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Todo Robyn
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Libro electrónico1626 páginas22 horas

Todo Robyn

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¡La obra completa de Robyn Hill a un precio increíble! 

5 novelas repletas de romance de alto voltaje e intriga. Entra en el mundo de Robyn para engancharte a personajes inolvidables, a historias que te emocionarán y a pasiones que dejan huella. ¡Más de mil páginas de amor en estado puro!

«SAMANTHA, PASIÓN»

Samantha Moss es una joven aspirante a actriz. Su agente le consigue una audición para el papel protagonista de una película junto al atractivo Ryan Jones, la rutilante estrella del momento. 

Su sorpresa es mayúscula cuando se encuentra que será él mismo quien le dé la réplica en la audición. Entre ambos surge un profundo y sensual romance en el que Samantha descubrirá el deseo, el lujo y el amor en la ciudad más vibrante del mundo: Nueva York.

Sin embargo, la fama siempre viene cargada con un imprevisible veneno. Samantha será objeto de la intriga de un paparazzi que desea poner en peligro su relación con Ryan para sacar tajada… o eso es lo que parece.

«IRRESISTIBLE»

Eric Cassel es un francés, millonario, bon vivant y seductor empedernido que aterriza en Las Vegas, con un pasado oscuro en la droga, para cumplir un viejo sueño. Ser cantante.  Amanda Armstrong es una joven madre de veintisiete años que trabaja como chef en uno de los mejores casinos. Recién divorciada, anhela una nueva vida con la que volver a disfrutar del amor y el trabajo. 

Entre ambos estallará un romance de alto voltaje que provocará los celos de Harry Carr, el exmarido, el cual hará todo lo posible para sabotear su relación, pues aún sigue perdidamente enamorado de Amanda.

«MONTECARLO»

Después de la muerte de su querido padre, Audrey Arnaldi es la próxima princesa que regirá el principado de Mónaco. Toda su vida ha estado diseñada para asumir esa tarea con responsabilidad. Sin embargo, un persona de su pasado irrumpe de nuevo en su vida. Su hermanastro Vincent, a lomos de su Harley-Davidson y con aires de chico duro, regresa cargado de misterios. 

Cuando eran adolescentes, Audrey odiaba su fama de seductor y su arrogante sonrisa, pero ahora Vincent se ha convertido en un hombre arrebatador. Tanto es así que ella se siente incapaz de controlar sus palpitantes emociones. 

«DESEO, PELIGRO»

La vida de la joven Julie sufre un brusco giro cuando rompe con su novio, y recibe una misteriosa carta de alguien que conoció a su padre. Deseando empezar de cero, se traslada a un bonito pueblo turístico llamado Sunville. 

Allí conoce a un atractivo surfero de piel bronceada llamado Andrew, con el que extrañamente coincide en todas partes. La atracción es salvaje, única e irresistible, pero Julie descubre que Andrew no es quién dice ser. ¿Podrá volver a confiar en él?

IdiomaEspañol
EditorialRed Books
Fecha de lanzamiento25 dic 2018
ISBN9781386683940
Todo Robyn
Autor

Robyn Hill

I am a teacher of 21 years. I love teaching and I especially love having fun through laughter and learning. My students will tell you I love learning but I also love the funny things in life too...

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    Todo Robyn - Robyn Hill

    SAMANTHA, PASIÓN

    Samantha, Pasión 1

    Capítulo 1

    —¿QUÉ? ¿ES una broma? —dije al teléfono mientras miraba incrédula a Rose, mi compañera en la taquilla del New Amsterdam Theatre.

    —No, te he conseguido una prueba para una película, con nada más y nada menos que Ryan Jones, el gran Ryan Jones en la película de la década —dijo Pete Hanson al otro lado de la línea.

    —¿Seguro que no es una broma?

    Mi cuerpo vibraba de emoción. No podía creer la oportunidad que se me brindaba, a mí, una actriz que apenas empezaba su carrera. ¡Protagonista!

    —¿Me has visto alguna vez bromear? —preguntó Pete—. La película será un bombazo. Está basada en una novela que ha batido récords de ventas.

    —¿Cuándo es la audición? ¡Necesito tiempo para prepararlo!

    —¡Ahora!

    —¿Ahora? ¿Qué quieres decir? —pregunté con cara de terror.

    —Ahora quiere decir ahora, Samantha.

    La voz de mi agente sonó como la de un general del ejército dirigiéndose a un novato.

    —Pero estoy trabajando en el teatro, Pete. No voy a poder.

    —¿Quieres pasarte el resto de tu vida despachando entradas? —preguntó Pete con sarcasmo—. Te envío la dirección por mail a tu móvil, y la escena que has de aprenderte. Están organizando la audición en los estudios Manhattan, cerca del Madison Square. Tienes media hora para llegar. Llámame en cuanto termines. ¡Suerte!

    Pete colgó sin esperar mi respuesta. Me quedé unos segundos paralizada por los nervios, que me invadían por todo el cuerpo como una anaconda estrangulando a su víctima.

    ¡Reacciona, Samantha! Es la oportunidad que estabas esperando desde que llegaste a Nueva York hace un año.

    —¿Qué te pasa? —me preguntó Rose sacándome de mis pensamientos.

    Me dispuse a preparar la caja con el dinero en efectivo para nuestro turno que comenzaba en cinco minutos. Algunos clientes ya se agolpaban al otro lado de la ventanilla dispuestos a disfrutar de «Aladino». Eso es justo lo que yo necesitaba, un genio de la lámpara que me teletransportara a los estudios Manhattan en ese preciso instante.

    Samantha, muévete. ¿A qué estás esperando?

    —¡Tengo que irme! —exclamé de repente, poniéndome en pie.

    —No me dejes sola, Samantha. Hoy es viernes y habrá mucho trabajo —dijo Rose con ojos suplicantes.

    —Rose, lo siento pero tengo una audición para una película. Como protagonista.

    —¿Como protagonista? Oh, está bien si no me quieres decir por qué tienes que irte, pero tampoco me mientas —me dijo dándome la espalda.

    —Es verdad… Me ha llamado mi… —dije buscando el contacto visual con mi compañera—. Bueno, déjalo, Rose… Tengo mucha prisa, te lo explicaré después.

    Salí de la taquilla, subí a toda prisa un piso por las escaleras y llamé a la oficina de Tom McGregor, el manager del New Amsterdam. Sin esperar respuesta, abrí la puerta. Tom llevaba puestos unos auriculares con micrófono y hablaba a la pantalla, por lo que inferí que lo había interrumpido en mitad de una videoconferencia.

    Clavó su mirada sobre mí como las garras de un águila sobre su presa. Tom odiaba las interrupciones cuando se encontraba reunido.

    —¿Qué quieres, Samantha?

    Tragué saliva. Preveía momentos de tensión, y eso no suele ser bueno para mi salud.

    —Tom, tengo un casting para una película en media hora. Necesito irme ya.

    La opción de mentir usando la excusa de un familiar en el hospital la descarté completo. Bueno, no del todo. Confieso que se me pasó por la cabeza, pero el jefe siempre me había tratado bien y, finalmente, preferí caminar por el lado salvaje de la honestidad.

    —¿Y no podías haberme avisado con un poco de antelación, digamos un par de días? —preguntó Tom mientras se quitaba los auriculares y los dejaba caer en su escritorio.

    —Mi agente me ha avisado hace cinco minutos —me excusé como una niña pequeña, echando la culpa a otro.

    Tom se recostó sobre su asiento y suspiró hondamente. Después se levantó y paseó por su pequeño despacho. A su espalda, a través de la ventana, la calle Broadway se veía repleta de personas y coches circulando.

    —Lo siento, Samantha. Hoy no, es imposible. Conozco tu sueño de ser actriz, pero lo que me pides es imposible, no tengo a nadie para sustituirte. Y no puedo dejar sola a Rose un viernes.

    Sentí que estaba a punto de derrumbarme, pero a última hora recuperé una pequeña y última dosis de energía.

    —Solo será una hora. Te prometo que vendré lo antes posible.

    —La respuesta es no —dijo Tom mientras volvía a tomar asiento para reanudar su videoconferencia.

    Me encontraba ante uno de esos momentos en la vida en el que has de tomar una decisión trascendental en cuestión de segundos. Nadie más te puede aconsejar. Tomas un camino aceptando las consecuencias, que significa cerrar los ojos esperando que el golpe no sea demasiado fuerte.

