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Wild Crows 3. Confesión: Wild Crows, #3
Wild Crows 3. Confesión: Wild Crows, #3
Wild Crows 3. Confesión: Wild Crows, #3
Libro electrónico385 páginas6 horas

Wild Crows 3. Confesión: Wild Crows, #3

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Información de este libro electrónico

Mientras el verano sigue con normalidad en Monty Valley, Joe intenta continuar su camino a pesar de la ausencia que la está carcomiendo. Ahora que trabaja en San Francisco, intenta retomar algo parecido a una vida normal, en parte gracias a su amigo y compañero Adam. Pero un retorno inesperado hará que toda su vida vuelva a dar un vuelco. Confundida entre el rencor y la necesidad de la verdad, Joe deberá afrontar unos sentimientos hasta entonces aparcados. Más que excusas, lo que espera es una explicación, y piensa hacerle pagar a Trevor Laurens las heridas que le ha causado con su partida. Mientrastanto, el club tiene que acabar el trabajo con los rusos, y Jerry se encuentra con un escollo contra el cual no sabrá cómo lidiar: una carrera contra el reloj, contra el tiempo. ¿Y si ha llegado la hora de afrontar el futuro del club? Por su parte, Ash tendrá que tomar una decisión que le podría cambiar la vida, y poner en peligro el buen rollo de los Wild Crows. 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 mar 2020
ISBN9781071536797
Wild Crows 3. Confesión: Wild Crows, #3

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    Wild Crows 3. Confesión - Blandine P. Martin

    Wild Crows

    3. Confesión

    Blandine P. Martin

    Condiciones legales

    Copyright © 2018 Blandine P. Martin

    Auto-edición

    Todos los derechos reservados.

    Cubierta realizada por Blandine P. Martin

    ISBN: 97910972662998

    Depósito legal: junio 2018

    Traductor: Xavier Méndez

    El Código de la Propiedad Intelectual prohíbe la copia o reproducción destinada a un uso colectivo. Toda representación o reproducción integral o parcial hecha para cualquier propósito, sin el consentimiento del autor, o de sus derechohabientes o causahabientes, es ilícita y constituye una falsificación, según los términos legales L.335-2 y siguientes del Código de la Propiedad Intelectual.

    Copyright © 2018

    www.blandinepmartin.fr

    En cuanto a los sentimientos, la falta de lógica es la mejor prueba de la sinceridad

    León Tolstoi

    Playlist

    Para aquellos a quien les gusta leer con música, he aquí una sugerencia de playlist para leer la tercera entrega. Las referencias musicales son un elemento recurrente en esta saga, y cada capítulo tendrá su ambientación. La podéis encontrar ya preparada para escuchar en Youtube.

    Alex & Sierra – Little do you know

    Aaron Lewis – What hurts the most

    Blues Saraceno – Dogs of war

    Chris Stapleton – Tennessee Wiskey

    X Ambassadors, Jamie N Commons – Jungle

    Mispo – Marianne

    City and Colour – The girl

    Shakey Graves - Dearly Departed (feat. Esmé Patterson)

    Freedom – Django Unchained

    The RockAteers – SatellitesElle King - Under The Influence

    Later That Year – Straylight Run

    Elle King – See you again

    Johnny Cash – Ain’t no grave

    Shawn Mendez – In my blood

    Passenger – Hell or High Water

    Limp Bizkit – Behind blue eyes

    Emeli Sandé - Read All About It

    James Arthur, Emeli Sandé – Roses

    Michael Schulte - You'll Be Okay

    Sam Smith – Too Good At Goodbyes

    Angel Of Small Death & The Codeine Scene – Hozier

    Audra Mae – Ne'er Do Wells

    Dorothy – Down to the Bottom

    Thinking Out Loud (Acoustic Session)

    Sia – Chandelier (Acoustic Version)

    Audra Mae – The Unclouded Day

    Flatfoot 56 - Shiny Eyes

    Barns Courtney – Glitter & Gold

    Tracy Chapman – give me one reason

    Jack Savoretti – Nobody 'Cept You

    Calum Scott, Leona Lewis – You Are The Reason

    Ruelle – I Get To Love You

    Michael Schulte – Heard You Crying

    Train – Drops of Jupiter

    Imagine Dragons – Next To Me

    BONUS – Sarah Jarosz - House of Mercy

    A la familia Wild Crows, ese pequeño grupo de lectores que ya se ha hecho numeroso, a su energía desbordante y su entusiasmo contagioso.

