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Wild Crows - 1. Adicción: Wild Crows, #1
Wild Crows - 1. Adicción: Wild Crows, #1
Wild Crows - 1. Adicción: Wild Crows, #1
Libro electrónico315 páginas5 horas

Wild Crows - 1. Adicción: Wild Crows, #1

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Información de este libro electrónico

Justo después de la muerte de su madre, Joe recibe en herencia una carta que le desvela el nombre de su padre biológico, así como el lugar donde vive este. Totalmente sola, y desvalida frente a su duelo, la joven enfermera decide dejarlo todo para irse en busca de ese padre desconocido, un tal Jerry Welsh, propietario de un bar y presidente de un club de moteros en California. 

Sorprendido al descubrir la existencia de su hija de 27 años, Jerry acepta a su pesar darle una oportunidad, y hacerle un hueco en su mundo propio, pero también en su familia: tanto la de sangre como la de corazón. Joe descubre la verdadera identidad del club. Más que apasionados de las motos, esos hombres forman una verdadera banda que mete la mano en toda clase de economías paralelas. 

Novata en este mundo, Joe se dispone a meterse de lleno en un universo del que no sale indemne. 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 jul 2019
ISBN9781547590100
Wild Crows - 1. Adicción: Wild Crows, #1

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    Wild Crows - 1. Adicción - Blandine P. Martin

    Wild Crows

    Adicción

    Blandine P. Martin

    Condiciones legales

    Copyright © 2019 Blandine P. Martin

    Auto-edición

    Todos los derechos reservados.

    Cubierta realizada por BPM Créations.

    ISBN : 9791097266585

    ––––––––

    El Código de la Propiedad Intelectual prohíbe la copia o reproducción destinada a un uso colectivo. Toda representación o reproducción integral o parcial hecha para cualquier propósito, sin el consentimiento del autor, o de sus derechohabientes o causahabientes, es ilícita y constituye una falsificación, según los términos legales L.335-2 y siguientes del Código de la Propiedad Intelectual.

    Copyright© 2019

    www.blandinepmartin.fr

    A los amantes de la libertad,

    a Kurt Sutter, Kim Coates, Maggie Siff,

    a la increíble serie Sons of Anarchy,

    a los originales melómanos de Woodstock.

    No hay felicidad sin libertad, ni libertad sin coraje Péricles

    Playlist

    Para aquellos a quien les gusta leer con música, he aquí una sugerencia de playlist para leer el primer tomo. Las referencias musicales son un elemento recurrente en esta saga, y cada capítulo tendrá su ambientación. Puedes escucharla en Youtube, ¡ lista para reproducir !

