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Torbellino I y II: La Sombra de un Pasado/Verdades a la luz: Torbellino, #1
Torbellino I y II: La Sombra de un Pasado/Verdades a la luz: Torbellino, #1
Torbellino I y II: La Sombra de un Pasado/Verdades a la luz: Torbellino, #1
Libro electrónico912 páginas14 horas

Torbellino I y II: La Sombra de un Pasado/Verdades a la luz: Torbellino, #1

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"La sombra de un pasado que amenaza acabar con ella. El augurio de un torbellino que se convirtió en su cruel afrenta. Ahora Sam debe decidir si permanecer en su condena o extender las alas y aprender a volar hacia la libertad."



¿Estás lista para ser arrastrada por un torbellino de emociones que jamás olvidarás, niña?

IdiomaEspañol
EditorialP.M. Brizuela
Fecha de lanzamiento25 jul 2023
ISBN9798201679828
Torbellino I y II: La Sombra de un Pasado/Verdades a la luz: Torbellino, #1

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    Torbellino I y II - P.M. Brizuela

    P.M. BRIZUELA

    TORBELLINO

    VOLUMEN I y II

    Torbellino: La Sombra de un Pasado

    Torbellino: Verdades a la Luz

    A mi bella mariposa

    Misterio y enigma se esconde en el revolotear de tus alas

    Primera Parte

    Torbellino: La Sombra de un Pasado

    ––––––––

    Vuelve a casa, amor...y recupérala

    No, yo moriré hoy, a tu lado, junto a ti.

    Vuelve a casa... ...Te amo

    "No!!! 

    Luego la oscuridad...

    Introducción

    —Señorita...señorita, disculpe; pero ya vamos a cerrar. Debe abandonar el lugar.

    —Déjeme quedar aquí, por favor.

    —Lo siento, pero no puedo. Debe irse ahora mismo. Además, está haciendo mucho frío, si continúa tendida en el suelo podría enfermar. No ha dejado de nevar y continuará nevando toda la noche. La temperatura descenderá cada vez más. Váyase a su casa, su familia debe estar preocupada por usted.

    —Yo no tengo casa, tampoco familia —responde Sam, arrastrando con su voz los vestigios del llanto que la ha consumido hasta ahora—. Mi única familia se encuentra aquí y lo único que me queda de ellos son los nombres que están grabados sobre estas lápidas. Por favor, déjeme quedar otro rato. Le prometo que no me moveré de aquí.

    —Precisamente por eso es que no se lo puedo permitir. Podría morir congelada si se queda a merced de la intemperie.

    —¿Y qué si eso sucede? Me estarían haciendo un favor si mis ojos no descubriesen otro amanecer. Váyase, que si me muero es por decisión mía, a nadie le interesa.

    —A mí me interesa —contesta el velador del cementerio— o al menos a mi empleo. Me despedirán si no cumplo con el horario establecido. Debo cerrar los portones a las ocho en punto y para ello necesito que usted esté fuera de aquí. No me obligue a llamar a las autoridades, por favor.

    Sam recoge su cuerpo, así como sus lamentos del suelo y estando de rodillas deposita un par de besos sobre el nombre de Richard y el de su hijo.

    —Adiós, los amo. Mamá te ama —menciona dejando las caricias de sus dedos sobre el nombre grabado de su bebé.

    Capítulo I

    Sam por fin alza los ojos y la mira. La entrada por la cual cruzó en un millón de ocasiones, durante toda su niñez y adolescencia, se encuentra allí, frente a ella. Imponiéndose ante su mirada como un triste recuerdo lleno de dolor y amargura. 

    Si por ella fuese no permanecería ni un segundo más en aquel lugar. Daría media vuelta y saldría huyendo de allí, al igual que lo hizo el día anterior.

    «Pero esta vez no será igual. De seguro que nada será igual».

    Y determina esto adelantando los pasos con firmeza, hasta que sus manos se adueñan de aquel gigantesco portón negro como si fuese una pobre niña de la calle. Como si implorase por un pedazo de pan a los ricos y afortunados que, se mira, habitan en aquella propiedad...En esa enorme y vasta mansión. Un poco de alimento para llenar así el agobiante vacío que impera ahora mismo dentro de su corazón. En su vientre desolado.

    Al parecer todo permanece igual, nada ha cambiado según la expresión de su rostro. Sam se une a las rejas intentando obtener un mejor panorama. La imagen de la niña desvalida cobra vida ante la vista de cualquiera que deambule por los alrededores y entonces, sonríe...Sonríe con una amplia mueca cargada de satisfacción pues advierte cómo todo sigue como antes.

    Todo y a excepción de los cinco vehículos que están estacionados en línea cerca de la fuente. Es claro que son del año, autos último modelo. Todos ellos nuevos de paquete y formando parte de una lujosa exhibición. Nunca dentro de las cocheras, como jamás lo fue; mas siempre listos para salir, en cualquier momento, al servicio de las ajetreadas agendas de sus dueños. Las mismas marcas si bien recuerda Sam, mas todos éstos recién salidos de la agencia. Y no como el de ella, su muy amado pero viejo y desgastado Corolla.

    Hasta ahora es que logra acercarse tanto. Las veces anteriores ni siquiera tuvo el valor suficiente para bajarse del destartalado auto. Era muy simple, hundía el pie en el acelerador y el rechinido de las llantas la hacían salir huyendo de aquel lugar cuanto antes.

    Pero hoy todo será distinto —Y decide esto con firmeza; porque al menos...al menos eso será lo que intentará.

    Sam interna de nuevo el rostro a través de los barrotes, la tibia brisa de verano se encarga de ocultar sus ojos tras anheladas memorias. Es casi como si pudiera tocarlas...evocarlas a la realidad presente. Aspira más hondo aún y sonríe, pues le huele a hogar y a felicidad. Le huele a viejos juegos infantiles siendo disfrutados en el jardín. A diversión en aquellos calurosos días de verano, cuando ella y sus hermanos crecían en un ambiente lleno de amor y seguridad.

    Cuán lejanos y extraños son ahora para ella todos estos recuerdos y repara en esto dejando caer con singular tristeza el semblante. Es como si todo hubiese ocurrido hace una vida entera y de hecho, casi, que así fue...

    ... Sam abandonó su hogar a los dieciocho años. Se marchó huyendo como si fuese una fugitiva. Su familia, sus creencias y su esencia misma quedaron atrás la noche en la que decidió fugarse. Se fue sin saber quién era, qué haría o a dónde iría.

    Hoy, doce años después, la mujer que regresa no es muy diferente a la niña perdida y asustada que salió, alguna vez, por aquel empedrado camino en medio de la noche. Sin conocer qué bienes o qué males tendría el destino preparado para ella.

    —Prometiste que vendrías conmigo, tú me dijiste que estarías aquí para apoyarme, para defenderme. Tú me juraste que jamás me dejarías. ¿Por qué...por qué me obligas a hacer esto sin ti? ¿Por qué me haces venir hasta acá si tú...? ¡Tú me lo prometiste!

    Los dedos de Sam se aferran a los barrotes en medio de un sollozo lastimero y reclama todo aquello entregando su corazón a la pena. Se queja en silencio ante un amargo dolor y el cual es generado sólo por los recuerdos. Un par de goterones ruedan colina abajo sobre el rubor de sus mejillas.

    "Vuelve a casa, amor y recupérala."

    El sobresalto le golpea el pecho.

