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Dime que me amas
Dime que me amas
Dime que me amas
Libro electrónico223 páginas3 horas

Dime que me amas

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Información de este libro electrónico

Amarás, odiarás y reirás con los personajes de esta historia.

Mara McCain ha regresado a su hogar para reencontrarse con su pasado y futuro tormentoso. Después de un año lejos, volverá junto a su explosiva hermana que la llevará al lugar donde ese viejo y negado amor estará esperándola. Conflictos para evitar amarse y reencuentros llenos de pasión, harán que Liam Redmond cambie su forma de pensar respecto a la mujer que siempre quiso, convirtiéndose en su dulce tortura cada vez que la tiene cerca.

«¿Así es como querías vengarte de mí?

Enamorándome y después destruyendo mi corazón en pedazos.»

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento17 feb 2016
ISBN9788491123767
Dime que me amas
Autor

María José M.S.

María José nació en Costa Rica en 1993. A pesar de su corta edad ha disfrutado desde muy joven la creación de historias y devorando novelas de fantasía. Le encanta imaginar nuevas aventuras antes de dormir, las cuales terminan siendo novelas como Dime que me amas. Ama escuchar música y los paseos por la montaña.

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    Vista previa del libro

    Dime que me amas - María José M.S.

    Título original: Dime que me amas

    Primera edición: Febrero 2016

    © 2016, María José MS

    © 2016, megustaescribir

    Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ISBN:   Tapa Blanda             978-8-4911-2375-0

                 Libro Electrónico   978-8-4911-2376-7

    Contents

    1

    2

    3

    4

    5

    6

    7

    8

    9

    10

    11

    12

    13

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    21

    Agradecimientos

    Sobre el autor

    Para los que creyeron en esta travesía.

    1

    Cuando era pequeña mi madre me leía todas las noches un cuento de hadas donde los príncipes y princesas eran los protagonistas. Siempre le decía después de un largo bostezo que cuando creciera al igual que la princesa Thea, conocería a mi príncipe de capa roja. No bastó muchos años para que esa idea se esparciera de mi cabeza y en mi corazón creciera un escudo que rechazara todo tipo de sentimiento relacionado al amor con otra persona. Razón, no la sé. Simplemente una parte de mí creyó que eso tendría que esperar, llevándome a rechazar a la mejor oportunidad que podría haber soñado, a mi príncipe azul.

    Una mujer indicando que subamos al avión que me llevará de regreso a casa es lo que me trae de vuelta de mis divagaciones. Observo alrededor para recordar tan solo por un instante dónde estoy. Visualizo a mi hermana que esta a mi lado por lo que me acomodo en el asiento para intentar hablar luego de aclarar la garganta.

    —Disfruté mucho nuestro tiempo juntas —digo realmente agradecida. Casey por su parte me observa contenta y sonríe.

    —Te lo dije, pero no querías venir conmigo.

    —La próxima será mi turno. Te sacaré sin tiempo de nada, tal y como lo hiciste cuando llegaste a mi habitación con los pasaportes.

    Me da un leve empujón y vuelve a su teléfono riendo, realmente no tengo idea de cómo hace para mover los dedos con tanta velocidad para enviar mensajes a cinco personas distintas a la misma vez, tiene talento y siempre se lo digo.

    Tomo mi bolso y me levanto de mi asiento para abordar el avión. Un año en Argentina ha sido el mejor descanso que he tenido en mucho tiempo, desde que me gradúe no he dejado de trabajar ayudando a mi madre con sus tiendas de ropa íntima, dejando a un lado la universidad y de paso mi vida social.

    —Espero que mamá haya podido instalar su bicicleta nueva, con todo lo que he comido este viaje de seguro tendré que pasarme a vivir al gimnasio —comenta Casey mientras camina hasta nuestros asientos.

    Noto como un sujeto se concentra en el escote de mi hermana y se relame los labios seguido de una risa descarada, ella por su lado, ni se entera por ir con su teléfono. Casey es la clase de chica que le roba las miradas a cualquier hombre que pasa al lado suyo, siempre ha destacado por su belleza y pequeñas telas que llama blusas, apartando que en secundaria era el alma de la fiesta. Ahora como se encuentra en su primera relación formal con su novio de dos años, ha dejado de salir intentando convertirse en una buena futura señora de Fontaine, pero dudo que tarde mucho tiempo ahora que regresamos.

