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Un verano inolvidable: Amor en Kona
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Un verano inolvidable: Amor en Kona
Libro electrónico261 páginas3 horas

Un verano inolvidable: Amor en Kona

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Información de este libro electrónico

Una aventura convertida en más, un romance de verano.

Él me salvo.

Literalmente. Casi me ahogué en mi primera noche en Hawaii, gracias a demasiado licor y a la peor confesión de amor de la historia.

Me siento atraída por Kai al instante, como una fuerza que no puedo explicar. Como la atracción lunar por el océano.

Como la corriente bajo la superficie, mucho más fuerte de lo que ves.

Tengo que luchar contra ello. Lo último que necesito es caer de cabeza de un amor frustrado a otro.

Una aventura suena como el paraíso. Siempre y cuando sea solo eso.

Porque lo único más loco que enamorarse de alguien luego de solo unos días… es hacerlo cuando uno de los dos se irá en solo unos cuántos más.

IdiomaEspañol
EditorialPiper Lennox
Fecha de lanzamiento22 ene 2021
ISBN9781071585085
Un verano inolvidable: Amor en Kona

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    Un verano inolvidable - Piper Lennox

    Para Freeman, como siempre

    Una vida sin amor es como un año sin verano.

    Proverbio sueco

    Capítulo 1

    Kai

    Cuando salgo a la superficie, papá está caminando en la orilla. Buscándome.

    Me tomo mi tiempo nadando hacia allá. Hoy es el primer día oficial de la temporada turística—no es que eso alguna vez termine—y yo estoy en servicio.

    —Ya tienes fila en la cantina, —sisea, señalando la playa. —¿Qué, no surfeaste lo suficiente durante la reunión que te saltaste?

    —Tengo a Luka encargándose de la cantina, papá. Está bien. —Limpio la arena de mi rostro y pretendo que no podría importarme menos el que siga mirándome mientras tomo mi mochila.

    Él sacude la cabeza y parpadea unas cuantas veces, su característico ya estoy harto de ti. —Simplemente no sé qué hacer contigo, Kai. Solías ser de mucha ayuda y ahora... es como si no te importara.

    No sé qué decirle. No me importa.

    Pero solía hacerlo. Cuando el imperio de nuestra familia era pequeño y manejable y divertido, solo un lugar bed-and-breakfast, trabajar para el negocio familiar era mi sueño. Amaba cada segundo.

    Pero ahora, entrecierro los ojos hacia la playa y veo nuestro nuevo hotel, gigante e inminente. Horrible. No puedo creer que papá cedió ante los hombres de Paradise Port que se acercaron a él hace dos años, hablando sobre franquicias y expansión, el resultado final y acaparar el mercado—todas las palabras que escuché, mi padre las decía con alegría mientras, cada año, la isla se hacía cada vez más y más comercial.

    Él también cambió. Puedo notar que ya no ama el negocio: lo mantiene despierto hasta tarde y está tornando su cabello gris. No puedo recordar la última vez que llevó a mamá a una cita, o que disfrutó de las olas con Luka y conmigo.

    Genial. Ahora me siento culpable.

    —Iré a la cantina ahora. Lo siento.

    Él asiente y camina hacia el resort, en la dirección opuesta, pero noto que su mirada se fija en el horizonte. Está mirando las olas.

    —Atrapé unas buenas hoy, —le digo. Sobresaltado, mira hacia mí—a la tabla que le estoy ofreciendo. En realidad, le estoy ofreciendo un descanso. —Si quieres ir por unas.

    Por un segundo, juro que en serio lo considera: mira de la tabla al océano, una mano casi tomándola.

    Luego, se detiene.

    —Solo ve a la cantina, hijo, ¿sí? —Me da otra mirada de estoy-harto-de-ti y se gira, caminando de regreso a la joya de la corona de su imperio.

    Ahora es mi turno de suspirar. Lo hago como una lenta y aireada maldición, —Joder. —El sol está tan alto mientras troto hacia el pequeño cobertizo en la playa, que ni siquiera puedo ver mi propia sombra.

    Luka está jugando videojuegos cuando llego al bar. —Hey, —dice, sin mirar hacia arriba.

