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Un imposible: Tu mirada en el tiempo, #4
Un imposible: Tu mirada en el tiempo, #4
Un imposible: Tu mirada en el tiempo, #4
Libro electrónico248 páginas3 horas

Un imposible: Tu mirada en el tiempo, #4

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Información de este libro electrónico

Yo lo único que deseaba era que James Montgomery fuera feliz, mas comenzaba a creer que me sería imposible. ¿Por qué lo amaba de la forma en que lo hacía? Estaba en su pasado y aún así no lo conocía, él todavía era la misma figura elusiva de mi tiempo. Sin embargo, lo único que yo deseaba era que me tomara entre los brazos y me jurara amor eterno. Había llegado el momento de abandonar Roanoke para siempre. Pero antes, me aseguraría de que su matrimonio con Ethel fuera un hecho.


Un hombre con un invento que puede revolucionar la historia.
Una mujer dispuesta a luchar por reescribirla.
Un amor que transformará su mundo.

Es fácil juzgar el pasado con los ojos de la actualidad,
pero no es tan sencillo sobrevivir en él.
Y tú, ¿apretarías el botón?

IdiomaEspañol
EditorialR.M. de Loera
Fecha de lanzamiento13 mar 2022
ISBN9798201326142
Un imposible: Tu mirada en el tiempo, #4

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    Un imposible - R.M. de Loera

    Un imposible

    Un imposible

    Tu mirada en el tiempo / Libro 4

    © 2020 R. M. de Loera

    Published by R.M. de Loera

    Editor: Andrea Melamud

    Portada: Germancreative on Flivver

    Printed in the United States

    Imprint: Independently published

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    Aunque se hace referencia a la comunidad de Cave Spring y la ciudad de Roanoke, ambas en el Commonwealth de Virginia, Estados Unidos, todos los nombres, personajes, negocios, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación del autor y usados de manera ficticia. Cualquier parecido con alguna persona viva o muerta o eventos pasados es pura coincidencia.

    Este libro está ambientado en una población que existió en la realidad y se hace referencia a personas y negocios reales. Cuando se mencionan es de una manera ficticia, y como tal deben tomarse.

    La autora le ofrece sus respetos al Commonwealth de Virginia, Estados Unidos y la magnífica preservación de su historia, sin ello hubiera sido difícil imaginar esta historia.

    Facebook: rmdeloera

    Instagram: rmdeloera

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    10

    Epílogo

    Agradecimientos

    Acerca de la Autora

    Para mi guerrero:

    Tu fortaleza es la mía

    Para mi niña amada:

    Tu sonrisa es lo más

    reconfortante en el mundo

    ¡Gracias a ambos por tenerme paciencia

    al momento de escribir esta historia!

    El amor es la única cosa,

    —que somos capaces de percibir—

    que trasciende las dimensiones

    del tiempo y el espacio.

    Interestelar (película) 2014

    The good Lord makes the sunshine

    we make the moonshine[1]

    Un bootlegger

    dibujo de un hombre y una mujer. Ella lo observa con admiración.

    1

    Imagen en blanco y negro de un reloj

    Barbara Johnson

    —Soy el martillo de Dios en la Tierra y él me exige la destrucción de Sodoma y Gomorra.

    Bajaba por la avenida Memorial —estábamos a media mañana—, y acababa de ser despedida de mi empleo en el hotel Roanoke. Después de la conversación con Ruth había huido del lugar, por lo que nunca pagué por mi consumo. Al llegar en la mañana, el señor Dameron había reunido a todos los empleados del hotel, quienes esperaron por mí. Sin contemplaciones, me acusó de ladrona y les informó que, si me veían merodeando por allí, no dudaran en golpearme. No obstante, en todo momento mantuve la frente en alto por más que deseara quebrarme, había sido un error por mi parte y el gerente del hotel tenía el derecho de insultarme como lo había hecho por lo que antes de marcharme abrí el bolso y saqué los treinta centavos que debía. Mas eso no era lo que me mantenía entumecida y distraída… Era James, siempre él. Se había presentado la noche anterior, en la madrugada, en la casa de la señorita Caldwell, y había azotado la puerta hasta que fue recibido.

    —¿No te parece extraño proponer un juego de besos y no dar ninguno? —James arrastraba las palabras y el olor tan aromático del alcohol que consumía me había rodeado y anestesiado.

    Me debatí sobre qué responder. Deseaba pasarle el brazo a través de la cintura para ayudarlo a subir las escaleras y recostarlo en la cama en lo que se le pasaba la borrachera, pero esa no era mi casa y no podía darle una razón a la señorita Caldwell para echarme. Luego pensé que podría subirlo a Stude y manejar hasta su hogar, si bien de lo único que fui capaz fue de abrazarme a mí misma.

    —¿Quién dice que no besé?