    #WildCrowsFamily

    Capítulo 1

    Joe

    —¿No te preocupa dejarme aquí?

    —¿Por qué? —se sorprendió Adam.

    Dudé en darle una respuesta. Porque mi padre y sus amigos no van a ser amables contigo habría sido difícil de digerir. Debí de sonreír como una pánfila, pero siendo honesta, lo hice como mejor pude. Tener una vida social siendo la hija de Jerry Welsh no era nada fácil. Adam ignoró mi señal de alarma y entró en el aparcamiento del Devil’s a pesar de mi intento de mantenerlo alejado de ahí. Aparcó su descapotable brillante delante del motel y me miró un instante con un rostro malicioso. Si no hubiera sido tan creído, habría tenido seguramente una oportunidad. Ese tono de bronceado y ese pelo descolorido por la brisa marina le daban un cierto encanto y sospeché que se tenía que machacar para sacar musculitos y mantener ese tipín de atleta. ¡En serio! Tenía un look de surfista de esos que se pasean por las playas de Los Ángeles para exhibir sus encantos. No veía ninguna plancha, ni olas, al menos por ahora, simplemente a un guaperas pavoneándose que me dedicaba una sonrisa perfecta.

    —¿Qué? —me estaba impacientando.

    —Tenía ganas de salir por ahí a comer. Estoy contento de que por fin me hayas llamado.

    Ostras, ya no oía para nada ese comentario. ¿Qué estaba haciendo que sintiera, exactamente?

    —Lo he pasado muy bien, Joe.

    —Y yo —asentí educadamente—. Ha estado bien.

    —Podríamos repetirlo, ¿no?

    Me quedé parada, bloqueada.

    —Esto… sí, vale.

    Mi mano agarró instintivamente la maneta de la puerta y salí de su Dodge con el afán de acabar ya con aquello. Estaba de suerte, el taller parecía abierto, pero nadie a la vista, sólo dos motos aparcadas delante. Preferí no fiarme de la reacción que podía tener Jerry al ver a un desconocido en su territorio… Precisemos: un desconocido revoloteando alrededor de su hija. Yo ya me estaba acercando a los treinta, pero su instinto de posesión conmigo era algo sin igual. Era realmente un padre sobreprotector, con armas y con una fuerte inclinación por el peligro.

    Entrenado de más en el ligue, Adam vino hacia mí y se apoyó sobre su coche, igual de discreto que él.

    —¿Pronto?

    Necesité unos segundos para entender de qué me estaba hablando.

    —Oh, sí… Si quieres, sí.

    Como siempre, yo contaba con una torpeza legendaria. Ya empezaba a saberlo: tenía un don innato para zanjar los momentos embarazosos metiéndome en líos. A pesar de todo, y sin manchar mi orgullo, aceptar un par de comidas con ese cirujano era lo menos que podía hacer, ya que gracias a él iba a poder entrar en el Saint-Patrick Hospital. Simplemente le estaba pagando con la misma moneda. Pero llegó lo que estaba temiendo. Ese abejorreo, primero lejano, se hizo cada vez más nítido. Un rugido único que yo ya era capaz de reconocer entre todos. La jauría se acercaba. Adam se giró hacia el horizonte, estupefacto por la hilera de motos que recorría la carretera en dirección al complejo Welsh. A la cabeza del pelotón, el digno presidente de los Wild Crows, con su pañuelo que le salía bajo el casco y sus gafas oscuras sobre la nariz. Una vez hubo cruzado el portal, fue frenando al verme, observando con todo lujo de detalles a mi acompañante, sin hacer el más mínimo esfuerzo de cortesía. Luego siguió su camino hasta la otra punta del aparcamiento, seguido de cerca por los otros miembros del club. Se alinearon todos con una precisión de relojería suiza; una hilera de Harleys negras frente al taller, de donde salieron Foxy y Bigma. Los observé un segundo antes de poner mi atención de nuevo en Adam, a quien, boquiabierto, debió de parecerle que sus músculos eran ahora demasiado pequeños comparados a la dosis de testosterona que rezumaba en el ambiente entre ese convoy de cuervos.