    —¡Richard...! —La mirada de Sam se vuelca con desespero hacia los alrededores, mas desiste en cuanto se acuerda de que él ahora sólo vive dentro de los recuerdos de su mente—.  Que la recupere, dices. Si claro, amor, como si fuera tan fácil. Hoy mismo cumplo con tus órdenes, Capitán —La mano de Sam se yergue sobre su frente y las falsas sonrisas se le desinflan junto al pecho mientras continúa liberando más lágrimas sobre el rostro—. ¿Qué tan alta estará? —Se pregunta, entonces, en medio de muchas zozobras—. ¿Y no sólo eso, sino cómo será aquel rostro angelical que ha imaginado por tantos años y el cual no ha podido conocer si no es a través de sus sueños? ¿Le habrán dicho la verdad sus padres acerca de quién es ella? ¿Sabrá la niña que habita en aquella gran mansión quién será la extraña mujer que está pronta a cruzar por la puerta de su vida? Tal vez le hayan mostrado algún retrato suyo —considera en silencio—, o bien, puede ser que la pequeña ni siquiera esté al tanto de su existencia. ¿No se dará cuenta su niña de que a quienes, de seguro, llama papá y mamá no son otros que sus abuelos?

    Todas estas interrogantes la motivan a continuar; a proseguir con la promesa que hizo una vez sobre un lecho de muerte. Con la mirada sumergida entre los barrotes, una vez más, Sam se limpia las lágrimas con el dorso de la mano, porque quiere averiguar lo que antes y hasta ahora no se había permitido ni siquiera pensar, mucho menos analizar. Decretado fue una vez que ella jamás obtendría respuesta a ello, pues había optado por marcharse para nunca más regresar. Ella había renunciado a todo y se lo había entregado a su pequeñita. Sus padres, sus hermanos, su hogar...su vida entera. Todo lo que alguna vez fuera de Samanta ahora le pertenecía a Susan y ella no sostenía intención alguna de volver para apropiarse de nada; pues con gusto hizo lo que hizo para que su niña fuese feliz y así mismo era como debía de permanecer.

    El portón de la entrada, como ella bien sabe, permanece siempre cerrado. Se atienden únicamente a las señales remotas provenientes de los controles de quienes habitan la mansión. El que desee ingresar en lo ajeno tiene el deber de anunciarse a través del intercomunicador. Pero Sam no quiere anunciarse, ella quiere prevenir que la vayan a correr. No sin antes tener la oportunidad de poner, aunque sea, un pie dentro de la propiedad. Sopesa la idea de introducirse a través de los arbustos y escalar luego los muros. Sin embargo, si su memoria no le falla y todo sigue igual que antes, cae en cuenta de que la alambrada sobre los muros estará electrificada y morir de esa forma no está para nada dentro de sus planes.

    Aún así se decide y se aventura a averiguarlo...«El zumbido de la corriente la alertará» —piensa. Y se encuentra en eso, comenzando a escalar los muros cuando se percata de que los portones de los Oliver, los vecinos de al lado, están abiertos de par en par.

    —¡Oh, mucho mejor! —Exclama—. Tal vez algún auto esté por salir.

    Se apresura a bajar y se asoma para averiguar si no hay nadie en los alrededores. «Es extraño no ver a nadie por aquí» —piensa intrigada. Los Oliver al igual que sus padres siempre fueron bastante precavidos con la seguridad de sus propiedades. No comprende cómo es que los portones están abiertos sin supervisión alguna. De todos modos, ahora esto es algo muy conveniente para ella, así que no lo piensa más y se introduce con toda rapidez por el jardín frontal. Pero con mucha precaución, no quiere encontrarse con algún perro guardián, o peor aún, con la mismísima señora Oliver. Sam sabe que ella no es Santo de su devoción...Por algunos pequeños incidentes del pasado. Mucho menos quiere encontrarse con David, el más joven de los dos hijos de la señora. No acabada de llegar, eso sería como comenzar con el pie izquierdo.

    Aunque dando rienda suelta a la imaginación, éste ya debe estar casado y viviendo en otra parte. «Bueno, si es que encontró con quién hacerlo.» ―De inmediato se reprende a sí misma, por dejar escabullir de ella pensamientos como estos. Aunque después de lo que él le hizo, francamente se lo merece―. «Si, pero no puedes juzgar a nadie por su sola apariencia, lo sabes muy bien, Samanta.»

    Con lo adverso de las circunstancias y en medio de los debates de su mente, quizás el introducirse en la propiedad de los Oliver no haya sido la mejor de las ideas; pero Sam lo hace por una muy buena razón en particular. La propiedad de éstos y la de sus padres están separadas por un muro de enredaderas lo bastante ancho y de unos tres metros de altura. Cuando eran niños, tanto ella como Adam, su hermano gemelo y mayor que Sam por tan sólo tres minutos; por lo tanto, su hermano mayor, mas los dos chicos Oliver, hicieron un pequeño pasadizo a través del muro sin el permiso de sus padres. La obra de ingeniería se hizo con el fin de poder pasar de un lado al otro y jugar todos juntos cuando así se les antojase. Pero más que nadie era Steve, el mayor de los dos hermanos Oliver quien casi siempre se cruzaba. David era demasiado enfermizo y su madre una mujer en extremo protectora; por tanto, el pobre niño permanecía la mayor parte del tiempo encerrado en su habitación, con el médico de la familia haciéndole la visita y aplicándole las nebulizaciones necesarias para aliviar así sus recurrentes ataques de asma.

    Sam recuerda como su expresión proyectaba una tez muy pálida y era muy, pero muy delgado. Al grado de aparentar que el enclenque chiquillo presentaba un severo cuadro de desnutrición. Su cabello era muy fino y de un color castaño oscuro, así como el color de su aura. Todo en él daba a entender que era una personita frágil y también muy débil. Pero no así sus ojos —Si bien recuerda Sam—; su mirada era penetrante, de un hermoso color azul claro...Brillante como el fulgor que destellaba de su alma. Siempre que la miraba con decidida fijación, la niña parecía caer en un inducido estado de hipnosis, como si con ello el pequeño consiguiese que ella sucumbiera bajo su dominio. Como si con sus ojitos el niño transmitiese y proyectara toda la fuerza y el dinamismo que no podía transmitir con las debilidades de su cuerpo. David nunca alcanzaba a concretar la faena de correr más de veinticinco metros al estilo libre sin que corriese el riesgo de caer ahogándose en el suelo; entonces era Steve, quien en inmediato auxilio, corría hasta su lado para socorrerlo. Se dejaba caer junto a él y aplicaba con premura el inhalador que su pequeño hermano llevaba sin falta en el bolsillo de su pantalón.

    Presenciar tales escenas, siempre fueron de gran impacto sobre la corta edad de la niña; eran momentos de intensidad para los pequeños testigos que asistían la tragedia...

    ...Tragedia que se transformaba en los tristes semblantes, llenos de aflicción y los cuales se lamentaban luego de su mala suerte. Porque cuando esto ocurría, se sabía que hasta allí habían llegado los juegos por ese día. La madre de los chicos Oliver salía como una fiera y corría a Adam y a Sam de su jardín, acusándolos de sonsacar a sus hijos a tal punto, de provocarle esos terribles ataques a su pequeño angelito y la madre de los chicos Kendall concluía castigándolos. Uno: por haberse salido sin su permiso y dos: por casi matar al pobre vecino enfermo.