    —¿Sabías que debes de apagar ese aparato en cualquier segundo? —le digo mientras batallo con una bolsita de maní.

    —Sí, y es por eso que estoy despidiéndome… justo… ahora.

    Revoleo los ojos y me concentro en la ventana, afuera no hay mucho que ver, solo los sujetos que caminan de un lado a otro con un chaleco color naranja y un casco, acomodando equipajes y conduciendo carritos sobrecargados con todo tipo de maletas. Me ha gustado pasar este tiempo lejos de casa, lo que al principio era un viaje de un mes se convirtió en uno de un año. Cuando encontramos confortable el apartamento y las personas que se acercaban a hablarnos, se convirtieron en nuestros amigos inseparables, se nos hizo difícil decir adiós, por lo que hablamos con nuestros padres y nos quedamos permanente. Los primeros meses fueron de fiesta, pero conforme pasaba el tiempo nos adaptamos a un tipo de vida donde nos levantamos temprano para el desayuno y después salir a caminar, para así al terminar el día quedarnos en un sofá viendo una película en pijamas.

    Una mujer vestida de azul se para frente a mí sonriente, chequeando que todo esté bien, seguido las pantallas se encienden indicándonos las medidas de precaución, no me molesto en mirar ya que esta sería como la millonésima vez que escucho como salir del avión en caso de emergencia. A mi lado escucho el lloriqueo de Casey al verse obligada en apagar a su mejor amigo, seguido se vuelve hacia mí haciendo pucheros, ya atenta de que he visto su dura despedida. Despacio curva las comisuras de su boca hacia arriba formando una sonrisa.

    —¿Qué? —digo curiosa.

    —¿Te cuento algo?— me dice acercándose más a mi lado.

    —Dime.

    —Chris se regresará a vivir a California.

    —¿Enserio? Eso es grandioso.

    —Lo sé. Lo ascendieron al puesto de presidente de la empresa y le dieron la oportunidad de elegir donde pasar el siguiente año.

    —Me alegro mucho, de verdad.

    Casey y Chris desde que se conocieron se enamoraron locamente, recuerdo ese día. Mi familia y yo debíamos de asistir a una gala de beneficencia, era un compromiso de nuestros padres por lo que ambas nos veíamos obligadas a asistir contra nuestra voluntad. Esa misma tarde Casey enamoró al joven que nos llevó al hotel y después al salón de la fiesta, seguido a unos cuantos meseros que le llevaban sus bebidas. Cuando llegó el momento de conocernos con él y sus padres, Chris tan solo pestañeo al ver a Casey y puedo estar segura que sus ojos le brillaron. A partir de ahí, se comenzaron a conocer hasta que se hicieron novios.

    —Sí, es por eso que eres la primera persona en quien pensé contarle —dice sonriente, para después tomar su bolso en busca de un pañuelo para limpiar el sudor de su respingada nariz. Casey y yo somos muy parecidas físicamente, solamente, porque en personalidades, somos todo lo contrario.

    La luz se enciende y nos indica que nos abrochemos el cinturón, me preparo para un largo viaje con mis anteojos oscuros para dormir el resto del camino.

    Estiro mis piernas, brazos y muevo mi cabeza de lado a lado pretendiendo que mi cuello suene. Casey ha caído rendida en el asiento de camino a casa, ya que el chofer de mi padre, mostrándose alegre por nuestro regreso se encargó de arrullarnos con su música instrumental.

    —Señoritas, hemos llegado —escucho a Donovan decir.

    Me bajo de prisa para aspirar un poco de aire fresco, abro de nuevo mis ojos y encuentro nuestra casa frente a mí. He extrañado pasearme por ella, el jardín y el área de la piscina son mis lugares favoritos. Conozco cada rincón de este lugar, tanto que puedo cerrar los ojos y verla. Miro alrededor y todo luce… distinto. Por lo que veo Julie se aburrió bastante mientras no estábamos y gastó su tiempo en remodelaciones.

    No puedo evitar en observar a mi derecha el techo color marrón que se levanta sobre nuestra tapia, justo como una parte de mí esperaba encontrarlo, la casa de los Redmond sigue ahí. Grande y elegante, la mejor mansión de esta calle. En ella vive la familia que por mi niñez me vi envuelta por amistad entre los adultos, y los niños que venimos siendo su hijo y yo.