    —¿Nos damos un toque? —me preguntó con una sonrisa menos segura que al principio.

    —Sí, claro. Quedamos así.

    Me reprimí para no reírme.

    Me dio un beso robado en la mejilla. No tuve tiempo de impedírselo de todas formas. Y conociendo al personaje, ¡tenía que considerarme afortunada de que se contentara con tan poco! Adam era de sangre caliente, pero había que suponer que la compañía de los moteros se la había enfriado ligeramente. Yo no me lamentaba. Aunque habíamos tenido algún desliz cuando vivíamos en Stonebridge, no tenía pensado volver a ello, a pesar de sus intentos recurrentes y bien planeados. Era un seductor nato, sin ninguna duda. Peor para él, yo no era el tipo de chicas que se dejaban atrapar tan fácilmente; ya era así antes, pero las vicisitudes con las que había lidiado después, sobre todo lo que yo llamaba el episodio ruso —aunque prefería no pensar más en ello—, no habían favorecido en mi persona. 

    —Siempre estás tan guapa —me susurró acompañando el comentario con un guiño experto.

    No reaccioné, estaba muy poco habituada a ese tipo de comportamiento, y miré a Míster Universo mientras se subía a su Dodge. Me hizo unos gestos que habrían hecho desternillarse a más de uno y arrancó su cupé. Al pasar por delante de mí, levantó la mano, con unas mejillas alegres en su carita, y le ofrecí una sonrisa educada, a falta de algo mejor. Luego me volví rápidamente hacia el taller y observé a los Wild Crows desplegados sobre el asfalto. Empecé a avanzar en dirección suya para saludar a mi padre cuando mi corazón dejó de latirme. Me quedé inmóvil por el shock. No. No era posible. No después de tanto tiempo. Y, sin embargo, ¡cómo no reconocer esa silueta gigantesca que Marcus abrazaba con júbilo! Respiré de nuevo, pero de manera anárquica. Con la boca bien abierta analicé el horizonte preguntándome si acaso no lo había soñado todo. No era ninguna alucinación: sí, era Trevor Laurens el que se hallaba a la otra punta del aparcamiento; hacía meses que había desertado de Monty Valley para un supuesto servicio prestado a los chicos de Reno. Si no hubiera estado tan bloqueada, seguramente me habría reído con amargor. ¡Había sido una buena excusa eso de la ayuda entre capítulos! Cuando el grandullón moreno se giró hacia mí, abrazado a mi padre, yo desvié la mirada, presa de un ataque de estrés intenso. Recogí mi bolso que estaba por los suelos —lo había soltado seguramente sin darme cuenta— y me fui directa al Devil’s con un paso acelerado. Empezaba mi turno en media hora, pero tenía que ocupar con algo la mente, las manos, la cabeza. Que me fuera, vamos. Crucé el umbral de la puerta e hice sonar ese tintineo familiar. La tarde llegaba a su fin con tranquilidad, pero resultaba evidente que el bar estaba siempre repleto desde que empezamos a abrir también por el día.

    Saludé a Mona con una sonrisa exprés y entré en el cuarto cerca del almacén, para dejar mis cosas. Había visto a Carole al fondo de la sala, pero como de costumbre, no se dignó a tener ni los modales básicos conmigo. Ya me había ido acostumbrando.

