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Torbellino: Verdades a la Luz: Torbellino, #2
Torbellino: Verdades a la Luz: Torbellino, #2
Torbellino: Verdades a la Luz: Torbellino, #2
Libro electrónico462 páginas7 horas

Torbellino: Verdades a la Luz: Torbellino, #2

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"La sombra de un pasado que amenaza acabar con ella. El augurio de un torbellino que se convirtió en su cruel afrenta. Ahora Sam debe decidir si permanecer en su condena o extender las alas y aprender a volar hacia la libertad."

Torbellino: Verdades a la Luz / Segunda Entrega.

"Lo único que te pido es que no me mientas más..."

IdiomaEspañol
EditorialP.M. Brizuela
Fecha de lanzamiento11 feb 2022
ISBN9798201935399
Torbellino: Verdades a la Luz: Torbellino, #2

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    Torbellino - P.M. Brizuela

    l

    Aquel es el final de un día muy largo. Ya en casa cansados y con la convicción de que, de allí en adelante, las cosas marcharán mucho mejor, Sam no deja de recibir en sus labios las constantes promesas de amor hechas por David. Además de un par de sutiles, mas malogrados intentos, por parte de éste, de querer pasar la noche con ella. Se apresuran y le dejan muy en claro los deseos de llevar las cosas con más calma.

    No así, Sam no se libra del todo de sus nuevas responsabilidades.

    Esa noche los tres duermen juntos en la misma cama. David abrazado al cuerpo de su amada y ella junto a su niño. Entonces Sam sueña con un largo sendero en medio de un tétrico y oscuro bosque. Camina descalza a través de éste y escucha el crujir de las ramas romperse bajo el trémulo peso de sus pies. Se elevan a través del espeluznante silencio que la rodea, llenándola de mucho miedo e incertidumbre. Permanece caminando mientras mira hacia los lados, pues busca algo con desesperación, mas no sabe qué es. Mantiene sus pasos descoordinados sin dirección alguna y continúa buscando aquello que desconoce. Se percata de que una presencia maligna con aroma a muerte la sigue muy de cerca y la acecha como a una presa sobre la cual su suerte ha sido ya echada. Su respiración se agita y comienza a buscar con frenesí una salida del horrible lugar donde se encuentra. No obstante, el llanto incesante de un bebé se escucha provenir desde lo más profundo del bosque. Un horrible escalofrío la invade y recorre por completo su cuerpo. Una espantosa sensación que la obliga a desviar de inmediato su camino. Ahora sabe que lo que busca con desesperación es a su bebé perdido. Sam corre de inmediato de vuelta, sintiendo como los firmes y puntiagudos filos de las ramas se incrustan dentro de su piel. Cada paso ensangrentado que da, la lleva con vertiginosa velocidad en dirección a su hijo; debe socorrerlo de inmediato. El dolor que se proyecta de su rosto, demuestra la determinación con la que sigue corriendo hasta llegar a él...al origen de su llanto. Esquiva los gigantescos y gruesos troncos de los árboles que se interponen en su camino y avanza más rápido aun cuando la silueta de Richard, de pie y en medio del ancho bosque, se manifiesta frente a ella. Desplegando los brazos muy en alto, indicándole a Sam con desespero y a grandes voces que huya de allí.

    Un viento tempestuoso, como el de un gran torbellino, se levanta en medio de los dos. Golpea con fuerza el cuerpo de Sam, pero ella no se permite retroceder; sino que luchando contra las grandes ráfagas que silban alrededor de su silueta y recibiendo constantes bofetadas de las hojas que se estrellan contra su rostro, grita en dirección a Richard para que éste la ayude a buscar al niño. Pero Richard no atiende a su ruego:

    — ¡Sal de aquí! —Grita él una vez más. El desespero arrastra su voz con violencia y gravedad—. ¡Antes de que sea demasiado tarde!

    Los cabellos de Sam azotan su rostro de un lado al otro, dificultándole la visión.

    —¡Corre hasta el claro de flores! —Lo escucha gritar.

    — ¿Claro? ¿Cuál claro? — Pronuncia Sam. Advirtiendo como las ardientes arenas del desierto se abren paso ante ella y retumban bajo sus pies ante el contacto de los misiles. Corre, entonces, con desquiciada preocupación pues advierte como su vientre se encuentra abultado. Lleva al niño dentro de ella y debe ponerse a salvo del bombardeo.

    —¡Maldita sea, Doc! ¡Por la puta madre, muévase!

    —¡¿Gabriel?! —Pronuncia Sam. Las pupilas de sus ojos se ensanchan con asombro. No puede más, es inútil y se detiene. Su labor de parto ha comenzado y cae de rodillas sobre la arena.