    No cualquier padre podría jactarse de castigar a sus pequeños hijos de siete años por semejante travesura y esto ocurrió en más de una ocasión. Aunque los padres todavía no podían entender por dónde era que se pasaban los niños hacia el otro lado. Habían revisado cada centímetro de la enredadera. Habían peinado por completo la zona, pero nada, no consiguieron hallar nada, ningún orificio por donde se pudieran cruzar de una propiedad a la otra.

    Lo que no sabían los adultos era que estos pequeños ingenieros de seis, siete y ocho años, habían cortado de tal manera los arbustos que, al terminar de los juegos, era muy simple, volvían a colocarlos como si fuese una cubierta, por lo cual al revisarlo a simple vista se veía completamente normal.

    Sam ahora recuerda un día en particular, cuando su hermano y ella tendrían ya unos ocho años de edad, fue una de las pocas ocasiones en las que David salió a jugar con ellos y todos se hallaban del lado de los Oliver. Porque cuando Steve se encontraba solo se pasaba del lado de los Kendall; pero estando con su pequeño hermano propuso sería mejor permanecer de su lado, por si las dudas. Los cuatro comparecieron en sesión y entonces sus conclusiones decidieron que jugarían a los piratas. Con palos de madera hechos de la misma enredadera y que fungían muy bien como cuchillos, iban cortando, según ellos, a través de la maleza; cruzando de una propiedad a la otra, una y otra vez, de un lado al otro y a través del pasadizo que habían construido. Por supuesto que al más pequeño le fue prohibido por el mayor cruzarse en su totalidad del otro lado; lo que no le hizo nada de gracia al niño, así que comenzó a llorar quejándose de que él también quería ir con ellos. Steve gritó y advirtió con autoridad de hermano mayor que si no se callaba y si no le obedecía, no le permitiría jugar más a su lado. Pero esto no hizo más que agravar la situación. David con tan sólo siete años de edad comenzó a llorar y a gritar con más fuerza aún; y no sólo eso sino que, con la furia de la prohibición, pataleó como nunca antes lo habían visto hacerlo.

    —Vaya, después de todo si tiene algo de energía —pensó Sam, admirada de la rabieta que presenciaba. Aún así decidieron ignorarlo y continuaron avanzando sin prestarle más atención al necio llanto y al terrible escándalo que hacía David. Pero como un oscuro llamado a la tragedia, sus oídos se colmaron de reposo; un silencio sepulcral interrumpió la marcha pirata, seguido de un golpe en seco que resolviera el que los tres se voltearan en acorde y sintonía. Atónitos observaron como David yacía en el suelo. Steve corrió tan rápido como pudo hasta él y miró como los labios de su pequeño hermano estaban azules, el rostro blanco como el papel. Se arrodilló a su lado, tomó el inhalador del bolsillo del pequeño y lo aplicó sobre sus labios en un par de ocasiones, pero no hubo respuesta. David seguía inconsciente y no sólo se hallaba privado debido a la rabieta que lo derribara, sino que además de eso no estaba respirando. Steve determinó con traumado mirar como sus labios ya no permanecían más azules, sino que se habían tornado del color oscuro de la muerte, un púrpura siniestro. Salió y corrió como el mensajero del mal hasta su casa, rápido y con apremio desbocado; la madre de los chicos llegó en pocos instantes y gritando con histeria, de inmediato inició la resucitación; pero el pequeño no respondía.

    Para entonces los gemelos ya se encontraban en su casa, informando de la tragedia a sus padres. Jim era un hombre joven, alto y fornido; el 1.92 de estatura que ostentaba le permitió escalar y saltar el muro de tres metros sin mayor problema; mientras que Alexandra, su esposa, permanecía en casa con los niños, marcando al número de emergencias y esperando en desasosiego que enviaran una ambulancia. Adam permaneció muy obediente al lado de su madre. Pero Sam, ella no. La niña se escabulló a través de los arbustos y se cruzó del lado de los vecinos, llegando justo en el momento en el que su padre tomaba a David entre los brazos. Miró como lo sacaba por completo del pasadizo, ya que medio cuerpecito aún yacía dentro de la tumba de ramas y hojas entretejidas. La señora Oliver estaba a punto de colapsar, gritaba como loca y Jim, sin tener la menor idea de lo que hacía, no tuvo más remedio que hacerse cargo de la situación. Rogando porque la ayuda llegase pronto, dio masajes sobre el pechito del pequeño, al tiempo que le era administrado oxígeno de boca a boca. Y aunque parecía no ser suficiente, al final lo fue cuando a menos de cinco minutos de la llamada de emergencia llegó la ambulancia para socorrerlos. David fue llevado de urgencia y estabilizado posteriormente en el hospital. Dos días después ya se encontraba de regreso en su casa.

    Diagnóstico: Ataque agudo y severo de asma, provocado por la gran rabieta realizada por el niño ese día. Por supuesto que los únicos culpables de todo lo sucedido habían sido los niños Kendall. Nadie culpó a Steve por haberle gritado a David, tampoco por haberle provocado a tal punto de llevarle a tener semejante episodio. El asustado chiquillo era de esperarse que guardara silencio y de hecho que así lo hizo; tampoco admitió haber tenido nada que ver con el pasadizo construido a través del muro; obvio, por temor al castigo de sus padres.

    —Fueron los hijos de los vecinos quienes irrumpieran sin permiso alguno dentro de la propiedad, por tanto, la culpa es toda de ellos ―A ese veredicto llegaron los señores Oliver sin mayor deliberación. Los niños por más que trataron de explicar a sus padres que sí, que entre todos habían cortado las ramas para poder cruzar. Pero que no, no habían sido ellos, sino el hermano mayor de David quien lo provocara de tal manera, no los pudieron convencer y recibieron el peor castigo que un niño y una niña de ocho años podrían soportar: ...Un mes completo sin salir de casa para ir a jugar, sin video juegos ni programas de televisión. Y el castigo más inhumano que la severa disciplina de un padre, cruel y desalmado, podría aplicar a la vulnerabilidad de sus pequeños hijitos. Nada de postre después de la cena por toda una semana.

    Por supuesto que el resultado más evidente en medio de todo aquel caos fue que a Sam y a Adam les quedase terminante y totalmente prohibido cualquier tipo de contacto, juego o relación con ninguno de los chicos Oliver. El estilo de crianza entre las dos familias era muy distinto como para que sus hijos se relacionaran entre sí. Los señores Oliver eran una pareja bastante madura, habían tenido a los niños después de los cuarentas. La madre era una distinguida señora de su casa y el padre de los chicos era un banquero; tenían pensamientos diferentes y modos más tradicionales de enseñanza.

    En cambio, los Kendall. Jim y Alexandra se habían conocido en la universidad; él tenía diecinueve años cuando cursaba el segundo año de la carrera de leyes y Alexandra, ella tenía dieciocho, estaba en el primer año de literatura y arte; cuando se enteraron de que los niños venían en camino se casaron de inmediato y con la ayuda de sus padres, Jim terminó los estudios mientras que educaba y sostenía a su familia. En cuanto se graduó se integró de una a la firma legal que su padre había fundado. Años después, siendo hijo único, heredó el total y absoluto control de ésta cuando su progenitor falleció. Alexandra, por su parte, siempre permanecía en casa con los niños, pero dirigía desde allí un pequeño emporio de modas, en donde ella misma confeccionaba sus propias creaciones y las vendía a tiendas muy exclusivas mediante encargos. Se regían por las normas y directrices propias de la sociedad a la cual pertenecían; pero al ser más jóvenes sus ideas eran más abiertas y relajadas que las de sus vecinos. Ellos supusieron desde un principio que los niños no tenían parte alguna en lo sucedido. Mas evitando verse envueltos en discusiones absurdas optaron por aceptar la culpa y castigarlos. No por lo sucedido al niño, sino por haber mentido y desobedecido con respecto al pasadizo; así que se preocuparon por hacerles entender bien esto, que era por una situación y no por la otra por la que estaban siendo corregidos.