    —Entonces dejo el trabajo —dije cruzándome de brazos.

    Tom alzó las cejas en un gesto de sorpresa.

    —¿Está segura?

    —No me dejas otra opción —dije encogiéndome de hombros.

    Tom asintió la cabeza varias veces, asimilando el impacto de mi dimisión.

    —Ya veo… ¿Cuándo será tu último día?

    —Ahora.

    Tom dio un puñetazo sobre la mesa. Su mirada se volvió gélida.

    —¡Me haces una jugarreta! —exclamó.

    Bajé la mirada y me sonrojé. Odiaba comportarme de esa manera, pero me arrepentiría toda mi vida si dejaba pasar la oportunidad de conseguir un papel como protagonista. Después de un año viviendo en la ciudad, solo había conseguidos dos empleos como figurante; en una película de Julia Roberts (mi actriz favorita), y en otra dirigida por Martin Scorsese.

    —Vete de aquí. Te enviaré el cheque por correo —dijo sin mirarme.

    —Lo siento, Tom.

    Con la duda a cuestas de si había tomado una buena decisión, salí del teatro a toda prisa sin detenerme a reflexionar que era la última vez que pisaba el New Amsterdam. La suerte me acompañó y enseguida encontré un taxi. Después de facilitar la dirección de los estudios Manhattan, saqué mi teléfono del bolso, abrí mi cuenta de correo para comprobar el nuevo mensaje de Pete, y me concentré en la lectura de la escena que debía interpretar.

    Al leer el título de la película, Amor sin arrepentimiento, sentí un pellizco de nervios en el estómago. La escena era un diálogo entre dos personajes, un hombre y una mujer, Henry y Elizabeth; que se conocían por primera vez al tropezar en la entrada de una cafetería, entonces surgía la chispa de la atracción salvaje.

    Recité algunos diálogos en voz alta de Elizabeth que causaron desconcierto en el taxista, que me miró a través del retrovisor como si yo fuera una loca escapada del manicomio.

    —Soy actriz —le dije sorprendida por mi propia afirmación. El taxista movió la cabeza, como si por fin encajara todo.

    «Soy actriz». Era la primera vez que pronunciaba esas dos palabras en voz alta. Aún no me consideraba actriz, sino más bien una aspirante. Supuse que me estaba dejando llevar por el entusiasmo del momento.

    Samantha, tranquila. Pon los pies en la tierra. Aún no has conseguido nada.

    Me apeé del taxi en la entrada a los estudios Manhattan, situado en la esquina de Novena Avenida con la 32 y corrí hacia la recepción. Miré mi reloj de pulsera, solo de pensar que llegaba tarde me entraba el pánico.

    Una agradable recepcionista me informó que la audición de la película era en la tercera planta. Tomé el ascensor pero, como era de esperar, se detenía en cada planta con una exasperante lentitud.

    En cuanto las puertas del ascensor se abrieron lo suficiente, salí y empecé a correr por el pasillo enmoquetado. Una mujer del servicio de limpieza pasaba un trapo al mobiliario.

    —Disculpe, ¿donde hacen la audición? —pregunté con el corazón palpitando a mil por hora.

    La mujer señaló una puerta al final del pasillo. Le di las gracias, ella asintió con la cabeza ajena a mi drama y seguí corriendo.

    Por fin, llegué hasta la puerta. Estaba abierta.

    —¿Hola? —pregunté asomando la cabeza con timidez.

    Sin respuesta. Silencio total.

    Lo primero que observé fue una mesa y una silla ubicadas cerca de una ventana. Supuse que sería donde se recibían a los actores y actrices para tomarles el nombre según el orden de llegada. Pero no había nadie a quién dirigirse. Daba la impresión de que todos se habían marchado ya.

    ¡Maldita sea!

    De repente, escuché un murmullo al otro lado de una de las puertas que parecían conducir a otra habitación. Sentí que un rayo de esperanza me iluminaba, así que abrí la puerta esperando no interrumpir nada relevante.

    Un joven estaba de pie, de espaldas, mirando por la ventana el enorme paisaje de asfalto de Manhattan. Llevaba una camisa de cuadrados azules muy elegante y pantalones blancos. Hablaba por teléfono y gesticulaba.

    —Un día desperdiciado. Quince actrices de renombre y ninguna sabe pronunciar correctamente… El director y yo hemos pensando en suicidarnos. ¡Parece que no existe la actriz que estamos buscando! Escucha… busca otros agentes. No quiero a más actrices que tengan diez años de edad mental. ¡Muévete!

    El joven colgó, así que aproveché para dar señales de vida.

    —Perdón, me llamo Samantha y venía para…

    —Si es para la prueba, ya es tarde, se han ido todos.

    Me quedé de piedra. Delante de mí, hablándome, estaba el célebre actor Ryan Jones. La rodilla derecha me empezó temblar. Era uno de los actores más cotizados del panorama cinematográfico. Con veintisiete años ya había actuado en diez películas, y los grandes estudios se peleaban por él. Pero todo eso en aquel momento no importaba demasiado, su atractivo era tan demoledor que casi me causa una lipotimia. Era alto, y bajo la camisa se le notaba un cuerpo bien esculpido. En alguna revista de cotilleos había leído que cuidaba su cuerpo con devoción.

    —Siento llegar tarde, pero es que hubo un accidente y la policía cortó el tráfico en Broadway —dije con una sonrisa de niña pillada en una travesura.

    No me siento orgullosa de mí misma cuando miento, pero a veces es necesario para sobrevivir en este mundo tan competitivo.

    —¿Cómo es tu nombre? —preguntó Ryan mientras se dirigía a la mesa y consultaba unos papeles.

    —Samantha Moss.

    Ryan leyó un papel y negó con la cabeza.

    —Pues no veo tu nombre aquí —dijo.

    Arranqué el documento de sus manos. Me abrumó el leer una serie de nombres de actrices reputadas, algunas de ellas con numerosos premios a su labor interpretativa. Pero la lista se terminó y mi nombre no aparecía.

    Pete, más vale que tengas una buena explicación para esto.

    —Debe de ser un error. Mi agente me citó a esta hora —dije mordiéndome un labio.

    —Tengo un poco de prisa, me están esperando en recepción. Otra vez será —dijo Ryan con una media sonrisa mientras miraba la pantalla de su teléfono, y se dirigía a la puerta.

    ¡Haz algo, Samantha, reacciona!

    Sin pensarlo, antes de que saliera de la habitación, le arrebaté el teléfono móvil. Ryan se quedó con las manos en el aire, desconcertado.

    —¿Se puede saber qué estás haciendo? —preguntó frunciendo el ceño, estupefacto.

    —Dame una oportunidad y te lo devolveré sano y salvo —dije mientras lo escondía a mis espaldas.

    —Devuélvemelo, por favor. No tengo tiempo para tonterías.

    Ryan se mostró serio y se acercó a mí, acorralándome contra la pared. Una oleada de perfume de Carolina Herrera me invadió por completo. Debía mantenerme con la cabeza fría y no derretirme por la increíble sexualidad que desprendía el maldito.

    Antes de que pudiera arrebatármelo de las manos, astutamente me lo coloqué en el sujetador, entre las copas, gracias al cuello amplio de mi uniforme del New Amsterdam.

    —Adelante, cógelo —dije desafiante.

    Ryan se llevó las manos a la cadera. Se dio la vuelta y negó con la cabeza, frustrado.

    —Oh, venga…

    —He traído mi currículum con foto —dije metiendo la mano en mi bolso y sacando un papel arrugado (siempre llevaba una copia por si acaso un productor me paraba por la calle. Ilusa, ¿verdad?). Ryan tomó el currículum y lo leyó unos segundos.

    —Oh, ha actuado como extra. Estupendo. Espero que sea candidata al Oscar. Extra del año —dijo él con sarcasmo.

    —Estoy hecha para este papel. Yo soy Elizabeth —dije ignorando su hiriente comentario.

    —¿Sabes cuánta veces he oído hoy eso?

    Me quedé allí, decidida a no moverme, contando con la ventaja de tener secuestrado su teléfono. Ryan negó con la cabeza y miró su reloj de pulsera. Un Rolex de oro. Finalmente, suspiró.

    —De acuerdo. Tú ganas, pero, por favor, devuélveme mi teléfono.

    Dudé si devolvérselo, porque temía que incumpliera su palabra, pero su profunda mirada me estaba abrumando.

    —Está bien, supongo que me puedo fiar de ti.

