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Confianza: Los Chicos Bailey, #1
Confianza: Los Chicos Bailey, #1
Confianza: Los Chicos Bailey, #1
Libro electrónico245 páginas2 horas

Confianza: Los Chicos Bailey, #1

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Una novela de romance  y suspenso en Londres.

Nunca confíes en un hombre que diga “Confía en mí.”

Jess.

Tan pronto como lo vi supe que me estaba involucrando demasiado. Es un despiadado criminal y caballero. La mitad de la ciudad le tiene miedo y la otra trabaja para él. Ahora sus miradas están puestas en mí... pero no puedo dejar que me tenga, sin importar lo mucho que me atraiga. No puedo dejarme arrastrar.

Llegué a Londres para hacer lo correcto, no para entregarle mi corazón a un peligroso jefe de la mafia. Él dice que no me hará daño... pero ¿cómo puedo confiar en un hombre como él?

Dean.

Estoy en medio de la guerra de pandillas más grande jamás vista en Londres: a un costado mafiosos rusos y al otro policías corruptos. Entonces ella aparece y lo cambia todo. Me hace sentir cosas que nunca antes había sentido, pero en estos momentos no puedo permitirme sentir. Pero se ha acercado a mí más de lo que nadie ha estado... y empiezo a sospechar que tiene un secreto que podría destruirnos a ambos.

Desde el momento en que la vi supe que la necesitaba, desnuda y gimiendo debajo de mí, pero no puedo permitirme ceder ante esa necesidad. No puedo preocuparme por nadie.

Demasiadas vidas dependen de ello, incluida la suya.

Confianza (trust): una candente novela de suspenso y romance que te mantendrá al filo del asiento, de la autora de Winner Takes All y Stolen.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 jun 2019
ISBN9781547593774
Confianza: Los Chicos Bailey, #1

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    Confianza - PJ Adams

    §

    1

    No lo hagas. Simplemente... no.

    No importa cuán tentador o fácil sea, nunca jales ese hilo suelto porque nunca va a hacer ningún bien. Siempre debes dejarlo colgar. Olvídalo. Deja que todo cuelgue.

    ¿Por qué molestar a la calma sin una buena razón?

    §

    Nunca debí haber ido allí.

    A la casa Serenity.

    Debí haber fingido que ninguno de ellos existía, así como lo había hecho por los últimos dieciocho meses. Me las había arreglado sin familia, recuerdos de la infancia, viejos lazos y responsabilidades... ¿Por qué volver ahora?

    Por supuesto no iba a saber que una simple visita a mis abuelos en ese inocente asilo me llevaría a encontrarme con el hombre que cambiaría mi vida y amenazaría con destruirla.

    Si lo hubiera sabido probablemente no hubiera ido y con ello empezado a tirar de los hilos de la vida de mi familia. Habría estado a salvo y conduciéndome de manera prudente.

    Pero, ¿qué tendría de divertido?

    §

    A la larga encontré el lugar escondido en un bosque a las afueras de un pueblo cerca de Epping, una parte del condado de Essex que nunca antes había visitado. Me detuve en el estacionamiento de grava junto a una gran vivienda de ladrillos rojos con techos al estilo holandés y ventanas estrechas. También contaba con jardines bien cuidados distribuidos por todo el edificio; las flores de primavera se habían marchitado y los rosales apenas iniciaban a dar sus primeros brotes. Y sus pobladores de cabello níveo todavía envueltos en abrigos de invierno y mantas ocupaban bancos. Una anciana encorvada con un bastón de pastor daba pasos pequeños y lentos mientras era acompañada por una asistente de apariencia aburrida que parecía tener alrededor de doce años, excepto por las perforaciones en su nariz y los tatuajes expuestos en sus antebrazos.

    Yo dudaba poner un pie dentro. Me conocía, pero de todos modos me senté al volante del Mini poco dispuesta e incapaz de moverme.

    La última vez que los vi fue el día del funeral. La abuela y el abuelo no habían podido asistir debido a que ella había tenido uno de sus días malos. Sucedió cuando todavía vivían en casa propia y antes de que el Alzheimer se mostrara por completo, por lo que la abuela sabía exactamente lo que estaba perdiendo: el funeral de su hija y a su yerno. El abuelo no había querido dejarla sola así que tampoco asistió. Desde ese momento supo que ella se estaba enfermando gravemente; no había entendido su condición pero no iba a abandonarla. Así que había ido directo a verlos después del funeral todavía dentro de mí vestido negro y bufanda rosa que había sido la favorita de mamá; un poco de color que desafiaba las normas, pero seguramente lo que hubiera esperado de mí. Siempre había sido imposible rebelarse contra ella. Los había visitado en ese pequeño bungaló junto al mar para relatarles el día, repitiendo todo una segunda vez cuando la abuela quedó confundida y el abuelo y yo intercambiamos miradas de preocupación. Volver a narrar el funeral de mis padres era como repasar un examen hasta lograr grabarlo en mi conciencia.