    De esta manera fue como cualquier tipo de amistad o relación entre ellos quedó por completo disuelta desde aquel día; y esto siguió así, más o menos, hasta la preparatoria, cuando Sam quiso vengarse de una chica de la escuela llamada Sally, por la simple arbitrariedad de que ésta le caía gorda. Ella sabía muy bien que Sally salía con Steve, de diecisiete años para ese entonces. Ideó un elaborado plan y comenzó a escaparse de casa por las noches; se cruzaba del lado de los vecinos por el pasadizo hecho en su niñez, así podía encontrarse a escondidas con él, hasta que consiguió que Steve dejara a la otra chica para estar con ella. Él era un joven muy atractivo, siempre lo fue desde niño. Su cabello de un reluciente color oscuro se fundía en la miel que transparentaba el color dorado de su mirar. No se parecía en nada a su hermano; él era alto, esbelto y muy fuerte; de tez exquisita y aceitunada; representados los tonos claros y medios de una generosa herencia madrileña. Estaba en el equipo de futbol de la escuela junto con Adam, el hermano de Sam; quien también por aquellos días ya se había convertido en un chico alto y corpulento, casi al igual que su padre. Tenía dieciséis años y ya se medía hombro a hombro con él; esto sumado a un hermoso cabello rubio de suaves ondas que se deslizaban hasta abrazarle el cuello, lo convertía en un joven muy apuesto. Lo dejaba crecer tanto como se lo permitieran y sus ojos de un color azul turquesa, eran la envidia de muchos otros. Los había heredado también de su lado paterno. Adam y Steve formaban parte de los chicos más populares de su escuela y casi que todas las chicas desfallecían por ellos.

    Por otro lado, Sam, también se había transformado en una hermosa jovencita; muy parecida a su madre, por cierto, y no como Adam quien era el vivo retrato de Jim. Tenía el cabello rubio cenizo oscuro y lo llevaba en largas ondas que se deslizaban hasta llegar a la parte baja de su espalda. Sus rasgos, figura y finos ademanes provenían de Alexandra. Lo único que la diferenciaba de ésta, era el color de sus ojos; al igual que su hermano también representaban el azul turquesa de las aguas marinas, iguales a los de su padre. No se podía ignorar que era poseedora de una gran belleza. Si su interior hubiese sido igual de bello que el exterior, tal vez se habría ahorrado muchos sufrimientos. La prueba de un largo viaje jamás imaginado esperaba por ella en un futuro no muy lejano.

    Así fue como todas estas características y nobles atributos físicos, le hicieron muy fácil la tarea a Sam de robarle el novio a Sally y aunque cualquiera de sus compañeras de escuela hubiese dado todo por estar en su lugar; en cuanto logró su objetivo, dejó al chico sin un por qué ni un hasta cuando, hiriendo más el ego de Steve que sus propios sentimientos.

    —De todos modos, sus padres no habrían estado de acuerdo con la relación —Fue la señorial excusa.

    Por supuesto que los chismes llegaron lo bastante rápido a oídos de la señora Oliver; todo como para que la enajenada mujer no hiciera otra cosa más que apretar los dientes con fiereza cuando, para su desgracia, la mocosa se le atravesaba por el camino.

    La señorita en cambio y con mucha educación, claro está, dirigía un cordial y sustancial saludo a la indignada mujer, no sin que después se le dibujara en el rostro una gloriosa sonrisa de satisfacción. «Por fin lograba vengarse de la bruja». Se relamía Sam con buena disposición. Porque créanlo o no, a ella no se le había olvidado el remarcado incidente de años atrás y en el cual fueran inculpados con gran injusticia su hermano y ella —Todo gracias al tonto del hermano de Steve —gruñía bastante irritada—. De paso se ocupó de Sally. Si señor —palmoteaba las manos de un lado al otro y en señal de victoria —, dos pájaros de un solo tiro; así es como se hace y seguía con su camino felicitándose por sus logros.

    Esas fueron de las pocas ocasiones, en su adolescencia, en las que Sam se pasó sin permiso a la propiedad de sus vecinos. Y por supuesto, cómo olvidarlo, en aquella horrible y trágica noche del baile de graduación. Casi un año después. Cuando se escabulló a escondidas de los padres de ambos para visitar a David, luego de que lo trajeran del hospital. Aquella noche, cuando por causa suya, David recibió tremenda paliza en su intento por defenderla del mal. Aquella ocasión en la que los dos se despidieron antes de partir a la universidad. Después de eso, no le vería más.

    Capítulo II

    Tantos recuerdos encontrados en los escondites de su memoria abruman a Sam. No obstante, se obliga a reaccionar y se apresura adentrarse un poco más en el jardín. Casi que de inmediato logra dar con el lugar donde se hallaba la entrada. No puede creer que ésta siga allí después de tantos años; tal parece que las ramas muertas impidieron que las demás crecieran y bloquearan el paso. Echa un vistazo rápido a su alrededor. Le es inevitable sentir un extraño ambiente de abandono y desolación circundando la propiedad. Y no es que siempre hubiese sido un entorno colmado de algarabía y excitación, según recuerda; pero da la impresión de que estuviera deshabitada, como si ya nadie viviese allí. Las luces permanecen apagadas y para la hora, es de que estuviesen ya iluminando las sombras de su interior, como siempre lo fue.

    «Qué extraño, ¿se habrán mudado?» —Piensa.

    En el interior, a una distancia considerable de su intromisión, mira las puertas de las cocheras abiertas, apenas si logra visualizar unas escaleras apoyadas contra la pared; también hay herramientas y algunos botes de pintura esparcidos por todo el piso; como si estuvieran realizando trabajos de remodelación en la casa; pero no logra ver ni escuchar a nadie.

    Sin embargo, al que pide se le concede. De pronto escucha voces provenientes del lado sur del jardín, pasos que se dirigen con bastante fluidez hacia ella.

    —¡Rayos! —Exclama, entonces con premura y se apresura a sumergirse dentro de la solapada densidad que le brindan los arbustos.

    Para su buena suerte parece que tienen tiempo de no ser podados, apenas si logra zambullirse y ocultarse en medio de ellos. Acto seguido lo advierte pasando frente a sus narices y Sam, de inmediato, intenta escudriñarlo en sus formas. Descubre que es un hombre grande. Un tipo alto con ropas de trabajo que visten su fornida y robusta estructura. Parece dar instrucciones a los otros dos sujetos que le acompañan y éstos, atienden con diligente subordinación a sus demandas.

    Por suerte para ella ya oscureció y la penumbra de la noche ayudará a ocultar a la intrusa que se encuentra inmersa entre la maleza del follaje.

    —¿Quién será? —Permanece cuestionándose con intrigada. Trata de agudizar la vista sobre el rostro del tipo; pero lo único que logra captar es que figura ser un hombre joven, de 1.85 de estatura...quizás un poco más. Tiene una barba poblada cubriéndole el rostro. Sam sostiene la mirada, pero la falta de luz le impide identificarlo.

    —¿Será Steve?...Debe ser —concluye con una empecinada determinación—. Hace muchos años que no lo veo, pero tiene su misma complexión. Sí, tiene que ser él ―Y advierte esto con un abierto gesto de nerviosismo―. Debo evitar a toda costa que me vea.