    Gabriel la toma entre sus brazos y corre; pero antes de ingresar al túnel ambos caen al suelo. La sangre comienza a emanar de la frente de su amigo. La mirada perdida y fija de Gabriel la aplasta junto con su cuerpo inerte. Sam no puede respirar, él la está asfixiando, también a su bebé. La sangre llueve sobre su rostro.

    —¡Gabriel! ¡Gabriel! ¡Noooo!...¡Gabriel!

    —¡Sam! ¡Sam, despierta!

    David toma a Sam por los hombros y la sacude.

    Los ojos de Sam responden abriéndose en medio de violentas sacudidas. Una mirada llena de desquicio y desesperación que la consume. Se despoja de las manos de David con la ayuda de muchos manotazos. Un empujón le permite liberarse de él y lanzarse de la cama, para luego arrastrarse por la alfombra hasta topar con una pared en medio de la oscuridad.

    David se lanza tras ella.

    —Ben...Ben —comienza a gimotear Sam. El temblor de sus manos intenta mantener a David alejado de ella. Su cuerpo se encoge como un caparazón. Ni siquiera se dio cuenta cuando pasó por encima del niño para alejarse de las sábanas. Además de la pesadilla, teme haberlo lastimado y por eso llora con desespero.

    —Él está bien...Sam, él está bien —repite David una vez más, mientras señala al pequeño con la punta del dedo —. Mira —le dice y le muestra el reposado dormir que aún sostiene Ben bajo su cobertor de ositos—. Tranquilízate, ya pasó...Shhhh, ya pasó — E intenta sostener el llanto de Sam a lo lejos con la ayuda de sus manos vacías.

    Sam se cubre el rostro con ambas manos.

    —Dios, mío —gime con desespero. Aún se muestra temblorosa frente a David y deja caer la postura contra el frío concreto de la pared—. Lo siento...perdóname —balbucea frente a él —. No, no por favor...David, no —menciona Sam y rechaza el amable consuelo que intenta ofrecer David con sus brazos.

    —Tuviste una pesadilla. ¿Qué sucedió? —David mira a Sam revolviendo sus manos una y otra vez sobre su vientre con desasosiego—. ¿Te duele el estómago? ¿Necesitas ayuda para llegar al baño? ¿Quieres vomitar?

    En medio de tantas preguntas intenta elevar a Sam del suelo para poder llevarla hasta el baño; pero sólo consigue que ella se aferre con fuerza de sus brazos. Sus piernas aún no le responden, están paralizadas.

    —No, espera —la escucha decir.

    Sam ni siquiera intenta ponerse en pie. Si por ella fuese, permanecería allí por el resto de la noche, lejos de la cama. Sosteniendo su vientre vacío mientras llora con amargura por el dolor de sus pérdidas. Pero no puede, David se mantiene muy fiel a su lado y tiene que recuperarse, tiene que recobrarse lo más pronto posible para que él no se entere de nada. Que no sospeche nada acerca de su tragedia.

    No piensa abandonar la estabilidad que le ofrece la alfombra a su descompuesta condición; mas procura asumir frente a él una nueva postura y por eso es que acepta la cercanía de David. Aunque se asegura de mantener ambas manos sobre su pecho para que él no termine de unirse a ella, ni a los temblores que aún continúan sacudiendo con fuerza todo su cuerpo.

    Ambos yacen sobre la alfombra en medio de la madrugada y aunque ella no se muestra receptiva, él insiste hasta que logra situarse y sentarse detrás de ella, contra la pared. De este modo la envuelve con su cuerpo, hasta lograr hacerla entrar en calor.

    De a poco los temblores de Sam comienzan a cesar y aunque en este preciso momento lo único que necesita, con desespero, es estar en su apartamento con botella en mano y bebiendo de su alivio hasta más no poder. El calor de David sobre su cuerpo y el constante consuelo de sus dedos, recorriendo una y otra vez el largo de sus cabellos, contienen de a poco las furtivas lágrimas que aún se derraman sobre sus mejillas.

    —¿Qué fue lo que soñaste?

    —No lo sé, no lo recuerdo.

    —Entonces, ¿por qué lloras?

    —No lo sé, David —miente ella con descaro. Empleando el fastidio de su voz en contra de las necias preguntas que tanto la incomodan. Deja ir la cabeza hacia atrás y acomoda la descomposición de su rostro sobre el hombro de David. Se mantiene absorta sobre la nada; mirando la oscuridad que inunda la habitación e intentando con todas sus fuerzas borrar de su mente todas aquellas imágenes llenas de dolor y de sangre.

