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Torbellino: El Vuelo de la Mariposa: Torbellino, #3
Torbellino: El Vuelo de la Mariposa: Torbellino, #3
Torbellino: El Vuelo de la Mariposa: Torbellino, #3
Libro electrónico421 páginas6 horas

Torbellino: El Vuelo de la Mariposa: Torbellino, #3

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"La sombra de un pasado que amenaza acabar con ella. El augurio de un torbellino que se convirtió en su cruel afrenta. Ahora Sam debe decidir si permanecer en su condena o extender las alas y aprender a volar hacia la libertad."



Torbellino: El Vuelo de la Mariposa / Tercera Entrega Terminada.

 

"Adiós, amor..."

IdiomaEspañol
EditorialP.M. Brizuela
Fecha de lanzamiento25 jul 2023
ISBN9798201522803
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    Torbellino - P.M. Brizuela

    Capítulo 1

    El diciembre anterior al alumbramiento de la niña, Sam se rehusó a ir a casa para pasar las festividades en unión de su familia, como lo habían predispuesto sus padres desde un inicio. Esto debido al abultado vientre que gestaba ya, dentro de ella, la desdicha y la preocupación, y el cual había ocultado hasta ese momento de éstos.

    Le argumentó a Jim por teléfono que tenía que adelantar un par de cursos, si es que pretendía conseguir un lugar en el prestigioso grupo que, para entonces, lideraba un renombrado profesor de la Facultad de leyes; y del cual Jim, en cuanto escuchó su nombre, no puso ante su hija objeción alguna; sino que más bien alabó tal espíritu de emprendimiento y dedicación que, según él, por fin se había adueñado de ella. Sus últimas calificaciones no habían sido menos que excelentes a su parecer y esto le llenó de mucho orgullo y entusiasmo. Sumado a una inmensa satisfacción al pensar que su pequeño terremoto, al fin, había tomado el camino de la disciplina y la responsabilidad adquirida.

    No así, Jim y Alexandra no se sintieron muy a gusto sabiendo que la hija de ambos se encontraba a tantos kilómetros de distancia y a tantos meses de ausencia de ellos. Fue muy incómodo para todos, el vacío que Sam dejó en medio de las celebraciones de principio y fin de año. E Incluso, a Alexandra se le partió el corazón al presenciar el llanto del pequeño Dany; quien a través de remilgados reclamos exigió, una noche en particular, quería ver a su hermana y además de eso, quería tenerla junto a él.

    Jim no lo pensó más, se encontraban a mediados de enero y no faltaban muchos días para que los gemelos cumpliesen su mayoría de edad; así que optó por celebrar a lo grande tan importante acontecimiento. Sus hijos mayores eran su gran orgullo, su mayor logro. Éstos estaban siguiendo con gran éxito sus pasos y muy pronto, ambos estarían integrados en la firma. Haciendo crecer y a su lado, el legado heredado por su padre.

    Esa misma tarde de invierno, Jim tomó el teléfono y le encargó a Adam que fuese a visitar a su hermana, al día siguiente, al campus universitario. Su hijo no estaba más que a unas pocas horas de distancia de ella en auto y de este modo también se cercioraría, por ojos de su propio primogénito, del bienestar de su consentida. Le dio firmes y claras instrucciones a Adam de que la tomase por sorpresa y además le dijo que le indicara a Samanta que debía volver a casa ese mismo fin de semana, junto a él; pues sus padres así lo disponían y de esta forma era que debían acatar sus órdenes; mas se guardó de mencionar palabra alguna acerca de la secreta celebración que les esperaba a ambos.

    —¡Pero, ¿por qué?! —Preguntó Sam entrando en pánico en cuanto escuchó a su hermano mencionarle todo aquello y sosteniéndose el vientre sintió, allí mismo, una pequeña contracción.

    —Y yo que sé —le contestó Adam con insolencia a través del teléfono—. Como si papá alguna vez me diese explicaciones, boba. Agradece que te estoy poniendo al tanto de sus órdenes. Desde anoche estoy intentando comunicarme contigo para ponerte en sobre aviso. Papá me encargó que te diera la gran sorpresa —Y simuló esto último con torpeza por medio de su voz—. En fin, ya voy en camino, llegaré en menos de quince minutos; así que prepara tu equipaje porque el vuelo a casa sale en un par de horas.

