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Amor y Milagros de Navidad
Amor y Milagros de Navidad
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Libro electrónico267 páginas4 horas

Amor y Milagros de Navidad

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Cuando una dulce chica de pueblo se encuentra con un famoso cantante de country camuflado, él comienza a sanar inesperadamente...
 
Aurora McGovern se entusiasmó al descubrir que el famoso cantante de country Kline West visitaría su pequeña ciudad. Como es amiga cercana de su padre, Aurora fue una de las primeras personas invitadas a la fiesta de bienvenida en honor al artista.  Pero cuando un antiguo empleador llama a Aurora para preguntarle si puede administrar su cafetería, así él lleva a su hija a la fiesta para conocer al cantante, el corazón bondadoso de Aurora gana y deja pasar la oportunidad de su vida.

Desde que un trágico accidente automovilístico durante las fiestas de fin de año se cobró la vida de su madre y de su hermana, Kline West odia la Navidad. Ya que culpa parcialmente a su padre por el accidente, Kline apenas le contesta los llamados y solo lo visita durante la Navidad, para soportar las festividades juntos.  Se suponía que este año no sería diferente, sentados a la misma mesa, casi en silencio, fingiendo que la Navidad no existe.

Cuando el padre de Kline organiza una inesperada fiesta de bienvenida, el cantante country no puede manejar tanta presión. Huir parece la mejor solución para bajar su nivel de estrés. Al hacerlo, termina llegando a la cafetería local, donde Aurora está trabajando. Kline no tiene idea de que ese casual encuentro cambiará el significado de la Navidad para ambos.

Este conmovedor romance navideño es una historia de pérdidas y ganancias, espíritu comunitario y la importancia de ayudar a otros para finalmente poder sanar.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento17 jun 2021
ISBN9781667404219
Amor y Milagros de Navidad

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    Amor y Milagros de Navidad - Sky Corgan

    CAPÍTULO UNO

    ––––––––

    Aurora McGovern se despertó con la melodía de Jingle Bells resonando por el altavoz de su teléfono. La música la hizo sonreír, al recordarle que su época del año favorita había llegado. Era muy extraño que Aurora estuviera de mal humor en diciembre. ¿Cómo se podría fruncir el ceño con toda esta alegría navideña en el aire?

    ¡Miau! El maullido se escuchó justo antes de que el gato de Aurora, Friskers, saltara a la cama. Inmediatamente, comenzó a ronronear y a amasar el edredón.

    Lo acercó a ella por las patitas delanteras, apoyó su frente contra la de Friskers, y él frotó el rostro de su dueña con su hocico. —A ti también te encanta la Navidad, ¿verdad Friskers? —dijo, antes de dejar ir al gato para que continuara con su feliz tarea. El animalito maulló, como si estuviera de acuerdo con sus palabras, aunque seguramente no entendía nada de lo que le estaba diciendo.

    Esta era su rutina matutina. No importaba qué música estuviera establecida para la alarma de Aurora, Friskers siempre saltaba a la cama en cuanto comenzaba a sonar, como si fuera una segunda alarma. Su dueña celebraba la presencia del gato. El animalito tenía para ella un valor sentimental mucho más grande del que se siente por cualquier adorada mascota: era uno de los últimos obsequios de su padre, justo antes de que muriera por un ataque al corazón, casi quince años atrás. Eso significaba que Friskers ya era bastante mayor, pero Aurora apenas se percataba de ese detalle. Aunque tenía unos cuantos pelos blancos salpicados por su manto negro y la piel de sus orejitas un poco más fina de lo que solía ser, todavía mostraba la misma energía de cuando era un gatito. 

    —¡Te emocionarás tanto cuando veas lo que te compré para Navidad! —dijo Aurora, pensando en los paquetes de hierba gatera y pelotitas con cascabeles que había dejado para Friskers bajo el árbol de Navidad. Aunque era solo un gato, ella se había asegurado de que su mascota no estuviera cerca mientras envolvía los presentes. Después de todo, si lo veía, arruinaría la sorpresa. Friskers era su bebé, su único hijo; sin embargo, Aurora esperaba que la situación cambiara cuando terminase su Maestría en Trabajo Social y tuviese más tiempo para salir con alguien.