    Y luego me levanté y me fui sin decir más.

    No pude manejarlo. Nada de aquello.

    Me alejé por dieciocho meses y ahora me encontraba sentada en mi Mini con el corazón palpitando y la garganta apretada. Y simplemente no podía ponerme de pir, ir dentro y decirle a la única familia que me quedaba que lamentaba haber sido una mierda.

    §

    Pero exactamente por eso estaba allí.

    Necesitaba darle un giro a mi vida. Para hacerlo necesitaba arreglar las cosas, enmendarlas. Necesitaba dejar de ser una mierda.

    Yendo hacia la dirección indicada por escasas y apenas audibles instrucciones además de un gesto de mano de la mujer en la recepción, me encontré en un solario en la parte trasera del edificio. La luz del sol entraba a través del techo de cristal donde pequeños grupos de ancianos residentes pasaban el rato sentados en los sofás. El lugar olía a té lechoso, hospitales y esmalte de manzana. Me quedé en la puerta a tranquilizarme. Al principio no los vi, luego detecté dos cabelleras níveas sentadas una frente a la otra junto a una puerta de vidrio que daba al jardín. El anciano se inclinaba hacia delante sobre una tabla de Scrabble, se tocaba la barbilla y se mecía ligeramente. Siempre lo hacía cuando ideas llegaban a su cabeza. Observándolo de más cerca pude decir que su lengua sobresalía un poco de entre sus labios fruncidos. Mi abuela reclinada en su silla miraba hacia el jardín con una revista enrollada en su regazo. Parecía frágil, fantasmal... como si se estuviera desvaneciendo. Bajé la cabeza y al volver a mirar, él me vio. Ahora no pude retroceder. Lo observé mientras se levantaba y se acercaba con su zancada despreocupada.

    —Podrías haber llamado —dijo—. Casi no te reconocí.

    Él siempre había tenido una manera de convertir casi cualquier declaración en una acusación y yo estaba tan acostumbrada que nunca permití que me molestara, excepto cuando me encontraba demasiado nerviosa, como ahora.

    Podía sentir su mirada recorriéndome, desde el pendiente de la nariz, los aretes; cuatro a la derecha, tres a la izquierda, los tatuajes mostrándose por debajo del cuello de mi chaqueta de cuero desgastada, los vaqueros rasgados y las zapatillas deportivas. Yo sabía lo que pasaba por su mente. Levanté las manos para defenderme y dije:

    —No he venido buscando dinero, abuelo. De verdad.

    Nunca había visto una mirada tan fría en su rostro.

    —Me gustaría creer eso.

    —Es verdad. Sólo quería verlos a los dos.

    §

    La abuela vino al rescate.

    Ambos la miramos, y como si ella lo hubiera sentido, apartó la mirada del jardín. Por un momento observó alrededor de la habitación, luego a nosotros y fue la cosa más extraña. No parecía ver al abuelo en absoluto, pero cuando su mirada se posó en mí, su expresión de pánico se suavizó y sus rasgos se hundieron en una sonrisa torcida.

    —¿Stell? —Llamó con voz débil pero todavía audible a través de la habitación—. Stell, ¿eres tú?

    El abuelo puso una mano en mi brazo y lo noté calmado, como si hubiera olvidado la hostilidad con la que me había recibido.

    —Ha empeorado mucho en los últimos seis meses. No sabe dónde está y la mitad del tiempo no sabe quién soy. Deberías de...

    No necesitaba terminar. Yo debería haber estado allí. No debería haber dejado que mi vida se disparara como lo había hecho después del accidente. No debería haber intentado perderme.

    —¿Stell?

    Nos dirigimos a ella.

    —Ella no está bien —repitió. Movió la cabeza hacia el tablero de juego y añadió—: Ahora tengo que jugar sus partidas.

    Me puse en cuclillas para estar más cerca de sus ojos, tomé una de sus manos y la puse sobre las mías.

    —No soy Stella —le dije—. Soy Jess. La hija de Stella. ¿Recuerdas?

    ¿Por qué siempre hablábamos más alto y más pausado en estas situaciones? Ella no era sorda o estúpida, simplemente no podía recordar, ni a su marido, ni a su nieta, ni a su hija Stella que dieciocho meses atrás había muerto en un accidente automovilístico cuando un ladronzuelo en un Audi robado pasó una luz roja a más de 70 km/h.