    El buzón aún sostiene, en forma clara y conceptual, el nombre de los Oliver escrito en su haber, y él es quien debe estar a cargo de los trabajos. Sam presencia como aquel hombre continúa preceptuando a los sujetos, con indicaciones rápidas y explícitas...―Tienen que apresurarse con los trabajos, pues necesita poner la casa en venta lo más rápido posible —le escucha decir. Luego, lo observa dar media vuelta y caminar con premura hacia el fondo del jardín, hasta llegar a la camioneta estacionada dentro del garaje.

    —Vaya, menos mal —Y se le desinfla el pecho mientras se permite mascullar esto con alivio. De seguro que ya está por marcharse, así podrá terminar de escabullirse por el muro y de allí hasta su casa.

    Mas cuando está por retornar a sus planes, Sam escucha la puerta de la camioneta abriéndose. De su interior el más adorable y encantador Golden Retriever emerge con el gruñido más espeluznante que ella hubiese temido alguna vez. El gigantesco animal se abalanza desde el asiento delantero, cortando con violenta rapidez el aire frente a su dueño. Corre ladrando con bravura, justo y en la dirección exacta en la que ella se encuentra.

    —¡Demonios! —Se deja renegar Sam en ese mismo instante—. ¡Oh cielos! ¿Y ahora qué hago? ―Sus reflejos se disparan de inmediato y la obligan a lanzarse con desespero y contra el muro. Trata de escalar por medio de movimientos felinos la enredadera. Sin embargo, el fiero animal no está dispuesto a dejar escapar su presa. El sonido de sus patas golpea castigando el césped con ecos retumbantes. Un segundo más y aquel retumbo se encuentra ya sobre ella. Otro más y la tracción de sus patas lo habilitan de dar un buen salto; el cual impulsa otro salto y uno más, seguido de otro, hasta que lo logra. El Golden Retriever consigue tomarla con el hocico por la manga del pantalón. La pierna de Sam responde en ofensiva de inmediato; se sacude con fuerza, en desesperación, intentando liberarse de la bravura que la sacude con rabia de un lado al otro. No así los afilados dientes del animal están ceñidos de tal forma que Sam, a duras penas, logra sujetar y envolverse las manos con las ramas para no sucumbir ante su peso. El sudor desciende a goterones, empapando la tensión de su rostro. Sus piernas, aún suspendidas y jadeantes contra el aire, continúan pataleando...luchando y halando hacia arriba con fuerza. Tirando en contra de la energía que la arrastra irremediablemente hacia abajo, hasta que ¡rasss!. La tela del pantalón se rasga y se desprende en medio de la lucha, dejando expuesta su pierna...pero libre al fin.

    ―¡Qué rayos! ―Se escucha un gran estruendo a lo lejos—. ¡Corey!..¡Corey! —Grita el dueño del fiero animal. Éste corre hasta llegar al encuentro de la revuelta sin saber qué sucede, lo sujeta y lo retrae con fuerza del collar―. Ya basta, ¿qué sucede, muchacho?

    Sam mira a su salvador por el rabillo del ojo; sin embargo, no tiene intención alguna de quedarse a dar explicaciones, así que continúa escalando sobre las ramas como si fuese la mismísima mujer araña. Intenta escapar para así poder lanzarse hacia el otro lado del terreno. No obstante, ahora mismo no es la rabia con afilados dientes lo que le impide completar la fuga, sino la fuerza de aquella enorme mano y la cual se adueña con firmeza de una pantorrilla desnuda. Lo siente halar hacia abajo por medio de una fuerza mayor que la anterior. Este hombre arranca las manos de Sam de las enredaderas y la hace caer de culo, sentada sobre el césped.

    El estruendo del porrazo sobre las hojas es estrepitoso y la falta de luz le impide al sujeto distinguir la forma del rostro del intruso. Mas no así la silueta de la mujer que ha caído frente a él; entonces, la brusquedad de su hombría es sometida y la furia del animal nuevamente contenida.

    «¿Quién será?» ―Pregunta una mirada inquisitiva y la cual intenta, por todos los medios, buscar el rostro de Sam para identificarlo.

    Ella no hace otra cosa que rebotar desde el suelo, incorporándose gracias a un certero brinco.

    —Steve...Steve —Se apresura a pronunciar pálida y sin aliento—. Espera, por favor. No te alarmes, soy yo.

    — ¿Quién eres?

    —Soy yo... —Sam desfallece, una vez más, a través un leve resoplido. Se arrastra un paso hacia adelante y queda a merced de la escasa palidez derramada por la luna.

    Al instante la reconocen y por ende, retroceden sorprendidos.

    Sam...ella continúa dando explicaciones con la ayuda de jadeos entrecortados.

    —Lo siento —persiste en pronunciar—, vi los portones abiertos y no resistí la tentación de entrar a dar un vistazo; pero eso es todo, ya me voy. De verdad, discúlpame.

    La humanidad de Sam no se queda esperando por una respuesta, opta por emprender una rápida retirada. Pasa de lado de aquella mirada fugaz. La misma que ahora la sigue por el sendero, advirtiendo como las piernas de esta mujer se cruzan, la una frente a la otra y como alma que lleva el diablo.

    — ¡Sam, espera! —Exclama él con premura, al tiempo que se decide y se lanza luego tras ella. Sus pasos la alcanzan con rapidez y la detienen de igual forma―. Aguarda, por favor, no te vayas.

    A la persecución se le une la ligereza del animal; misma que se mantiene con fieles gruñidos de amenaza al lado de su dueño, mostrándole la fiereza de sus dientes a la intrusa.

    El cuerpo de Sam se tensa por entero y el miedo le brota a través de la mirada; entonces, se amedrenta dando dos pasos hacia atrás.

    —Puedes alejarlo de mí, por favor. Es que me pone nerviosa.

    Y no es para menos, ya puede sentir el aire colándose a través de su pantalón roto. Subiendo con libertinaje desenfrenado a lo largo de su pierna.

    —Oh, sí, claro...Lo siento —responde él con la ayuda de una vaga sonrisa—; espera un segundo iré atarlo ―Sam lo mira ir y volver con bastante rapidez hasta ella—. Debes disculparlo ―lo escucha pronunciar por medio de amigables tonos―, está entrenado para atacar si ve algún intruso. No es que tú lo seas, pero al no conocerte, tú entiendes.

    «Si, claro».

    —Steve, escucha; por favor, discúlpame ―insiste ella―. No quise causarte molestias, pero en serio me tengo que ir, es que debo...

    —¿Por qué continúas llamándome Steve? —Irrumpe él con el agravio de su voz —. Sam, ¿qué, acaso no me reconoces?

    La mirada de Sam se agudiza inútilmente sobre él.

    —¿De qué hablas? —Pronuncia parpadeando en un par de ocasiones. Mueve la cabeza con desconcierto y vuelve a parpadear—. «¿Quién más podrías ser, sino él?» ―Ahora se siente confundida. Lo observa de nuevo, pero continúa sin lograr apreciar bien su rostro. La verdad es que está muy obscuro y por ende sus deducciones habían concluido que era Steve con quien hablaba―. Entonces, ¿quién eres? —Pregunta.

    —Que yo sepa no me parezco en nada a él. O, al menos, fue eso lo que siempre me dijeron.