    —¿Te vas a quedar aquí o qué? —gritan en mi oído.

    El entusiasmo de Casey, que ha despertado, es exagerado, tal vez le sirvió bastante cargar baterías ya que no para de moverse emocionada por entrar ya. Me apresuro a caminar hasta la puerta principal, subo las cinco escaleras y después me introduzco en el enorme salón. La mayoría sigue igual, exceptuando unos cuantos muebles, lámparas y flores tropicales por todas partes, dándoles pinceladas de colores a cada rincón y mesa.

    Del despacho de mi padre salen ambos, sonrientes con los brazos extendidos felices de tenernos de vuelta. Nos separamos por unos meses y nos reciben como si nos marchamos hace cinco años.

    —Mis niñas hermosas —grita Charles.

    —Las extrañamos —agrega Julie.

    Una vez juntos nos regala a mi hermana y a mí un beso en nuestras frentes, cuando es el turno de Julie nos abraza tan fuerte que nos deja claro lo mucho que nos extrañó tal y como dijo en cada mensaje que nos enviaba todas las noches.

    —Casey, haz ganado peso —escucho a Charles decir, mi hermana pega un grito y de inmediato todos soltamos una carcajada— es broma. Estás preciosa.

    —Más te vale que lo arregles, papá.

    Julie nos dirige al sofá donde nos pide que nos sentemos para compartir nuestras experiencias del viaje.

    —¿Disfrutaron? ¿Les hicimos falta? —comienza diciendo tal como lo pensé.

    —Sí y sí —contesto.

    —Mucho —dice Casey distraída porque ya ha comenzado con sus mensajes en el teléfono.

    —La última vez que estuve allá antes de ir a visitarlas, por supuesto, fue para una actividad de un empresario muy amigo mío —cuenta Charles, que con elegancia peina su cabello hacia atrás. Después acomoda sus anteojos de vista y pestañea varias veces para enfocar mejor.

    —Quisiera ir de nuevo —comenta Julie—, tal vez podremos ir el otro año.

    —Claro —le responde Charles.

    —Me parece tan bien —se emociona Casey—, ustedes dos se merecen una nueva luna de miel.

    Gracias a los planes de viaje de mis padres, comienzan a hablar por quince minutos seguidos olvidando que estoy aquí. Algo cansada de escucharlos contar las mismas historias, decido ser yo la que habla esta vez. Los tres esperan que lo haga para seguir el tema.

    —Mamá, ¿cómo va la empresa?

    —Bien, cariño. Estoy por lanzar una colección nueva, se llama Travesía. Me enfoqué en los colores rojos, blanco y negro. Podríamos ir a la empresa para que me ayudes.

    —Sí, me parece. Casey también iría ¿cierto?

    —Claro que sí —contesta distraída.

    Julie contenta de tener programado una salida con sus hijas, para compartir sus nuevos diseños, se hace para atrás y así poder tomar a Charles de la mano. Ella es muy tranquila, trabajadora y amorosa. A sus cuarenta y cinco años, vive cada día con una sonrisa dibujada en su rostro, haciendo lo que más ama: ser esposa, madre y empresaria.

    Julie siempre ha destacado donde quiera que vaya con su figura esbelta y sus piernas largas y delgadas, su cabello siempre se lo recoge para trabajar, no usa mucho maquillaje, ya que no le hace falta. Le gusta delinearse los ojos con negro para que su color ámbar resalte, después pone un poco de rojo sobre sus labios gruesos y así comienza su día. Casey es muy parecida a ella por lo tanto, yo también, solo que mi cabello no es tan rubio como el de ellas, sino que aún conservo un rubio oscuro como mi padre.

    —Podríamos invitar a nuestros vecinos —comenta Charles— niñas, deben de saludar a los Redmond, estuvieron aquí ayer preguntando por ustedes.

    —Lo tendré en cuenta.

    —¿Los padres de Liam? —pregunto curiosa.

    —Sí, los mismos.

    —Claro. Pensé que ellos seguían de viaje.

    —No, cariño. Henry y Layla no dudaron en venir a visitarnos para retomar contacto con nosotros, desde ese día hemos vuelto a ser los mismos amigos de antes. Solo falta tenerte a ti y a su hijo jugando a un lado mientras los adultos charlamos —dice sonriendo.