    Tiro la consola de su agarre con una mano, la atrapo con la otra. —Deberías estar preparando.

    deberías estar preparando. La última vez que chequé, este no es mi turno.

    Ignoro eso mientras lavo mis manos y corto unas cuantas limas. —Te perdiste de un buen set, —le digo.

    —¿Sí?

    —Bueno, decente. Hubiera estado mejor cerca de la casa de Drew. —Apilo las rodajas de limas en el contenedor, luego comienzo con las piñas. Mis manos ya están pegajosas; todo el bar huele a ensalada de frutas, enfermizamente dulce. —Papá me miró.

    Luka asiente a unos turistas que pasan. —Lo supuse. No estarías aquí si no lo hubiera hecho.

    —Me dijo que había fila.

    Esto lo hace reír. —Dos personas. Y ni siquiera ordenaron, solo querían saber dónde podían rentar bicicletas.

    En lugar de reírme con él, niego con la cabeza y maldigo de nuevo.

    —Ya sabes, podrías al menos pretender que te importa, —agrega con seriedad. —Por el bien de papá.

    Dejo de pelar la piña y lo observo. Volvió a tomar la consola cuando yo no estaba mirando. —Primero que nada, —escupo, —estás ahí sentado jugando, intentando darme un sermón sobre importancia. Y segundo, solía importarme. Cuando realmente estábamos manejando esta mierda como se debe en vez de... esto. —Extiendo los brazos hacia la playa, englobando los tres kilómetros que componen la propiedad del resort—cuatro veces más grande y cien veces más ridículo de lo que teníamos antes.

    —Me importaba, —agrego, apuñalando la piña, —cuando papá decidió cambiar todo, solo así, sin siquiera decirnos. Y pareció que fui al único que le importó que todo cambiara.

    Luka deja de ver su juego. —También me importó, hermano.

    —¿Sí? ¿Entonces por qué no dijiste nada?

    Se encoge de hombros. No como si no supiera, sino como si no le importara lo suficiente como para hablar de eso. Apilo las piezas de piña en el contenedor y lo cierro con tanta fuerza, que la mitad termina en el suelo.

    Mollie

    —¿Vas a pedirle que salga contigo?

    —¿Es tan difícil de creer? —Murmuro, con el cepillo de dientes a medio camino de mi boca, mientras Tanya toma su plancha de cabello y desenreda el cable.

    —Solo creo, —dice con lentitud, —que si a él le gustaras de esa manera, ya te lo hubiera pedido a este punto.

    Escupo y miro mi reflejo. El mismo pensamiento cruzó por mi mente muchas veces—okey, miles de veces—pero estoy cansada de esperar. Carpe diem. YOLO. Lo que sea.

    —Mira, solo estoy siendo honesta porque no quiero que te ilusiones. Has tenido este loco, gigante, estúpido...

    —Lo entendí. Gracias.

    —...enamoramiento por Damian por, ¿qué... cuatro años? Y no ha pasado nada con eso. —Me sigue hacia nuestra sala de estar, nuestras maletas están abiertas, llenas hasta el tope. Guardo mi cepillo de dientes mientras ella encuentra un lugar para conectar la plancha. —Solo no quiero que te rompan el corazón. Es todo.

    —La universidad terminó, Tan. Si no voy a por ello en este viaje, podría arruinar mi última oportunidad con él. —Damian, el único estudiante de arquitectura en nuestro grupo de amigos, además de mí, consiguió un trabajo en Oregón antes de que nuestro último semestre siquiera comenzara. Y como ahora estoy sin trabajo y me mudaré a la casa de invitados de mis padres en julio, este gran viaje de graduación es mi única oportunidad con él.

    La veo sentarse en su maleta, la cual ni siquiera cede, no está ni cerca de cerrar. —Sé que es riesgoso, —continúo, —y él podría decir que no, y sí, probablemente eso sería molesto.

    —Devastador. —Ella arranca puntas abiertas de su cabello. —Apocalíptico. Estaré lista con el lavado de estómago cuando bebas hasta provocarte un coma.