    The Day is gone - Noah Gundersen Ft The Forrest Rangers

    Say It Ain't So Joe - Murray Head

    Mr Tambourine Man – Bob Dylan

    The Passenger – Iggy Pop

    I got you - The White Buffalo Ft. Audra Mae

    The Lost boy – Greg Holden

    John the Revelator – Curtis Stiger

    Too old to die young - Brother Dege

    Broken bones - Kaleo

    Arsonist’s Lullabye - Hozier

    Like a rolling stone – Boby Dylan

    Wanted dead or alive - Bon Jovi

    The Midnight Special – Creedance Clearwater Revival

    Wild thing – The Troggs

    Psycho killer – Talking heads

    Let’s get it on – Marvin Gaye

    All along the watchtower – The Forest Rangers

    Open my eyes – Alex Clare

    God's Gonna Cut You Down – Johnny Cash

    Piece of my heart - Janis Joplin

    Soldiers Eyes - Jack Savoretti

    Crimson and Clover - Tommy James & The Shondells

    You'll never leave Harlan alive - Darrell Scott

    In my veins - Andrew Belle

    For What It's Worth - Liam Gallagher

    Vor í Vaglaskógi – Kaleo

    Who Did That To You – John Legend

    Make it rain – Ed Sheeran

    The house of the rising sun – The White Buffalo

    Capítulo 1

    Joe

    Aún recuerdo aquella vez, a la edad de nueve o diez años, cuando cogí los vestidos más bonitos de su armario. Encaramada en aquellos zapatos de tacón, demasiado grandes para mí, con un paso vacilante y peligroso, decidí ofrecerle a mi madre un desfile digno de su nombre, después de haber visto uno en la televisión. Acabé escogiendo dos vestidos. Incapaz de elegir entre uno de pedrería negra y otro de terciopelo rojo, opté por los dos, eternamente indecisa. Recuerdo perfectamente cómo se escuchó por todo el salón la carcajada cristalina que provenía de mi mayor admiradora. Con solo evocar este recuerdo, me viene instantáneamente una sonrisa a los labios. Su pelo largo, rubio y ondulado, y sus mejillas redondas le daban un toque divino, en perfecta adecuación con las notas que se oían en su voz, como una caricia. Ella era mi modelo, mi pilar. Sin duda alguna, también mi doble. Con el coraje de una leona, había afrontado muchos obstáculos, comenzando con el hecho de tener que criarme ella sola. Rara vez algún hombre fue capaz de ganarse su corazón y, en su cobardía, todos acabaron renunciando a ella. El último de ellos, un tal Dwayne, la abandonó una buena mañana sin la más

    mínima explicación, después de varios meses de relación aparentemente idílicos. Esto la dejó destrozada. ¿ Y la razón ? Yo la conocía muy bien. Se trataba de la misma que la que me había llevado allí esa mañana. La alegría de mis recuerdos se atenuó para dejar sitio a un sentimiento indomable de injusticia. ¿ Por qué ella ? Mi madre había sido un modelo de vida ejemplar durante más de sesenta años, y aun así el destino decidió maltratarla, una última vez, con un gusto evidente por el ensañamiento. Ese sucio cáncer la corroyó hasta los huesos, comenzando por los pulmones. Y durante todo el tiempo aparentaba estar bien, a pesar de la enfermedad, manteniendo delante de mí aquella sonrisa que se me quedaría grabada en la mente para la eternidad. Aun cuando los tratamientos la habían dejado agotada, se contentaba con decirme que todo iría bien. Yo la creí. Por ella, y por mí un poco también. Un largo camino sembrado de dificultades a menudo insuperables, de falsas esperanzas durante las fases de remisión, todas seguidas de recaídas, como un recuerdo de la dura realidad. Mi madre ya no estaba, y yo tenía que hacerme cargo de los procedimientos administrativos pertinentes.

    — ¿ Señora Blake ?

    Una mujer con traje gris se erguía ante mí, al otro lado del escritorio. Con la mirada interrogante, me ordenaba cortésmente que volviera a la realidad. Yo habría preferido huir lejos de allí. Muy lejos. Me esbozó una sonrisa de conveniencia y yo recorrí la habitación con la mirada, habiendo olvidado casi dónde me encontraba. Una parte de las paredes estaba recubierta con una madera barnizada, y al fondo había unas viejas estanterías que almacenaban años de archivos, cerca de la ventana.

    — Bien, le agradezco que haya venido esta mañana.

    Asentí con la cabeza, nada segura de estar completamente presente. La notario abrió una carpeta de cartón marcada con el nombre Margaret Blake. Esa evidencia me asentó un latigazo, no había escapatoria posible. El tono rubio oscuro y perfecto de mi interlocutora estaba en perfecta armonía con sus gafas gruesas y demasiado clásicas. Inspiró profundamente un poco, y continuó.

    — Estamos las dos aquí para leer juntas el testamento que redactó su mamá.

    El término mamá pronunciado en la boca de una desconocida para hablar de quien me había criado no me gustaba. Me parecía como infantil. Yo era la única que tenía derecho a llamarla así, aquella palabra tenía un significado totalmente diferente en mis labios. Lucía con todo el amor que yo le daba, y ahora irradiaba un dolor punzante que me acompañaría seguramente para siempre. Pero no contesté y asentí con la cabeza para acortar mejor aquel encuentro desagradable.