    —Vamos a la cama.

    —Ve tú, yo me quedaré aquí un rato más —contesta ella, como si fuese la cosa más natural del mundo. Sin darse cuenta de la reacción que sus palabras han desencadenado sobre el rostro de David.

    Pero esto ahora a Sam no le interesa; porque aún si se hubiese percatado de la forma en la que él la miró desde atrás, nadie la haría introducirse debajo de las sábanas en este momento.

    Se supone que desde que comenzó a dormir con el niño a su lado, las pesadillas habían desaparecido.  No sabe qué fue lo que sucedió.

    De seguro fue el estrés afrontado a través del día...«Yo qué sé» — argumentan sus propias deducciones y termina por hundir las yemas de los dedos sobre el antebrazo de David con frustración.

    Lo único que sí sabe desde este momento, es que no puede volver a dormir allí. No se va a arriesgar a que Ben o a que el mismísimo David, la vean atravesando sus constantes episodios.

    Para David puede que el evento de esta noche sea tan sólo un hecho aislado; pero si se percata de que algo no anda bien en ella y de que esto se repite una y otra vez, no tendrá otro remedio que decirle toda la verdad. Entonces pensará que ella está loca y no le permitirá estar más al lado de su pequeño.

    Sam advierte como David se pone en pie y camina hasta la cama. Lo mira tomar una de las mantas y volver hasta ella. Asumir de nuevo su posición contra la pared, misma que tanto trabajo le costó obtener en un principio y envolverlos a ambos, abrazándola con fuerza desde atrás.

    —Aquí estoy, no te preocupes —le dice mientras besa sus cabellos por detrás.

    ...«Si ella no piensa levantarse del piso, él tampoco lo hará —piensa muy convencido—. Se quedará junto a Sam y sin hacer más preguntas. Cuando ella decida regresar a la cama, él la acompañará. Sin embargo, David no puede dejar de preguntarse...¿Quién será Gabriel?».

    II

    Ambos reciben el alba tendidos sobre la alfombra. David con profundas respiraciones que, inmersas entre el cabello cenizo de Sam, sólo han procurado el estado alerta de su mirada. Ella no se permitió bajar la guardia en todo lo que le restó de la noche y permaneció despierta bajo el resguardo de los fornidos brazos, que aún rodean de lado a lado la estrechez de su cintura.

    Se da cuenta de que la cercanía de David y el calor de su cuerpo, envolviéndola por entero, fue lo único que evitó el que ella saliera huyendo de allí, en busca de su salvación dorada. Quizás su decisión no haya sido tan errada como pensó en una primera instancia. «¿Pero y Susan? —Sus pensamientos retoman de inmediato a la pequeña —. ¿Qué sucederá cuando llegue la hora de afrontar sus verdades con David? Ahora teme perderlo. Sabe lo afortunada que es de tenerlo a su lado, de contar con su apoyo. Entonces, ¿qué sucederá cuando todo salga a la luz?».

    Su cuerpo gira y se encuentra de frente con adormilada expresión de David, aún duerme profundamente. Al parecer el duro piso bajo la alfombra no le incomoda con tal de estar a su lado, con tal de tener el cuerpo de Sam aprisionado contra el suyo. ¿Será que querrá seguir junto a ella cuando se entere de todo lo que se le ha ocultado por tantos años? Sam sabe que entre más tarde en decírselo, más difícil será para ambos afrontar la situación. Que entre más cercana se haga su relación, serán más los estragos a causa de las malas decisiones que tomó en el pasado.

    «¿Por qué no lo buscó? —Piensa de inmediato con rabia —¿Por qué no le dio la oportunidad de explicar lo ocurrido la noche del baile?». Quizás ahora estarían los tres juntos como una familia feliz. Quizás ella jamás habría tenido que afrontar todas las desgracias ocurridas durante su exilio. Quizás jamás lo habría conocido tampoco a él; entonces...entonces ahora podría amar a David, como sabe que nunca jamás podrá llegar a hacerlo. Porque la desesperación que aún siente cuando piensa en Richard, no le alcanzaría jamás como para dejar atrás su recuerdo. Sam sabe que dejaría a David en el olvido en este instante si Richard acudiese ahora mismo a su encuentro. Pero él ya no está, se ha ido para siempre y por ello limpia las lágrimas de su rostro con rapidez antes de que David despierte. Si apartan al niño de su lado en este momento sería su fin. Debe permanecer junto a David para asegurarse de que Ben no le sea arrebatado.