    Adam cortó la llamada dejando a Sam envuelta en un torbellino de desesperación.

    —¡Dios mío y ahora, ¿qué hago?! —Exclamó volviéndose hacia Laura y tomándose de su blusa, su cuerpo se dobló frente a su amiga en medio de una fuerte contracción.

    —Quizás deberías decirle, aunque sea a tu hermano, la verdad sobre tu embarazo, Sam.

    —¿Acaso te volviste demente? —Gimió ella elevando su joven rostro, cargado de dolor, hasta ésta—. Tú no conoces a mi hermano; sería capaz de matarme si descubre que estoy embarazada, incluso antes que mi propio padre —En cuanto hubo pasado la contracción, Sam respiró hondo y enderezó con dificultad la postura. Aseguró la mano debajo de su gran barriga y caminó a través de pasos de pingüino apresurado hasta llegar al armario. Comenzó a preparar enseguida su equipaje; pero no para volver a casa...no, eso nunca; si no para escapar de allí antes de que su hermano llegase y la descubriese—. Quizás pueda hablar con los señores Goblin —mencionó en medio del frenesí de sus movimientos—; quizás ellos puedan darme acogida en su casa hasta que se dé el alumbramiento. Ya después veré que excusa le invento a mi padre...¡Auch!

    —Sam, yo no soy médico —intervino Laura sobre sus desventuras y acercándose hasta ella, la ayudó a sentarse sobre la cama—; pero pienso que tus contracciones están ocurriendo muy seguido. Tal vez deberíamos irnos al hospital.

    A lo largo de sus agitadas respiraciones, el rostro sudoroso de Sam se elevó una vez más en contra de Laura.

    —Yo tampoco soy médico —le dijo a través de apretados pronunciares—; pero te aseguro que este bebé no nacerá hoy. No puede nacer hoy. Aún no...¡Auch!...Pero, ¡por qué duele tanto así...

    —¡Vámonos! —Se exacerbó Laura con sus movimientos y aún en contra de los deseos de Sam, se adueñó de las llaves del auto, la tomó por el brazo y la sacó del dormitorio del campus, arrastrándola junto con ella escaleras abajo.

    —Espera...espera, espera —suplicó la chiquilla sumergida en agudos chillidos, los cuales la llevaron a sujetarse con fuerza de una de las columnas que se encontraban en la entrada del edificio.

    Laura chilló junto a ella y respiró al son del ritmo de Sam, acompañándola hasta que por fin el alivio se hizo presente de nuevo sobre su rostro.

    —¿Lista? ¿Puedes caminar?...Bien, vamos —mencionó sujetándola por la cintura. Sin contar con que, en ese preciso momento, un chico alto y de cabello rubio, apuesto como un singular monumento, ingresaba a través de las puertas de cristal.

    Fue allí en donde el rostro de Sam terminó de desfigurarse en una horrorizada mueca. En cuanto la imponente figura de su hermano se plantó frente a ella.

    —¡Ahgggg! —Se escapó un grito agudo a través de su garganta. Su cuerpo se dobló hacia adelante y dejó salir un estremecedor gemido mientras su fuente se rompía frente a él. Quedando la adolescente a merced de los terribles dolores de parto.

    A diferencia de la reacción inicial que hubiese esperado Sam, el rostro de Adam se cubrió de pánico y se turbó de histeria. Aquella gigantesca barriga traumatizó, allí mismo, el azul de sus ojos y el asqueroso charco sanguinolento que su hermana pisaba, tenía un origen que aún se le escurría a lo largo de las piernas.

    No medió palabra alguna, tampoco pidió permisos ni asesoramientos de nadie; en cuanto la observó retorciéndose del dolor, simplemente la tomó entre sus brazos y cargó con ella mientras salía corriendo de allí en busca de su auto. Laura corrió tras ellos y ayudándole a abrir la puerta trasera, Adam introdujo a Sam en el asiento de atrás. Se apresuró y corrió de nuevo hasta ubicarse tras el volante; tal era el temblor de sus manos que no podía introducir la llave y fue Laura quien, desde el asiento de al lado, sujetó su mano con firmeza y le ayudó a tranquilizarse, pudiendo éste al fin encender el motor.