    En ese vestidor improvisado, con tan sólo unas taquillas, una mesa, un par de sillas y un armarito acondicionado para escobas, me dejé caer en uno de los asientos y la cabeza me fue a parar lamentablemente entre las manos. No me lo podía creer. La última vez que había visto a Ash en persona había sido en el funeral de la hija de Bowman. Y de eso hacía ya más de tres meses. Y cuando yo ya había decidido tirar hacia delante, él volvía a presentarse en la ciudad. ¿Cómo no volver a pensar en el odio que había sentido hacia él al saber que se iba? Cobarde, esas fueron las últimas palabras que habíamos tenido, sólo por parte mía, a decir verdad. Él nunca se dignó a responderme y mi orgullo optó por tacharlo de mi vida. Era el mejor medio que había encontrado para controlarme. A veces uno tiene que aceptar dejar caer en el olvido sus expectativas demasiado ambiciosas y edulcoradas. Tampoco es que hubiera pasado página gustosamente, pero lo había hecho, a mi manera, como mejor pude. No era como si hubiera tenido algo que decirle, se había ido, cerrando la puerta a todas las preguntas que alborotaban mis sentimientos. Su respuesta me bastó. No era posible ser más claro, como agua cristalina en una botella con la etiqueta caso cerrado.

    Se abrió la puerta de la salita y vi entrar a Jenna.

    —¡Ey, hola!

    Se fue a su taquilla y dejó sus cosas, luego se paró enfrente a mí.

    —¿Va todo bien? —me preguntó con un tono sospechoso.

    —Sí. Sólo es migraña, se me pasará —mentí.

    —Vaya, sé lo que es. Puedo pasarme por la farmacia… —la interrumpí con un gesto.

    —No, tranquila, no suele durar mucho.

    —Oh, OK. Como quieras.

    Ahora le tocó el turno a Carole de aparecer. Acababa la jornada, qué suerte. Yo no sé qué habría dado para no empezar la mía en ese preciso instante. Saludó a su amiga teniendo cuidado de ignorarme. Nunca había entendido por qué me odiaba tanto, y mis esfuerzos por acercarme a ella y romper el hielo se habían acabado saldando con unos fracasos estrepitosos. Yo no era de ese tipo de gente que pone la otra mejilla, así que acepté el hecho de que esa chica me odiase indefinidamente sin motivo alguno. Por suerte, nunca coincidíamos en el curro, quizá así se lo había pedido a Mona, yo no tenía ni idea.

    Un minuto después, me encontré sola en el vestidor y tenía las mismas ganas de ir a servir al bar que de colgarme. Suspiré un poco más fuerte, como para infundirme una dosis de coraje, o dos. Lo iba a necesitar, pues estaba segura de una cosa: no estaba preparada para enfrentarme a él otra vez. No figuraba en mi lista de cosas por hacer al levantarme por la mañana…

    Pero fui igualmente a reunirme con mi madrastra tras la barra.

    —Puedes irte —le dije—, ya te sustituyo.

    Me respondió con su impecable sonrisa.

    —No, me quedo esta noche.

    No me dio tiempo a preguntarle más detalles, unos cuervos volaron por la puerta del Devil’s, era una jauría de lobos decorados con cazadoras de cuero. Y a la cabeza del pequeño grupo, su presidente, mi padre. Con su pañuelo negro y sus gafas a juego, era difícil que pasara por otra cosa que no fuera un motero borderline. Tenía una buena facha, como un golfo.

    Quise bajar la mirada, huir de la visión que se impuso ante mí enseguida, pero fui del todo incapaz. Tenía a su mejor amigo bajo el brazo, estrujándolo con fuerza y virilidad. Todos dibujaban unas grandes sonrisas entrando como gallitos en el corral. Los clientes que había no se perdieron ni un ápice de la entrada de los big boss en su cuartel general. Intenté aparentar estar tranquila, pero en mi interior, sentía todo un desbarajuste: se me salía el corazón del pecho y la sangre me corría rápido por las venas, tenía la cabeza sumergida en un follón incoherente. Jerry empezó besando a su queridita esposa, antes de avanzar en mi dirección. Esta vez desvié la mirada y fingí que me ocupaba de las rodajas de naranja preparadas en la encimera. Por desgracia, mi intento de alejarlos no funcionó. Mi padre rodeó la barra y me puso una manaza sobre el hombro. Simulé un tono de sorpresa, sin duda poco convincente y le espeté mi más bella sonrisa.

