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Cariño, cuando termine
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Cariño, cuando termine
Libro electrónico305 páginas5 horas

Cariño, cuando termine

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Información de este libro electrónico

Traje a la medida, sonrisa de ensueño y una sexi timidez que garantizan igualar una increíble noche. Traducción: Levi Fairfield es imposible de no desear.

También está un poco dañado. No es que me importe; no me van las relaciones. Me va lo casual. E ir en busca de chicos cuyos corazones están lo suficientemente dañados para funcionar es la manera más fácil de conseguirlo

Una noche. Eso es siempre suficiente para mí.

Luego suceden algunas cosas con las que no contaba. Como lo complicado que es sacar a Levi de mi cabeza, o el hecho de que nunca experimenté algo como la noche que él me dio.

El hecho de que, esa misma noche, lo pierdo todo.

Ahora nuestro acuerdo de una sola noche se convierte en algo más. Algo real. Pero puedo lidiar con esto. Debo hacerlo.

Porque incluso si creyera en algo así, Levi y yo no somos almas gemelas.

Somos compañeros de cuarto.

* * *

Cuero negro, rápido ingenio y la habilidad de ponerme los nervios a flor de piel… mientras los hace arder.

Puedo pensar en cien maneras para describir a Mara desde el momento en que nos conocimos.

Cuando se presenta en mi puerta con nada, no puedo hacer que se vaya. Debería. Pero lo cierto es que me necesita.

¿La más grande verdad?

Yo la necesito.


* * *

Cariño, cuando termine es un romance independiente con un final feliz. Es el segundo libro en la serie Los Fairfields de Piper Lennox.

IdiomaEspañol
EditorialPiper Lennox
Fecha de lanzamiento17 oct 2020
ISBN9781071570029
Cariño, cuando termine

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    Vista previa del libro

    Cariño, cuando termine - Piper Lennox

    Contenido

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    Epílogo

    Sobre la autora

    Para las chicas con cicatrices

    Capítulo 1

    Mara

    Si el rebote profesional fuera algo serio, sería la Empleada del Mes cincuenta veces seguidas.

    —No te vayas. —Este me busca a tientas en la oscuridad del sótano de su madre. No puedo recordar su nombre. No recuerdo la mayoría de los nombres. No le veo el punto.

    La cama es matrimonial. Sus cosas siguen en cajas, apiladas contra las paredes de hormigón. Esas son las señales de un hombre que recién sale de una relación. Y una seria, si a eso vamos, ya que estaba viviendo con la chica. Él no parecía del tipo apegado anoche cuando lo alejé de sus amigos. Ellos rieron y jugaron billar; él giró de un lado a otro en su taburete y ordenó otro shot de canela.

    —Sabe a mierda, —le dije cubriendo el vaso con una rápida ráfaga de crema batida. Luego preparé uno para mí y brindé con él. Su sonrisa no parecía triste. Cuando tomé su mano para ver su reloj—faltaban siete minutos para terminar mi turno—él me miró con la cabeza inclinada hacia atrás, pasando sus dientes por su labio inferior.

    —¿Soltera? —Preguntó.

    —Siempre. —Pasé la punta de mis dedos por sus nudillos. —¿Tú?

    —Definitivamente.

    Así que sí: asumí que estaba en el rebote, pero solo lo suficiente como para no apegarse. La nebulosa zona entre estancado en la Chica #1 y en busca de la Chica #2.

    Supongo que eso me hace la Chica #1.5.

    Ahora, con sus dedos alrededor de mi cintura mientras intenta que regrese a la cama, cierro los ojos. Me equivoqué sobre él.

    —¿Qué hora es? —Me apresuro a ponerme mis skinny jeans, aun oliendo a comida frita y cerveza del bar, y busco mi brasier y camiseta entre las sábanas.

    Funciona: me suelta lo suficiente para revisar el reloj en su mesa de noche, que en realidad es un viejo dispensador de agua sin el garrafón. —Poco más de las cuatro.