    —¿Quién eres? —Preguntó Adam reparando un segundo en la extraña que se había introducido en su auto sin ningún permiso.

    —Después —respondió Laura—, ahora conduce...¡Conduce!

    Adam obedeció al instante, hundió el pie en el acelerador y condujo como un desquiciado hasta llegar al hospital más cercano. Cuando por fin recibieron a Sam, no había nadie allí que estuviese facultado para firmar su ingreso a la institución médica. Los chicos aún eran menores de edad, faltaban quince días para su cumpleaños número dieciocho; por lo que en medio de los ruegos y del llanto de su hermana, Adam se vio obligado a romper su pacto con ella. Abandonó la habitación del hospital escuchando como ella rompía a llorar del dolor y también de impotencia, al ver como éste salía de allí para delatarla con sus padres.

    Los señores Kendall no llegaron al hospital, sino, hasta pasada la media noche; cuando Sam ya había dado a luz a una niña sin ayuda de anestesia alguna y en medio de terribles dolores; pues no se pudieron autorizar los medicamentos que, se supone, calmarían su agonía. De inmediato se identificaron como los padres de la joven y tutores legales del pequeño retoño.

    El personal del hospital les informó que la joven madre en ese momento se encontraba durmiendo. Tuvieron que aplicarle un ligero sedante, ya que no había dejado de llorar desde el momento en que ingresó al centro médico. También les dijeron que ella se había negado a ver a la bebé y aún menos había aceptado cargarla entre sus brazos. Se rehusó incluso a darle de comer, por lo que tuvieron que alimentar a la recién nacida por otros medios. Mas a pesar de todo y de haber sido prematura, por unas cuantas semanas, la criaturita se encontraba en un excelente estado de salud.

    —Papá, te juro que yo no sabía nada —Se justificó Adam con temor en cuanto la enfermera salió de la habitación—. No supe qué hacer, mas que traerla aquí y llamarte enseguida.

    —E hiciste lo correcto, hijo —lo exoneró Jim de inmediato ante cualquier responsabilidad—. Tu madre y yo ya estamos aquí, así que ahora nos encargaremos de todo —pronunció éste poniendo la mano sobre su hombro, tranquilizando de este modo el rostro de su hijo—. Pienso que lo mejor será que te vayas y continúes con tus actividades diarias. Nos mantendremos en contacto hasta que vuelvas a casa para el verano, ¿entendiste?

    —Si, señor —respondió Adam y recibiendo un par de lánguidas y derrotadas palmadas sobre la espalda por parte de su padre, se apartó de él para inclinarse sobre el rostro de Alexandra y plasmando un beso sobre las lágrimas que caían sobre la mejilla de su madre, Adam salió de inmediato de la habitación; dejando atrás el abatido rostro de sus padres, a su hermana y a la bebé que dormía en una cuna junto a su cama.

    —¡Adam! —Se escuchó la voz de Laura a lo largo del pasillo del hospital y corriendo detrás de sus pasos lo alcanzó hasta que pudo caminar junto a él. Al parecer se había mantenido allí todo ese tiempo, fiel y oculta en la sala de espera. Aguardando por cualquier indicio de información que alguien le pudiese brindar sobre el estado de su amiga.

    En primera instancia Adam pareció no reconocerla, pero luego de unos cuantos segundos de sentirla junto a él se detuvo y la observó con más detenimiento.

    —Ah, si. Eres la chica del auto.

    —Si —respondió ella, sin darle mucha importancia a su falta de interés y cortesía—, ¿puedes decirme cómo está Sam?

    Adam la miró sin deseos de dar muchas explicaciones. Ventilar las intimidades de su familia nunca estuvo dentro del protocolo social de los Kendall.

    —¿Crees que la pueda ver?

    —No lo creo —Fue lo único que respondió frente a ella e hizo el intento de seguir con su camino.

    —¿Por qué? —Preguntó Laura con un deje de demanda sobre su voz.