    En el momento de entregárselo me miró fijamente. Durante unos segundos no supe que pasaría a continuación. ¿Se iría o cumpliría su promesa? Después de enviar un mensaje con el teléfono, se lo guardó en el bolsillo del pantalón. Entonces, Ryan se situó en el centro de la habitación.

    —Yo te voy a dar la réplica.

    ¡Voy a interpretar una escena con el mismísimo Ryan Jones!

    Antes de situarme delante de él, abrí las cortinas al máximo y recoloqué algunos muebles. Quería arreglar la decoración de la sala para darle un toque personal a la escena. Ryan asintió ante esta muestra de iniciativa.

    —¿Necesitas el guion? —preguntó.

    —No, gracias. Me lo sé de memoria —respondí con una amable sonrisa.

    Antes de empezar efectué unos sonidos guturales muy extravagantes aprendidos en mis clases de interpretación. Después flexioné las rodillas para aliviar la tensión. Ryan se rascó la nuca, como si estuviera incómodo.

    Es mucho más guapo que en las películas. Me va a costar mantener la concentración. ¡Qué labios tan carnosos! Me gustaría pedirle que se pusiera una bolsa en la cabeza para no distraerme con su belleza, pero probablemente lo rechazaría. De verdad, qué caprichosas pueden ser las estrellas de cine…

    La escena del guion empezaba con el tropiezo en la cafetería. Al leer el guion en el taxi me imaginé a una Elizabeth con fuerte personalidad y con ingenio, así que compuse el personaje tomando esos dos conceptos.

    —¿Hago de yo de Elizabeth, no? —pregunté.

    Ryan me miró con cara de asombro, como diciendo «no puedo creer lo que estoy escuchando».

    —No, lo hago yo, una drag queen —dijo con ironía.

    —Lo siento, estoy nerviosa —dije notando cómo mis mejillas se ruborizaban.

    Cogí un vaso imaginario y lancé el contenido a su camisa. La escena comenzó y yo me encarné en Elizabeth, y Ryan en Henry.

    «—Oh, perdona, qué tonta soy.

    —No te preocupes, espero que fuese con crema. Es mi favorito —dijo Henry con una sonrisa seductora mientras se limpiaba con una servilleta.

    —Lo siento, era un café hawaiano con leche de coco —repliqué con otra sonrisa.

    Sus ojos azules me traspasan por completo. Concéntrate, Samantha… digo Elizabeth.

    —Lástima que no me haya dado tiempo a tomar un sorbo mientras caía sobre mi camisa —dijo Henry.

    —¿Siempre eres tan lento para todo? —pregunté con ironía mientras me pasaba la mano por mi frondosa melena.

    —No, no siempre. Soy muy rápido para abrir un libro, por ejemplo.

    Henry sonrió mostrando una fila de dientes blancos perfectos.

    —Vaya, es una habilidad que sin duda te abrirá las puertas del circo.

    —¿Y cuáles son tus habilidades? —preguntó Henry tocándome el brazo.

    —Soy vidente, astróloga, futuróloga, médium y curandera.

    Henry se quedó con la boca abierta.

    —¿A qué universidad fuiste?

    —A Stanford, por supuesto. Me gradué cum laudem.

    —Es lógico, sabías qué preguntas caerían en el examen…

    —Ah, no es mi culpa nacer con este don… —dije sonriendo.

    —Por cierto, ¿cómo te llamas?

    —Elizabeth. ¿Y tú?

    —Henry… Es una pena que no estemos en París. Allí se presentan con dos besos.

    —¿En la boca? —pregunté alzando las cejas.

    —No, en la mejilla.

    —Eso me tranquiliza. Tengo una reputación que mantener.»

    Esta escena ha sido maravillosa. Qué buen actor es, y qué cómoda he estado todo el tiempo. Espero haber estado a su altura. ¿Qué pensará él de mí?

    Capítulo 2

    LA ESCENA terminó y ambos volvimos al mundo real. Atrás quedaban Elizabeth y Henry en aquella cafetería construida por nuestra imaginación. En el ambiente aún percibía los restos de la atracción de nuestros personajes que poco a poco se resistían a desaparecer.

    Esperé a que Ryan dijera algo, pero estaba sumido en sus pensamientos. Me pregunté si no sería una buena idea solicitarle una crítica constructiva; él atesoraba más experiencia que yo, y a mí no nunca me ha importado preguntar a los que más saben.

    —¿Algo que me quieras comentar, Ryan? —pregunté.

    —Lo hiciste muy bien —dijo él sin mucha convicción, mirando la pantalla de su teléfono. Después recibió una llamada y descolgó—. Me he entretenido un momento. Estoy en un minuto abajo.

    Después de colgar me miró y me tendió la mano.

    —Gracias por hacer la prueba. Te llamaremos si estamos interesados —dijo mientras miraba de nuevo su Rolex de oro.

    —Gracias —dije en voz baja.

    Ryan asintió con la cabeza y salió por la puerta sin más.

    Salí de los estudios Manhattan con cierta resignación, la prueba había pasado y ya no podía hacer nada para mejorarla. Volví a repasar la escena en mi cabeza. Yo era mi mejor crítica y era consciente de que debía mejorar mucho más. Quizá con más tiempo para prepararme el personaje de Elizabeth hubiera llegado a la verdad de ese personaje, que es lo que anhelamos todos los actores.

    Enseguida mis pensamientos me llevaron de vuelta a Ryan. Me quedé recordando su sonrisa mientras interpretaba a Henry. Sin lugar a dudas se me quedaría grabada para siempre en el disco duro de mi memoria. Era LA SONRISA, perfecta, cálida, poderosa, con la que siempre una querría despertarse; brillaba como el letrero de Hollywood en la noche.

    Jamás había sentido una química y compenetración tan poderosa con nadie interpretando un papel. Sí, había tenido algún compañero de la escuela de cine en Iowa con el que me sentía a gusto, pero con Ryan había llegado a un nueva altura. Mi cuerpo palpitó de emoción y de repente sentí que la escena había sido real como el aire que estaba respirando en ese momento.

    Conocía a Ryan desde aquella película que le lanzó a la fama, «El soldado» en la que fue candidato a un Oscar con diecisiete años para el mejor actor de reparto. Quién me diría diez años después que interpretaría una escena junto a él, a solas, en Nueva York, la capital del mundo.

    Resultaba una tarea ímproba olvidarse de esos ojos azules que se tatuaban en el alma. ¿Cómo sería despertarse con alguien así todos los días? Irradiaba una sensualidad hipnotizante y te dejaba débil, sin ganas de comer, y con la certeza de que una caricia suya sería capaz de revivir a alguien en coma.

    Centrada en mis pensamientos, ni quisiera me daba cuenta de a dónde dirigía mis pasos. Eché un vistazo y no me costó reconocer el entorno. Allí estaba la biblioteca y el Bryan Park. ¡Había caminado una hora larga sin darme cuenta pensando en Ryan! Crucé Broadway, y estaba a punto de sentarme en el esplendoroso césped, cuando sonó el teléfono. Era Pete.

    —¿Cómo ha ido todo, Samantha?

    —Bien, hice la prueba aunque no estaba en la lista —dije esforzándome por transmitir mi molestia.

    —¿Qué no estabas en la lista?

    —No.

    —Esa idiota de la asistente de la productora… Lo siento. Pero ¿cómo fue? ¡Cuéntame!

    —Bien… —dije prefiriendo omitir mi atracción fatal por Ryan—. Estaba menos nerviosa de lo que esperaba, el actor que me dio la réplica fue muy amable y considerado conmigo.

    —Me alegro, Samantha. Espero que esos cegatos se den cuenta de lo que vales. Yo confío mucho en ti. ¿Lo sabes, no?

    —Sí, lo sé —respondí sonriendo—. Y gracias por conseguirme esta prueba. Aunque no salga, ha sido una bonita experiencia.

    —Samantha, sé más positiva, por favor. Conseguir tu sueño de ser actriz no es solo talento, también es necesaria una pizca de esperanza y, por qué no, un poco de buena suerte.

    —Soy realista, eso es todo, Pete.

    —No, eres negativa. Pero ya hablaremos de eso cuando quedemos para almorzar. Ahora te tengo que dejar. En cuanto sepa de algo de la prueba, te llamo. Cuídate, Samantha.