    Jesús. Ha pasado un tiempo desde que desperté aún ebria en vez de con resaca. Cuando me levanto y agarro mis botas, creo que mis ojos vibran en sus órbitas.

    —No te vayas, —repite y se pone de rodillas. Me giró para despedirme, pero lo veo bombeando su miembro semi erecto, como si estuviera mostrándome la llave a la Atlántida. —Podríamos tener otra ronda.

    Es tentador. Anoche, a lo que puedo recordar, fue malditamente bueno: le gustó azotarme, supo cómo tratar el pezón y realmente dijo mi nombre cuando se vino sobre mi espalda.

    Pero esa es la cosa. Todos son muy buenos.

    No me van las relaciones. Las relaciones son donde se complican las cosas y las personas se ponen celosas mientras la individualidad muere. ¿No me creen? Solo pregúntenle a cualquiera de mis compañeros comprometidos y casados. Excepto que no pueden, porque tendrían que ir en busca de los traseros de sus seres queridos para encontrarlos.

    Me va lo casual. E ir en busca de chicos cuyos corazones aún pertenecen a alguien más, es la manera más fácil de conseguirlo.

    Además, no hay nada como el sexo de venganza. Si quieres que te cojan más duro y sucio que nunca antes, elige un chico que necesite molestar a su ex.

    —Tengo que ir a una boda más tarde, —digo, inclinándome para sacudir mi cabello. Gran error. Acaricia mi trasero y pasa sus dedos entre el apretado valle de mis piernas.

    —¿Necesitas una cita? Porque estoy disponible.

    Oh, dulzura. Claro que lo estás.

    Siempre me siento mal por estos. Los que quieren seguir adelante, pero aún no pueden. Nueve de diez veces, es porque la relación terminó sin un cierre. No hay nada peor que el no saber.

    —Solo quédate un poco más. —Bosteza y se recuesta de nuevo sobre las almohadas, aun bombeándose a sí mismo. —Quiero ver si puedo lograr que tus piernas tiemblen de nuevo.

    No puede. Anoche mis piernas temblaron porque moría de hambre, habiendo pasado por un doble turno con nada más que una barra de chocolate Mounds.

    Miro su pene y pienso en los plátanos que acabo de comprar. Eso es lo que comeré cuando llegue a casa: el más grande sándwich de plátano y mantequilla de maní que alguna vez haya preparado. Sabes que la química no es buena cuando todo en lo que puedes pensar es en tu siguiente almuerzo.

    Aun así, lo siento por él.

    Bombea más rápido cuando subo a la cama y lo beso. Luego deslizo mi mano bajo la suya, tomando el control. Su susurrado Joder, sí huele a mierda. Probablemente mi aliento también. Dejé mis chicles en el bar.

    —Oh, mierda, bebé. —Sus caderas se levantan del colchón. —Quítate de nuevo la ropa, déjame...

    Bombeo más rápido y lo beso de nuevo, callándolo. Toma solo otro minuto para que lo sienta contraerse; la calidez de su liberación se derrama entre mis dedos y su abdomen.

    Él solo se queda ahí, jadeando, viéndome subir las escaleras sin estar seguro de que soy real. Lo que es probablemente lo mejor.

    Porque en alrededor de diez minutos, le enviará un mensaje a quien sea la chica que rompió su corazón. No sé si vaya a ser un lindo jódete o un patético te extraño.

    No es mi deber que me importe.

    * * *

    Las calles siguen desiertas. Esta es la versión de la ciudad que conozco mejor: cuando el aire es frío, sin importar la estación del año, y puedo ver hacia arriba, a las luces encendiéndose en casi todas las ventanas. Las personas despertando para comenzar sus días, cuando yo estoy usualmente regresando de los míos.

    Es silencioso. Al menos tan silencioso como lo puede ser la ciudad. Los autos pasan por la calle, pero ninguno pita. Probablemente se sienta muy raro pitarles a los extraños antes de que salga el sol.