    —Pero he pasado cada fiesta y clase que hemos tenido juntos desde primer año, —continúo, lanzando un sombrero a su rostro como un platillo volador, —asustada como la mierda de que siquiera supiera que me gusta. ¿No debería al menos intentarlo antes de que sea demasiado tarde?

    Ella suspira. No estoy segura de si a mí o a su maleta.

    —Supongo, —dice finalmente, dejando caer sus manos en su regazo como si la hubiera vencido con alguna lógica impecable. Quizá solo está cansada de intentar hacerme desistir. —Que si hay un lugar perfecto para una idea loca, probablemente sea Hawaii, ¿cierto?

    * * *

    —Parece que nos sentaremos juntos.

    Pretendo estar sorprendida cuando Damian toma el asiento junto a mí en el avión, sin dejar notar que cambié asientos con Macy. —Oh, ¿en serio?

    Él asiente. —Pero tiene sentido. Carrie compró todos los boletos juntos.

    —Oh, —digo de nuevo. —Sí.

    Estamos en silencio hasta que el avión despega y las aeromozas comienzan a pasar pequeñas latas de soda y paquetes de galletas. Mi mano roza la suya cuando bajamos nuestras mesas.

    —Lo siento, —murmuro, pero él ya está abriendo sus bocadillos y no lo nota.

    Con Damian, parte del problema—según Tanya, al menos—es la construcción. Su teoría es que pasé tanto tiempo construyéndolo en mi cabeza, yendo detrás de él en secreto, que lo hice inalcanzable. —Sigues creyendo que es algún dios griego y que jamás tendrás oportunidad con él, —me explicó más de una vez, —así que eso es como, una profecía autoinfligida.

    Mi pecho se hincha con unas grandes bocanadas de aire, tranquilizándome. Si mi fracaso hasta este punto ha sido autoinfligido, entonces es lógico que mi valentía después de este punto también lo sea. Finge hasta que te lo creas. Creer para lograr.

    Paso mi cabello detrás de mi hombro y me giro en mi asiento. —Entonces. ¿Emocionado por Oregón?

    —Yo no diría emocionado. —Da un trago a su soda mientras sigue con galletas en su boca. Odio cuando las personas hacen eso, pero ver que Damian lo hace, hace que de alguna manera sea menos asqueroso. —Solo... listo para algo diferente. ¿Sabes?

    —Sí, —digo, aunque no lo sé.

    —Pero es un buen trabajo. Al menos hasta que esté listo para un posgrado y la maestría. —Me observa. —¿Qué hay de ti?

    —Quizá también haga una maestría en arquitectura. —He aprendido que esta es una gran respuesta cuando la gente me pregunta sobre mis planes: nadie discute por más educación.

    —Es algo que debes hacer. Las licenciaturas no valen nada sin una maestría.

    —Eso no es completamente cierto. —Escucho lo huraña que sueno e intento reír. Punto discutible: solo me da una sonrisa como si fuera inocente.

    —¿Supiste más sobre esa... uh, esa cosa?

    —¿Cosa?

    —Sí, estuviste hablando sobre este programa en Vermont, o algo.

    Lo pienso un minuto. —¿La pasantía en Maryland?

    Él asiente, más interesado en su siguiente paquete de galletas de lo que me gustaría. —Sí.

    —Uh... no, eso no se dio.

    —Oh. Siento escuchar eso.

    Él ya lo había escuchado. Se lo dije tan pronto como me llegó el correo con respuesta negativa en enero. Mentiría si dijera que no me molestó que lo olvidara, pero se siente mezquino hacerlo.

    Caemos en otro silencio. No me vienen a la mente temas de conversación ingeniosos y, conforme el silencio se prolonga, se siente más tonto que esté medio inclinada hacia él, cuando él se está alejando y disfrutando de la película.

    —Hey, uh, —dice, justo cuando estoy a punto de regresar por completo a mi asiento y decidir que la valentía autoinfligida no sucederá, —¿Puedo, uh...

    ¿Pedirte salir? ¿Invitarte a que te quedes en mi habitación de hotel? ¿Estar contigo desde el momento en que aterricemos hasta que debamos regresar?

    —...tomar prestados tus audífonos?