    — En su testamento, la señora Blake ha expresado su deseo de legarle su casa.

    No me sorprendió nada. Mi madre ya me había preparado para aquello. Me había tenido informada, aunque entonces hablar de después de ella era sinceramente insoportable para mí. Lo aprobé en silencio. La señora Dorsay me alargó un documento girado hacia mí junto con un bolígrafo.

    — Si lo acepta, tiene que firmar en la parte inferior de cada página, por favor.

    Me recorrió un profundo dolor desde las entrañas hasta la garganta. Firmar un garabato en unos trozos de papel cobraba un sentido mucho más profundo de lo que realmente era. Esto significaba que aceptaba la suerte que la fatalidad le había reservado a mi madre, y que me percataba que ya no la vería nunca más. Con el estómago en un nudo, me volqué sobre la carpeta, secándome una lágrima con la manga. Me detuve, tomándome mi tiempo, para leer los detalles del documento. Nunca antes una firma había sido tan dura. La notario, aunque acostumbrada a aquellos dramas humanos, se tuvo que dar cuenta de mi estado de incertidumbre, ya que me esbozó una sonrisa cargada de empatía al recuperar las hojas. Me dio las llaves, y yo las metí en mi bolso sin ningún miramiento, como si tuviesen la connotación de algo privado, familiar, que tenía que preservar de los demás.

    — Bueno. Recibirá las copias durante la semana. Su mamá también ha querido dejarle un correo personal.

    Levanté insegura la mirada hacia el sobre que me tendía. De nuevo, hice un garabato en un trozo de papel para certificar haber recibido el correo en mano propia, aquel día. Arreglamos los últimos detalles de la herencia, pero una parte de mí ya estaba lejos de allí, lejos en mis pensamientos, en un pequeño espacio donde mi madre vivía aún, el tiempo de algunos recuerdos.

    *

    Apática, giré la llave de mi viejo Comet negro. El zumbido tan particular del motor me causó el efecto como de una caricia tranquilizadora, cubriéndome el corazón hecho añicos con una sonoridad habitual y reconfortante. Me refugiaba en mi nidito, apartándome del resto del mundo. El sobre aún cerrado yacía en el asiento de al lado, sobre el montón de documentos. No estaba preparada para abrirlo, todavía no. No tenía la fuerza suficiente para leer el último adiós que mi madre había querido dejarme por escrito. Lo observé en silencio, después arranqué a toda marcha, con la insaciable necesidad de huir lejos de todo aquello.

    Capítulo 2

    Joe

    Crucé la puerta, con el alma aún lejos. Aquel lugar me había visto crecer y hacía dos años había vuelto a él para acompañar a mi madre en su medicación cuotidiana; había dejado mi apartamento. De todas maneras, acababa de romper con mi novio de entonces, Arthur, y necesitaba un cambio. Mi madre y yo, nos completábamos: juntas, éramos más fuertes. Le daba todo el amor que podía y me esforzaba para transmitirle todas las ondas positivas que podía sacar de mi interior. Ella actuaba como una gasa sobre mis heridas, suavizando las penas de mi corazón. Era aquel beso mágico al que uno le gusta recurrir para que un niño olvide pronto su pupa. Pero ahora, esa gran casa me parecía vacía, como congelada en el tiempo. Mi madre lo había dispuesto todo en orden antes de su último gran viaje. Lo había organizado todo con esmero, hasta en sus últimos instantes. No dudaba ni un segundo de sus motivaciones: esa manera de no dejar nada al azar antes de su partida traicionaba su inquietud para conmigo, y sólo tenía el objetivo de protegerme, yo, su hija única. Aquellos largos meses de enfermedad le habían dado el tiempo de preparar el después. Todo lo había planificado con antelación, ya sea el tema administrativo, o bien los problemas de tipo logístico. Una última vez, me había protegido, jugando su papel de madre amante y devota. Se me hizo un nudo en la garganta. Me fui hacia el gran sofá azul del salón y me hundí, agotada. Dejé caer el montón de documentos de la notaría sobre el cojín de al lado, junto con el sobre. ¿ Por qué se había tomado el tiempo de escribirme un mensaje ? ¿ Se trataba de su último adiós ? Ya nos lo habíamos dicho todo, más allá de lo posible incluso. ¿ Por qué perderse en un adiós suplementario, ella que siempre había afirmado que nos veríamos un día ? Tragué con dificultad. La curiosidad ganó, superando por poco al oleaje de miedo y de dolor que sin embargo me envestía con violencia. Aquel sobre parecía llamarme. Un canto de sirena implacable, pero demasiado intenso como para mezclarse con la sensatez. Gruñí.