    —¡Hola!

    —¡Hola, papá!

    Me besó tiernamente en una mejilla e intenté ignorar al grandullón moreno al otro lado de la barra.

    —¡Mira quién ha vuelto, cariñito!

    Me contuve y afronté de lleno la realidad, pero en mi interior, me estaba riendo sin ganas. ¡Gracias, papá!

    —Hola, Joe.

    Dos ojos azules estaban fijos en mí con insistencia y una sonrisita frágil —todo mera cortesía— esperando una respuesta por mi parte. Cogí aire y pinté en mi rostro una alegría fingida, una de esas que tenía en mi stock de disfraces especiales para días de mierda. Tras esa máscara de disfraz, podría haberme desmoronado de tanto que me perturbaba la presencia de Ash, allí, delante de mí. Creí por un instante que el corazón se me iba a parar. Pero no mostré nada. No se merecía toda esa atención.

    —Hola —respondí sin el mínimo esfuerzo.

    Por instinto y para sortear esa escena incómoda, decidí servir dos cervezas a los moteros, como para alejarme un poco mientras volvía un poco en mí. Eché una mirada disimuladamente hacia ellos y constaté que Ash no me quitaba ojo, mientras mi padre le iba explicando las últimas noticias. Aquel rostro cerrado, aquellos rasgos tensos, el grandullón moreno no rebosaba precisamente de alegría. Obviamente, nuestro reencuentro era igual de desagradable para él como lo era para mí. Mejor así. Les llevé dos pintas.

    —Gracias, cielo —respondió el presidente de los Wild Crows.

    —De nada.

    —Se me hará raro cuando ya no estés aquí —añadió.

    Le sonreí, afectada. No había sido fácil, pero había cogido el toro por los cuernos con las dos manos para anunciárselo unos días atrás, en cuanto recibí la confirmación del Saint-Patrick. Estaba iniciando oficialmente mi última semana como camarera en el Devil’s. Aunque parecía que había digerido bien la noticia, entreví algo de nostalgia en él; se me haría extraño no estar inmersa noche y día en el seno del club. Sin embargo, en cierta manera, había llegado el momento. Necesitaba vivir para mí misma y despegarme de ese universo durante una parte del día.

    No me di cuenta enseguida del tono repentino de curiosidad del guapetón quincuagenario a su lado. No. No, no era tan guapetón. No. Pero… no. Me puse dura. Valor. Estaba segura de que si me concentraba —otro día— le encontraría demasiados defectos como para juzgarlo tan… apetecible. Me estaba maldiciendo a mí misma por dentro.

    —¿Te vas? —me preguntó con su voz grave.

    Ese timbre ronco, y luego todo el resto… Casi me había olvidado de él en esos tres últimos meses.

    No tuve corazón para extenderme en el tema, y me contenté con un simple asentimiento. Ash se giró hacia mi padre, quien por suerte cogió el relevo.

    —Pues sí, se nos va. ¡La próxima semana nos las tendremos que apañar sin mi maravillosa hija!

    Su tono animado y su gran sonrisa no engañaban a nadie. Habría preferido que me quedara. Pero me entendía, creo. Su respuesta dejó al grandullón moreno boquiabierto, y por primera vez desde hacía un cuarto de hora, adquirí un poco de seguridad. Bien decidida a no suavizar su sorpresa, dejé ahí a mi padre y a su mejor amigo para irme a la otra banda de la barra. Saboreé esa pequeña victoria; me habría gustado odiar a Ash, joder, tendría que haberlo odiado con todo mi maldito ser. Pero lo único que emanaba cuando me cruzaba una vez más con su mirada perdida, era la fuerza con la que él me había faltado. Era oficial, estaba lamentable y desesperadamente jodida. Me quedaba una pizca de dignidad, era mejor que nada. Así que traté de ignorar olímpicamente al experto en explosivos durante toda la hora siguiente.

