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El Club de los Motociclistas Oscuros
El Club de los Motociclistas Oscuros
El Club de los Motociclistas Oscuros
Libro electrónico81 páginas1 hora

El Club de los Motociclistas Oscuros

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¿Qué elegirá ella? ¿Amor o seguridad?

Lilly Clarkfeld simplemente quiere ser una estudiante universitaria regular. En sus sueños ella es una enfermera, tiene una familia y tiene seguridad. Eso no es mucho pedir.

Pero cuando se ve obligada a regresar a su casa de la infancia a causa de la enfermedad de su madre, todo cambia.

El auto de Lilly sufre un accidente y a ella se la llevan en medio de la noche los Motociclistas Oscuros. Podría haberse tratado de cualquier club de motociclistas, pero era el de él.

El del primer amor de Lilly.

Asher Thomas es más grande, es más fuerte y está más dañado que el Asher que Lilly recuerda, pero nunca este se olvidó de ella.

Todavía arden el uno por el otro, pero, ¿es esta la vida para Lilly? ¿Puede poner sus sueños de sentar cabeza como alguien normal en suspenso e intercambiarlos por el duro amor de un motociclista fuera de la ley?

Salvaje es la primera parte de la serie de El Club de los Motociclistas Oscuros que sigue la historia de Lilly y Asher. La serie contiene fuertes temas sexuales y no está destinada a lectores menores de 18.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 dic 2015
ISBN9781507127414
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    El Club de los Motociclistas Oscuros - Elsa Day

    Salvaje: El Club de los Motociclistas Oscuros

    CAPÍTULO UNO

    ESTO NO ERA LO QUE se suponía que debía estar haciendo.

    Doblé la blusa una vez más. Con cuidado. Hombro izquierdo. Hombro derecho. Pliegue en el medio.

    Y, aun así, siempre quedaba mal.

    ¿Qué habría dicho mamá? Lo sé. Sé que ella no habría dicho nada. Más bien habría tomado la blusa, la habría doblado ella misma y ​​la habría colocado con cuidado dentro de mi maleta.

    Le di otra mirada a esa blusa torcida.

    Pero mamá no estaba aquí para doblar las cosas en mi lugar, ¿no? Tomé la blusa, la arrugué y convertí en una bola y la arrojé hasta el otro lado de la habitación. Mis piernas parecieron derretirse y me desplomé en el suelo.

    Esto no era lo que se suponía que debía estar haciendo.

    Los catálogos universitarios siempre mostraban a gente feliz, gente radiante. Los estudiantes en ellos sonreían. Iban a clases y estudiaban. Vestían ropa de moda e iban a sus graduaciones con ambos padres, quienes les sonreían desde la audiencia.

    No estaban en los catálogos, pero yo conocía las otras cosas que se suponía que los estudiantes universitarios debían estar haciendo. Se suponía que debían emborracharse con cerveza barata. Se suponía que debían asistir a fiestas salvajes, enamorarse y tener sexo. Se suponía que yo debía estar haciendo eso. ¿Verdad? ¿No es eso lo que los universitarios hacen?

    Ni siquiera me di cuenta de que estaba llorando hasta que sentí la sal en mi lengua. Me limpié la cara con mi vieja blusa andrajosa.

    El documento estaba todavía sobre mi escritorio.

    Nombre: Olivia Clarkfeld

    Fecha de nacimiento: 19/02/1953

    Peso: ...

    Venía con una tarjeta, al igual que todas las cartas de ella. Esta en particular tenía un osito en la cubierta. Él sostenía un globo con forma de corazón, y sonreía.

    ¡Te envío un gran abrazOSO!

    No vi su historial médico hasta que este cayó de la tarjeta. Así, simplemente. Tan ligero como el aire.

    Pronóstico: ...

    Los médicos la enviaron a casa. Podían operarla, pero habría sido casi inútil. No podían garantizar nada. Era mejor para ella estar con su familia, dijeron. Que disfrutara de su tiempo. Del que le quedaba.

    Y así me llegó esta tarjeta. Con este osito. Mamá no dijo que volviera a casa, pero no necesitaba hacerlo. Yo lo sabía.

    Así que, en lugar de estudiar, en lugar de ir a fiestas, en lugar de entrar furtivamente en la cama de un muchacho mientras su compañero de cuarto dormía, yo estaba allí. Doblando camisetas una y otra vez. Sola.

    Me dirigí hacia mi escritorio y levanté un marco con una foto. La parte superior estaba cubierta de polvo, el cual retiré cuidadosamente con el dedo. ¿Hacía cuánto tiempo tenía esto?

    Estábamos en el parque. Las flores de los árboles pendían de los mismos y yo trataba de agarrar un capullo con una mano. Papá estaba usando esa camisa náutica suya que tanto le gustaba y se hallaba sentado sobre un banco de madera. Su brazo, posado alrededor de mamá; el viento soplaba en contra del vestido veraniego de ella y lo levantaba en toda su extensión, por lo que tenía que mantener sujetado el dobladillo con sus manos. Se veían tan jóvenes entonces.

    Yo estaba en la etapa de usar overoles, así que lucía como un niño pequeño. Mi cara incluso se hallaba cubierta de sucias manchas. Pero yo no era la única.

    Él estaba sosteniendo mi otra mano. Incluso entonces era más alto que yo y hacía descender las flores hacia mi cara. Después de un largo verano, el Sol casi había teñido completamente de blanco su cabello.

    Posé el marco de fotos sobre la creciente pila de ropa sin doblar que se elevaba por sobre mi maleta. Asher. Como si hubiera necesitado pensar en él en ese momento. Él probablemente me olvidó hace mucho tiempo.

    CAPÍTULO DOS

    CERRÉ DE GOLPE LA MALETA y la arrastré hacia fuera de mi dormitorio. La golpeaba mientras la empujaba hacia abajo por las antiguas escaleras. No existían los ascensores cuando construyeron este edificio, por lo que cada año las maletas de los estudiantes que se mudaban aquí y de los que se iban hacían mucho ruido al pasar por las escaleras.

    Ya estaba agotada cuando llegué hasta mi automóvil. La alarma se desactivó mientras me acercaba y el maletero se erigió cuando me detuve delante del mismo. Cada vez que hacía aquello, el pequeño sedán me dejaba con una sonrisa en el rostro.

    Gracias papá, por esto al menos.

    La única cosa que el auto no hacía por mí era, de hecho, insertar la maleta dentro del maletero. Después de balancearla brevemente hacia atrás, la eché adentro, raspando un poco la pintura de paso. En fin. Sabía que papá lo arreglaría. Tenía que asegurarse de que su niña pequeña condujera un auto bonito, ¿verdad? ¿O qué diría la gente?

    Curvé mis puños antes de ingresar en el auto. Tomé una respiración profunda y arranqué el vehículo. Un viaje de ocho horas y media en automóvil hacia el sur. ¿Podría hacerlo?

    Desde que recibí la carta de mi madre mis manos no habían podido dejar de temblar. Apreté el volante para tranquilizarlas. Sí. Tenía que hacerlo.

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