    Adam prosiguió, pero enseguida se detuvo y volviéndose hacia ella, la miró con detenida fijación.

    —Escucha —mencionó, entonces, acercándose a modo de discreción—, lo que acaba de suceder es algo muy grave dentro de mi familia.

    —¿Qué sucederá con ella?

    —No lo sé —respondió él negando con la cabeza, acompañado de un leve levantamiento de sus hombros—. Supongo que volverá a casa con mis padres. Es lo más lógico, creo yo.

    —Y tú...—mencionó Laura elevando con precaución el rostro hasta él—. ¿Tú podrías darme, aunque sea, algún número telefónico en el cual poder localizarla? Sólo para hablar con ella de vez en cuando.

    Adam despojó a Laura de su mirada y se mantuvo en silencio por un breve instante.

    —Mira —le dijo volcando de nuevo sobre ella el azul de sus ojos—, yo te agradezco todo lo que hiciste por mi hermana; pero como ya te lo dije antes, lamentablemente lo que sucedió esta noche es algo muy grave; así que yo pienso que lo mejor es que regreses a tu dormitorio, continúes con tu vida como lo has hecho hasta ahora y te olvides de ella para siempre; porque no creo que la vuelvas a ver.

    Y brindando sobre Laura un simulacro de sonrisa mezclada con una pena fingida, Adam le dio un último vistazo en señal de despedida. Se alejó de ella dándole la espalda y salió de su vista; dejándola allí con el semblante entristecido y mirando a su alrededor; pues siendo ya de madrugada y sin un centavo en los bolsillos, Laura no tuvo más remedio que caminar bajo el azote de un fuerte aguacero de invierno; hasta que su encogida y delgada silueta se alejó por el camino y se perdió del hospital.

    Capítulo 2

    Como Adam bien lo supuso, a Sam le fue impuesto por sus padres el que volviese a casa junto a ellos y al lado de la pequeña niña que aún era objeto de todos sus rechazos. Habían pasado más de quince días desde el nacimiento y la criaturita continuaba sin recibir un nombre. El documento de identidad que la facultaba como una persona adulta y la hacía responsable de sus propios actos, se encontraba ya entre sus manos; por lo que, como un acto de rebeldía ante sus padres, Sam se encerró en su habitación por varios días renegando de su mala suerte y evadiendo así, sus responsabilidades con la niña.

    «¿Cómo era posible que el destino le hubiese jugado tan mala pasada?» Lloró con rabia en múltiples ocasiones. Todo estaba predispuesto; ya todo se encontraba listo para que sus planes se ejecutaran en el tiempo preciso y previamente establecido. «¿Cómo fue que, de un pronto a otro, todo se le vino abajo? Ella no se encontraba preparada para ser madre, ella no quería ser madre.

    —Pues, aunque no lo quieras, lo eres —replicó Alexandra en frente de ella, aquella ominosa tarde de invierno; en la que, cansada de los berrinchudos comportamientos de su hija, se introdujo en su habitación aún en contra de su consentimiento y la enfrentó con la cruda realidad en la que se había transformado su vida—. Así que no quiero oír más pretextos —le dijo—, no quiero escuchar más llantos, ni más rabietas. Te sales ahora mismo de aquí, jovencita y atiendes tus responsabilidades, como te corresponde al ser la madre de esa criatura. Tú sola te metiste en este lío al haberte enredado con un bueno para nada. Por lo tanto, no será nana quien atienda más el llanto de tu hija, sino que lo harás tú.

    —Pero, mamá, es que yo no sé...

    —¡Te callas! —la advirtió Alexandra allí mismo—. Nadie más que tú será la encargada de velar por el alimento, el sueño, el aseo y todo lo demás que conlleve la atención de esa pobre niña y si no sabes hacerlo, entonces aprendes; pero aquí no te quedarás más sin hacer nada. Hasta aquí llegaron tus días de ocio y banalidad, Samanta. Quisiste jugar a la casita y a ser la niña grande, ¿no es así? Pues ahí tienes los resultados. Considérate una persona adulta de ahora en adelante y como tal recibe, en este mismo instante, tu independencia...Anda, apresúrate que te están llamando —pronunció Alexandra luego de que el llanto de la bebé se hiciera presente en medio de sus fuertes reprimendas—. Nana, por favor encárgate de quedarte al lado de esta insensata por toda una semana o hasta que por fin aprenda a llevar a cabo sus labores y luego te apartas de su camino, ¿entendiste?