    Si no fuera por la amistad que le unía a mi padre desde el colegio, probablemente un agente como Pete Hanson estaría fuera de mi alcance. Aún era demasiado nueva en este mundo para que se fijaran en mí. Por eso, disponer a alguien de tu parte en la industria del cine era una suerte y una maravilla. Además, Pete me caía bien, y estaba seguro de que aunque no era una de sus principales activos en su agencia de representación de actores, se preocupaba por mí.

    Después de permanecer un rato tumbada sobre el césped, me levanté cuando empezaba a anochecer. Me fui a casa en metro hasta la parada de la calle 86. En el camino recordé que había perdido mi empleo, y eso hizo que cundiera el desánimo.

    Y ahora, ¿cómo pagaré las facturas?

    Sí, mis padres era un recurso obvio, pero ya con 21 años quería demostrarles que podía apañármelas por mí misma.

    Llegué al apartamento que compartía con Donna, aunque ella estaba pasando una semana en Boston en la casa de sus padres. Se me hizo extraño ser recibida por el silencio de la casa. A Donna siempre le fascinaba deleitarse con la música a toda volumen de Bruno Mars y One Republic mientras se ejercitaba en el salón.

    Cené mientras me tragaba una buena dosis de series de televisión. Después me fui a la cama sin dejar de pensar en Ryan Jones, la estrella de cine. Aún podía rememorar el tono dulce de su voz… Y así, dulcemente, el sueño respondió a mi llamada.

    Al día siguiente, me levanté temprano para correr por Central Park durante una media hora. Pete me había recomendado que practicara deporte porque así el cuerpo segrega una sustancia llamada endorfina, que provoca una inmejorable sensación de bienestar con uno mismo. Sin embargo, al finalizar el ejercicio me encontré exhausta y maldiciendo al inventor del running.

    Al regresar a casa, aún con la lengua fuera, sudorosa a más no poder, me llevé una extraordinaria sorpresa. Cuando estaba a punto de entrar en el portal, una voz de hombre me hizo girar la cabeza.

    —Samantha…

    Apoyado en la capota de un Porsche color negro, ofreciendo al mundo su incomparable atractivo bajo un cielo azul intenso y primaveral, estaba Ryan Jones como un ángel a la puerta del paraíso.

    Pero ¿qué hace ÉL aquí? ¿Estoy muerta y no me he enterado?

    Me quedé petrificada durante unos segundos como un maniquí, con la llave del portal en la mano y recuperando el aliento. Ryan se acercó a mí sin perder ni una pizca de su encanto natural. Llevaba unas gafas de sol Ray Ban estilo aviador, y una camisa blanca de algodón.

    —¿Hola, Samantha? ¿Hay alguien ahí? —preguntó con una sonrisa.

    Reacciona, reacciona… ¿Hay vida inteligente en tu cerebro, Samantha?

    —¿Qué haces… aquí? —pregunté al fin con el ceño fruncido.

    Enseguida me arrepentí de la brusquedad de mi pregunta. En mi defensa esgrimiré que mi simpatía mejora sustancialmente después de un excelente desayuno y empeora gradualmente hasta la siguiente comida.

    —Yo también me alegro de verte —respondió él con ironía.

    ¿Cómo está mi pelo? Horrible y sudoroso… Sin maquillaje. Estupendo.

    —Perdona, tómate un minuto para reponer fuerzas —dijo Ryan sonriendo mientras me miraba—. Quería contarte una cosa. Con que asientas con la cabeza, es suficiente, ¿de acuerdo?

    Asentí con la cabeza llena de sudor y mal peinada. Mi corazón aún latía a toda velocidad, aunque ignoraba si era a causa de la fatiga o por la presencia del hombre más atractivo que mis ojos habían detectado.

    —Ayer me preguntaste por la audición y, no sé por qué, no fui sincero contigo, Samantha —dijo sin dejar de mirarme—. Me pareciste formidable, la mejor de todas.

    Una electrizante sensación de euforia empezó a brotar dentro de mí, la cual amenazaba con agrandar mi ego hasta el tamaño de Godzilla, por eso me vi en la obligación de domarlo con prontitud.

    —Quiero hacerte otra prueba en mi oficina. Esta mañana, delante del director y el productor, así que vámonos porque te llevo ahora mismo —dijo con voz grave.

    Lentamente en mi boca se dibujó una tímida sonrisa. ¿Estaba viendo visiones? No, estaba delante de mí. Esperándome.

    —Me ducho y ahora bajo —dije alejándome, casi en un grito.

    Abrí la puerta y entré sin decir nada más a Ryan. Oí su voz mientras llamaba el ascensor.

    —¡Aquí te espero!

    Murmuré varias veces «abajo me espera Ryan Jones» para darme cuenta de que era real y no estaba soñando despierta, como de costumbre. Además, se había presentado en persona, aunque con una llamada de teléfono hubiese sido más que suficiente, ¿qué digo una llamada? ¡Con un correo electrónico o un SMS hubiera bastado!

    En el baño me enfrenté al horror al descubrir que no caía agua por la ducha. De ninguna manera permanecería junto a Ryan Jones con el olor corporal de una piara de cerdos. Sin pensármelo dos veces, deposité el contenido de una botella de agua mineral de dos litros sobre el lavabo con el fin de que actuase como improvisado barreño. Me refresqué la cara, las axilas y me mojé el pelo como pude.

    Después me puse unos pantalones con una cremallera lateral y una blusa abierta de color marfil. Al cerrar la puerta de casa, supe que me había dejado las llaves dentro. Cerré los ojos maldiciendo mi terrible despiste, pero no disponía de tiempo para amargarme con ese detalle tan nimio.

    Al pisar la calle de nuevo, me sorprendió no ver a Ryan donde lo había dejado, con su trasero sobre el Porche.

    ¡Oh, no! ¿Se ha ido?

    Suspiré de alivio al comprobar que me esperaba al volante del vehículo. Abrí la puerta, respiré profundamente y me subí. El coche olía a nuevo. Ryan me ofreció una de esas cálidas sonrisas sugiriendo que me esperaba un día alucinante. El motor rugió y nos incorporamos al tráfico.

    —¿Tienes hambre? ¿Has desayunado? —preguntó Ryan mirando de frente.

    —No, estoy bien, gracias, Sr. Jones, digo, Ryan…

    Sin embargo, mi estómago rugió de hambre de una forma tan estruendosa que me dejó en evidencia. Ryan alzó las cejas, y yo me puse roja como un tomate.

    —Conozco un lugar que te encantará. Es perfecto para empezar el día —dijo Ryan, esforzándose por no soltar una carcajada.

    Al cabo de unos diez minutos estábamos sentados en el restaurante del Waldorf Astoria. Delante de mí se desplegaba un maravilloso bufet, con cereales, leche en jarras de cristal, magdalenas, jamón, huevos revueltos, zumos de naranja y manzana, tostadas con mermelada de sandía y croissants recién traídos de París (con toda probabilidad).

    Las sillas eran de un estilo barroco, los manteles parecían bordados a mano y cada camarero vestía de una forma impoluta, incluso el peinado era perfecto y brillante. Me fijé en otras mesas. Un señor con perilla gris leía el New York Times; en otra mesa, una familia japonesa fotografiaba el desayuno; y más allá, un pareja joven se devoraban con la mirada, ¿recién casados quizá?

    —¿Qué detalles me puedes contar de la película? —pregunté en un susurro mientras untaba mi tostada con miel de Alemania.

    —Más bien pocos, todo es muy confidencial y secretísimo. El guión aun no está cerrado, creo que van por la décima versión. Han echado a un guionista y han puesto a otro. Pero eso es lo normal en este negocio —dijo antes de tomar un sorbo de humeante café.

    Como cuando el actor sube al escenario para recoger su premio, supe que había llegado el momento de los agradecimientos.

    —Ryan, gracias por tu ayuda, por ir a buscarme a casa y por este fabuloso desayuno —dije esperando transmitir sinceridad.

    —Es un placer. Además, quiero que Elizabeth seas tú —dijo mirándome fijamente.

    Sus palabras resonaron en mi cabeza. Nunca nadie me había elogiado como él, de una forma tan sencilla y natural.

    —A mí me encantaría —dije.

    —Por desgracia, la última palabra la tienen el productor y el director —dijo encogiéndose de hombros.

    Pasada una media hora, aparcamos dentro del edificio al cual nos dirigíamos y subimos por el ascensor privado hasta la décima planta. Una secretaria rubia, delgada y muy maquillada nos recibió a la salida del ascensor detrás de un imponente mostrador de madera.