    Mi reflejo me regresa la mirada a través de la ventana de una juguetería. Cabello desordenado, jeans negros, chaqueta negra. Delineador negro manchado de un lado. Apuesto a que lo dejé en su almohada. Apuesto a que su madre no estará feliz de verlo cuando lave la ropa de su precioso hijo.

    Más allá de mi reflejo, veo una muestra de muñecas en la tienda vacía.

    Niñas de Concurso. Al instante reconozco a Olive, Cora y Kiki. Ellas han sido lo mejor de la marca desde los noventas, su ropa y accesorios siendo lo único que cambia. Cora ahora viste unos leggings de flores y Kiki viene con un smartphone.

    Las que yo tuve usaban conjuntos de Edición Limitada. Kiki, mi favorita, tenía un overol de mezclilla en el que podías pintar con un marcador, luego lavarlo y empezar de nuevo. Aún recuerdo el olor de los marcadores, mis dedos llenos de rosa y morado.

    Cuando regresaba a casa de un viaje, papá tomaba mis manos y se burlaba de la tinta en ellos, como si su piel no se viera diez vece peor: manchas negras y amarillas en las venas, y otras rojas como picaduras de arañas. Siempre quise burlarme también. Pero nunca lo hice.

    —Disculpe. —Un chico en traje pasa por mi lado; el semáforo de peatones parpadea. Vuelvo a ver las muñecas antes de cruzar.

    Un Mundo para Niñas, dice la muestra. Niñas de Concurso no ha cambiado su eslogan por veinte años, lo cual dice mucho a los cínicos como yo: las niñas aún necesitan pretender. Encontramos nuestros propios mundos y madriguera en el interior, y luego enseñamos a la siguiente generación a hacer lo mismo. Dios sabe que es más fácil soñar en un mundo plástico y coordinado que aquí afuera.

    El punto del caso: cuando yo era pequeña, quería ser artista. Dibujaba todo el overol de Kiki y le rogaba a mamá que me comprara el Set de Pintura oficial de Niñas de Concurso. Incluso apliqué al centro de arte en el siguiente condado cuando la secundaria llegó. Incluso me aceptaron—hasta que mama confesó que no podía pagarlo. Aun así, me aferré a ese sueño por mucho, mucho tiempo. Todo por una muñeca.

    En mi apartamento, me dejo caer en la cama y me arropo con el cobertor. Aún no me acostumbro al vacío. Desde que mi compañera de cuarto se mudó, dejé igual la división de su habitación. Dos compañeras de repuesto han ido y venido desde entonces, quedándose menos de seis meses, sin cubrir el silencio en la forma que quiero.

    Huelo al sótano de ese chico: sábanas secas y bloques de hormigón viejo y húmedo. El licor hace que mi corazón lata de prisa. A través del pasillo puedo oír a mis vecinos discutiendo sobre quién debería pasear al perro, el cual tiene el hábito de no dejar de ladrar cuando necesita salir.

    Como ahora.

    Pero, de alguna manera, me quedo dormida.

    Estúpidas muñecas. Mis sueños son comerciales entrecortados de Niñas de Concurso en sus bicicletas vintage a escala y cocinando en sus elaborados sets de cocina. Luego de un rato, ni siquiera puedo ver a las niñas en el fondo jugando con ellas. Las muñecas se mueven solas.

    Mi alarma suena a las tres de la tarde. Ah. Ahí está la resaca.

    Pongo play a mi playlist de Masui y me deshago del olor a sótano en mis poros. La espalda me arde; el chico me dejó rasguños. No es que lo culpe. Le dije que fuera rudo.

    Supongo que mi vestido negro sin espalda queda fuera.

    Elijo la cosa más conservadora que tengo en este lugar: rojo brillante, sin tirantes, abertura larga en un lado. Juliet siempre lo llamó mi vestido de Jessica Rabbit, principalmente porque acentúa muy bien algunos atributos.

    Maquillaje de noche, aretes, cabello en rizos ligeros—el look va tomando forma. Lo único que falta es perfume.