    —Si, señora —respondió nana de inmediato y tomando a Sam por el brazo la condujo fuera de la habitación.

    —Ahh...y nana —prosiguió Alexandra con sus directrices—. Quiero que para esta misma noche se traslade todo el menaje de la niña hasta esta habitación. Si me doy por enterada de que tú o cualquier otra persona se está haciendo cargo de la pequeña, empezarán a ocurrir despidos.

    —No se preocupe, mi niña —respondió nana mientras continuaba caminando a lo largo del pasillo—. Nadie perderá su empleo, de eso me encargo yo...

    »...Ya, ya —continuaba repitiendo nana, intentando calmar así el desasosiego presente en el llanto de Sam—. Tu madre tiene razón, eres tú quien debe hacerse cargo de la bebé.

    —Pero, nana, es que yo no quiero. No pueden obligarme.

    —Tienes razón —pronunció nana para el inmediato asombro de Sam—, nadie puede obligarte. El amor de una madre no se condiciona, simplemente corre como un torrente desbocado que arrasa con todo a su paso; pero tú aún no te has dado cuenta de eso, mi vida. Ven, vamos. Tu pequeña debe tener hambre. Te enseñaré cómo preparar un biberón; además, ya es hora de cambiar su pañal.

    —¡¿Qué?! —Pronunció Sam con el rostro cargado de asco y horror. Dio media vuelta allí mismo y separándose de nana, intentó darse a la fuga; pero no pudo, porque el inmediato halón por parte de nana, terminó de hundirla en la habitación donde se encontraba la pequeñita. Desesperada porque unos brazos la tomaran con amor y la meciesen hasta obtener algo de alimento.

    —Nana, yo, ¡buagh!...Yo no, ¡buagh! —continuaba repitiendo Sam en medio de sus arcadas—. No puedo, ¡buagh! —Y volviendo el rostro en un último intento por no vomitar, sostuvo lejos el pañal sucio con la punta de sus dedos.

    —Muy bien —le dijo nana tomando el pañal mientras lo envolvía con sus manos, para luego depositarlo en el basurero—. Ahora la aseamos bien con las toallas húmedas; le ponemos su cremita, sus talcos, la cubrimos con un pañal limpio de esta forma y listo, eso es todo. ¿Viste que fácil fue?

    —Nana, esto es asqueroso. Si tan sólo es leche, ¿cómo es posible que se transforme en algo tan repulsivo? No entiendo cómo puedes hacer esto.

    —Lo he hecho con todos y cada uno de ustedes —mencionó nana a través de una conmovida sonrisa; al tiempo que tomó a la pequeña y reposó su pequeño rostro de ángel sobre su pecho; llenándola de mimos, cariño y mucho amor—. Y al parecer ninguno se ha quejado hasta el momento. Ten, toma, ahora cárgala tú.

    —No —pronunció Sam con hermetismo y cerrando su cuerpo ante ella, se rehusó a tomar a la niña.

    —Mi amor, es tu hija. Cárgala tan sólo un momento.

    —¡No! —Repitió ella con evidente enojo y volviendo el rostro se alejó de nana hasta caer sentada sobre la alfombra, al lado de la puerta.

    Cada vez que la niña lloraba. Cada vez que tenía hambre, se sentía incómoda o tan sólo necesitaba de un par de brazos que la amasen, Sam corría con desespero y abriendo la puerta de su habitación, dejaba correr por los aires de los pasillos los gritos con los que pedía el auxilio de su nana. De esta forma conseguía que ésta llegase de inmediato a detener el llanto de la niña.

    Pero hubo una noche en particular en la que, cansada de la actitud de su hija, Alexandra le indicó a nana que el período de adaptación se había terminado; así que por más que Sam dejó incrustados, dentro de los oídos de todos, los chillidos de su voz, nadie acudió en respuesta de sus demandas, ni de sus sonados berrinches.