    La productora se llamaba Adventure y nunca había oído hablar de ella. Según me había comentado Ryan, muchos actores disponen de una para organizar sus proyectos personales y colaborar con los grandes estudios en guiones que les parecen interesantes. Además, fiscalmente también compensaba.

    —Buenos días, señor Ryan, ¿le apetece tomar algo? —preguntó la rubia. Sus pestañas eran largas como un tobogán. Parecía que se había duchado con Chanel nº 5, y sus tacones de aguja resonaban con fuerza sobre el suelo de mármol. Enseguida detuvo la mirada en mí, y en sus ojos adiviné el desconcierto de ver a una mujer sencilla acompañando a una flamante estrella de cine.

    —No, gracias, Katy —respondió Ryan con una sonrisa formal.

    La secretaria desapareció sin preguntarme si me apetecía una bebida, lo cual provocó que la incluyera en mi lista de enemigas acérrimas de la presente década.

    El despacho de Ryan era más bien una sala creativa. Sofás dispersados sin orden aparente, una mesa de cristal y el suelo enmoquetado de color morado. Un inmenso cuadro del retrato de Andy Warhol presidiendo la estancia. En la pared opuesta una fila de pósters de películas protagonizadas por Ryan, casi todas comedias románticas con éxito rotundo en las taquillas. Sobre la mesa descansaban dos copias completas del guion de Amor sin arrepentimiento.

    —Ensayemos un poco para entrar en calor. Michael y Robert están al caer —dijo Ryan entregándome una copia—. Ve a la página 27. Esta escena es una de las más importantes.

    Al leer el diálogo casi sufro de un ataque al corazón. Era la escena del primer beso entre Elizabeth y Henry. Me empezaron a sudar las manos.

    ¿La elección de esta escena ha sido a propósito o fruto del azar?

    —No hace falta que nos ciñamos al texto. Dejémonos llevar, improvisemos, ¿no te parece mejor, Samantha? —preguntó tocándome el brazo.

    —Claro, me encanta la propuesta.

    —En esta escena Elizabeth y Henry se despiden en una estación de tren, parece que es el fin del amor entre ambos, puesto que Henry se marcha a vivir a otra ciudad por motivos laborales. Henry no se quiere ir a otra ciudad porque está enamorado de Elizabeth y no quiere perderla. Elizabeth no puede irse, tiene que cuidar a su padre enfermo.

    Llevé a cabo mis sonidos de costumbre para aclarar la garganta y espantar el nerviosismo. Ambos nos situamos cerca de la puerta, como si fuera la entrada a la estación de tren. Luces, cámara, acción…

    «—Es una locura, esto es una locura, no quiero irme, Elizabeth —dijo Henry.

    —Es lo mejor. Espera a que todo se calme un poco. Yo voy estar bien. Mis primos me ayudarán, aunque son muy brutos para algo tienen que servir.

    —¿Y qué voy a hacer en Chicago?

    —Lo mismo que aquí. Atender a pacientes, salvar las vidas, para eso eres médico.

    —No, no, no, no, Elizabeth. Aquí tengo mi vida, mi hermano, mis costumbres… Tengo… todo… —dijo Henry atravesándome con la mirada.

    —¿Y qué vamos a hacer nosotros?

    Henry guardó silencio. Bajó la mirada.

    —No podemos hacer nada… —dije yo.

    Cerré los ojos en medio de un silencio ensordecedor. Se acercó y acarició mi mejilla con la suya. Sentí su piel bien afeitada, tersa, varonil. Me tomó de la barbilla y supe entonces que el beso caería enseguida. Y así fue; nuestros labios se rozaron con delicadeza.

    Dios mío, ¿me va a besar con lengua o sin ella?

    Lo supe al cabo de unos segundos, cuando noté que su lengua cruzaba la frontera de los labios, buscándome con ansia. Era imposible resistirse, estaba rendida, entregada…

    —Elizabeth, eres tan dulce… —dijo Henry»

    Me di por vencida. Dejé que Elizabeth desapareciera de nuestro mundo imaginario para dar paso a Samantha. Enseguida empezó a besarme el cuello mientras yo abría mis cinco sentidos para que se llenaran de Ryan… Sus labios se deslizaban sobre mi piel en un suave y majestuoso cosquilleo. Cerré los ojos de nuevo y gemí. Al abrirlos descubrí su mirada clavada en mí; una mirada sexy, ardiente, única. Podía sentir en sus ojos azules la pasión emanando de todo su cuerpo musculoso. Nuestras miradas se congelaron en el tiempo, y el beso fluía como una tormenta en mitad del Atlántico, violenta y poderosa, cargada de electricidad.

    Capítulo 3

    DE REPENTE, llamaron a la puerta y, sin esperar contestación, asomó la cabecita de la secretaria rubia. Inmediatamente Ryan y yo nos apartamos uno del otro, deshaciendo el prodigioso beso.

    —Sr. Jones, están aquí Michael y Robert McKee.

    —Ejem… Que pasen, gracias —dijo Ryan.

    En cuanto nos volvimos a quedar a solas, Ryan se dirigió a mí como si no hubiera sucedido nada entre nosotros hacía treinta segundos.

    —Michael es el director de la película, y Robert el productor. Son hermanos, y muy profesionales. Me encanta trabajar con ellos.

    Asentí con la cabeza sintiendo una punzada de nervios en el estómago. La puerta se abrió de nuevo y dos hombres entraron.

    El primero era Michael, un hombre joven, de unos treinta años. Llevaba una gorra de béisbol de los Yankees, y una perilla en la que se apreciaban unas cuantas canas. Vestía con una camiseta sobre la que llevaba una camisa abierta de color chillón; un aire desenfadado. La indumentaria de Robert, el mayor, era más formal, con una pajarita y una camisa de cuadros. Después de las presentaciones, Ryan habló sobre mí.

    —Samantha Moss es una joven actriz muy talentosa.

    Cada vez que Ryan se refería a mí en esos términos tan elogiosos, me preguntaba si era su verdadera opinión o si solo deseaba caerle bien.

    —Genial. Estamos como locos buscando a Elizabeth, está siendo más difícil de lo que esperaba. Y empezamos a rodar en seis meses —dijo Michael.

    —Todo por culpa de la actriz que habíamos elegido, finalmente pidió más dinero y el estudio dijo que no —dijo Ryan mirándome.

    —¿Empezamos de una vez? —preguntó Robert con los brazos cruzados y sentado ya en uno de los sofás.

    Me pasé la lengua por los labios, sentía la boca seca, y me picaba un brazo. Una vocecita interior me aconsejó que disfrutase del momento.

    Soy actriz, ¿verdad? Pues siempre he de estar lista. Las oportunidades no te avisan, simplemente aparecen y tú has de estar preparada para tomarlas, como si fueran de tu propiedad. Nada de nervios, por favor.

    —Vamos a hacer la escena de ayer, cuando Henry y Elizabeth se conocen en la cafetería —dijo Ryan.

    —De acuerdo —dije yo asintiendo con la cabeza.

    Me propuse que debía entregar lo mejor de mí misma. Si lo llevaba a cabo, mi sueño de ser actriz estaría cada vez más cerca. Cámara, luces, ¡acción!…

    Al cabo de dos horas nos encontrábamos Ryan y yo camino a su restaurante favorito en su reluciente Porsche. Me sentía al igual que después de un viaje en la montaña rusa, excitada y tranquila al mismo tiempo.

    —Robert me acaba de enviar un mensaje. Les ha encantado la audición, Samantha —dijo Ryan leyendo desde la pantalla del móvil aprovechando un semáforo en rojo.

    —¿De verdad?

    —Sí, en serio.

    —¡No puedo creerlo! —exclamé, y enseguida reí para sacudirme los nervios.

    Ahora puedo empezar a soñar…

    —Tú eres mi favorita, pero la competencia es fuerte. Muchas de las rivales son rostros conocidos de la televisión.

    —Lo sé, son todas muy buena actrices. Gracias, Ryan, por todo —dije con la mano en el corazón.

    —De nada. Ya veremos qué deciden. Mi opinión contará, como es lógico, pero no tengo la última palabra.

    ¿Cómo pueden cambiar las cosas tan rápido? Ayer trabajaba de taquillera en un teatro, y hoy estoy a punto de almorzar con una estrella de cine. ¡Me encanta esta ciudad!

    Ryan giró el volante y se metió por la Octava Avenida hasta el cruce con la 36. Casi sin darme cuenta, a los cinco minutos estábamos bajando del Porche, y en una mesa reservada para dos en Park Room.