    Mientras tanto, disfrutaba sus vacaciones de invierno, pero como no le gustaba tener demasiado tiempo libre, había comenzado a trabajar medio tiempo en una tienda de comestibles, para ayudar durante la ocupada época de las fiestas. Haber vuelto a la casa familiar aún se sentía nuevo y extraño para Aurora, y no quería que su madre pensara que se estaba aprovechando de su bondad. Por eso, y aunque la mujer le dijo enérgicamente y en repetidas ocasiones que no era necesario, Aurora pagaba algunas de las cuentas mientras vivía bajo su techo.

    Salió de la cama y se puso su bata roja con ribetes blancos, esa que usaba solamente durante la época navideña. En la mañana de Navidad, la complementaría con un gorro de Santa Claus mientras abrían los presentes. La bata ya estaba vieja y raída, y había sido remendada más veces de las que se podía contar, pero Aurora no soportaba la idea de deshacerse de ella. Era otro recuerdo de épocas pasadas, cuando se sentaba junto a su familia alrededor del árbol de Navidad, entregando y abriendo regalos. Esa tradición era preciada para Aurora, y a pesar de que su padre estaba en el cielo, sabía que su espíritu aún estaba con ellas. Tanto ella como su madre habían acordado, hacía ya muchos años, que las tradiciones navideñas no cambiarían tras el fallecimiento de Robert. Sin embargo, algunos aspectos se habían modificado.

    Aurora ya no se paraba en el patio delantero de la casa para ayudar a su padre a colgar las luces de Navidad. Ahora su madre contrataba a los mismos hombres que decoraban el resto de la ciudad. Cuando Aurora se mostró decepcionada por no mantener esa tradición, su madre le explicó gentilmente que era mejor dejar ese tipo de trabajos en manos expertas.

    Bueno, a excepción de este año. Aurora se había tomado la libertad de colgar las luces con sus propias manos, terminando el trabajo aún antes de que su madre tuviera la oportunidad de contratar a alguien. Quería sorprenderla y ahorrarle algo de dinero, pero igual recibió un sermón por haber hecho algo tan peligroso por sí sola. Igual, a Aurora no le interesaba. Colgar las luces le llenó el alma de la calidez y alegría navideñas que siempre buscaba durante las fiestas de fin de año, y le recordó los lindos momentos que solía pasar con su padre.

    —Debes tener hambre, —le dijo a Friskers mientras le rodeaba los pies, a la espera de ser alimentado. El gato maulló insistentemente, en tato seguía cada movimiento de su ama, que caminaba de un lado a otro de la cocina.

    Antes de comenzar a preparar el desayuno, le sirvió un poco de agua en un tazón y alimento en otro. Como la madre de Aurora era la alcaldesa de Bandera, siempre estaba tan ocupada que su hija creía firmemente que, antes de que ella fuera a quedarse a su casa, solo desayunaba café. Inconcebible. —¡No se puede vivir solamente de café! —insistía Aurora. Por lo tanto, había decidido preparar el desayuno cada mañana mientras estuviera allí, para que su madre fuera a trabajar con el estómago lleno. Era lo menos que podía hacer -devolverle algo por todos los años que su madre había pasado cuidando de ella mientras crecía.

    —¡Qué aroma más delicioso! —dijo Patricia al entrar a la cocina, ya perfectamente arreglada, en un traje rojo, para encarar un nuevo día de trabajo. Llevaba, además, su largo cabello rubio nórdico en un giro francés.

    —Te preparé café. —Aurora abandonó por un momento la sartén donde estaba cocinando unos huevos para servirle una taza de café. La deslizó cuidadosamente hasta donde Patricia estaba sentada, del lado opuesto de la isla de mármol, y luego retomó su tarea. Patricia llevó la taza hacia su nariz e inhaló el aroma terroso de la infusión, que la hizo sonreír ampliamente de inmediato.

    —¡Me malcrías tanto! —le dijo a Aurora—. No sé qué voy a hacer cuando vuelvas a irte.

    —Bueno, no te mates de hambre, —dijo Aurora por sobre su hombro.  Durante los últimos años, Aurora hubo notado que su madre había estado perdiendo demasiado peso. A Patricia le encantaba ser alcaldesa, pero a Aurora le preocupaba que el constante compromiso con su trabajo hiciera que a veces se olvidara de comer.

    —Definitivamente no comeré así cuando te vayas —dijo, con el ceño fruncido. En ese momento, Aurora se dio cuenta de que su madre de veras no quería que se fuera.  Sin embargo, Aurora era ya toda una mujer que, eventualmente, abandonaría el nido. Su vuelta al hogar familiar era algo temporal.  Ya había vivido sola durante la mayor parte de su adultez, aunque, honestamente, no echaba de menos la soledad de su apartamento.