    El inicio de la noche puso pronto los puntos sobre las íes: los chicos se disponían a celebrar el regreso de uno de los suyos. Dicho de otra manera: saldríamos tarde. Entre dos clientes, Jenna vino a mí discretamente cerca de la máquina de café. Me estaba mirando, circunspecta, con una sonrisa maliciosa en el rostro.

    —¿Qué? —me impacienté.

    —Ash me acaba de preguntar si yo sabía algo de por qué te ibas a Oregón… —salvo que ella pueda probar lo contrario, San Francisco no está en Oregón… ¿me había perdido algún episodio?

    Me quedé parada, me habían pillado. No me había salido muy bien eso de retener información. Me mordí el labio y decidí admitir mi parte de implicación.

    —Mi padre le ha dicho que me iba, pero no ha precisado a dónde —expliqué—. A mí tampoco se me ha ocurrido hacerlo.

    Ella interrumpió de repente lo que estaba haciendo mientras se le venían todas aquellas ideas. Luego abrió la boca, impresionada. A continuación, se rio, y yo me puse roja, quizá un poquitín culpable. No, a decir verdad, no.

    —¿Piensas darle falsas esperanzas mucho más?

    Lo había entendido rápido. Sin embargo, yo no era de esas que se fiaban, y aunque nos habíamos entendido bastante bien, ella y yo, nunca había abordado el caso Ash con ella. Con nadie de hecho. Al fin y al cabo, no había mucho más que decir, más allá de que yo me había dejado sobrepasar por mis emociones, y que, a cambio, él me había apartado sin más de su vida, sin avisar.

    Eché un vistazo fugaz por encima del hombro. Billy se había lanzado con un monólogo estridente y plagado de risas, bajo la mirada divertida del grandullón moreno y de mi padre. Pero yo lo podía adivinar: la sonrisa de Ash era falsa. Y me regocijé, diabólicamente. Uno siempre subestima el rencor de una mujer herida. Eso no me quitaba el dolor, pero me aportaba un toque de venganza.

    —Aún no lo he decidido —admití, traviesa, a pesar del torbellino emocional que sentía por dentro.

    Nada de remordimientos. Jenna se echó a reír no muy discretamente y me dio un golpecito en el hombro.

    —¡Eres malvada!

    Se fue de nuevo a la sala, donde un grupo de clientes acababa de entrar. Suspiré. La venganza es un plato que se sirve frío, y yo tenía el don de ser particularmente rencorosa. Trevor Laurens me las iba a pagar, si es que quería mostrarse tan indiferente como me lo había querido hacer ver al huir de Monty Valley tres meses atrás.

    Capítulo 2

    Joe

    Tendría que haberlo adivinado: el regreso de uno de los suyos avecinaba una velada acalorada. Ya casi era la una de la mañana, y algo me decía que una vez el Devil’s estuviera cerrado a los clientes, se desataría una fiesta privada para esos cuervos bebidos. Pacho nos había preparado amablemente algo para picar en la barra antes de irse. Mona nos echó una mano durante un buen rato, y eso que se suponía que ella no iba a trabajar esa noche. El show de Jayla y Norah había congregado otra vez a bastante gente, e iba a empezar la segunda ronda de baile. La sala se atenuó suavemente y se oyeron unos silbidos. Al oírse una versión rock’n’roll de Fever de Peggy Lee, la pelirroja hizo su entrada con un conjunto de cuero negro con flecos. Se agarró a la barra de pole dance con la destreza de un felino, y me quedé observando al público: con un chasquido de dedos esa mujer era capaz de hipnotizar a todo el mundo.