    El restaurante era majestuoso. Las enormes ventanas daban a la calle y del techo colgaban lámparas arañas bañadas en oro. El camarero tomó nota de nuestras bebidas y nos dejó las cartas. En cuanto se retiró, Ryan me miró mientras sonreía y dejaba que el azul de sus ojos me envolviera.

    —No sé nada de ti, Samantha. Me gustaría que me comentaras algo de tu vida personal.

    —Pues vivo con mi compañera de piso, Donna. Llevamos un año juntas y nos llevamos genial. A a ella le gusta más salir de clubs que a mí. Yo soy más de salir al cine, o al teatro, o a un buen concierto.

    Ryan escuchaba con atención cada una de las palabras que iba pronunciando. Asentía y sonreía. Cada minuto que pasaba, me hacía sentir más cómoda. Empezaba a percibirlo no como una estrella de cine, sino como una persona a la que podría conocer de forma casual. De repente, oímos una voz que parecía dirigirse a nosotros.

    —¿A quién hay que matar para que sirvan una copa en este lugar?

    Un hombre vestido con una chaqueta de motorista y con el casco bajo el brazo estaba delante de nosotros. Era alto, delgado, con pelo canoso y bien parecido. Uno de esos hombres maduros que se resisten a envejecer. En su chaqueta vaquera estaba estampado el logotipo de Harley Davidson.

    —¡Papá! —exclamó Ryan mientras se levantaba.

    Se fundieron en un cariñoso abrazo.

    —En tu oficina me dijeron que estarías por aquí. ¿No me vas a presentar a esta bella dama? —preguntó el padre guiñándome un ojo.

    —Se llama Samantha. Es actriz y firme candidata a ser la protagonista de Amor sin arrepentimiento. Samantha, él es mi padre, Steven.

    —Ya veo que mi hijo sigue teniendo buen gusto para las mujeres —dijo Steven inclinando la cabeza.

    Me sonrojé en el acto.

    —Papá, solo somos amigos… —dijo Ryan.

    —¿Cómo te crees que empezamos tu madre y yo?

    —Encantado, Sr. Jones —dije con una amplia sonrisa mientras buscaba el parecido entre ambos.

    El camarero se acercó y el Sr. Jones pidió un Ocean Club.

    —¿No vas a pedir nada de comer? —preguntó Ryan.

    —Lo acabo de hacer —dijo Steven luciendo una gran sonrisa.

    Sí, pude comprobar que existía cierto parecido entre ambos.

    —Samantha me estaba contando algunas cosas sobre ella —dijo Ryan.

    —Adelante, ¿cuál es tu historia? —me preguntó su padre.

    Les relaté mis inicios en el teatro en el instituto de Des Moines, Iowa, y cómo entre mis hermanos montábamos pequeñas obras de teatro en casa en las que nos entusiasmaba improvisar. Mi madre siempre había soñado con ser actriz, por lo que ella me apoyó para que me decidiera a probar suerte en Nueva York. Lo que oculté fue que en mi infancia sentí que era invisible a los ojos de mis padres, y que debía desarrollar mis habilidades interpretativas para resaltar entre mis hermanos y acaparar su interés. De este motivo nació mi vocación.

    El camarero llegó con la copa para el Sr. Jones, y este la alzó con elegancia.

    —Brindo porque Samantha cumpla su sueño: ser actriz.

    Ryan y yo les acompañamos con nuestras copas de vino blanco. Me sentí invadida por una ola de energía positiva fortaleciendo mi alma. Sin embargo, no podía estar más equivocada y enseguida la vida me enseñaría su cara más sombría.

    Aconteció en el momento en que Ryan se excusó para acudir al baño. El Sr. Jones y yo nos quedamos a solas, por lo que decidí tomar las riendas de la conversación.

    —¿Desde cuándo es aficionado a las motos?

    El Sr. Jones miró hacia un lado y a otro, lo cual me desconcertó. Después introdujo la mano en uno de los bolsillos de su chupa de cuero negro. Sin decir nada sacó la chequera y un bolígrafo.

    —¿Cuánto quieres? —preguntó.

    —¿Cómo? No le entiendo —dije frunciendo el ceño.

    —Todos tenemos un precio, Samantha. ¿Cuál es el tuyo? —preguntó clavándome la mirada.

    —¿Qué está insinuando? —pregunté con el pulso acelerado.

    —Conozco a mi hijo muy bien, Samantha. Yo le he criado para que sea lo que es hoy, un triunfador. ¿Y sabes cómo lo he hecho? Detectando a las mujeres que solo están por él por su nombre y alejándolas de él. No quiero que pierda el tiempo con una perdedora como tú. ¿Diez mil dólares te parece bien? El dinero no es ningún problema.

    Me quedé congelada, sin otorgar crédito a lo que mis oídos estaban escuchando. Aquello era inaudito, un insulto. Me crucé de brazos.

    —Veinte mil —dije.

    —Sabía que llegaríamos a un acuerdo.

    Steven garabateó su firma en el cheque, y lo rasgó de la chequera para entregármelo. Acto seguido lo rompí en varios trozos minúsculos, dejándolos caer sobre su copa como una lluvia furiosa de papel.

    —No se confunda conmigo, no me conoce en absoluto —dije mirándole mientras me ponía en pie.

    —Para mañana ya te habrá olvidado —dijo con una sonrisa sarcástica.

    Me levanté y me fui sin decir nada. Mientras caminaba hacia el metro, envié un mensaje a Ryan diciendo que debía de irme y que ya hablaríamos luego.

    Capítulo 4

    AL LLEGAR a casa descubrí en el móvil varias llamadas perdidas, supuse que serían de Ryan porque su número no estaba grabado en mi agenda de contactos. En ese momento no me apetecía hablar con él. Lo primero que deseaba era darme una ducha por fin y centrar mis pensamientos más allá de Ryan y su padre. Sobre todo debía buscar otro empleo. Era un error tomarme mi prueba para la película como una garantía de triunfo.

    Nada más salir de la ducha, Pete me llamó para invitarme a almorzar al día siguiente. Después navegué por internet por Craiglist con la idea de buscar un empleo en algo que estuviese relacionado con la interpretación. Aunque estuviese cerca del escenario, ser taquillera no contaba. Cuando estaba a punto de darme por vencida, me topé con un anuncio que atrajo mi atención.

    «Se necesitan actrices para una empresa familiar de organización de eventos».

    Sin pensármelo dos veces, envié la solicitud junto a mi currículum vitae. En ese momento oí llegar a Donna, feliz de volver a verla. Estaba deseando contarle las últimas novedades que habían sacudido mi vida. Le comenté que había conocido a Ryan Jones, que había hecho una audición con él, que habíamos desayunado juntos y que, incluso, nos habíamos besado. Dejé a Donna boquiabierta y con los ojos como platos.

    —¿Qué? ¡Te odio! ¡No puede ser! Es increíble. Desde hoy eres mi heroína —dijo Donna sentándose en la cama de mi dormitorio—. Quiero más detalles, ¿a qué sabe una estrella de cine?

    —A un océano de pasión y glamour —dije, divertida y dramática.

    —¡Dios mío, bésame para tener su ADN en mis labios! —exclamó Donna abalanzándose sobre mí.

    —¡Donna! No quiero esa imagen en mi cabeza —le dije riendo y defendiéndome con un cojín.

    Por supuesto, también le relaté mi desencuentro con su padre. Donna me aplaudió por mi reacción. Sin embargo, ahora me enfrentaba a un dilema. ¿Debía o no debía contárselo a Ryan?

    —De momento, yo no diría nada. Es su padre, es un riesgo, puede enturbiar vuestra relación o lo que sea que tengáis ahora…

    —Se ha portado tan bien conmigo, sería justo decírselo.

    —Le vas a poner en una situación complicada. Espera un poco a ver qué rumbo tomáis a partir de hoy. Además, pones en peligro tu elección para el papel. Samantha, piensa con la cabeza. No sabes cómo va a reaccionar. Quizás pensará que eres una loca.

    —Quiero obtener el papel por mi trabajo, no por ser amiga de Ryan —dije.

    —Eres demasiado buena para esta ciudad —afirmó Donna negando con la cabeza.

    —Donna, seguro que tú harías lo mismo en tu lugar.

    —No, en absoluto.

    A veces me sentía incomprendida. ¿Era tan difícil de creer que deseaba triunfar por mí misma? ¿De verdad era tan rara?