    Los hombres, que al parecer continuaban trabajando sobre el cableado eléctrico, terminan por descubrir el misterio. Las luces se encienden sobre ellos, alumbrando desde el camino, la casa entera y hasta el fondo. Toda la propiedad se ilumina por completo; al igual que el rostro de aquel quien mira a Sam alucinado y sin poder, siquiera, pestañear.

    Es allí, en medio de la claridad de las luces que confunde sus ideas, que ella consigue admirarlo y se sorprende al saber que le están diciendo la verdad... ¡Él no es Steve!

    Una amable sonrisa se adueña con placer de aquellos labios carnosos, ocultos tras esa barba poblada. Se denota que hay gozo, y en gran manera, al ver la confusión en el rostro de Sam.

    —¿Ha pasado mucho tiempo, no es así? —Menciona la caricia de su voz, tan varonil como la cálida nostalgia que le acompaña. Entonces, prosigue un breve silencio que se une a la mirada del hombre. Su mirada, aquella tácita contemplación y la cual traspasa los ojos de Sam con dolorosa intensidad. Tan profunda y penetrante es, que al instante se da cuenta de que es verdad, no es Steve con quien habla, sino que es él...es David quien se encuentra, ahora mismo, frente a ella.

    El asombro se le escapa a través de la expresión.

    «¡No puede ser!» —Gritan sus pensamientos con frenesí—. «¡Esto debe ser una jodida broma! ¡No es posible que él haya cambiado tanto así, no de esa manera!».

    Se detiene y repara muy meticulosa sobre su apariencia. La incredulidad la lleva a escudriñarlo con abiertas miradas. Con descaro y sin tapujo desmedido. Un minucioso recorrido a través de la corpulenta silueta que se sostiene frente a ella. Unos segundos más y al final no lo logra; pues aquello, simplemente, es imposible. ¡Todo en él ha cambiado! Ya no es el chico flaco ni debilucho que alguna vez conoció. Especula que ha de haber crecido más de quince centímetros desde la última vez que lo viera. Ya no hay alambres en los dientes. Tampoco rastros del acné que, en algún momento de su vida, empañó la seda blanca que ahora se oculta detrás de esa barba, o enormes gafas opacando aquella misma perfección...

    »No, el hombre que se posa frente a ella es grande, es fuerte, se le denota muy saludable y sí, ¿cómo pasarlo por alto?...Muy apuesto. La barba le hace aparentar tener un par de años más de los que en realidad tiene, pero se le ve muy bien —reconoce Sam sin poder dejar de mirarle—. «¡Cielos, esto es increíble!». Si no fuera porque reconocería ese par de ojos azules en cualquier parte del mundo, juraría que le están jugando una treta.

    Y continúa mirándolo como si fuese una boba, intentando encontrar una explicación lógica y razonable a lo que mira, más sigue sin poder comprender.

    —Está bien, admito que he engordado un poco en los últimos años; ¿pero, en verdad, no me reconoces? —Pregunta él en medio de un tono desconcertado.

    Es como si no se diera cuenta de que no sólo es el hecho de que haya engordado un poco. Si no que todo él, completito, es una persona totalmente distinta. Tanto así que, si Sam se hubiese encontrado con David en la calle, habría pasado de su lado sin tener la menor idea de quién era.

    Por supuesto que no lo admite frente a él.

    —No, claro que te reconocí —balbucea con torpeza, tratando de disimular—, es sólo que en la oscuridad te confundí con tu hermano, es todo ―Intenta ocultar el shock en el que se encuentra y se dirige hacia él en forma serena y pausada; pero, en realidad, se siente consternada...Y bastante.

    —¿Acabas de llegar a la ciudad? Yo tengo dos meses de estar aquí, haciendo algunos arreglos a la casa de mis padres y no te había visto hasta ahora.

    —Llegué hace poco —responde ella con tonos vagos y pendencieros, mientras se aclara la garganta con cierta incomodidad. La verdad es que no le interesa dar muchas explicaciones sobre el asunto, por lo que prosigue un adusto silencio; pero éste no se sostiene por mucho tiempo en las emociones de su vecino.

    —No sabes la alegría que me causa el volverte a ver —le escucha pronunciar Sam—, han sido muchos años ―Y el tono con que él le descubre esto, es una melodía muy suave para sus oídos...muy dulce, así como el precavido roce de la mano de David sobre su hombro. Sam esquiva el contacto de inmediato y se aparta de él—. Al fin pude constatar con mis propios ojos de que te encuentras bien ―continúa diciendo David—. Sé que tienes mucho que hacer en Europa y que por eso casi nunca vienes a casa.

    Su rostro se petrifica y guarda silencio ante él; Sam no permite emerger ni una sola palabra de asombro ante lo dicho por David.

    Tan sólo se detiene a mirarlo con fijación.

    «Así que esa es la explicación que han dado para justificar mi ausencia».

    —Yo tampoco he venido mucho a casa desde que me fui a la universidad —continúa David—. Sólo en vacaciones y días festivos; pero aún así nunca pudimos coincidir. Siempre que logré hablar con Adam le pregunté por ti, pero su respuesta fue siempre la misma.

    —¡Cuál! —Consulta ella con avidez. Quiere saber qué fue de su vida según la versión familiar.

    —Bueno, ya sabes, que tu agenda es demasiado apretada, por lo cual nunca concordaba para que llegaras a tiempo. Me alegra haber estado aquí para convenir con una de tus visitas.

    David le sonríe y ella nuevamente guarda un inquietante silencio. Ignora que más se habrá dicho de ella y que no. Pero es preferible no quedarse por más tiempo para averiguarlo, no lo cree conveniente, así que mejor opta por marcharse cuanto antes.

    —Yoo, ya no quiero quitarte más el tiempo, David —le menciona con premura—. Vi que estabas de salida y además, ya se hace tarde. Será mejor que me vaya.

    —No, yo en realidad iba por algo de comida —Se apresura a declarar éste—. Si quieres podemos ir a algún lugar, cenamos algo y conversamos un rato más, ¿te parece?

    «¡Ni lo pienses!».

    Esto es lo último que ella quiere, tener que conversar con él. Ni siquiera quería encontrárselo para comenzar, aún reniega de su mala suerte. Mucho menos tener que asistir con David a ningún sitio. No específicamente para que éste le haga preguntas de dónde ha estado y de lo qué ha hecho la vecina de al lado en los últimos años de ausencia. Además, ¿cómo se atreve el descarado a hacerle una invitación después de lo que hizo? ¿Acaso pensó que ella jamás se daría cuenta de sus acciones?

    »Acordarse de todo lo que tuvo que pasar por su culpa, la llena de una rabia incontrolable y lo único que Sam desea hacer, en este preciso instante, es poder abofetearle el rostro a David con fuerza. Reprocharle en la cara su falta de hombría para con ella. Decirle que por sus mentiras ha ido y regresado del mismísimo infierno y hasta más...

    ...Pero no lo hace, no procede con los impulsos que la llevan a apretar los puños en medio del temblor de sus manos y que la obligan a controlarse, intentando mantener la calma. Porque sabe que no puede, todavía no. No es el momento ni el lugar para hablar. Mientras que ella pueda ocultarle la verdad a David lo hará. Por el bien suyo y de los que ama, callará.

    —Tal vez en otra ocasión —refunfuña, entonces y sin volverle, siquiera, a ver—; ahora debo irme.

    Sam da media vuelta frente a la exacerbada expresión mostrada por David y comienza a caminar. Se aleja por el sendero de piedra sin brindar una válida explicación...Sin otorgar, tan siquiera, una breve despedida. Permanece apretando los puños mientras reprime todo el rencor y el furor que la consume por dentro. Por haber tenido que soportar el simple hecho de tolerar su presencia.