    Azotó con fuerza la puerta tras de sí, quedando a merced del desesperado llanto de su hija y ansiosa por hacerla callar, de una vez por todas, se apresuró y preparó un biberón; pero la pequeña seguía llorando. Entonces, a pesar de la repugnancia que esto le causaba, cambió su pañal y aún así la niña no dejaba de llorar.

    —Pero, ¿qué es lo que tienes? ¿Por qué no dejas de llorar? —Pronunció apostando su rostro, inflamado de sofoco y exasperación, sobre la cuna—. Lloras como si alguien te estuviese haciendo daño, yo no te he hecho nada. Ya deja de llorar, me vas a volver loca. Te di de comer, te cambié el pañal. ¡¿Qué más quieres de mí?! —Preguntó la adolescente elevando ambas manos al nivel del rostro mientras entraba en pánico. Sin saber qué más hacer y con el desespero de sus movimientos, Sam tomó el frágil cuerpo de la pequeña con ambas manos y lo acunó entre sus brazos del mismo modo en el que había visto a nana hacerlo tantas veces...el llanto cesó de inmediato—. ¡Ohhh, gracias a Dios! —Exclamó allí mismo y liberando un fuerte resoplido de alivio, Sam se aseguró de mantenerla en brazos toda la noche, por miedo a que la pequeña despertase y comenzara a llorar de nuevo.

    ———————————————————————————————————————————-

    —Hija, no la cargues a toda hora, llevas días sin despegarte de ella. Se acostumbrará a estar sólo en brazos.

    —¿Y qué? —Respondió Sam a su madre, ajustó la cangurera que llevaba sobre su pecho y se sentó frente a la mesa para desayunar—. Prefiero eso y no escucharla llorar todo el día como si alguien la estuviese lastimando —Y viendo como la niña se dormía sobre su pecho, se lanzó de lleno sobre su desayuno.

    —Qué gusto me da ver el que tengas de nuevo tanto apetito, mi niña —mencionó nana poniendo otro panqueque sobre el plato de Sam.

    —Es por la lactancia —comentó Alexandra acomodando la servilleta sobre sus piernas—. Por suerte el medicamento que te recetó el doctor permitió que la amamantaras a pesar de no haberlo hecho desde un principio.

    —Es muy doloroso, mamá; quizás decida no hacerlo más. Además, terminaré de arruinar mi figura si sigo haciéndolo. Quiero recuperar mi silueta de siempre lo antes posible.

    Alexandra y nana soltaron la risotada de inmediato.

    —Oh, mi amor —pronunció su madre poniéndose en pie y acercándose hasta ella, la besó en la frente—. Nada volverá a ser igual...No después del primer bebé. Ahora termina de desayunar y vete con tu nana. Tienes que terminar tus quehaceres antes de que te marches a la oficina con tu padre. Hoy es tu primer día de trabajo en la firma, así que no lo hagas esperar.

    Sam obedeció a su madre y mientras subía al lado de nana las escaleras, ésta última sonreía al mirar como su niña, al parecer y sin percatarse de ello, acariciaba la espalda de la pequeñita que llevaba pendida sobre su pecho.

    —Todavía no entiendo por qué el afán de papá de querer humillarme así, de esa forma, delante de todos.

    —¿Por qué dices eso, mi amor? Si tu padre lo único que quiere es que te integres de a poco en la firma.

    —¿Y cómo piensas que lograré integrarme si de entrada me pone como asistente de una de sus asistontas? Cuando, por fin, me gradúe ya nadie me va a respetar, nana. ¿Cómo crees que me verán cuando sepan que la hija del jefe es menos que una simple secretaria? Yo sé que mi papá lo único que quiere es hacerme sentir mal por lo que hice.

    —No digas eso —intervino nana sobre los enfados de su querida niña— y más bien recuerda estas palabras de tu nana y guárdalas para ti. Sólo en caso de que algún día alguien intente hacerte sentir mal por el origen de tus labores: Ningún trabajo es malo, escúchalo bien. Todo trabajo es bueno, mientras que sea digno y honesto, tú no tienes por qué avergonzarte de nada, ¿entendiste? —Y mientras nana advertía como ella movía la cabeza de arriba abajo en clara señal de entendimiento, la tomó por el brazo y la dirigió hasta su habitación—. Ven, mi amor. Ya es hora de darle de comer a tu niña; además necesito que me dejes dos biberones llenos por todo el tiempo que estarás ausente.