    La única cosa que no puedo dejar de comprar, además de maquillaje y skinny jeans. Tengo veinte botellas en mi buró justo ahora, tintineando cada que abro un cajón o le doy al mueble con mi cadera.

    Elijo Prom. Suena como si fuera muy femenino y dulce, algo que encontrarías en una tienda Claire’s; su botella rosa brillante no ayuda. Pero el aroma es realmente discreto, un clásico vainilla sobre algo como rosas, lo cual es perfecto para una boda en un asombroso lugar, con una banda de música y... si tengo suerte, padrinos lindos.

    Antes de irme, me miro una última vez al espejo. El bolso negro se ve voluminoso, así que pongo mis cosas en el plateado. Arreglo mi cabello. Respiro.

    Finalmente, estoy lista.

    Me aseguro de cerrar la puerta con llave. La probabilidad es que no regrese esta noche.

    Levi

    Las bodas son depresivas como la mierda cuando eres divorciado.

    Sabía que hoy sería duro. Cualquier boda lo sería, pero el hecho de que es la de mi hermano menor es una pizca de sal en la herida. Por más feliz que esté por él, al estar involucrado en la boda en lugar de solo asistir, significa que hoy he tenido al menos cien recordatorios de que estoy soltero.

    Peor que soltero. Recuerdo un chiste sobre cómo una vez que has estado casado, nunca estarás realmente soltero de nuevo: es por eso que muchos formularios tienen una opción para Divorciado. Puedo confirmarlo.

    —¿Estás bien? —Pregunta Cohen cuando estamos reunidos frente al Acre para las fotos. —Te ves... no lo sé. Distraído.

    Acomodo su corbata cuando la hace mal. —Solo cansado. No dormí mucho anoche. —O la noche anterior a esa, o cualquier noche desde que me mudé de nuevo a casa y Lindsay se fue. Mi anuncio de Se busca compañero de cuarto no ha pescado nada aún, y no estoy seguro de qué es lo que me pone más nervioso: quedarme sin dinero para la renta o pasar otro mes en ese enorme lugar, solo.

    —Yo tampoco. —Expresa Cohen dramáticamente mientras observa a las hermanas de Juliet, co-madrinas de honor que, estoy seguro, orquestaron como el noventa y nueve por ciento de esta boda. —¿Ya terminamos?

    —No hemos tomado ninguna foto en el patio trasero, —protesta Viola, pero Juliet recoge su vestido y va hacia las puertas.

    —La ceremonia completa fue en el patio trasero, Vi. Creo que tenemos suficientes fotos. —Ella y Cohen toman las manos de su hija y la balancean entre ellos mientras entran. Como Viola coordinó alguna gran entrada para ellos, no tiene otra opción más que seguirlos.

    Abigail, la hermana de en medio, me codea en el camino hacia adentro. —¿Qué sucede contigo hoy? Has estado viendo a la nada desde los votos.

    Sí, estoy bien. Solo revolcándome en autocompasión porque mis propios votos no duraron más que la garantía de nuestro lavaplatos.

    —No estoy ebrio aún, —le digo. —Eso es lo que sucede.

    Su risa hace eco en el lobby, alertando a su esposo e hijos para que regrese. —No podría estar más de acuerdo, —dice antes de que su familia la acapare.

    El bar en el salón está lleno, así que me acerco al Maison y obtengo un whiskey gratis por parte de Seth. Es una gran ventaja de ser un Fairfield: rondar este hotel como si fuera mío.

    Me lo tomo rápido, luego ordeno uno doble para llevar de regreso al salón. Cuando me sumerjo entre la multitud, Juliet y Cohen están terminando su primer baile. Tan difícil como ha sido este día en momentos, no puedo ser ni un poco rencoroso, viendo la forma en la que se miran el uno al otro.

    La canción cambia; Juliet baila con su padre y Cohen con nuestra madre. Nunca sabrías que ella condujo entre la noche y dos estados para estar aquí, luce muy feliz.