    —Eres una maldita —masculla entre dientes mientras se ocupa de acariciar el privado rostro de David con la mano —. «Se lo quitaste a ella, a la estúpida de Rebeca valiéndote de emociones y de sentimientos falsos que sólo aseguraron tu lucro personal, tu beneficio propio...¿Una familia feliz? ¿Tú, Susan y yo?...¿Cuándo? Si yo nunca he logrado amarte, nunca he querido amarte...No, hasta ahora...

    ...Un profundo agradecimiento, sí. El valor de tu compañía. ¿Pero, amor?...Amor, mi querido, David...Mi David. No te preocupes, porque yo inventaré ese amor para ti, porque tú te lo mereces. Si en mis años de adolescencia me rehusé a fingir; ahora bien que creo poder hacerlo, quiero poder hacerlo...Es más, voy hacerlo. De verdad que no quiero perderte. Pero...y si no te digo la verdad, ¿qué pasará con Susan? Y si te revelo todo lo que hice, ¿qué sucederá con Ben? Te marcharás y lo arrancarás de mi lado, ¿no es así?...¡Dios mío, ayúdame!».

    Los ojos de David se abren en medio de las torturas mentales de Sam y lo primero que mira es la palidez de su rostro, demacrado por la falta de sueño y las preocupaciones. Pero esto él no lo nota.

    — ¿Alguna vez te he dicho lo hermosa que eres?

    —Uhmjú —responde Sam; en medio de leves y cohibidas afirmaciones que, unidas a una tenue sonrisa, se dejan llevar por David. En completo silencio y muy sumisa, hunde el rostro sobre el orificio que demarca la robusta área de su hombro. Recibe un par de besos de buenos días sobre la desnudez de su cuello, libre del desorden de su cabello. David termina de hacerlo a un lado, para así poder brindar un par de besos más, húmedos y cálidos, sobre la tensión de su piel. La ternura de sus caricias consigue relajar la postura de Sam.

    —¿Pudiste descansar? —Pregunta él; sin permitirle a Sam abandonar el refugio de besos y atenciones al que está siendo sometida—. Anoche me preocupaste.

    —Lo siento, no quise hacerte pasar una mala noche —Responde ella saliendo de su escondite.

    —Claro que no —Difiere él adueñándose de su barbilla y dejando reposar sobre los labios de Sam un dulce beso, la abraza de nuevo—. ¿Ya te siente bien?

    —Si.

    —Bueno, eso está mucho mejor —Susurra David. Su voz ronca y entrecortada se apaga de a poco mientras se acerca a los labios de Sam. La mira fijamente, como si estuviese pidiendo los mismos consentimientos que le fueron negados la noche anterior y como esta vez, al parecer, no hay prohibiciones, sus ojos se entornan conforme comienza un lento recorrido sobre las formas de Sam, ocultas bajo la delgada manta que los abriga sobre la alfombra. Ligeros y pausados besos a través de su hombro, cuello y oreja acompañan las caricias de sus manos.

    —Espera —pronuncia Sam; porque aunque está dispuesta y cree poder fingir, quiere poder fingir...es más, va a fingir. En cuanto las manos de David comienzan a deslizarse, una bajo la blusa de su pijama intentando llegar hasta sus pechos y la otra bajo la parte trasera de su pantalón, piensa en el niño y voltea para mirarlo.

    —No te preocupes, él aún duerme —menciona éste.

    Los constantes jadeos de David, muy cerca de su oído, se intensifican mientras consigue su objetivo. Le hablan a Sam de la urgencia que tiene este hombre por hacerla suya. Pero la luz del amanecer está pronta a entrar por las ventanas y Sam sabe a qué hora despierta Ben cada mañana. Sostiene con rapidez la mano de David; la cual se había adueñado ya muy firme de su seno izquierdo y la hace retroceder. Así que él suspira hondo y no teniendo más remedio, deja caer el rostro sobre el hombro derecho de Sam al igual que sus deseos. Saca la mano de su blusa y se queda allí, junto a ella.

    —Te necesito.

    —Lo sé, pero ahora no es conveniente. Esta noche, te lo prometo.

    —Está bien —resuelve él por medio una tonta sonrisa que lo llevan a depositar más besos húmedos sobre el cuello de Sam. Sin embargo, de un pronto a otro se detiene y el rostro de David se eleva a pocos centímetros de ella—. Sam, yooo...yo puedo esperar. No te quiero presionar.

    —Creo que ya esperaste lo suficiente...Esta noche, lo juro —susurra ella, acomodando un pequeño mechón de cabello oscuro que se había deslizado sobre la frente de David y brindando una amable sonrisa al brillo en los ojos que se ha desatado de las emociones de su enamorado, le vuelve a besar.