    La mirada de David aún permanece en desconcierto y la observa marcharse, alejándose de él sin tener más remedio. Nunca imaginó que su reencuentro con ella fuese así, de esta forma tan abrupta. Siempre lo visualizó como un momento de abrazos y de más sonrisas concertadas entre dos viejos amigos. De anécdotas y de travesías afrontadas por dos antiguos compañeros. Sabe que hay algo oculto ocurriendo detrás de todo esto. En esa extraña reacción por parte de su vecina. Desea ir tras ella y preguntarle. «Pero, ¿cómo hacerlo?» —Se cuestiona a sí mismo sin poder dejar mirarla en su rápido andar. Si después de tantos años sin verla...Sin haber contado con una prueba fiel de su existencia, no puede. Es evidente que ella no confía lo suficiente en él como para desentrañarle lo que sucede. Medita por un segundo más en las extrañas circunstancias que le rodean y entonces, decide que lo mejor será dejarla ir. Ahora que sabe que ella está en casa, tal vez tenga suerte y puedan conversar más adelante con mayor tranquilidad.

    Sin embargo, ni uno ha terminado de sacar sus propias conclusiones, ni la otra ha logrado poner un pie fuera de la propiedad de los Oliver, cuando el decoroso sonido de los portones de los Kendall informa que han comenzado abrirse con sobriedad. El ruido de un auto acercándose a la salida desemboca en el estruendoso rechinido proveniente de los zapatos de Sam. Ha frenado de golpe dejando un pequeño trillo barrido de piedras.

    A lo lejos, en los destierros ocultos del jardín, David permanece sumido en la meditación de sus disertaciones; mas de pronto se le extiende la mirada con avidez. Observa como Sam, sin aviso alguno, simplemente gira hacia él con violenta rapidez. En el emprendimiento de una desesperada carrera que la hace llegar, en menos de cinco segundos, hasta el lugar en donde él se encuentra. Estupefacto, la descubre ocultándose tras él como si fuese una pequeña niña jugando a las escondidas. Una vez más sin pedir permiso...Una vez más sin brindarle explicación alguna; tan sólo un tembloroso ruego y que, salido de su boca, le implora a David como si la vida misma dependiera de ello.

    —No le digas a nadie que estoy aquí, David. Por favor, por lo que más quieras, te lo suplico, quédate callado.

    David no comprende qué es lo que está sucediendo, tampoco tiene tiempo de preguntar nada. Cuando se percata el lujoso BMW de su vecino se ha detenido justo en la entrada.

    La ventanilla de la puerta del conductor comienza a bajar lentamente.

    —Hey, David, ¿cómo va todo? —El amigable saludo se proyecta desde el interior.

    David sonríe de inmediato.

    —Hola, Adam.

    Y el cuerpo de Sam tiembla de tan sólo escuchar aquel nombre.

    «Ay, Dios mío —piensa mortificada mientras se encoge como un ovillo detrás de David—. Él no, por favor, no su hermano».

    David no sabe qué hacer, tampoco se ha puesto de acuerdo en la forma en la que debe actuar. Lo único que advierte en medio de todo esto es que, al parecer, Sam se encuentra al borde de un desmayo. La escucha rogando, suplicándole...implorándole que, por todos los cielos, por favor, no se atreva a moverse. Él atiende a su pedido e intenta no mover ni un músculo; pero en realidad no sabe cómo concluirá todo aquello.

    —No permitas que Adam se entere de que estoy aquí, te lo suplico.

    —¿Por qué no? —Pregunta éste enredando la lengua entre los dientes. Simula una estúpida sonrisa y la cual permanece mirando hacia al frente.

    —Después te lo explicaré, tú sólo haz lo que te pido.

    —¿Te quedarás a cenar y a conversar un rato conmigo?

    «¿Qué?».

    Eso es chantaje, promulga Sam enderezando la postura, más de inmediato se acuerda de su hermano y vuelve a encoger el cuerpo detrás de la figura de David. Sabe que ahora no tiene otra alternativa.

    —¡Si! —Le contesta, entonces, con frenesí y accede con dramatismo a sus peticiones—. Haré todo lo que tú quieras, David; pero haz que se vaya.

    —Muy bien ―Ya satisfecho con sus logros, David se traslada con precavida lentitud hasta llegar y ubicarse detrás de un pequeño montículo de madera apilada, utilizada en los trabajos que se están llevando a cabo dentro de la propiedad. Trata de ocultar a Sam todo lo que le es posible, procurando quedar visible tan sólo de la cintura hacia arriba. No así se alarma en cuanto advierte como Adam comienza a descender del vehículo. Hace más de un mes que no le ve y es de seguro que quiere saludarlo de cerca. Sabe que si se adentra más no podrá evitar que la vea.

    — ¡Espera! ¡Detente! —Vocifera en medio de grandes sobresaltos.

    Los pasos de Adam se congelan de inmediato.

    —¿Qué sucede? —Pregunta manteniendo la postura.

    «Piensa rápido».

    —La entrada está recién pavimentada —argumenta David sin más complicaciones. Al instante le brinda una incómoda sonrisa y la cual intercede ante aquellas palabras y la seriedad con la que impone su prohibición—. Sólo mírame a mí, hermano, ando hecho un desastre y no querrás arruinarte el calzado, ni el traje, ¿cierto?

    La vanidad de Adam lo hace retroceder enseguida, es obvio que agradece la advertencia de su amigo.

    —Compañero, acabas de salvar un traje muy costoso.

    —Por eso mismo te lo dije.

    Ambos sonríen, Adam adecuándose la corbata y David la posición. Intenta resguardar por completo a Sam. Suerte para ella que ahora su espalda es lo bastante amplia y ancha como para ocultarla por completo.

    —Y dime, ¿cómo van los trabajos? ¿Falta mucho para que termines? ―La pregunta es lanzada desde la seguridad de la acera.

    —Un poco —responde David a través de una evidente impaciencia—. ¿Y tú, visitando a la familia?

    —Uhm, ya sabes, asuntos de trabajo que nunca faltan.

    —Bueno, era de esperarse. Un bufete tan prestigioso y de gran reputación como el de tu padre, debe recibir muchos casos, ¿no es así?

    —A veces más de los que podemos sustentar...Oye —propone Adam cambiando de tema—, tal vez podamos asistir el fin de semana a algún partido de fútbol con los niños, ¿no crees? Olvidarnos un poco del trabajo, ¿qué te parece?

    —Eso sería genial —responde David relajando la postura—; pero me temo tendrá que ser hasta el siguiente fin de semana. Ben no estará por acá sino hasta la próxima semana, estoy seguro de que se entusiasmará mucho cuando se lo diga.

    —Por mí estará perfecto. Bueno, me marcho —pronuncia Adam comenzando a dirigirse de nuevo hasta su auto—, tengo demasiado qué hacer y veo que tú también te encuentras muy ocupado, David; así que ya no te quito más el tiempo... ¡Ah! y David —menciona Adam mientras comienza a abrir la puerta del lujoso BMW negro—, salúdame a Steve, por favor, hace mucho tiempo que no lo veo.

    —Claro, saludos a la familia también...Por cierto, dale las gracias a Laura por todos los datos de las escuelas que me hizo llegar para Ben, me han servido de mucho ahora que está por comenzar el jardín de niños.