    —Ere, Stell. Tan encantada de...

    —De verte —el abuelo terminó por ella—. Se olvida de las palabras pero sabe lo que quiere decir. Tan sólo se frustra.

    Él me hizo un gesto para que tomara su silla mientras se recorría hacia otra.

    —Así que... ¿Cómo lo has estado llevando?

    —Oh, bien —le dije al tomar asiento.

    Entonces me di cuenta de que no tenía mucho que decir. Ellos no querían escuchar cómo había tocado fondo y cómo durante los últimos dieciocho meses había saltado de una sustancia a otra después de abandonar la universidad... abandonar la vida. El último contacto que habíamos tenido fue cuando el abuelo pagó mis multas y honorarios legales unos meses atrás y...

    —Ya no bebo —le dije, incapaz de encontrarme con su mirada—. Estoy limpia desde que pagaste mi fianza. Lo que me dijiste me sacudió.

    No solo vivas tu vida, Jessica. Vívela bien, niña.

    Él asintió.

    —Y tú abuela, ¿cómo vas? —Yo estaba usando esa voz otra vez, la que iba con las personas estúpidas y sordas. Me sentí mal de inmediato, pero a la abuela claramente no pareció importarle.

    —Oh, Stell, ha pasado demasiado tiempo —estaba bastante animada ahora, inclinándose hacia adelante en su silla y con una chispa de algo bueno en sus ojos. Entonces miró al abuelo y me dijo—: ¿Puedes decirle que me voy ahora, Stell? Él siempre está aquí, a mi alrededor... Él no va a dejar que...

    La mirada en el rostro de mi abuelo causó otro nudo en mi garganta.

    —Ese es el abuelo —comenté, tratando de hablar con normalidad—. Es tu marido, abuela. Has estado casada con él por más de cincuenta años.

    Ella estaba sacudiendo la cabeza.

    —No, eso no está bien. No puede ser. Estoy comprometida con mi Eddie. Edward Bailey. Es dueño de la mitad de Londres, sí que lo es. Los gemelos Kray no son nada comparados con mi Eddie —comenzó a verse molesta—. ¿Dónde está Eddie? Ya debería haber venido a visitarme.

    —Está bien, amor. Pronto estará aquí, estoy seguro —el abuelo se inclinó y le dio una palmadita en el brazo. Luego hizo lo mismo conmigo—. Sigue hablando de él. Recuerda con claridad sus días cortejándolo a principios de los sesenta más que cualquier cosa de los últimos veinte años.

    —Ese Eddie Bailey, ¿quién era? ¿Algún tipo de mafioso?

    Yo no había pasado por alto la mención hacia los hermanos Kray que habían manejado la mayor parte de Londres en los sesenta. Incluso había visto una película sobre ellos.

    El abuelo asintió.

    —Se la robé delante de sus narices. Pudo haber sido desagradable, pero él me lo debía. Los Bailey siempre cuidaban de los suyos.

    Lo miré bajo un nuevo resplandor y pude ser consciente de que existían aspectos de su vida de los que no sabía nada. ¿Qué era lo que mi abuelo estaba diciendo?

    —¿Todavía sigues en contacto con él?

    —No, hace años que ya no. A menudo me pregunto qué fue de él. Probablemente ahora esté en alguna playa de España, si es que vive. También me pregunto qué haría tu abuela si en verdad viniera a visitarla.

    —¿No te importaría eso?

    Hizo una pausa para reflexionar antes de responder.

    —Como la ves hoy, es lo mejor que ha estado en días; cuando su mente se remonta a aquellos tiempos. Ella es perspicaz y también lo es su mente. El resto del tiempo se la pasa perdida y confundida. Me rompe el corazón. Reconozco que la visita de Eddie la haría más feliz de lo que yo puedo hacerla ahora, así que no, no me importaría. No si él le devuelve algo de sí misma. ¿Sabes a lo que me refiero?

    —¿Quieres que indague? —Era lo menos que podía hacer: seguir la pista, hacer algunas preguntas, ver si podía rastrear a ese viejo amor—. ¿Ver si puedo arreglar algo?

    ¿Qué daño podría salir de eso?

    Justo en ese momento y una vez más, la abuela me ayudó con esa mirada de ojos brillantes y presencié lo que el abuelo decía acerca de los recuerdos que la regresaban a la vida.

    —Eddie es un salvaje, lo es —me dijo ella—. Siempre en problemas, siempre saliéndose con la suya. Él podía mojar las bragas de una monja. Todo lo que tiene que hacer es mostrar su sonrisa, un pequeño guiño y luego decir Confía en mí.