    Al día siguiente llegué a mi cita con Pete un poco tarde. Él ya me estaba esperando en una mesa tomando su habitual té helado. En cuanto me vio pidió a la camarera un café con aroma de vainilla. No había duda de que me conocía bien. Al menos un par de veces al mes nos reuníamos para charlar sobre las últimas novedades de la industria.

    La forma de trabajar de Pete era muy a la antigua usanza; él no firmaba contratos. Todo se basaba en un apretón de manos. Para él, su palabra era sagrada. Más de una vez se había llevado un desengaño, según me había contado mi padre, pero él jamás cambiaría su manera de trabajar.

    Le pregunté por Terry, su mujer, y Ben, su hijo veinteañero.

    —Mi mujer anda un poco enferma del estómago, pero seguro que se le pasa. Y Ben sigue estudiando en París. Se ha echado una novia.

    Pete rondaba los cincuenta años, tez roja y con unos kilos de más y con escaso pelo. Siempre solía vestir con americanas desgastadas, y una camisa blanca. Bajo sus ojos se apreciaban unas ojeras considerables seguramente forjadas a base de innumerables horas de trabajo.

    Enseguida le conté cómo transcurrió la audición para Amor sin arrepentimiento, sobre todo mis sensaciones. También le conté mi segunda audición en la oficina de Ryan. Por supuesto, omití ciertos detalles…

    —Es extraño. Deberían haberme llamado para organizar esa segunda prueba. Qué pocos profesionales son —dijo Pete con un brillo de dureza en su mirada—. ¿Por qué no me llamaste, Samantha?

    —Ryan se presentó en mi casa, todo fue tan de repente… Me invitó a desayunar, después hicimos la prueba en su oficina y luego almorcé con su padre —dije frunciendo el ceño al recordar el incidente.

    —Samantha, cuidado con ciertos tipos de hombre, que buscan lo que buscan.

    —Pete, lo sé, no soy tan ingenua como crees.

    —Lo sé, sé que eres inteligente, igual que tu padre. Pero cuidado porque hay personas que puedan jugar con tu interés por ese papel. Simplemente desconfía.

    —Me dijo Ryan que al director y al productor le había gustado mi audición.

    —Me parece fantástico. Pero el mundo del entretenimiento la verdad se dice muy fácilmente, son solo palabras que sirven para ocultar el verdadero pensamiento, como dijo alguien muy sabio.

    —Pete, se supone que tienes que animarme.

    —No, Samantha, mi trabajo es ayudarte a que tengas tantas ofertas de trabajo que no sepas cuál elegir y proteger tus intereses. Ya sabes que soy brutalmente honesto contigo, aunque a veces duela.

    —Está bien, Pete. Lo entiendo.

    —¿Qué ha pasado con el trabajo en el New Amsterdam? —preguntó mientras apuraba su té helado.

    —Lo dejé para ir a la prueba…

    —Mejor, ahora lo que tienes que hacer es buscar otro trabajo pero relacionado con la interpretación. Así te ayudará a mejorar tus cualidades.

    Asentí.

    Al anochecer decidí que era momento de devolver a Ryan las llamadas perdidas. Me senté sobre la cama y me puse en pie varias veces, nerviosa. Al fin marqué su número.

    —Hola, Samantha.

    Su voz era como una cálida brisa que me envolvió por completo.

    —Hola, Ryan.

    —Estaba preocupada por ti, no me devolvías las llamadas, y te fuiste de esa forma del restaurante. ¿Qué pasó? Mi padre no me dijo nada.

    Me puse de pie y empecé a deambular por mi dormitorio. Deseaba contarle la verdad, pero no encontraba las palabras adecuadas; sentí un nudo en el estómago. Temí que algo se interpondría entre nosotros para siempre. ¿A quién creería, a su padre o a mí? Lo cierto era que aún no me había ganado su confianza.

    —Perdóname, Ryan, me encontré mal de repente, un fuerte dolor de cabeza. No sé que me pasó.

    —Está bien, pero me sorprendió que te marcharas sin decir nada.

    —No volverá a pasar. Te lo prometo —dije soltando un largo suspiro.

    —Olvidado. Escucha, te llamé porque tengo un pequeño trabajo para ti. Es para una película de animación que planean sacar los estudios Magic Brush el año que viene. Tu papel es pequeño, sería solo una sesión, pero la paga no está mal. Creo que será una experiencia muy divertida. ¿Te apuntas?

    —Sí, claro —dije moviendo el puño en señal de victoria.

    —Pues mañana a las 9.

    Me quedé un momento en silencio, desconcertada.

    —Ah, ¿también trabajas tú en la película?

    —Por supuesto —dijo, e intuí que esbozaba una gran sonrisa.

    Después de una cálida despedida, colgamos.

    La irrupción de Ryan me estaba alterando la vida de arriba a abajo. Pero ¿cómo ignorar su sencillez, su seguridad en sí mismo? No parecía una acomodada estrella de cine que se cree mejor que los demás. ¿Y el beso? ¿Sería posible que él empezara a sentir algo por mí, una chica corriente?

    Al día siguiente me presenté en las oficina de Magic Brush en la Avenida de las Américas. Dije mi nombre en recepción y me hicieron pasar a una pequeña sala muy bien decorada, y con un olor a frutas que relajaba el cuerpo y alma. Al cabo de unos diez minutos, entró un tipo joven, de unos treinta y años, con pecas y pelo rizado.

    —Hola, Samantha. Me llamo James, soy uno de los ayudantes de dirección. ¿Me acompañas?

    Mientras le acompañaba me fue revelando detalles de la película. Mi personaje, tal y como me había dicho Ryan, era pequeño, apenas cinco frases. Se trataba de un extraterrestre escondido en el cuerpo de una cheerleader.

    —¿Has hecho alguna vez doblaje para una película animada? —preguntó James.

    —No, es mi primera vez.

    —Bueno, primero grabamos las voces, después creamos las imágenes con el ordenador. Será muy divertido, ya verás.

    Llegamos al estudio de sonido que era como una gran pecera. Sobre un atril, reposaba el guion con mis frases. Por encima un micrófono. Me fijé que mi personaje estaba dibujado sobre un papel. Era una adolescente de pelo corto y rubio, con minifalda y pompones. Lucía una sonrisa deslumbrante.

    —Lee las frases cuantas veces quieras antes de empezar. Tomátelo con calma, Samantha —aconsejó James.

    Después se fue al otro lado del cristal, a la cabina donde los especialistas graban y dirigen a los actores. Pronuncié mis sonidos guturales de rigor, y empecé a leer mi texto.

    Venga, Samantha, esto va a ser muy divertido.

    —¿Se me oye bien? —pregunté.

    James alzó el pulgar, como diciendo OK. En esa instante entró en la cabina una mujer con una melena castaña impresionante. Su edad rondaba los treinta años, era alta y delgada, y su físico era imponente. Pensé que sería una modelo. Me miró a través del cristal con los brazos cruzados.

    —Samantha, ella es Jessica. La dueña de Magic Brush —dijo James a través de los altavoces.

    —Hola, encantada —dije sonriendo.

    Jessica me devolvió una media sonrisa. No parecía muy dispuesta a ser agradable conmigo, así que me centré en mis cinco frases. Por desgracia, en la primera los nervios me traicionaron y tartamudeé un poco.

    —Samantha, querida, son cinco frases, ¿podrás hacerlo? —preguntó Jessica con sarcasmo.

    —Por supuesto —respondí procurando mantener la calma.

    ¿Cómo no voy a poder con cinco estúpidas frases?

    De repente, mientras pronunciaba mi diálogo, apareció Ryan por la cabina, como siempre legendariamente atractivo, con la mirada brillante, y una sonrisa capaz de derretir el acero. Llevaba puesto una camisa de cuadros rojos, tipo leñador, y con el cuello muy abierto. Fingí que practicaba mis frases, ya que, por descuido, se habían dejado el micrófono abierto y escuchaba su conversación.

    —Quería dar una sorpresa y ver cómo iba el proyecto de animación. Me ilusiona mucho —dijo Ryan.

    —Ryan, la chica que está ahora, esa amiguita que has traído, no es muy buena, lo siento. Creo que la eliminaremos en el primer montaje.

    La tristeza me invadió por completo. Con qué desprecio trataba mi trabajo esa… mujer. Procuré concentrarme en llevar a cabo mi diálogo lo mejor posible. Después de finalizar colgué los auriculares sobre el atril y salí del estudio de grabación. Ryan me estaba esperando, junto a Jessica.