    «Wow, wow, wow, wow...Esperen un momento, tiempo fuera —los temblores de Sam se paralizan—. ¿Cómo que jardín de niños? ¿Y a cuál Ben se está refiriendo David? ¿Es que acaso él...? Si, claro, Ben debe ser su hijo. Así que siempre sí se casó» ―Y el concluir esto eleva la mirada de Sam al tiempo que se produce un gran disgusto en ella...Demasiado a decir verdad y no es que sienta celos ni nada que se le parezca, ella jamás ha sentido nada por él. No entiende por qué el enterarse de algo así la irrita de esta manera.

    En medio de un mudo refunfuñar, Sam escucha como el auto de Adam se pone en marcha, lo que al fin le permite enderezar la postura y salir de su escondite.

    —Cielos, creí que nunca se iría —menciona comenzando a sacudirse la ropa—. Así que Adam siempre terminó trabajando para papá, ¿uhmm? ¿Quién se lo habría imaginado?

    —Por lo visto tú no —interviene David en medio de aquel monólogo.

    —Si, bueno, yo...«Rayos» ―masculla Sam. Por un segundo olvidó que se encontraba junto a él—. Es que yo... —comienza a balbucear. Se da cuenta de la imprudencia que acaba de cometer y por ende voltea a ver hacia todos lados buscando una posible ruta de escape.

    —Supongo que tu familia no sabe que estás aquí, ¿cierto?...Digo, a juzgar por lo que acaba de suceder.

    —No, bueno, yo...Lo que sucede es que...

    —Y deduzco, también, que hace muchos años que no vienes a casa —continúa David, sin brindarle oportunidad alguna de contestar. El comentario que ella acaba de proferir acerca de Adam la delata por entero—. A lo que me refiero es que parece que acabas de enterarte que tu hermano trabaja en la firma de tu papá.

    — Si. ¿Y...? —Contesta ella con cierta insolencia—. He estado fuera por un tiempo. ¿Qué tiene eso de raro? ¿Qué es todo esto, acaso estoy siendo sometida a un interrogatorio?

    ...«¿Cómo se atreve David a hablarle de esa manera?».

    —Que él trabaja para tu padre desde que se graduó de la universidad. ¿Hace cuánto, siete u ocho años? —El silencio se agrava sobre su semblante—. No lo sé, Sam —prosigue David mostrando su descontento ante ella―, todas esas historias de que no venías a casa sólo porque te encontrabas muy feliz viajando por el mundo entero me parecen bastante extrañas e inconsistentes. Pienso que no eran más que invenciones de tu familia para excusar tu...¿Dónde estuviste, si se puede saber?

    —A ti qué te importa —arremete ella y de inmediato, en contra de su indiscreción—. ¿Quién te crees que eres para hablarme de esa forma, Sherlock Holmes? ―Ahora sí que se siente enfadada y no sólo enfadada, sino que además de eso muy ofendida. Si David piensa que acorralándola con sus estúpidas e incesantes deducciones va a lograr algo...¡Pues está muy equivocado, señor Oliver!

    —No necesariamente debo serlo —prosigue David. Su afanado esfuerzo por sacarle el mal genio a Sam le está dando muy buenos resultados—; también me doy cuenta de que no sólo no les has dicho que volviste, sino que, además de todo, no quieres que ellos se enteren de que estás aquí —Se inclina hasta ella—. ¿Puedo preguntarte por qué?

    —No, no puedes y ya deja de decir tantas estupideces, ¿quieres?

    —Estupideces que son ciertas...¿O me lo vas a negar?

    «Ahora sí que sacó boleto».

    —¿Desde cuándo te volviste tan cretino, David? ¡Ah, dímelo! ¿Desde que empezaste a desarrollar tus músculos en lugar de tu cerebro?

    —Auch, eso dolió.

    —Escucha, no necesito toda esta mierd...Toda esta maldita basura de parte tuya, ¿me entendiste? Muchas gracias por cubrirme de mi hermano, pero eso es todo. Yo me largo de aquí.

    A un paso enérgico y apresurado Sam se dirige de nuevo hacia la salida, en total y en completa indignación.

    «Imbécil —piensa, sin permitirse abandonar todo un elegante repertorio de malos gestos—. ¿Qué se está creyendo?».

    —Oye —le grita él—, prometiste cenar conmigo. No te puedes ir así, Sam.

    —¿Ah, no? Pues, obsérvame —responde ella.

    —¿No íbamos a conversar?

    —Yo creo que ya conversamos lo suficiente.

    David la mira alejarse, mas luego de una breve pausa se decide y se dirige de nuevo hacia ella.

    — Sam, sólo una cosa más.

    —¡Qué! ¡Qué quieres!

    Sam se detiene de golpe, porque una más y se verá en la obligación de devolverse con la única intención de darle su buen bofetón. Gira hacia David tan sólo para advertir como éste baja por un segundo la mirada y la yergue de nuevo; pero esta vez carga con él un deje de pena que circunda el brillo de sus ojos.

    —Tan sólo dime, ¿te fuiste a estudiar a Europa como todos piensan, te casaste y te quedaste a vivir allá?

    —¡Qué!...¿Quién te dijo esa mentira?

    —Tu madre —responde él muy afligido—, fue lo que les dijo a todos ―Su abatida mirada vuelve a encontrarse con el suelo.

    Las palabras de David la abandonan en completa consternación. Enterarse de algo así es... Ella no sabe cómo reaccionar. La ira se le apaga de a poco y con lentitud; así como las injurias se le pierden por el camino en medio de los pensamientos. Reanuda su lento andar y la tristeza la sigue a través de pasos silenciosos que la acompañan hasta la salida.

    —Sí, eso fue lo que yo pensé desde un inicio —murmura David.

    Él siempre lo supo, siempre se dio cuenta de que todos mentían, pero no sabía cómo comprobarlo. La familia de Sam se preocupó por guardar muy bien las apariencias. Por hacer creer a los demás que su hija se había unido a una familia de gran opulencia al otro lado del mundo. Cada que él lo logró y pudo preguntar por ella, le narraban lo inmenso de la felicidad por la que se veía rodeada. De lo rico y lo elegante que era su bien y muy acaudalado marido. La llenaba de tantos lujos y caprichos, según se dejaban desbordar por las palabras que, para ella, simplemente, era impensable el hecho de tener que volver a casa. Por tanto, David se había resignado al pensamiento de que no la vería más. A no ser que quizás...que alguna vez pudiese encontrarla en una de las pocas visitas realizadas a la familia. Pero nunca tuvo la suerte. No, hasta ahora. Sin embargo, su corazón siempre le advirtió que esto no era del todo verdadero. Que era muy extraño que, aún con todo y la perfección de las narrativas familiares, nadie supiese nada acerca de ella, a no ser por lo que contaran ellos. Y después de un tiempo, la gente dejó de preguntar. Pero él no, David jamás dejó de pensarla y por ello, tampoco perdió la esperanza de volverla a ver.

    Nunca fue para el mundo un secreto que él siempre había sentido algo por Samanta, más jamás se atrevió a confesarlo. No cara a cara, verdad a verdad...corazón a realidad. Siempre soñó con estar en el lugar de los chicos de la escuela con los que ella salía. Pero David sabía que eso nunca sucedería; porque incluso hubo una ocasión en la que sintió morir cuando se enteró de que estaba saliendo con su propio hermano. Por fortuna, aquello no duró mucho tiempo.

    Aunque era verdad que sus padres les tenían prohibido cualquier tipo de amistad, por lo sucedido en la época de la niñez, él siempre se las ingenió para acercarse a ella bajo cualquier pretexto. Sobre

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