you got someone to blame/

    You say/

    One love/

    One Life/

    When it’s one need/

    in the night/

    It’s one love/

    We get to share it/

    It leaves you baby/

    If you don’t care for it/ (...)

    El tiempo pasaba lentamente. Era una canción de menos de cinco minutos y cada segundo me decía —el chapuzón siguiente, será más grande—. Ahí, delante de todos, el mundo te hace pequeñito. Para entonces, había pasado algo de tiempo: 45 segundos aproximadamente. En ese momento, el tahúr empezó a cambiar las reglas del juego bajando el volumen de la grabadora. Mi mente apelaba esa decisión y, como por arte de magia, conforme el botón de volumen tendía a multiplicarse por cero: mi voz empezó a bajar. Me sentía Felipito el de las historietas de Mafalda: ¡Era diminuto cuando recogía sus calificaciones! Yo, estaba igual. De mi boca salían gallos como en un amanecer de pueblo, como si el sol apareciese dentro del salón en ese momento. Mis manos hormigueaban, sudaba frío y sentía calor, tenía una lucha interna entre consciente e inconsciente:

    —¡Canta!— Decía el primero.

    —¡No, no cantes, rájate!— . Gritaba su enemigo con esa voz tan amable que lo caracteriza.

    (...)Have you come here for forgiveness/

    Have you come to raise the dead/

    Have you come here to play Jesus/

    To the leepers in your head/

    Did I ask to much/

    More than a lot/

    You gave me nothing/

    Now is all I got/ (...)¹

    Así, estos dos iban de caída en caída hacia mi final. Yo como menso movía un pie, sacaba la mano de la bolsa, movía la hoja de la letra; que aun cuando me la sabía de «pe a pa» cubría un poco a La Vergüenza que danzaba y se reía de mí. En un instante de lucidez como muchos otros, miré al juez. El tormento estaba por terminar y sin embargo, en ese gusto quedaba la incertidumbre, ese poder casi omnipotente de no saber si se es o no culpable en las leyes del salón. El limón de las heridas.

    En cualquier instante por muy cruento que se pudiera ver sería la estocada final. La pica cortaría sus burlas y c’est fini. La corrida de toros sin nadie que bufe. Yo, Volteaba y volteaba. Pero, mi cabeza seguía expuesta en la alhóndiga para el deguste de conocedores y viejos héroes de México. Todos la observaban en su nicho, con el temor de ser los siguientes.

    ¡Por fin, se acabó! Me salvé de perder la cabeza en la guillotina de las calificaciones. Lo peor de todo es saber que esto será todo el semestre.


    ¹ U2. One. Achtung Baby. Island Records. New York, N.Y. 1991. Track 3.

    Tocata, fuga y apañón

    Los humanos tenemos muchas fijaciones. Alguna vez, la música era lo único que me animaba a seguir adelante. Todo era sencillo. Recuerdo aquella llamada, era miércoles. Me hablaron de Morelia para decir que tocábamos en un bar el fin de semana.

    No he dejado de pensar en la tocada, y lo peor es que estoy en exámenes. Sé que tengo que echarle todas las ganas, si no mi Papá me cuelga de los huevos... No importa, todo va a salir bien. He entrado a clases, hice mis tareas, leí un par de veces los apuntes. Voy a salir bien librado de los exámenes... Por lo menos eso espero.

    —Ya es viernes— Al salir de la clase de persuasión Erika nos dio un aventón a David y a mí. Nos dejó del otro lado de los acueductos de la ciudad. Para mi gusto, los de aquí son más bellos que los de Morelia. Los de Querétaro son del doble de tamaño (alrededor de unos seis o siete metros), además, están hechos de un material de color rojo ladrillo con mezclas de gris cemento que los hace menos fríos, les da vida. Los de Morelia, en cambio, son de cantera rosa y sucia, todos los edificios iguales... O mejor dicho, toda la ciudad es igual, rosa, rosa, sucia y descuidada. Dicen las lenguas más destacadas de la ciudad que es por las pugnas políticas, pero yo creo que es por cultura. Lo más gracioso de nosotros los mexicanos es la manía de siempre estar buscando alguien a quien adherirle las culpas personales —Yo no fui, fue Tete... —

    Nos bajamos rápido del coche y caminamos por la Colonia Jardines. Íbamos a casa de Elsa Von Sheven —¡Que mujer!—Desde que la conocí me dejó pasmado: es linda y tiene mucha personalidad; no es muy alta, blanca, estilo ario, con cachetes rosaditos, pelo corto, güera y en fin, el nombre y la pinta de extranjera. Algo muy atrayente es su forma de vestir. No es como la mayoría de las mujeres de la escuela, siempre trae pantalones medio descuidados por el uso, son de pana y no jeans; además, usa zapatos de gamuza de los que usualmente son para hombre, con suela de goma. Los mismos con los que Manolito borraba sus errores en la tarea. Es gracioso, sólo dos veces en el tiempo que llevo de conocerla ha usado falda, y eso, me encanta. Lo que me hace gracia de ella son sus calcetines, siempre escoge unas mezclas raras: amarillos con estrellitas de colores, otros muy bonitos de color guinda con mezclas de bolitas de distintos colores y así infinidad de impresiones y tejidos, pero siempre son de los gruesos, de los de lana. Casi todos son de colores medio opacos, pero siempre contrastan con su demás vestimenta. Lo peor de todo es que apenas y la saludo: ella es una Diosa Griega y yo un tímido

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