    Observé la habitación a mi alrededor. Siempre aquel silencio, parecido a la defunción, me recordaba a cada jodido segundo que ella ya no estaba allí, que ya no volvería. Una vieja cantinela silbada por un destino muy vicioso. La realidad que me resistía aún a aceptar me perforaba el tímpano, después la cabeza, todo mi ser entero. Me consumía, espeluznantemente presente, hasta en la parte más pequeña de aquella casa.

    Conocía a la perfección las fases del duelo. Era el abecé en el servicio en el que trabajaba, la planta de psicología del hospital de la ciudad. Y sin ninguna sombra de duda, justo después del shock, afrontaba la primera fase: la negación. Pronto la cólera daría sus frutos. Ya sentía cómo me iba subiendo, amenazante. Pero por ahora, me ahogaba literalmente, y la luz de la superficie parecía desaparecer poco a poco. Perdemos todos nuestros parientes un día, pero nada nos prepara para ello. Dudo de que nos podamos reponer realmente.

    El tiempo parecía como parado en la casa, y casi habría podido escuchar los fantasmas de mi infancia y sus risas traviesas flotando un poco por todas partes. Un pasado desaparecido para siempre. Presté atención al sobre, indecisa.

    Y vaya, cedí por fin.

    — ¿ Qué te queda por decirme ?

    Me encontré hablando sola en voz alta; de mal en peor. Reí con amargura. Flaqueé. Reteniendo el aliento, agarré el objeto que me atormentaba y lo rasgué para abrirlo. Desplegué con delicadeza el papel cargado con una escritura femenina y elegante. Ya me estremecía sin importar lo que contuviese. Con las primeras palabras aparecieron las lágrimas. En cada una de ellas escuchaba la dulce voz de mi madre pronunciándomelas para la ocasión.

    Mi pequeña Joe,

    Te conozco lo suficiente como para saber hasta qué punto estás sufriendo al leer estas palabras. Y sin embargo, estate segura, estoy bien.

    Me ha llegado la hora de ir a otros cielos. Pero tú, cariño, tendrás que continuar hacia adelante, levantarte y afrontar la vida.

    Tienes un corazón inmenso, demasiado grande para quedarse vacío. Es por eso que creo que ha llegado el momento de decírtelo todo. Porque alguien tiene que poder ocupar en él mi lugar, y porque no, mi ángel, la soledad no está hecha para ti. Rebosas de amor y te tienes que entregar a alguien, es vital. No te puedes aislar para el resto de tus días.

    ¡ Qué cosa ! Han pasado veintisiete años desde que la vida me dio el más grande de los regalos: tú. Y nunca te has atrevido a hacerme LA pregunta, sin duda por miedo a herirme, o quizá a quedar decepcionada. Pero ya es hora. Si prefieres mantenerte en la ignorancia, respetaré tu decisión. Pero creo sinceramente que necesitarás esta verdad para reponerte. Si confías en mí, Joe, lee lo que sigue, por favor, mi amor.

    Tu padre.