    —Entonces, deberías disfrutarlo, al menos, mientras estoy aquí —. Aurora colocó un plato de huevos con tocino y unas rebanadas de pan tostado delante de su madre. Luego, se sirvió su desayuno y tomó asiento a su lado.  —¿Algo interesante en el trabajo últimamente?

    Patricia sonrió mientras untaba un pedazo de tostada con mantequilla. Aurora conocía bien esa mirada. Un destello en los ojos celestes de su madre le anticipaba que las novedades eran atípicas.  Algo emocionante estaba sucediendo o iba a suceder en alguna parte de su pequeña ciudad.

    —¡Jamás adivinarás quién vendrá a la ciudad para Navidad! —exclamó, meciendo la cabeza levemente, en tanto su sonrisa se ampliaba. 

    La emoción de Patricia era contagiosa.  La joven podía intentar seguirle el juego, aunque sabía que, seguramente, nunca le diría la respuesta correcta.  —¿Santa Claus?  

    —Tan escurridizo como él... —contestó Patricia, esbozando una juguetona sonrisa.

    Aurora aún no tenía idea. A pesar de que conocía a todos los habitantes de la ciudad, excepto a aquellos que llegaron después de que ella se mudara a San Antonio, no estaba tan involucrada con el ir y venir de la comunidad. Al menos, no como su madre.

    —Me quedé sin opciones ¿Acaso tú sabes, Friskers?

    El gato, que había terminado de comer y estaba refregándose contra su pierna, maulló, confundido al escuchar la pregunta.

    —Kline. West. —Patricia enunció cada parte de su nombre como si no necesitaran explicación. Y quizás así era. En cuanto escuchó las palabras de su madre, el corazón de Aurora se detuvo.

    —Kline West, —repitió en voz baja, preguntándose si lo que había oído era real.

    Por supuesto, debía ser cierto. Conocía al padre de Kline. Sabía que Kline verdaderamente existía. Lo había visto en la televisión. Escuchaba sus canciones en la radio. ¡Qué diablos, sabía las letras de cada una de sus canciones prácticamente de memoria!

    —Ajá... —mustió su madre, asintiendo con satisfacción—. Vamos a hacerle una enorme fiesta de bienvenida en cuanto llegue, el viernes por la noche.

    Aurora aún no podía creerlo. ¿Por qué Jack, el padre de Kline, no le había contado nada? Ambos eran voluntarios en un orfanato en San Antonio, y Aurora solía ir a su casa a ayudarlo con el jardín. Eran cercanos, por lo que ella creía que él debería haberle dicho algo si la noticia era cierta.

    —¿Jack lo sabe? —preguntó finalmente.

    —Por supuesto, Jack siempre lo supo. —Patricia movió la cabeza hacia atrás como si la mera idea de que Jack no supiera que su hijo vendría a visitarlo fuera simplemente ridícula.

    —No me contó nada, —murmuró Aurora, preguntándose por qué no se lo había comentado.

    Jack sabía cuánto le entusiasmaba conocer a Kline. Aurora había comenzado a seguir su carrera mucho antes de conocer a su padre. Era su cantante de country favorito. Sus canciones estaban repletas de letras profundas y significativas, que verdaderamente resonaban en su alma.

    —Bueno, esa es la gran novedad. —Patricia comenzó a aplaudir—. Kline West llegará el viernes por la noche y todo el pueblo se juntará en la casa de Jack para celebrar.

    Aurora forzó una sonrisa, mientras se preguntaba si Jack estaba de acuerdo con esa fiesta masiva. Lo conocía lo suficientemente bien como para saber que llevaba una vida tranquila y privada. Recién después de dos meses de haber comenzado el voluntariado juntos, Aurora se enteró de que Kline era su hijo. Por lo que entendía, la relación entre los dos hombres había sido un tanto tensa desde que la madre y la hermana menor de Kline desparecieron, dos años atrás.

    La noticia de la desaparición salió en la portada de todos los periódicos. Cuando sucedió, Kline estaba en medio de una gira. Jack estaba ocupado, trabajando en su bufete de abogados en Nueva York. Lillian, su esposa, y Kathy, su hija, fueron a visitar a los padres de Lillian por las fiestas y jamás regresaron. Encontraron su auto al lado de la carretera en Connecticut. Parecía como si se hubiesen estrellado y abandonado el vehículo para buscar ayuda. Nunca más se las volvió a ver.