    —¿Y de dónde piensas que voy a sacar tanta leche, nana?

    —De aquí, mi amor —indicó nana, señalando su enorme busto con una amplia sonrisa de satisfacción—. ¿Acaso no viste lo vasto y frondoso que amaneció hoy tu jardín?

    —Parezco un monstruo —gimoteó Sam frente al espejo—, una enorme ballena.

    —Eso no es verdad; pareces una linda y saludable jovencita que se encuentra en su período de lactancia y tu cuerpo se está ajustando a los cambios. Ahora ven y siéntate —le dijo y acomodando a la niña sobre el cojín de lactancia, la unió al seno de su madre y se quedó junto a ellas por un largo rato.

    —Nana...nana, mira —acudió Sam solicitando sus atenciones y mostrándole la sonrisa en el rostro de su bebé, se emocionó junto a ella.

    —Oh, mi Señor. Su primera sonrisa —Se regocijó nana llevándose ambas manos a la boca y volviendo a ver a Sam, le brillaron los ojos al ver como a su niña se le enternecía el rostro por primera vez—. Y te la dio a ti.

    —¿A mí?

    —Así es, date cuenta que no deja de mirarte mientras sonríe.

    —¿Y por qué crees que lo hace?

    —¿Cómo que por qué, niña? ¿Qué clase de pregunta es esa? Pues porque eres su madre, por eso.

    —¿Y ella cómo sabe que yo soy su madre?

    —Pues porque se alimenta de ti, creció dentro de ti. Ella nació de ti, mi amor, es parte de tu ser. Ella reconoce el sonido de tu voz y el ritmo de tu respiración...incluso tu olor. ¿Qué acaso no te enseñan todo eso en la escuela?

    —Supongo que si —respondió Sam intentando recordar; pero enseguida el rostro de David se cruzó dentro de su mente oscureciendo su semblante.

    —Ella tiene mucho amor por ti.

    —Pero si es tan sólo una pequeña cosita, nana. Tiene tan poco de estar aquí, ¿cómo podría saber si me ama o no?

    —El amor no se entiende, cariño —respondió nana a la juventud de su niña—. El amor es algo que se siente. Y esta pequeñita siente mucho amor por ti; si no mira la forma tan embelesada con la que te contempla sin siquiera parpadear. Ella sabe que tú eres su madre y de ti sólo busca tu amor y tu protección. ¿Comprendes eso?

    —Si...si lo comprendo —respondió Sam, mientras recorría la cabecita desnuda de su niña con mucho cuidado—. Yo soy tu madre y también te amo mucho, mi amor —pronunció inclinando el rostro hasta su pequeña. La besó en la frente muchas veces y la contempló sumergida en el desvelo de un largo mirar.

    —Seca esas lágrimas, mi niña.

    —Son lágrimas de felicidad, nana. No te preocupes.

    —¿Has pensado en algún nombre para ella?

    —Si...si lo he hecho —respondió Sam volviendo el rostro hasta su nana. Le brindó una amplia sonrisa de satisfacción y retornó de nuevo hacia su hija admirándola, reparando en cada pequeño detalle de su piel. Su rostro, sus dedos, el color de sus ojos...todo. Es como si la hubiese sostenido por primera vez entre sus brazos. Como si hubiese acabado de dar a luz.

    —Y bien, entonces dime, ¿cómo se llamará?

    —Susan —pronunció Sam, suscitando la inmediata sonrisa que se dibujó en el complacido rostro de nana—. Susan Jane Kendall, ese será tu nombre.

    Capítulo 3

    Desde ese día, Sam se propuso a salir adelante con su niña. Se dispuso y se sometió a la voluntad absoluta de sus padres. A sus designios, sin protestas ni rebeldía alguna.

    «Puedo con esto —Se decía a sí misma día con día—. Nada tiene por qué cambiar; me esforzaré y sacaré adelante mi carrera y cuando me gradúe, podré independizarme y velaré yo misma por mi hija, sin la ayuda de mis padres».