    Tu padre se llama Jerry Welsh.

    Me paré un momento para secarme las lágrimas, que se habían vuelto muy invasivas, e intenté calmar la respiración anárquica. Vacilé un instante, bajo el shock de todo eso que no se había dicho durante tanto tiempo recogido en aquel papel. Retomé la lectura.

    Según lo último que sé, regenta un comercio en Monty Valley, en California. No sabe que existes, cariño mío, y es sin duda el pesar más grande que tengo. No por él, ni por mí, sino por ti. Porque me he dado cuenta demasiado tarde que había tomado una mala decisión, que su ausencia en tu vida crearía sí o sí una carencia. Es culpa mía, y asumo toda la responsabilidad. He actuado como una madre, para tu bien. Pero he fallado. Espero que hoy aún haya tiempo para cambiar las cosas y para compensar este error, el más grande de mi vida. Es un poco tarde, pero no tuve antes el valor de afrontar el pasado.

    Pero tú, Joe, tú tienes esa fuerza, ese valor que yo no tengo. También tienes energía. Te viene de él.

    Ve a encontrar a tu padre, cariño. Dale esta carta si la necesita. Al principio se sorprenderá. Será seguramente por el shock, y también por la rabia. Después quedará aterrado, pero qué más da. Nadie puede negar lo evidente. Tienes sus ojos, Joe, su determinación y su temperamento. Estoy íntimamente convencida de que el tiempo lo sobrepasa todo. Por última vez, confía en tu vieja madre, cariño mío. El futuro te tiende una mano.

    Y aquí estamos las dos otra vez. Cuida de ti

    misma, y no le cierres la puerta a quien te eche una mano. La joven mujer fuerte que te has hecho será mi mayor orgullo. Eres mi ángel, te amo con todo mi corazón. Cuando llegue el momento, nos encontraremos, al otro lado. Pero en este, vive. Devora cada segundo de tu existencia y muéstrale al destino de lo que eres capaz. Empéñate, planta batalla cuando te haga falta para defender lo que crees, para que tu futuro esté a la altura de todas tus esperanzas.

    Te quiero.

    Mamá.

    Dejé de respirar, estaba entre el shock y la tristeza. Con estas palabras me dio la sensación que me dejaba otra vez. Me sobrevino un sinfín de emociones muy mezcladas como para que pudiese identificarlas. Con los ojos empañados, a penas comprendía sus intenciones. Aún resuenan palabras en mi magullada cabeza. Dos concretamente. Un nombre y un apellido: Jerry Welsh. Mi padre.

    Me derrumbé, superada completamente. No era más que la sombra de mí misma, la sombra de una pequeña niña perdida ante las elecciones de la vida.

    Capítulo 3

    Joe

    Mi mirada divagaba en el oro negro humeante que sostenía entre los dedos para calentarlos. A mi alrededor, la sala del Short Break[1] estaba abarrotada. Ese lugar tan cómodo se hallaba al pie del hospital de Stonebridge, lo que explicaba por qué tantos miembros del personal se encontraban allí para hacer una pausa durante la jornada. La mía justo acababa. No conseguí concentrarme esa mañana, por muchas razones. Volví al trabajo a principios de semana, con el corazón todavía por los suelos. Pero más que el dolor de la defunción de mi madre, lo que ocultaba mis pensamientos – quizá se trataba de un sistema de escudo por parte de mi inconsciente para dirigir mis ánimos hacia otra parte— era el contenido de esa carta. ¿ Es que a caso un simple trozo de papel tenía el poder real de cambiar mi existencia para siempre ? La voz sobreaguda de mi compañera Saddie revoloteaba a mi alrededor sin conseguir nunca realmente captar mi atención. Normalmente, ese timbre atípico me hacía sonreír, y más cuando ella era lo que más se parecía a una amiga en mi vida actual. La apreciaba mucho y ella también me lo demostraba. Pero una parte de mí

    había huido de mi cuerpo el día en que descubrí las palabras que mi madre me había dejado. Ese pedazo de mi ser se había refugiado en un lote inabarcable de interrogantes, de miedos y de esperanzas, y no parecía querer salir de ahí.