    Él dio un paso tambaleante hasta que compartimos el mismo aliento. James tenía una mirada vidriosa que no me permitía escapar y yo necesitaba hacerlo por lo que una lágrima traicionera me rodó por la mejilla.

    —A ningún hombre le gusta que intervengan en sus conquistas. Si una mujer no está interesada en que la corteje, se buscará a otra.

    —¿Por qué me lo dices a mí? —Mi voz apenas se escuchó.

    Si es que era posible, su postura se tornó zafia y los hermosos ojos verdes acusadores.

    —A ningún hombre, que no se te olvide, Barbara.

    Me era imposible entender la rabia de James contra mí. Él mismo había estado de acuerdo en que lo ayudara a enamorar a Ethel, por eso nos habíamos visto a diario en las últimas semanas. Tal vez él conocía del plan de Ruth y la señora Richardson y pensaba que yo estaba involucrada. Cuando lo único que había deseado era que él fuera feliz, sin embargo, comenzaba a creer que me sería imposible. Quizás debía marcharme, era mi egoísmo el que me mantenía en Roanoke, pues no tenía nada ni nadie allí.

    Nuevos gritos me sacaron de mis pensamientos. Cuando llegué a la intersección con la avenida Cambridge, la policía rodeaba a una mujer mayor que era la que vociferaba con un marrón en la mano mientras lanzaba golpes de aquí para allá. Un grupo nutrido de personas la rodeaban, algunos reían por el espectáculo y otros gritaban enardecidos que había que destruir el juicejoint. En tanto varios hombres subían y bajaban del edificio y las hermosas sillas egipcias ardían apiladas en una esquina.

    Cuando no me permitieron el paso tuve que pegarme a la acera, fue el instante en que un barril cayó junto a mí y el líquido en su interior me bañó. A su vez, la mujer se abalanzó como desquiciada a los pedazos de madera y comenzó a pegarles por lo que no encontraba cómo escapar, pues yo misma me había acorralado. Entonces grité cuando me levantaron por la cintura para alejarme de allí.

    —¡Señores, tengan más cuidado! —El hombre giró a observarme y sonrió—. ¿Se encuentra usted bien, señorita Barbara?

    Era el mismo hombre que había conocido en casa de James el día anterior, el que me pidió un juego. Fruncí el ceño. Jamás lo había visto en la comunidad o la ciudad, ¿y me lo encontraba dos veces en la misma semana? No creía fuera una coincidencia. Quise alejarme, mas él me lo impidió.

    —¡Déjeme!

    —Lo siento, tomato. No quería asustarte. Me acabo de mudar a la ciudad, rento aquel lugar. —Señaló la casa junto a la de la señorita Caldwell—. Eres una vamp y me encantaría llevarte al circo.

    Enfurecí conmigo misma por ser tan tonta y volver a acorralarme, aunque a quien maldije fue a James.

    —No estoy interesada.

    —¡Bull! —gritó alguien. Pero yo no veía a ningún toro.

    El hombre mantuvo la sonrisa, lo que me hizo entrecerrar aún más los ojos. Inhalé y exhalé despacio, tenía que conservar la calma. Me crucé de brazos y fijé la mirada en la mujer que continuaba con la destrucción.

    —Se qué no soy rico como el señor Montgomery.

    Regresé la mirada a la suya con tanta rapidez que los músculos en mi cuello protestaron.

    —¿Por qué lo mencionas a él? —La bilis comenzó a sofocarme.

    —Parecen ser…

    Guardó silencio unos segundos, mientras en los repulsivos labios tenía una sonrisa ladina. Cerré los puños, pues no estaba dispuesta a que me juzgaran.

    —Muy buenos amigos y yo quiero lo mismo.

    Cierto temblor se me apoderó de las manos y el corazón me bombeó con fuerza. Aunque era lo que más deseaba no podía ser impulsiva, por primera vez debía mantener la calma. Me observé las uñas e hice un gesto con el hombro.

    —El señor Montgomery es amigo de la familia, lo conozco desde que estaba en pañales… y él era un niño. Además, es conocido por todos que la señorita Richardson es su prometida. Ahora, si me disculpa.

    Levanté las manos y lo empujé por lo que lo tomé desprevenido y trastabilló. Me alejé mientras me obligaba a mantener los pasos lentos y la postura relajada para llegar a la casa de la señorita Caldwell, si bien, al intentar abrir la puerta, la llave no entró en la cerradura. Ojeé sobre mi hombro y ese hombre me observaba con los brazos cruzados sobre el pecho por lo que abrí el bolso para fingir que algo se me perdió y comencé a moverme de un lado al otro como si lo buscara. Entonces me incliné y me ajusté los zapatos. En mi periferia me percaté que ese hombre ya no me vigilaba por lo que salí de la entrada de la casa. Frente a la acera encontré mis pertenencias las cuales me cabían entre las manos.