    Tanto Kline como Jack se culpaban por no haber ido con ellas, aunque Jack era particularmente duro consigo mismo. Una vez, le había contado a Aurora que, por aquel entonces, era un adicto al trabajo y que lo que más le importaba era ser exitoso. Lillian le había pedido que fuera con ellas, pero estaba trabajando en un gran caso que quería revisar antes de sus vacaciones de Navidad. Jack se arrepentía todos los días de su vida.

    Un año más tarde, vendió su bufete de abogados y se mudó a Texas, decidido a jubilarse antes de tiempo y a dedicar su vida a ayudar a otros. Cuando conoció a Aurora, era voluntario en el orfanato, el banco de alimentos, el departamento de bomberos, y el equipo de búsqueda y rescate. El hombre parecía comprometido con todo lo que hacía, dando siempre el 110%. Aurora nunca había conocido a alguien con tan buen corazón. Jack era amable y sacaba lo mejor de cada persona que se relacionaba con él. Si Kline era un décimo del tipo de hombre que era su padre, Aurora estaba convencida de que debía ser una persona maravillosa. Después de conocer a Jack, Aurora tenía aún más ganas de conocer a su hijo.

    —Espero que vayas y ayudes con la decoración cuando tengas tiempo —dijo Patricia, logrando que Aurora volviera a la realidad.

    —Sí, por supuesto. —Asintió, aunque todavía dudaba que Jack hubiese accedido a dar una fiesta.  

    Ni siquiera había planeado decorar su casa para Navidad. Aurora hizo de todo para que le permitiera poner un árbol en la sala. Aunque Jack no quería, una sutil sonrisa se dibujó en su rostro en cuanto Aurora, feliz, comenzó a entonar canciones navideñas, mientras colgaba las guirnaldas por entre las ramas. Su espíritu era tan contagioso, que hasta terminó ayudándola.

    A decir verdad, en los últimos meses, Jack se había convertido en una figura paterna para Aurora. Parecía existir una necesidad mutua de llenar esos pequeños vacíos, esas piezas faltantes en la vida de cada uno. Cuando pasaban tiempo juntos, sentían una paz especial que no podían encontrar en ningún otro lado.

    —¿Acaso fue...? —titubeó Aurora—, ¿De veras Jack quiso hacer esta fiesta?

    —¡Tenemos que celebrar la llegada de nuestra gran estrella con una gran fiesta! —respondió Patricia, como si fuera la única opción viable. Esa fue su forma evasiva de decirle que, probablemente, le costó muchísimo convencer a Jack para que aprobara la idea de la fiesta. Al instante, Aurora se sintió mal por él, porque sabía cuán insistente podía ser su madre. La mujer siempre se salía con la suya. Se movía como pez en el agua en las reuniones masivas y en todo lo que pusiera a Bandera en el centro de atención. Claro, la presencia de Kline West definitivamente causaría un interés masivo. Aurora solo esperaba que todo esto no añadiese una presión extra a la relación entre Kline y Jack.

    —¡Esta será una de las mejores Navidades de la historia! —Patricia se limpió la boca con una servilleta y llevó su plato hacia el fregadero.

    Aurora decidió que lo sería. Estaría todo el tiempo junto a Jack para ayudarlo a atravesar la tormenta social que su madre estaba a punto de hacer caer sobre él. Haría todo lo que estuviera en su poder y más para que la ocasión fuera lo menos estresante posible para él. Después de todo, Jack solo merecía cosas buenas. Y por su arduo trabajo, conocería al hombre del que había estado enamorada desde la primera vez que escuchó el sonido de su voz.

    ***

    Con el pasar de los días, un sentimiento perturbador comenzó a aparecer en el estómago de Aurora por la llegada de Kline. Le envió mensajes a Jack para decirle que iría a su casa a ayudar con la decoración para la fiesta, pero sus respuestas sobre Kline siempre eran limitadas. Aurora creía que podía sentir la ansiedad del hombre a través el teléfono, y sabía que sería mucho más difícil evitar el tema cuando estuvieran cara a cara.