    Han sido tantos años de paciencia y de espera, que Sam piensa es lo menos que puede hacer por él. Ambos se besan una vez más sellando el acuerdo nocturno.

    Y como las predicciones de Sam lo previeran, apenas si se escuchan los silenciosos y chiquitines pasos de Ben avanzando apresurados sobre la alfombra. Antes de que logren reaccionar siquiera, lo tienen en medio de ellos e interrumpiendo la cercanía de ambos.

    El niño se muestra colmado de sonrisas y muchas más emociones, al ver a su papá besando de nuevo a Sam. Pronto se escucha por toda la habitación las risotadas del pequeño, producto de las cosquillas que Sam le hace en los costados y de la barba de su papá, que no deja de darle comezón con los constantes besos que obsequia David sobre los colorados y sofocados cachetitos de Ben.

    — ¿Quién quiere panqueques para desayunar?

    —¡¡¡¡Yooooo!!!! —Gritan ambos, mientras levantan las manos en medio de más sonrisas ante el ofrecimiento de David.

    Es una hermosa mañana y los rayos del sol entran radiantes por las ventanas; bañando e iluminando los rostros sonrientes de quienes aún yacen jugando sobre la alfombra. Ben lo ve todo como una increíble novedad. Cualquier cambio dentro de la acostumbrada temática de su rutina, es una gran aventura para un niño de su edad. Su mente frágil e inocente no sabe que todos los juegos y las sonrisas de las que ahora se deleitan sus emociones, no son otra cosa sino que cortesía de la infernal noche que ha pasado Sam en vela, cautiva entre los brazos de David. Al menos en su apartamento, después de tener una de sus pesadillas, ella se arrastraba hasta ocultarse en el armario y se encogía como un caracol. Apenas podía salía y caía de nuevo sobre el piso del baño bebiendo hasta más no poder. Pero anoche...¡Anoche tuvo que fingir! ¡Y sin ayuda del alcohol! Hubo de tragarse todo el desespero y la locura que le generaron aquellos recuerdos. Tan vívidos en su mente mientras se reproducían dentro de sus sueños.

    De igual forma ahora continúa fingiendo y con gran disimulo prueba la movilidad de sus piernas antes de ponerse en pie. Aún necesita ayuda de su amiga la pared, pero logra pasar desapercibida la debilidad de sus miembros inferiores. Toma al niño de la mano y baja con pasos inestables hasta llegar a la cocina junto a David.

    Pocos minutos después la cocina y el resto del primer piso, se ve invadida por un irremediable aroma a amor y felicidad. Sam no sabe que tiene David con ofrecer sus famosos panqueques a todos aquellos a los que ama. Ha notado que parece relacionarlo con la armonía y la felicidad de su hogar. Siempre que se levanta de buen humor, baja muy temprano por la mañana y lo primero que hace es preparar la mezcla que, segundos después, arrastra a los suyos hasta los bancos situados frente a la encimera de mármol italiano. « Uhmm ¿Quién sabe? —piensa ella mientras recibe en su plato el panqueque que David ha depositado, unido a un tierno beso sobre sus labios—. De seguro que la mamá de David los preparaba muy seguido para él y el resto de su familia. En aquellos primeros años y en los cuáles las debilidades de su pequeño hijo no lo dejaban desenvolverse como al resto de los niños. Quizás esto le hacía sentirse amado y protegido. Consolado por los constantes quebrantos de salud que padecía David y los cuales no le dejaban salir a jugar junto a ellos en el jardín. Esa era la forma de la señora O` de brindarle toda su atención y de hacerle sentir especial. Ahora él parece hacer lo mismo con sus seres queridos».

    — ¿En qué piensas?

    — En nada —responde ella abandonando su semblante retraído.

    —Come que se te enfría.

    —Claro —Es su respuesta ágil y certera ante el amable pedido que recibe de David.

    Sam se relame en repetidas ocasiones los labios y se lanza de lleno sobre su desayuno.

    lll

    A pesar de la noche tan espantosa que atravesó, y de haberse prohibido a sí misma el volver a dormir en casa de los Oliver, Sam no deja de quedarse junto a ellos noche tras noche. De hecho que prácticamente ya vive en casa de David; pues de los siete días que descuenta la semana, si acaso pasará uno en su departamento. Envuelta en medio de sus pesadillas nocturnas y maldiciéndose a cada nada cuando echa mano de su botella de wisky para lograr dormir, aunque sea, ese par de horas que tanto necesita. Pero de resto...de resto procura ir y quedarse junto a ellos. Los constantes ruegos de su pequeño no le permiten actuar de otra manera. Ben siempre calcula y la llama a la hora que, sabe muy bien, ella está por terminar su turno; preguntándole a Sam a qué hora llegará a casa y si ya viene en camino, pues su papá está preparando la cena.