    Se inclinó más cerca y enganchó su mano en mi brazo como si se tratara de una garra. Entonces agregó:

    —Nunca confíes en un hombre que diga Confía en mí.

    §

    2

    Primero fui a ver a Maureen, una vieja amiga de la familia que desde el accidente se había ocupado del negocio inmobiliario. Mientras conducía pensé en todo desde una nueva perspectiva, en todas las casas y propiedades comerciales de las que papá era el dueño y había puesto en alquiler. ¿De dónde provenía el dinero? En teoría ahora todo era mío, pero también estaba envuelto en fideicomisos y acuerdos legales. No obstante, teniendo en cuenta la manera en que yo había estado los últimos dieciocho meses, probablemente aquello era bueno. Sospeché que el abuelo estaba metido; claramente no creía que su nieta estuviera lista para ese tipo de cosas. Pero Maureen siempre me había cuidado. Se había asegurado de mi bienestar en el último año y medio dándome dinero cuando lo necesitaba; no demasiado como para hacer cosas estúpidas, lo suficiente para mantenerme a flote. Fue ella quien me dijo que la abuela estaba empeorando y que si yo quería hacer algo para solucionar los problemas, mis posibilidades se estaban agotando.

    —Dime, ¿cómo están las cosas? —me saludó, dándome un café con leche y una rosquilla glaseada.

    Me puse a caminar a su lado y eso fue lo más cerca que estuvo de un gimnasio: una caminata rápida y enérgica por el Lower Park con una rosquilla y un café. Camina y quema, ella siempre decía.

    —Bueno... —ella sabía cómo era la abuela, pero de todas maneras me costó expresarlo con palabras.

    —Ha ido recayendo muy rápido, ¿no es así?

    El sol salpicó el suelo debajo de los árboles prominentes y una ardilla corrió justo delante de nosotras antes de meterse en un contenedor en busca de desechos.

    —Una vez que el Alzheimer se aferró de ella —continuó.

    —Desearía haberla visto antes, ¿sabes?

    Asintió y le dio un mordisco a su rosquilla.

    —Apuesto a que hay muchas cosas que desearías haber hecho de manera diferente, ¿no?

    No me quería encontrar con su mirada. Me conocía demasiado bien aún solo conociendo la mitad de mis problemas familiares.

    —Es muy triste —le dije—. Ambos.

    Me examinó, esperando a que siguiera hablando.

    —Se reúnen para juegos de mesa donde el abuelo es el único que está lo suficientemente preparado para hacer jugadas, por lo que también hace las de mi abuela.

    —Eso es dulce.

    —¡Ni siquiera sabe quién es él! Todo el tiempo se encuentra perdida en los sesenta a la espera de que su viejo novio llegue a visitarla. Y el abuelo... simplemente está de acuerdo. Cualquier cosa para mantenerla feliz.

    —Eso es... muy amable de su parte, supongo.

    —Incluso dijo que le gustaría que de verdad fuera a visitarla. Se la pasa diciendo ese tipo de cosas que a ella la ayudan a continuar. Le dije que vería si podía localizarlo, fue un comentario momentáneo, creo que solo quería impresionarlo. No sé si hacerlo sea bueno o solo empeorará las cosas.

    —Haz lo que creas correcto, Jess. No puedes hacer más que eso. ¿Quién era su viejo amor?

    —El hombre se llama Eddie Bailey. Suena como todo un seductor. Algún tipo de mafioso por lo que comentaron. ¿Sabes algo de él?

    Estaba tratando de ser un poco inteligente con mis preguntas. Discreta. Si el dinero detrás del viejo negocio de mis padres era poco fiable Maureen lo sabría debido a que los había ayudado a manejar las cosas durante años. Aquí y ahora parecía una buena oportunidad para descubrirlo.

    —¿El viejo Bailey? ¿Él y tu abuela? Bueno, ¡no lo sabía! —Se rió, sacudiendo la cabeza—. No es de extrañar que se hayan ido de Londres.

    —¿Crees que debería olvidarlo? El abuelo parecía muy entusiasmado ante la idea del hombre visitándola si es que yo podía encontrarlo. Lo único que quiere es hacerla feliz de cualquier manera que pueda. No puedo imaginar cómo debe sentirse al pensar que un viejo novio es lo único que la hace volver a la vida...

    Maureen sacudía la cabeza.

    —No sé cómo son ahora, pero en los sesenta no querías tener ningún contacto con la familia Bailey. Los Richardson, los gemelos Kray, los Bailey... Dirigían todos los clubes y los mercados negros. Les gustaba mezclarse con estrellas del pop y otra gente sofisticada, pero nunca querías estar de su lado. Hace mucho que no escucho ese nombre.

    —El

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