    —Eso es bueno —digo sorprendida de que las cosas estén volviendo a ser igual que antes—. ¿Qué sabes de Liam?

    Ambos se quedan en silencio por un instante dudosos, y después intentan no reír.

    —¿Qué? —pregunto curiosa por no dejarme ser parte de su chiste.

    —Puedes creer que después de todo este tiempo no hemos hablado de él —dice Julie.

    —¿No? ¿Por qué?

    —No lo sé. No ha surgido el tema.

    —Bueno mamá, corrígeme si me equivoco, pero cuando unos amigos se vuelven a ver después de mucho tiempo y tienen familia, se pregunta por ellos.

    —Sí y los Redmond nos preguntaron, pero en nuestra defensa, ellos tampoco hablaron de su hijo —intenta defenderse.

    —¿Estará vivo? —pregunta mi trágico padre.

    —¡Cómo dices eso! —digo sorprendida.

    —Tengo una idea —habla Julie feliz—, los invitaré a cenar para que ellos las vean a ustedes y tú puedas ver a Liam… bueno, todos podamos verlo.

    —¡¿Liam?! —dice Casey recordándonos que sigue aquí— ¿ese no era tu novio de infancia?

    —No —respondo de inmediato— era mi mejor amigo, además ¿no estabas hablando por mensajes?

    —Se la pasaban juntos todos los días y se daban besitos. ¿cómo vas a negarlo ahora?—la fulmino con la mirada.

    —Eramos niños, y no nos dábamos besos.

    La risa de Casey comienza a darle vida a la enorme casa que nos ha visto crecer, mis padres felices se abrazan viendo como mi hermana y yo nos damos empujones por su broma. Un bostezo inesperado me alerta que es hora de dormir, así que me levanto y tomo mis cosas.

    —Me iré a mi habitación —les digo a todos—, estoy muy cansada.

    —Sí, por supuesto cariño —responden Julie y Charles.

    —Yo también —se incluye Casey con los ojos rojos y llorosos, no estoy segura si es por ver tanto la pantalla o por cansancio también.

    Despacio subo las escaleras doblando en la pequeña curva para así llegar al segundo piso. Giro la fría esfera en mis manos para poder abrir la puerta y así sorprenderme con el cambio que Julie ha hecho. No puedo evitar sonreír, ya que luce increíble, pensé que se había olvidado hacerlo cuando se lo pedí al decidir que era tiempo de regresar. Al entrar, me sitúo en el centro de la habitación para dar un giro despacio y así poder apreciar todo alrededor. Los muebles son de madera oscura y la cama exhibe unas cobijas de mi color preferido, el rojo. Dejo lo que traía en mano y sin pensarlo me quito la ropa y me meto a dormir.

    Intentado adaptarme de que desperté en otro lugar que no es el apartamento en el que viví una temporada, bajo para encontrar nuestra mesa de quince puestos sobrecargada de repostería, frutas, jugos y más. Julie ha exagerado esta mañana en el desayuno, Charles como siempre, nos espera a todas para comer. Casey como de costumbre, sigue dormida por lo que Gaby, la señora encargada del servicio, se da la tarea de ir a despertarla.

    Pasan al menos diez minutos cuando la hermosa hija mayor del empresario Charles McCain, baja con su cabello enmarañado y su cara aún marcada de la almohada y cobija.

    —Me alegra ver que desayunamos los cuatro —dice Julie emocionada, mientras lleva una cucharada de avena a su boca.

    —Lo mismo digo —intento seguir la conversación—. Me hacia falta sentarme en nuestra mesa a disfrutar del desayuno.

    Mi madre sonríe de ver que presto atención a lo que ella dice, por lo que sigue masticando y recuerda a su otra hija, después busca a Casey con la mirada para arrugar el ceño en desaprobación al verla prácticamente dormida sobre la mesa.

    —Casey McCain —pega un grito para despertarla—, no te eduque de esa manera.

    —Lo siento —responde y le da un mordisco a la pera que estaba a su alcance.

    —¿No dormiste? —le pregunto.

    —Un poco. Las chicas me contactaron y pasamos horas poniéndonos al tanto de todo —ahora si se despierta por completo—, no sabes lo que me han contado… ¡oye! arréglate porque esta

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