    Muchas veces estando en la cama y en medio de los dos, Sam puede sentir como se le van cerrando los ojos de a poquito, en contra de su voluntad. Entonces tiene que echar mano de toda su voluntad y de todo su coraje, para no quedarse dormida envuelta en el delicioso calor que ambos producen. La estrechan con tal fuerza contra sus cuerpos, como si con esto los dos se asegurasen de que ella no se les vaya a escapar.

    Hasta ahora Sam lo ha conseguido y se considera triunfante desde el momento en el que los mira abrir los ojos cada mañana. No confía para nada en quedarse dormida estando junto a ellos, eso ni pensarlo. Por eso aún se ve en la necesidad de refugiarse, de vez en cuando, en la cueva de sus pesadillas y por eso también no ha tenido más remedio que informar a Lorie sobre la recaída de sus síntomas. Sus episodios han vuelto y le ruega que la ayude; pero, por favor, le suplica que no la mediquen de nuevo, ni que la pongan en la mirilla de sus colegas. No quiere verse sometida, una vez más, a rigurosas terapias psicológicas y psiquiátricas que, a la larga, no hacen más que hacerla recaer con más fuerza sobre sus desgracias.

    Eso la dejaría al descubierto con David y con su familia. La tacharían de loca; entonces perdería a su hija, a Ben...y lo perdería también a él.

    Lorie ha sido la principal testigo del bien que le ha hecho a Sam el tener a David y al pequeño en su vida. La mira con mejor semblante, su chica ya sonríe de nuevo y hasta ha subido unos cuantos kilos. ¡Sus mejillas están de nuevo coloradas! Ahora su vida es lo más cercana posible a la normalidad que ella una vez presenció y aunque Sam aún llora en frente de su ángel guardián el recuerdo y la pérdida de Richard; Lorie intenta hacerla entender a diario que ella no lo está traicionando y que tiene todo el derecho de seguir adelante con su vida; como el mismo Richard hubiese deseado que así fuera.

    No obstante, al parecer, ella experimenta día con día esta culpabilidad, aunque no lo quiera. Y se pregunta el por qué del que ella siga con vida, cuando él y su niño ya no están. Se consuela entonces, mirando a David leyéndole cuentos en la cama al pequeño Ben y sonríe en cuanto el niño se recuesta al lado de su padre, con el pequeño osito sobre su pecho...

    ...«Quizás de igual forma hubiese sido la temática reproducida entre Richard y su hijo» —Y Sam piensa en esto con una apagada sonrisa impregnándole los labios. De un pronto a otro se descubre a sí misma cambiando el rostro de David por el de su amor ya fallecido. Mas se apresura y sacude de inmediato la cabeza con frustración; porque si, bien, nada ni nadie podría jamás reemplazar sus pérdidas, agradece el poder estar junto a ellos y por eso procura pasar el mayor tiempo posible a su lado. Cada vez es menos la resistencia que experimenta en cuanto él se aproxima; en cuanto recibe de David todos sus besos, sus caricias...su sola cercanía. Aún no ha logrado...no ha conseguido entregarse por completo a él. El rostro de Richard siempre se interpone entre ella y los deseos de este hombre lleno de testosterona. En su desesperación por hacerla suya.

    Con esta noche ya van tres intentos fallidos que ejecuta David sin obtener resultado alguno.

    —Perdóname, yooo...yo no sé qué es lo que me pasa. Te juro que...

    —Está bien, no te preocupes —la interrumpe David y acotando las palabras de Sam, hace a un lado su virilidad y la libera de su peso.

    —Estoy muy estresada. He tenido mucho trabajo. La verdad es que me siento bajo mucha presión —Una tras otras se van haciendo presentes las excusas.

    —Ya te he dicho que no hay ningún problema, Sam —responde él de una manera muy serena. Se sienta en la orilla de la cama y girando medio cuerpo desnudo hacia ella, la toma de la mano —. Te dije que no te iba a presionar y no lo voy hacer. Yo no te voy a obligar a hacer nada que tú no quieras.

    La bondadosa sonrisa que David le brinda, lo único que consigue es que Sam esconda el rostro entre las piernas y termine de hundir la cabeza con la ayuda de sus manos. 

    —Pero es que yo si quiero. Lo que pasa es que...

    —Lo que pasa es que tú aún no te sientes preparada —menciona David y cortando de lleno las histerias de Sam, se introduce de nuevo en la cama mientras termina de adueñarse por completo de ella por detrás—. Lo nuestro...nuestro reencuentro —le dice—; todo ha sucedido de una forma muy rápida. Eso lo entiendo. Y también comprendo que tú quieras llevar las cosas con más calma. Que nos conozcamos mejor.