    Por una vez, la actitud fiestera de mi hermano vale la pena: él y Juliet programaron la recepción para que lo más importante suceda temprano en la noche, para que el resto del tiempo esté dedicado meramente a bailar. Tan pronto como los bailes con los padres terminan, me llaman para dar mi discurso de padrino. Lo bueno es que soy el primero: los discursos de las hermanas de Juliet serían algo difícil de seguir. El de Viola hace a todos llorar y el de Abigail hace a todos reír. El mío obtiene algunos suspiros y risas amables. No es genial, pero es adecuado. Lo tomaré.

    Me escabullo luego de que cortan el pastel. Cohen mancha la nariz de Juliet con betún. Ella aplasta un pedazo en su rostro, ambos doblándose de la risa.

    El elevador suena. Escondo el vaso en las rocas detrás de mi espalda mientras paso junto a una pareja de aduladores que van saliendo.

    Cuando era un niño corriendo en este lugar con Cohen, se sentía como si nunca fuésemos a encontrar todos los escondites. En cada visita, nos encontrábamos con algo nuevo: comida gratis en eventos a los que nadie iba, armarios de suministro con cajas de mentas para almohadas—en una ocasión nos topamos con unas chicas teniendo una despedida de soltera en el cuarto piso. Nos hablaron como si fuéramos bebés, lo que odié, pero nos regalaron pizza.

    Nos tomó años averiguar cómo subir al techo.

    La escalera está metida en su propio pasillo. No estoy seguro de que el que esté tan escondida se adhiera al código de incendios actual del estado, pero al menos sé que nadie me encontrará aquí.

    En el piso veinte el aire se siente mucho mejor que en el suelo. Todos están allá abajo bailando, la mayoría de ellos también bailaron en mi boda, y yo estoy aquí admirando la ciudad entera con nada más que un vaso de whiskey. Quién necesita las bodas.

    Tacha eso: oficialmente me quedé sin whiskey.

    En días en los que era más joven y más tonto, pasé mucho tiempo en techos, e incluso más tiempo entrando a edificios. Oficinas vacías en parques, el viejo gimnasio auxiliar en medio de la escuela, el dúplex en el que mi primera novia vivía: cualquier lugar sin alarmas de seguridad era bueno.

    Nunca me llevé nada. No hice grafiti, no rompí vidrios—solo entraba y salía, para ver si podía. Pero era esta sensación de estar por encima del mundo la que más me gustaba.

    El viento aumenta. Me siento contra la caja de ventilación y cierro los ojos. Las luces de la ciudad me lastiman de repente, son muy brillantes.

    Los cigarrillos serían el cielo en este momento. Lindsay me convenció de dejarlo cuando estábamos saliendo. Tenía veintiuno. Desde los catorce no pasé un solo día sin fumar. Las amenazas de mi madre no funcionaron. El olor a podrido de mis dedos tampoco. Pero una palabra de ella...

    —¿Tienes encendedor?

    Mi grito ahogado no puede ser saludable a esta altitud. Esta chica sale de la nada, de repente está junto a mí en la parte sombreada del techo. Cuando miro hacia arriba, separándome de la ventilación como si ella me hubiera jalado, se ríe.

    —Te di un buen susto.

    —Uh, sí, —suspiro, luchando contra el infarto mientras se sienta junto a mí y busca algo en su bolso. —Lo hiciste.

    —¿Encendedor? —Pregunta de nuevo. Su mano sale con un recipiente. Observo en silencio mientras lo acomoda. —Todos roban mis Bics en el trabajo.

    —No puedo ayudarte. Pero es divertido, justo estaba pensando en cómo solía fumar y...—dejo la frase sin terminar. ¿Por qué le importaría lo que estaba pensando, o el hecho de que solía tener más encendedores que monedas en mi bolsillo?

    —¡Cigarrillos! —Saca una cajetilla de su bolso y cruza los dedos antes de abrirla. —Gracias a Dios, —suspira y saca un encendedor de ahí. —Olvidé que lo puse aquí. Buena idea.

    —Oh. —Me siento extrañamente orgulloso de su cumplido, incluso si no hice nada. —Bien.