    Tenía que largarme y nunca más volver. Pero antes, debía decirle a James que la policía entró al juicejoint y lo destruyó. Él era amigo del hombre que lo atendía y tal vez podría comunicárselo o hacer algo por él porque quizás ese era el único sustento del padre de Charles.

    Me obligué a mantenerme serena cuando bajé por la calle Grandin y en lugar de seguir derecho para tomar la 221, doblé en la esquina hacia la avenida Westover, después de varias cuadras me desvié a la calle Wautauga y entré al cementerio Evergreen. Di varias vueltas a través de los senderos hasta salir por la avenida Windsor y de ahí tomé la 221 para llegar a casa de James.

    No me importaron las huellas de las vacas, ni el sonido de los cencerros. Si uno de esos animales se presentaba frente a mí, me temería y no a la inversa. Estaba empapada en alcohol, muerta de frío, había tenido que caminar una milla adicional y en todo momento me había mantenido en alerta por si me perseguían. Ya no podía más. ¿Qué mal les había hecho yo para que me trataran así? ¡Ni que fuera una colored!

    Al llegar, había mucho movimiento en la propiedad, al parecer habría otra fiesta. Por un instante pensé en que así fue como James perdió su fortuna, pues lo que les ofrecía a los invitados era demasiado costoso. No sé de dónde saqué fuerza, pero al ver el granero corrí hasta él y abrí la puerta, pues sabía que él estaría allí, quizás cortando leña.

    —¡James!

    Abrí los ojos hasta desmesurarlos y me cubrí los labios con las manos, en tanto mis pertenencias terminaron desparramadas por el suelo. James estaba allí, sí, pero también todos los hombres de la comunidad. Entre ellos el señor Richardson, al tal Smith —que era idéntico a Michael—, el señor Wilson, el cantinero e incluso Charles.

    El olor a levadura se volvió potente con cada inhalación que daba y un dejo aromático y masculino me empapó las papilas gustativas. El suelo del lugar ya no existía y una hilera de enormes barricas se perdían hasta lo profundo. Volví a observar los imponentes barriles de cobre y escuché el arrullo del agua al caer. Por fin pude comprender, ellos… No, no eran ellos: James fabricaba alcohol. Y eso era ilegal.

    Con una calma que no le conocía, él comenzó a caminar hacia mí en tanto mantenía los ojos verdes, fijos en los míos y de algún modo, me prohibía observar nada más. Si bien el dolor se me apoderó de cada terminación nerviosa y me cerró la garganta, al punto de que se me humedecieron los ojos. Era un pajarillo abandonado en la nieve… inmóvil y temeroso.

    James llegó frente a mí, me rodeó de la cintura y me acunó la mejilla con la otra mano. No obstante, una especie de mareo me haría sucumbir, mas él me mantuvo en pie y con la cabeza en alto.

    —Entra en la casa, babe.

    Una lágrima salpicó el suelo y luego otra, en tanto sentía que el aire era incapaz de llenarme los pulmones. ¿Quién era James Montgomery? Comprendí el porqué de la figura elusiva en mi tiempo. Para mí él era un héroe cuando, en realidad, ¿era un delincuente?

    —Ahora.

    Se me dificultó tragar, ante la dureza en el tono de voz, como si con mi sola respiración pudiera desatar una guerra. Mantenía los ojos fijos en los suyos, era incapaz de pestañar o comprender qué me pedía. De algún modo él consiguió girarme en tanto me apoyaba la mano en la espalda. Quiso guiarme hasta el exterior, no obstante, logré soltarme de su agarre y me acerqué al grupo de hombres.

    —La policía entró a su local y lo destruyó. —La voz me temblaba y era chillona, aunque al mismo tiempo era un susurro.

    Los hombres se observaron entre sí, no me pasó desapercibida la superioridad y menosprecio que me dedicaba el señor Richardson cuando le dio una calada al cigarro y soltó la bocanada sobre mi rostro. Si bien me obligué a contener el aliento para no darle el gusto de toser. Antes de que el padre de la frustrada estrella conociera la impulsividad que solía gobernarme, el cantinero se retiró el sombrero para colocárselo sobre el pecho y asintió.

    Como si me conociera a la perfección James entrelazó nuestras manos por lo que bajé la cabeza y di media vuelta. Él me sujetaba con tanta firmeza que me vi obligada a seguirlo. Por un instante lo ojeé, tenía los labios apretados en una línea recta, los hombros tensos y los pasos eran tajantes. Algunas de mis pertenencias cedían bajo sus puños.

    —No salgas hasta que yo regrese. —Sé que me habló, pero sus labios no se movieron.