    —¿Qué nos conozcamos mejor? David, pero si nos conocemos prácticamente desde que nacimos.

    —Tú sabes a lo que me refiero. Hablo de que nos lleguemos a entender como pareja. Y si, es verdad, tú y yo nos conocemos de toda una vida; pero lo que estamos experimentando es nuevo y no sabes cuánto me gusta.

    La mirada de Sam se entorna y va en busca de las palabras mencionadas por el caballero. Lo mira con recelo mientras libera el lóbulo de su oreja izquierda de la presión que ejercen los labios de David sobre ésta.

    —¿Qué? —Menciona él con una divertida sonrisa prendida de sus labios—. ¿Demasiado comprensivo?

    —Para ser hombre, sí. ¿En dónde está el truco?

    —No hay truco —responde él.

    —Todo hombre busca sexo, David. Aunque ese hombre seas tú.

    —Oye, no te confundas, a mí me encanta el sexo.

    —Entonces...—repone ella de forma lenta y expectante.

    El azul de los ojos de David se expande invadiéndole el rostro de una apacible seriedad.

    —Nada, ya te lo dije, no te voy a presionar...eso es todo —Su mirada tanto como sus palabras se guardan en un breve silencio—. Es que...de ti no busco sólo sexo, Sam —repone David buscando de nuevo sus ojos—. También busco amor.

    —David...

    —Yo sabré esperar hasta que estés lista.

    Sam gira sobre las sábanas y se apresura a esconder el rostro sobre el pecho desnudo de David.

    Él tiene razón, sólo un hombre enamorado podría reprimir así la fiereza de esa naturaleza tan primitiva que los caracteriza. Jamás pensó encontrarse con dos hombres de esa clase tan atípica en su vida y que éstos la amasen de una forma tan sincera y tan real.

    Richard siempre manifestó hacia ella esa clase de amor que lo entrega todo a cambio de nada. Sin previsiones y sin resguardos de ningún tipo. Él, de una manera muy simple llegó a su vida, tomó su alma y la puso a disposición de ella para que Sam pudiese adueñarse de aquella dádiva celestial sin exigirle retribución alguna.

    Por supuesto que éste si obtuvo su recompensa inmediata en cuanto ella hizo lo mismo por él.

    Pero ahora, se encuentra aquí, en brazos de David. Sintiendo como él hace lo mismo por ella y la desagradecida no hace otra cosa que manifestar sus pensamientos, una vez más, en favor de Richard. Siente el calor del cuerpo de David envolviéndola por entero. «Por favor, perdóname», grita muy en el fondo, muy dentro de sus pensamientos. Le abraza con más fuerza aún y vuelve a gritar.

    «Quizás mañana», le dice en silencio, quizás mañana sea el día en que se deje amar por él y el dolor de sus recuerdos no se interpongan entre el amor y la comprensión por los que ahora mismo se mira rodeada.

    —Que descanses, David.

    —Tú también —responde él y la besa en la frente. Apaga la luz de la lámpara situada al lado de su cama y acomodando la postura al lado de ella, se duerme.

    «Richard», solloza Sam una vez más con silenciosos lamentos... «Descansa tú también, mi amor».

    IV

    —Sam, despierta ¡Cariño, despierta! —Lorie sacude a Sam en repetidas ocasiones hasta que logra sacarla del horrible sueño que, se nota, la estaba atormentando con remarcados gestos de desquicio. Con violentos movimientos que deformaban las líneas de su cuerpo—. Tranquila, respira hondo. Eso es... —pronuncia su amiga con serenas y pausadas indicaciones. Se ocupa de pasar una toalla sobre el rostro empapado de sudor que ahora se apoya, en total descomposición, sobre su hombro—. Así es, lo estás haciendo bien, mi amor. No dejes de respirar.

    —Lorie...Lorie...

    —Lo sé...Shhh, lo sé, serénate. Aquí estás a salvo, ya pasó. Ven, apóyate en la pared —le indica. Lorie la ayuda a sentarse y continúa limpiando las gotas de sudor que aún descienden a través de la frente de Sam—. Está bien, puedes llorar si eso es lo que quieres —le dice—. Nadie te escuchará aquí —menciona ésta, haciendo referencia a la habitación que acondicionó para Sam en el hospital y en la que ella puede descansar, al menos un poco y a intervalos, a lo largo de sus guardias.

    Pero Sam se preocupa por respirar hondo una vez más y retira con suavidad la mano que contenía las lágrimas de su rostro.