    Todo mi cuerpo entero se desinfla. Le paso el empaque de celofán con los audífonos y fuerzo una sonrisa cuando me agradece.

    El vuelo se siente más largo de lo que es. Tanya me sigue cuando me levanto al baño.

    —Hey, ¿cómo va con Damian?

    —Genial. Me preguntó si podía tomar mis audífonos. Estoy pensando en que los colores de nuestra boda sean dorado y esmeralda.

    Me da una sonrisa de bendito sea tu corazón y me ofrece chicles. —Se pondrá mejor, —dice. —Solo espera hasta que estemos en el resort—con todo el alcohol y la diversión, te soltarás.

    Miro más allá de ella a la cabeza de Damian. Él está asintiendo, mis audífonos aún en sus oídos. —Eso espero.

    Capítulo 2

    Mollie

    —Necesito un trago. —Tanya pasa su brazo por el mío mientras bajamos del taxi. Carrie y Macy venían con nosotras; Damian, su compañero James y los gemelos, Ian y Ted, venían en el taxi del frente. Ellos ya están poniendo su equipaje en la acera, interceptados por botones ansiosos, cuando llegamos.

    A Tanya se le cumple su deseo, porque tan pronto entramos al vestíbulo, somos saludados por una mujer con collares de flores y un chico con tazas de coco. No sé qué hay en ellas, pero el aroma es fuerte. Termino el mío antes de llegar a la habitación.

    —¡Woah, mira este lugar! —Carrie comienza a explorar la suite, presionando su nariz en cada ventana como una niña. Ella hace eso—actúa como una niña, pero odia que la gente no la respete. Probablemente por eso es pre-med, pero no puedo imaginar a las personas tomando en serio a una doctora de 1.50 metros que lleva brillos en el rostro y un bolso de dona kawaii.

    Mientras tanto, Macy está leyendo el menú del restaurante de abajo y Tanya está robando lo que queda de la bebida de Carrie. Lo que me deja a mí y al botones. Le doy cinco dólares y cierro la puerta detrás de él.

    —Entonces, —chilla Carrie, dejándose caer en el sofá con su bolsa de maquillaje—cubierta en lentejuelas, ni más ni menos—para retocar su brillo labial, —¿Cómo fue la experiencia de vuelo de todas?

    La manera en la que dice experiencia de vuelo deja claro que en realidad me está preguntando si tuve el valor de coquetear con Damian o no. Ignoro los tres pares de ojos sobre mí y busco entre mis cosas un ibuprofeno.

    —Ya saben, —agrega, —hay un gran luau esta noche, inclusivo. Quizá tú y Damian podrían tener un momento a solas junto a las olas.

    Macy toma el brillo de Carrie y se lo unta en los labios. Lo entiendo, como compañeras, están acostumbradas a compartir todo y cruzar límites, pero cosas como esa siempre me dan asco. Tengo que ver hacia otro lado, el simple pensamiento de ellas compartiendo saliva y bacterias me hace querer vomitar.

    Tanya y yo no hacemos eso. Compartimos ropa, pero es todo. No creo que ella tenga problemas compartiendo cosas como maquillaje o bebidas—es evidente por el hecho de que ahora también le está robando a Macy—pero gracias al cielo, entiende mis rarezas. Como no compartir saliva a menos que estés saliendo con la persona, o mantener la televisión a un volumen bajo cuando tu compañera está estudiando.

    O el hecho de que tengo el más tonto y patético enamoramiento por Damian desde el día en que todos nos conocimos, y por mucho que me moleste con eso en privado, respeta el hecho de que odio hablar sobre eso frente a otras personas. Incluso con Macy y Carrie.

    Así que instantáneamente cambia el tema hacia qué deberíamos almorzar, le doy una mirada de gratitud. No es nada notable, pero ella entiende el mensaje.

    Kai

    —El luau es esta noche. ¿O ya lo olvidaste?

    Me detengo, con la mano aún en el refrigerador. —No, —digo a los imanes, arcilla polimérica y pegajosa como el infierno, enviados por familiares en el continente. El Space Needle está roto justo por la mitad, dentado como un cuchillo. —No podría olvidarlo aunque lo intentara.