    Con este pensamiento se dio el valor para enfrentar lo que sería su vida de allí en adelante. A sus dieciocho años sería una madre soltera, estudiante de derecho y una simple asistente legal en la multimillonaria firma de abogados de su padre. Inicios de una vocación que le fue impuesta y que para nada movía los hilos de unos ideales que aún se encontraban ocultos. Pero ese era el destino que su papá había trazado para ella y así mismo habría de seguirlo sin queja alguna. Su mundo entero se vio reducido por las responsabilidades, los deberes y obligaciones que de allí en adelante gobernarían su vida. Las épocas de amiguis, compras, fiestas, novios y más diversión, habían quedado atrás para siempre. Un estilo de vida que no sería más para ella.

    Sin embargo, las experiencias vividas durante su embarazo, sumadas al descubrimiento de su nueva maternidad, obraron milagros en Sam en tan poco tiempo, que muy pronto el comportamiento rebelde y petulante de la chica desapareció por completo. De un pronto a otro no le importaba el tener que esforzarse tanto, pues su hija todo lo valía y por ella estaba dispuesta a entregarlo todo. Cada vez que la tomaba entre sus brazos, después de un largo día de labores, surgía en ella esa manifiesta necesidad de protegerla y proveerla de todo y cuanto el modesto salario que ganaba en la firma se lo permitía. Para Sam era demasiado gratificante sentir que era ella misma quien atendía las necesidades de Susan. Ella era su pequeña niña, su chiquita; quien dependía por completo de una madre que ahora acataba a cabalidad todas las órdenes de Alexandra. Dócil, dulce y obediente, el sueño de sus padres hecho realidad.

    Por lo que para Jim el siguiente paso a seguir sería el reintegro de su hija a la vida estudiantil. Enviarla, una vez más, a la Universidad y el de Alexandra, claro está, el de acallar las habladurías de terceros y para ello ya lo tenía todo planeado y bien preparado.

    Esa misma noche, después de la cena, mandó a llamar a Sam y ordenó que se presentase delante de ella en su oficina. Viendo cómo su hija se asomaba por la puerta, la hizo pasar y le indicó que se sentara en frente de su escritorio.

    —¿Por qué andas cargando aún con la niña sobre tu pecho? —Reprochó ésta de inmediato frente a ella—. Ya te he dicho, en un millón de ocasiones, que no hay beneficio alguno para ti en ello y si un gran mal para la pequeña.

    —Lo sé, mami —respondió Sam a través de una delicada y tierna sonrisa, posó los labios sobre la cabecita de su hija y volvió a sonreír—; pero acabo de amamantarla y a ella le encanta dormirse luego sobre el calor de mi cuerpo.

    —Debes dejarla durmiendo en su cuna, ¿entendiste?

    —Si, señora, en cuanto suba lo haré.

    —Muy bien —pronunció Alexandra mostrándose lo bastante satisfecha con su respuesta—. Si te mandé a llamar es porque necesito hablar contigo de un asunto muy importante. Primero déjame decirte que tu padre y yo estamos muy complacidos con los resultados que has obtenido en los últimos meses, en cuanto a la disciplina y al rendimiento que esperábamos de ti se refiere. Te juro que hasta hemos llegado a pensar que quizás...tal vez todo este desastre al final fue para bien...tu propio bien, Samanta —reiteró Alexandra enfatizando frente a ella este último punto y poniéndose en pie, caminó de un lado al otro hasta que se detuvo e irguió la figura sobre Sam—. Pero de igual manera es mi deber informarte, hija que no puedes seguir de esta forma.

    El rostro de Sam se embargó de incertidumbre allí mismo y su cuerpo se echó hacia atrás en una clara respuesta a su falta de entendimiento.

    —¿A qué te refieres? —Preguntó frente a su madre.

    —Me refiero a que tú y esta pequeña niña, que cargas ahora mismo sobre tu pecho, no pueden seguir sin un buen nombre que las respalde.

    —Pero...yo no entiendo —pronunció Sam con el rostro turbio de incomprensión—. ¿Por qué dices eso, mamá? Si yo ya tengo un buen nombre que me respalda

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