    —No, no quiero llorar —responde—...Ya no quiero llorar, más, por favor.

    —Está bien, no tienes que hacerlo si no quieres.

    —Lorie, ya deja de hablarme así, ¿quieres?

    — ¿Cómo? —Pregunta su amiga con preocupación.

    —Como si fuese una loca a la que tienes que seguirle la corriente, para que ésta no se salga de control...Yo sé que estoy loca —menciona Sam luego de una breve pausa y en la que la mirada de Lorie no desmintiera las palabras antes mencionadas—. Tan sólo que no necesito que me lo recuerden a diario.

    —Tú no estás loca, cariño. Pero si, tienes toda la razón —pronuncia Lorie, al tiempo que emprende con sus manos un breve recorrido sobre el estado de las piernas de Sam—; si no somos precavidas, las cosas pueden empeorar y lo sabes por experiencia propia. ¿Puedes mover las piernas?...¿Si? Muy bien, entonces intentemos ponernos de pie.

    —Espera —pronuncia Sam. Al ver que sus extremidades todavía la traicionan pide que le den un par de minutos más.

    —Lo siento, Sam, pero si esto continúa así tendré que conseguir una orden para que te suministren de nuevo los medicamentos.

    —Ni siquiera te molestes en hacer algo así.

    —¿Por qué?

    —Porque no pienso tomarlos.

    —Pero, Sam.

    —No, Lorie —manifiesta Sam apoyándose de la cama. Ensaya cómo dar los primeros pasos fuera de las amenazas de su amiga—. No pienso volver a caer en todo aquello, ¿me entiendes? No me sumergiré de nuevo en ese infierno, nunca más.

    —Ese infierno, como tú le llamas, fue lo único que evitó el que te perdiéramos por completo.

    —¡Entonces, ¿por qué no me dejaste perder?! — Arremete Sam con sumo enojo. Estalla en contra de los reclamos de Lorie—. ¿Para qué, diablos, me retuviste en medio de toda esta mierda que ahora gobierna mi vida?  En estos momentos quizás podría estar con él...y con mi hijo. Debiste dejarme morir aquel día, en aquella asquerosa camilla de hospital.

    La mirada de Sam se oculta en medio del dolor con el que arrastra estas palabras, al tiempo que se le cierran los puños con ira.

    —¿Así que eso es lo que deseas? ¿Estar muerta para no tener que enfrentar tu realidad?

    —Mi realidad es un asco, Lorie. ¿Qué acaso no lo ves? Ni siquiera sé para qué, demonios, fue que volví. Mi hija me odia, no acepta verme, no entiende razones.

    —¿Y David?

    —¿David? ¿Qué hay con él? —Cuestiona Sam, sin saber a qué se debe que el nombre de éste salga a relucir en la conversación.

    Lorie se muestra sorprendida, anonadada sería la expresión más acertada.

    —¿Cómo que qué hay con él, Sam? — Le pregunta—  ¿Qué acaso David no significa nada para ti?

    —Por supuesto que sí —Es su respuesta más amplia, ágil y sincera.

    —¿Y el pequeño?

    —Lorie, no me hagas esto —responde Sam. Deja caer, una vez más, la fatiga de su cuerpo sobre la camilla y se sostiene la cabeza con ambas manos.

    —¿Que no te haga, qué? —La interroga su amiga. Se sienta a su lado y pasa su brazo por encima de los hombros de Sam. La atrae hacia ella en un conmovedor abrazo que intenta consolar el par de lágrimas que, por fin, se han dignado a deslizarse a través de sus mejillas—. Después de todo, quizás si haya algo por lo que valga la pena vivir, ¿no es así?

    —Si, sobre todo cuando David se entere de la verdad, me repudie por lo que hice y termine de alejarse de mi vida y junto con él...mi niño —responde ella, retirándose de su lado—. No, Lorie —le añade Sam mientras se acerca y busca refugio en uno de los ventanales que tiene en frente. Une la cabeza al vidrio empañado por el frío otoñal—, lo mío ya no tiene remedio. Mi suerte fue echada desde hace mucho tiempo atrás.

    —David te ama mucho —menciona Lorie. Se acerca por detrás y apoya la mano sobre el hombro de Sam— ya verás que todo se resolverá de la mejor manera, él sabrá comprender.

    —¿Él sabrá comprender? —Repone Sam sin intentar siquiera moverse de su sitio. La tétrica y lamentable sonrisa que se asoma de su rostro, se asemeja más a la burla que a cualquier otra cosa— ¿Qué sabrá comprender, amiga mía? ¿Que le mentí? Que lo he

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