    Papá suspira y sacude la cabeza. Tiene como mil documentos esparcidos en la mesa de la cocina. Típico: desde que firmó el contrato de la franquicia, se ha visto forzado a trabajar durante su descanso para el almuerzo, incluso cuando viene a casa a comer con mamá.

    El sonido que hace mi soda al abrir hace eco por la casa como un hueso rompiéndose. El lugar es demasiado silencioso hoy en día, incluso cuando hay más cosas sucediendo.

    —¿Kai? —La voz de mamá flota hacia mí desde la puerta que da a nuestro jardín. —¿Eres tú?

    Me asomo y saludo. Está arrodillada en la tierra, con paquetes de semillas a sus pies.

    —Pepinos, —explica, señalando la fila. —Estoy pensando en sembrar rábanos también. ¿Qué piensas?

    —Los rábanos estarían bien, —digo, fingiendo interés por su bien. La jardinería es algo nuevo para mamá, y parece estar ayudando con esos sueños estresantes que comenzó a tener cerca de Navidad. Se niega a decirnos sobre qué son, pero tengo el presentimiento de que es una compilación sin fin de todas las maneras en las que papá está trabajando de más. —Espero que encurtas esos pepinos, o no los comeré.

    Esto la hace sonreír, lo que me hace sonreír.

    —Pásame la regadera, ¿puedes? —Vemos la lluvia que deja caer en los nuevos montículos, la tierra fresca y aromática. Me recuerda a cuando era niño y nuestro jardín era solo tierra, y cada nueva hoja era retirada por nuestros camiones Tonka y las ruedas de bicicleta tan pronto como florecían.

    —¿Dónde está Luka? —Ella se levanta y se sacude las manos en sus jeans. Noto que son unos viejos de papá, sujetos con un cinturón. Me pregunto si hace estas cosas tiernas de pareja para llamar su atención—robar su ropa, cortar sus sándwiches en corazones—o si a este punto solo es la fuerza de la costumbre.

    —En alguna reunión para el luau de esta noche. No lo sé.

    —Trabajó dieciséis horas ayer, —dice. —¿Puedes creerlo?

    —Se está convirtiendo en papá, —murmuro. Lo cierto es que estoy sorprendido. Luka siempre ha sido del tipo holgazán.

    Mamá me da una mirada de regaño. —Kai.

    —¿Qué?

    Ella suspira y sacude la cabeza, justo como papá hizo en la cocina hace unos momentos. Pero ella lo hace diferente: sabe que tengo razón. Solo no quiere decirlo.

    Capítulo 3

    Mollie

    —Ahí está. Ve a por ello.

    Casi salto fuera de mi piel cuando Tanya me empuja para hacer que me acerque. Fue gentil, pero estoy demasiado tensa para soportar incluso el más suave toque. Que Dios me ayude si Damian intenta tomar mi mano o besarme esta noche.

    En realidad, que Dios me ayude si no lo hace.

    Me abro paso entre la multitud como si trabajara aquí, de la manera en que mis amigos me han enseñado cientos de veces: barbilla alzada, hombros rectos, cada paso como si llevaras tacones.

    Corrección: como si llevaras tacones y supieras cómo caminar con ellos.

    Damian está en la barra junto a la piscina infinita, donde el luau comienza y se extiende hasta otra cubierta, luego hasta la playa. Hay antorchas y collares de flores, servidores con bebidas rosa brillante y bailarines de hula en un pequeño escenario de madera, llevando brasieres de cocos. Me volvería loca por estas cosas de turistas si no fuera una mujer con una misión.

    —Hey, —digo, intentando sonar relajada mientras me siento junto a él. —¿Qué estás tomando?

    Gira su trago hacia la luz. —No recuerdo el nombre, —dice, —pero tiene jugo de fruta de la pasión. ¿Quieres probar?

    Por primera vez en mi vida, no dudo en aceptar la oferta. —Huh, —digo, entrando silenciosamente en pánico porque mis labios tocaron el mismo punto que los suyos, —no es tan dulce como esperaba. En una buena manera.

    —¿Verdad? También me preocupaba que fuera demasiado dulce.

    Esto va bien. Ordeno vodka y arándonos a

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