    Me sobresalté cuando sus dedos helados tocaron los míos.

    — ¿ Me estás escuchando ?

    — Sí... ¡ no !

    Saddie me riñó con la mirada.

    — Bueno... ¿ a lo mejor sí ? ¿ Sí ? – repetí con toda la seguridad que podía.

    Mi amiga suspiró.

    — Escucha, sé que lo que estás pasando resulta difícil. Razón de más para tomar distancia y hacerte las preguntas necesarias.

    — Lo sé. No decidiré nada por una cabezonada.

    Ella parecía dudar.

    — ¿ Estás segura ? Porque hace días que pareces estar en otra parte... un poco ida.

    Inspiré profundamente, tomando conciencia de que estaba en lo cierto. Insegura, intenté explicarle mi percepción.

    — Sólo intento examinar el asunto, ya sabes... no paro de preguntarme lo que pasaría, si me levanto de aquí treinta años sin haber intentado nunca encontrarlo.

    Mi padre. Eso era lo que me perseguía desde hacía una semana. Tenía que saberlo, simplemente. Verlo. Por un instante detecté un cierto enfado en la mirada azul de mi compañera. Se frotaba las manos con un cierto malestar.

    — ¿ Qué harías si... si él nunca quisiera encontrarse contigo ?

    Se excusó rápidamente, sin duda consciente del golpe que acababa de asestar a mis esperanzas. Pero yo no era estúpida. Con veintisiete años, yo ya había aprendido a combatir los avatares de la vida. Si ese fuese el caso, ya me levantaría de nuevo, herida, pero viva.

    — Me imagino que tiene una vida bien organizada, seguro que con familia. Será un shock, probablemente.

    — Pero aun así... veintisiete años sin decirle nada... ¡ es una locura !

    Asentí en silencio, mientras tanto el café me ardía ante las pupilas, luego en los labios.

    — Si no me quiere conocer, aceptaré su decisión... me imagino. No sé qué más podría hacer yo.

    Saddie me observaba en silencio, con una mueca de aflicción en su carita de muñeca.

    — En todo caso, no lo dejes todo al azar, es demasiado arriesgado. Muchos hacen eso y después se pillan los dedos. Ve a hablar con Sullivan para una pausa – me dijo dibujando las comillas con los dedos -. Un short break – se rió apuntando con la mirada a la señal roja del punto caliente.

    Me reí. Hacía días que no me pasaba. Pero Saddie, bueno, era Saddie. Ella tenía ese don para servirme de consuelo cuando nada me iba bien.

    — Así, si no va todo como lo deseas, siempre podrás volver a tu puesto al hospital y a tu vida aquí.

    — Todavía no he tomado ninguna decisión – le recordé.

    — ¡ Claro que la has tomado ! – me desafió.

    Me echó una mirada acusadora. Me reí de nuevo.

    — Tu situación aquí me parece que es buena, ¿ no ? Un buen trabajo, una amiga de lo más, un pisito coqueto, y el mejor restaurante de tacos justo abajo. Ah, me olvidaba, y un ex que no podría ser más detestable, pero súper mono y que todavía está en el ajo...

    — Arthur, ¿ en el ajo ?

    Había utilizado un tono más vivo de lo que me habría gustado. Mi ruptura con Arthur Marvel había sido dos años atrás. Pero no conseguía todavía hablar de él sin sentir una rabia y un asco profundo que me subía por la nariz. No le perdonaba sus mentiras, sus engaños. Después de un año y medio de vivir juntos, corté por lo sano; pero aún no lo había superado. Y en seguida la enfermedad de mi madre y mi curro se encargaron de aparcar mi vida sentimental en el fondo del armario. Había tenido

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