    —Has estado fabulosa, querida —dijo Jessica.

    —Gracias —dije sin ningún énfasis, sabiendo que era una hipócrita.

    Ryan debió percibir algo en el ambiente, puesto que se apresuró a cambiar de tema.

    —Samantha, esta noche Jessica y yo vamos a tomar una copa a un nuevo bar que abren en el Soho, ¿te apuntas?

    Sentí la mirada de Jessica clavándose sobre mí como las garras de un águila.

    —Es que esta noche he quedado con Donna —dije a modo de excusa barata.

    —Pues dile a Donna que venga. Será divertido.

    —No creo que podamos, de verdad.

    —Está bien, como quieras. Te envío la localización de Denni´s por si cambias de opinión, y pondré tu nombre en la lista. Seguimos en contacto, ¿de acuerdo?

    Ryan me besó en la mejilla y ambos se alejaron por el pasillo. Observé que ella le cogía del brazo.

    ¿Estarán juntos?…

    En ese instante James apareció con un sobre y una documentación que firmar. Guardé el cheque en el bolsillo después de agradecerle la amabilidad de su trato.

    Salí del estudio sintiendo el peso de la melancolía sobre mi hombros. Encaminé mis pasos hacia el metro más próximo. No deseaba pensar en nada; dejar la mente en blanco y sus afilados pensamientos, pero me resultaba una misión inalcanzable.

    Por un lado, la feroz crítica de Jessica a mis aptitudes como actriz, y por otro, mi inseguridad podría alejarme de Ryan. ¿Me llamaría otra vez?

    Capítulo 5

    AL LLEGAR a casa cambié de opinión. ¿Por qué debía esperar su llamada? Si acudía a la inauguración de Denni´s demostraría iniciativa a Ryan. Y, además, mi presencia incomodaría a esa estúpida de Jessica. ¿Por qué debía quedarme en casa amargándome con pensamientos dañinos?

    Pasé el resto del día limpiando mi habitación y el resto de la casa. Y a eso de las seis empecé a prepararme a conciencia. Quería dejar a Ryan con la boca abierta. Dicen que la fuerza reside en la mirada, así que me apliqué una sombra de ojos efecto ahumado y me alargué las pestañas. Elegí mi mejor prenda, un vestido de color negro con tirantes comprado en Zara que acentuaba mis curvas.

    Supe que había sido un acierto mi elección cuando el taxista me lanzó una indiscreta mirada por el retrovisor. Después de unos veinte minutos de viaje, me apeé del taxi en la puerta de Denni´s. Un hombre sacado de un anuncio de perfume, moreno, y con marcados pómulos me recibió con una sonrisa.

    —Buenas noches, señorita… —dijo con acento italiano.

    —Estoy invitado a la mesa de Ryan Jones. Mi nombre es Samantha Moss.

    El hombre asintió con la cabeza y con un walkie se comunicó con un compañero. Al cabo de unos segundos le acompañaba cruzando el bar.

    En la iluminación de Denni´s destacaba el violeta en medio de un ambiente cargado de penumbra. La música se oía elevada aunque lo suficiente para mantener una conversación. No se veía una sola mesa libre. La gente tomaba sus copas y reía luciendo su ropa de marca. Al fondo se extendía una barra con camareros muy ocupados sirviendo martinis.

    Subimos unas escaleras donde un hombre corpulento custodiaba el acceso. Se apartó y nos dejó pasar a otra planta con varios reservados.

    —¡Samantha!

    La voz de Ryan llegó hasta mí sobrevolando las mesas de otros invitados vip. A su lado estaba Jessica, quien me dirigió una mirada tan fría que hasta un esquimal tendría la necesidad de abrigarse. Ryan se puso de pie de un salto y me plantó un beso en la mejilla.

    —Me alegro que hayas podido venir. Estás bellísima… —dijo Ryan mirándome de arriba a abajo.

    —Gracias. Al final se cancelaron mis planes y no me apetecía estar en casa. Hola, Jessica…

    —Hola, Samantha —dijo Jessica pronunciando cada letra como si fuera el nombre de una bruja.

    —¡Francesco, una copa para mi amiga, por favor! —exclamó Ryan.

    —Enseguida, Sr. Jones —dijo el camarero.

    —Martini chocolate, por favor —dije.

    Confieso que Jessica aquella noche estaba radiante con un vestido rojo. Era una belleza clásica, con una piel de porcelana envidiable y una nariz larga y fina.

    Ryan me puso la mano en el brazo, y sentí que era sepultada por un tsunami de sensualidad. Sus ojos brillaban como dos estrellas en la noche. Me fijé en sus manos, parecían las de un pianista. Sin lugar a dudas, era el hombre perfecto. Rogué para que si algún día se permite la clonación humana, Ryan se presentase voluntario.

    —Samantha, cuéntame, ¿cuál es tu experiencia como actriz? —preguntó Jessica.

    —En febrero terminé un curso de ocho meses en la New York Film Academy. Y he actuado en los cortometrajes de la escuela —dije mientras tomaba un sorbo de mi copa—. Además, de hacer de extras en un par de películas.

    —Ah, con razón… —dijo ella mirando a Ryan.

    —Ha estado muy bien hoy, y en la prueba para Amor sin arrepentimiento. Es una seria candidata para lograr el papel protagonista —dijo Ryan guiñándome un ojo.

    Aquella afirmación causó que mi autoestima engordara unos kilos. Para celebrarlo pedí a Francesco otro martini chocolate.

    —Que sea doble, por favor.

    La voz de mi conciencia me rogó sosiego con los martinis, pero era una voz demasiado lejana, casi un murmullo. Si esa noche Ryan debía llevarme a casa por culpa de mi borrachera, no sería yo un obstáculo.

    —¿Puedo probar tu martini chocolate? —preguntó Ryan alzando las cejas—. Me muero de curiosidad por conocer su sabor.

    —Adelante, te gustará la mezcla de chocolate, whisky y vodka —respondí.

    Sentí un cosquilleo al comprobar cómo los labios de Ryan se posaban donde un segundo antes habían estado los míos.

    —¡Me encanta! —exclamó—. Francesco, un martini chocolate para mí, por favor.

    Mientras bebía clavé mi mirada en la de Jessica; sabíamos que ambas pugnábamos por Ryan.

    —Vamos a hacer un brindis —dijo Ryan en cuanto Francesco trajo su copa.

    —¿Por qué brindamos? —preguntó Jessica.

    —Por nosotros —dije mirando a Ryan.

    —Porque nos apasiona nuestro trabajo —dijo Jessica, ignorándome.

    En ese momento sentí un ligero mareo a causa del alcohol, así que me excusé para ir al servicio. Al abrir la puerta me recibió un olor a jazmín. Entré en uno de los retretes y cerré la puerta. Con el bolso apoyado sobre el soporte del papel higiénico, me senté en el váter y apoyé la cabeza en la pared, cerrando los ojos. A lo lejos se oía la música.

    Poco a poco el mareo fue desapareciendo pero, para mi sorpresa, la sexy imagen de Ryan no dejaba de aparecer en mi cerebro. Deseaba arrancarle la ropa y lamerle los pectorales. Recordé la electrizante sensación en su oficina al sentir su boca sobre mi cuello, probándome, saboreándome, mojándome con su saliva… Ese frescor emanando de sus labios como si deslizara un cubito de hielo sobre mi piel. Mi pulso se aceleró. Sentí la lujuria emergiendo entre los muslos. Me subí el vestido y separé las piernas tanto como pude, con una mano me toqué el pecho bajo el sujetador mientras la otra mano bajaba descarada hasta esconderse bajo las bragas.

    Me imaginé a Ryan empujándome contra la pared de su despacho, y luego abriéndome las piernas para sostenerme con su cadera. Después sus manos agarrando mis muñecas para aprisionarme; su boca anhelando comerme pero yo girando la cabeza con fingido desdén. Por debajo de su pantalón sentía su pene inflándose de felicidad hasta adquirir unas proporciones épicas. Ryan bajó la bragueta, e introdujo su pene en mi vagina. Mi cuerpo le ofreció la cálida bienvenida con un súbito estremecimiento… Ryan dentro de mí… Al fin…

    En ese momento empecé lentamente a frotar en círculos el clítoris con la palma de la mano. Sentí el placer empezando a conquistar mi cuerpo. Presionaba con suavidad

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