    El jueves por la tarde, cuando salió del trabajo, Aurora condujo hacia la hacienda de Jack. Estaba ubicada bastante lejos de la carretera, rodeada de árboles y aislada de todo. La primera vez que Aurora había ido, le dio la sensación de que el lugar representaba la privacidad que Jack intentaba obtener al dejar Nueva York. La noche siguiente, Patricia desvelaría la vida privada de Jack. Todos en la ciudad se enterarían dónde vivía; todos sabrían que él era el padre de Kline West. Era como si un superhéroe se quitara su máscara y revelara su verdadera identidad. Aurora sentía que la vida de Jack cambiaría para siempre después de la fiesta, y eso le causaba tristeza. Sin embargo, pudo darse cuenta de que su madre no hubo mentido. Jack había accedido a la celebración. Quizás, necesitaba hacerlo.

    Respiró profundo mientras aparcaba su vieja camioneta Ford en la entrada circular y apagaba el motor. La gran casa estilo rancho se imponía contra el horizonte, como salida de una película de vaqueros. El sol desaparecía lentamente detrás de la vivienda, pintando el trasfondo en tonos naranjas y rosados. Sería el lugar ideal para una fiesta. Al menos, era lo suficientemente grande.

    Aurora bajó de su camioneta, subió las escaleras hasta el umbral de la casa y llamó a la puerta dos veces. Segundos después, escuchó unos pasos y Jack abrió la puerta, con una cálida y acogedora sonrisa en su rostro.

    —Así que Kline de veras viene, —dijo Aurora, quien seguía intentando comprender lo que estaba sucediendo. No importaba cuántas veces lo repitiera, simplemente no parecía cierto.

    —De veras viene. —Jack asintió, aunque había un dejo de incertidumbre en su expresión.

    Aurora intentó no sentirse herida por que se lo había contado a Patricia antes que a ella; sin embargo, se le hacía difícil, porque se sentía muy cercana a él. Su madre apenas conocía a Jack. O al menos eso creía Aurora. Quizás pasaba algo entre ellos y ella no se había enterado. Definitivamente, le encantaba la idea. Quería mucho a Jack y no le molestaría tenerlo como padrastro.

    Sostuvo la puerta y Aurora entró a la casa, refugiándose de la gélida tarde. Casi nunca hacía frío en Bandera. Los inviernos eran leves, y casi nunca pasaban una blanca Navidad.

    —¿Estás emocionado? —le preguntó Aurora, al ver dos paquetes que antes no estaban bajo el árbol. Tal vez, en cuanto supo que Kline vendría, la noticia lo puso de humor para hacer las compras de Navidad. El corazón de Aurora se estremecía al verlo adoptar el espíritu navideño, a pesar de todo lo que le había pasado.

    —Emocionado y nervioso —admitió Jack. Cerró la puerta y se paró junto a Aurora para admirar el árbol.

    —No deberías estar nervioso. Es tu hijo. —Aurora le frotó el hombro, con la intención de aliviarle un poco la tensión.

    —Siento que nos hemos distanciado demasiado durante estos últimos dos años. Casi nunca me llama. Y, para ser honesto, me sorprendió un poco escuchar que vendría a casa para Navidad. Pareciera que es lo único que tenemos en común. La única ocasión en la que estamos juntos es durante la festividad que nos separó. —Aurora se apenó al sentir la tristeza en su voz. Podía oír la sinceridad en sus palabras: Jack sentía que estaba perdiendo a su hijo.

    —Veo que fuiste de compras, —chilló Aurora, con la intención de cambiar de tema.

    Se arrodilló frente al árbol de Navidad para admirar cómo había envuelto los regalos, y se sorprendió al ver que uno de los paquetes era para ella. El otro, como era de esperar, tenía el nombre de Kline en la tarjeta.

    —Sin presentes no hay Navidad, —contestó, aunque sin un ápice de alegría en sus palabras.

    —Jack, no tenías que comprarme nada. —Se le llenaron los ojos de lágrimas por el hecho de que hubiera pensado en ella para hacerle un obsequio. A fines de noviembre, Aurora le había comprado una bufanda para Navidad, pero jamás se hubiese esperado que él le diera algo.

    —Tenía que comprarles algo a las dos personas más importantes en mi vida.

    Aurora se emocionó muchísimo al escuchar sus palabras. Saber que ella era importante para él significaba mucho más de lo que podía describir, porque ella sentía exactamente lo mismo.

    Aurora sonrió con los ojos llorosos, y esperó hasta que fue capaz de controlar sus emociones para mirar a Jack. El hombre miraba la repisa de la chimenea, donde había un conjunto de retratos con fotografías familiares. La muchacha se puso de pie y se acercó a él, mirando hacia el mismo lugar. Sus ojos se posaron en un portarretratos en particular, una fotografía espontánea de Lillian y los niños jugando. Kline no tendría más de siete

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