    No sabía si asentir o huir despavorida, sin embargo, eso sería imposible porque James me anclaba junto a él y no solo con las manos o la proximidad de su cuerpo. Era algo que me gritaba y suplicaba que no lo traicionara. Y enfurecí conmigo misma al recordar esa noche en que había buscado refugio hacía meses. Él me había asegurado que lo odiaría si llegaba a conocerlo. No obstante, el odio no lograba extender sus raíces en mí y yo exigía que lo hiciera. Me detuve, por lo que James se vio obligado a hacerlo, y volví a girar.

    —Lo siento, a mí me gustaba mucho el joint.

    El cantinero asintió y me dedicó una sonrisa tímida. Me disculpaba por lo que sucedió en la ciudad como si hubiera tenido algo que ver, cuando en realidad eso era lo correcto. Ruth aseguraba que su alcohol mataba a centenas de hombres y separaba a miles de familias. Levanté la mano hasta los labios, pero era James… mi James.

    Babe, por favor.

    Y con esa súplica él me hizo incluso más difícil alejarme y dejarlo solo con esos hombres, si bien él me sacó. Me llevó a la casa con pasos apresurados y cerró la puerta con llave.

    Me arranqué el sombrero de la cabeza, levanté las manos y me enredé los dedos entre las hebras. Un sollozo tras otro escapó de mi garganta y por más que intenté inhalar para calmarme me sentía sofocada y con la garganta cerrada. No comprendía por qué me sentía tan abrumada. No debía importarme lo que James era, él no me debía explicaciones. ¿Qué iba a saber él que yo lo idolatraba y que pensaba que era perfecto sin conocer nada de su vida? No podía responsabilizar a James por mi ilusión infantil. Así como tampoco lo condenaría por lo que ocurrió en esos meses.

    No tenía familia, amigos, un hogar o empleo… tampoco su amor. Mi alma estaba desnuda y quebrada, acompañada por la lobreguez. Me llevé una mano temblorosa al estómago y la otra a los labios. Entonces me tragué el nudo en la garganta. Tenía que quitarme la ropa mojada y el olor de lo prohibido. No obstante, estaba ausente, y el frío que me azotaba provenía de mi interior. Me deslicé al suelo, doblé las piernas hasta el pecho y me hice un ovillo.

    divisor de escena

    Me mordí el interior de las mejillas cuando los minutos se convirtieron en horas y él no aparecía. Me obligué a tomar un baño, pues el olor se había vuelto insufrible, en tanto la frustración me corría por las venas. Estaba encerrada y no podía dejar de pensar en él. Sus pertenencias me rodeaban, su olor me reconfortaba, a la vez que la angustia me devoraba con pausa, regodeándose. ¿Y si la policía lo atrapaba? ¡James no podía permitirlo!

    Cuando la puerta se abrió, mantuve la mirada en el suelo, por lo que reconocí los zapatos negros que se detuvieron frente a mí. Me quedé inmóvil, no deseaba que James fuera testigo de cuánto me preocupaba por él.

    —Sentada en el suelo es como menos imaginé que te encontraría.

    ¡Humor! ¡Se burlaba de mí! Levanté la cabeza al instante y mantuve los labios apretados en un mohín. Siempre detesté que él me tratara como una chiquilla, pero en ese momento no se lo permitiría, apenas tenía unos años más que yo, no era el hombre que tuvo toda una vida antes de mí.

    —¡Hipócrita! ¿Acaso no conoces del daño que hacen las bebidas alcohólicas al organismo?

    —¿Dónde están esos estudios?

    Dio media vuelta y caminó con celeridad hasta la sala, abrió el cajón del escritorio y sacó algo. En segundos regresó frente a mí y un sin número de papeles llovió a mi alrededor. A James le refulgían los ojos y el temblor en los músculos era más que evidente.

    —Ese es un artículo de Pearl donde, con investigación, demuestra la longevidad de las personas que consumen alcohol. ¿Tú puedes demostrarme lo mismo?

    Ante mi silencio, comenzó a ir de aquí para allá con las manos en los bolsillos, como si se sintiera enjaulado en su propia casa. Tenía los hombros rígidos y el bombeo de la sangre le era visible en las venas del cuello y la sien.

    —Soy yo quien determina el tratamiento por recibir, es mi prerrogativa como doctor.

    Permanecí absorta, pues él jamás perdió el porte que lo caracterizaba, a pesar de la furia que lo dominaba. Nada importaba, ni mi empleo o el lugar donde viviría. Estaba a solas, con James, y él estaba orgulloso de lo que hacía. Y yo… Debía existir algo mal en mí porque a Ruth no le creí con tanta facilidad, en cambio con él…

    —¿Ahora sí te consideras doctor? ¿Me vas a decir que eres uno de los buenos?

    Se detuvo y giró hacia mí. Levanté la cabeza y me prohibí mostrar

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