    Da una calada y mira alrededor, empapándose de la vista, antes de hablar entre su exhalación: —Levi, ¿cierto?

    Es difícil ver su rostro. Sigue sentada a la sombra de la ventilación mientras yo estoy viendo los edificios a nuestro alrededor, el doble de alto que el Acre. Sin embargo, algo en ella se siente familiar. No tanto su voz, sino simplemente... ella. Esta extraña tensión en mis extremidades y la sensación de timidez al estar cerca de ella.

    —¿Ya nos conocemos?

    Inclina su cabeza hacia la luz. —Mara Fulbright, —dice. —La antigua compañera de Juliet. Nos conocimos cuando estaba teniendo a la bebé.

    El recuerdo viene a mí con rapidez, como su siguiente calada que suelta justo en mi rostro. —Bien, bien. ¿Cómo, uh... cómo estás?

    —No puedo quejarme. —Se acerca más. Las sombras se deslizan hacia atrás como si estuvieran tirando un mantel de una mesa. Ha pasado más de un año desde que nos conocimos, pero igual no estoy seguro de que la reconocería como está vestida ahora. Primero: el hecho de que está usando cualquier color menos negro. Segundo: la distracción de sus pechos cuando cruza el brazo, temblando y ofreciéndome el recipiente.

    —Yo no he...—Estoy a punto de decirle que no me he drogado en años. Cuando mi negocio comenzó a tomar impulso, dejé todo a excepción de los hábitos comunes: bañarse, comer y dormir. Todo lo demás se sentía como una pérdida de tiempo. Dejé la hierba, raramente bebía después del trabajo y casi nunca tuve un día realmente libre en cuatro años.

    Me convertí en un robot. Mi único objetivo: trabajar. Olvidar todo lo demás. Y a todos.

    Es casi un milagro que Lindsay no me haya engañado más pronto.

    —Gracias, —dije al final. Los movimientos regresaron con facilidad. Como andar en bicicleta—luego lo olvidé por completo. Ella ríe cuando mi primer intento termina en una tos.

    —¿Nuevo?

    —No, —silbo, —solo ha pasado un tiempo. —Intento de nuevo. Mis pulmones se ajustan más rápido esta vez. Sus ojos siguen el humo que dejo salir, el cual se lleva el viento tan pronto como sube lo suficiente.

    —No puedes dejar de mirar. —Levanta sus cejas. —Si quieres ver mis tetas, solo hazlo.

    Mi cuello se pone caliente. Le paso el recipiente. —No estaba viendo.

    —No mientas. Por eso elegí este vestido—las muestra. —Su guiñó me hace un nudo en el estómago. —Lucen bien, ¿cierto?

    —Wow. —Toso de nuevo y forzo una risa. —Esta se siente como una pregunta con truco.

    —Sin trucos. —Sus ojos se ven más oscuros ahora. Me pregunto si los míos también.

    —Uh... sí. Lucen muy bien. Quiero decir, tú luces bien. —Me quito la chaqueta y se la doy cuando tiembla. —Pero deberías cubrirte. Está frío aquí.

    Mara luce impresionada. —Caballeroso de tu parte. Gracias. —De repente noto sus piernas acercándose más a las mías y el aroma de su perfume en el aire. Mi chaqueta olerá a ella toda la noche.

    —Me enteré de lo tuyo por las hermanas de Juliet, —dice de repente. Es esto lo que me resultaba familiar: la forma en que no puedo decir si me está provocando porque le gusto o porque me está juzgando. La noche en que nació mi sobrina, pasé al menos una hora de nuestra fragmentada conversación en la sala de espera intentando averiguarlo.

    —¿Lo mío?

    —Dijeron que regresaste con tu ex. Quizá lo estoy imaginando, pero has tenido esa expresión de que se jodan las bodas en tu rostro desde la ceremonia, así que estoy suponiendo que no funcionó.

    —Oh. Sí, eso terminó hace un tiempo. —Miro las luces de nuevo. —Tú, uh... tenías razón sobre ella.

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