    Sonó la puerta al abrirse y apareció mi querida compañera Carole en compañía de Debbie, una de las sweeties con la que todavía no había tenido ocasión de hablar. Con la mirada centrada en las chupas de cuero apoyadas en la barra, acabó encontrando lo que estaba buscando. Arrastrando a su amiga a través del gentío, vi cómo se iba abriendo camino hasta Ash, situado cerca de mí, junto a Foxy. Como si tener que hacerle frente tras esos meses de ausencia no me bastase, ahora tendría que cargar con la visión de esa chica intentando coquetear abiertamente con él ante mis narices. Me di cuenta de que los estaba mirando cuando la voz de Jenna hizo que me sobresaltara.

    —La fan ha vuelto…

    —Ah, sí… ¿La has avisado tú?

    —¡Oh, no! —se defendió mi amiga, divertida—. Visto el buen rollo que os lleváis vosotras dos, ni se me pasaría por la cabeza disfrutar de unos momentos tan buenos.

    Vale, se estaba burlando de mí claramente.

    —No es cosa mía si me odia. He intentado dialogar con ella, pero…

    —Sois muy diferentes —concluyó esa morenaza—. Olvidas que tengo derecho a escuchar las dos versiones.

    Me dedicó un guiño, y se piró a servir a un grupo de hombres cerca de la entrada. Dirigí mi mirada hacia Ash. Sentado en un taburete, estaba charlando tranquilamente con una sensual Carole, quien no perdía oportunidad para poner sus manos encima de él. Me estremecí, pero no tenía derecho a hacerlo, y tuve que repetírmelo para mantener la cabeza fría. Él no me había prometido nada, y concretamente, no había nada, a secas y sin más. Estaba rematadamente majareta de la cabeza, y me maldije de caer tan bajo. En ese momento Foxy me llamó. Tenía un brazo alrededor de la cintura de ricitos de oro —perdón, Debbie— y con el otro me hacía un gesto para que le llenara su vaso vacío y el de su vecino. 

    Me gustaría enviar un mensaje a todos los que afirman que la vida siempre gira y acaba sonriéndote: ¡quedaos con vuestros discursillos y metéoslos por donde os quepan! ¡La mía, mi vida, llevaba atascada mucho tiempo! Lo único que giraba era mi cabeza, en todos los sentidos, y quizá también mi estómago un poco…

    Me acerqué con una sonrisa perfecta y me encargué de servirles dos cervezas a los moteros. Pero el pelirrojo me ordenó que también les sirviera a sus encantadoras amigas. Esbocé una sonrisa forzada y obedecí de buena gana. Jayla acabó su espectáculo bajo las aclamaciones de un público enloquecido, ya me había ido acostumbrando. La calma volvió unos instantes antes de la que la música volviera a sonar, y las luces se iluminasen de nuevo. En ese instante, intercepté muy a pesar unas palabras que me habría gustado no escuchar. Nunca. La voz de Carole llegaba a unas notas demasiado melodiosas.

    —¿Y si nos vamos a recuperar el tiempo perdido a un lugar más tranquilo?

    Yo no era de las que se derrumbaban fácilmente. Por el estrés podía llegar a ser jodidamente tenaz, y más aún con las pruebas que había tenido que afrontar a mi llegada a Monty Valley. Pero era innegable que esa noche estaba tocando fondo. El fondo del fondo. Y en cuanto vi la mano de Carole deslizarse por el muslo del grandullón moreno, implosioné. El vaso de cóctel que tenía entre los dedos tampoco resistió. Su explosión atrajo la atención de todos los que se hallaban en la barra, y hasta me aplaudieron y todo, con silbidos y risas. ¡En resumen, el colmo para una fiesta perfecta! Precisamente yo, que odiaba hacerme notar, voy y me convierto en la atracción del momento. Así que mientras Ottis Redding comenzaba su Dock of the bay, yo pensé precisamente en ahogarme en su bahía. Mona acudió con una escombra y una pala.

    —Déjame a mí —me susurró amablemente, con cara de diversión.

    —No, ya me ocupo yo…

    No me escuchó y acabó ella de limpiar aquel estropicio.

    —No te hacía tan patosa

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