Ángel: la primera Navidad
Por R.M. de Loera
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Acompaña a Maia y Ramón a celebrar la primera víspera de Reyes de Ángel.
Maia y Ramón van a celebrar la víspera de Reyes a casa de los padres de Ramón en Las Marías, Puerto Rico. ¿Cómo se celebra este día? ¿Ellos continuán felices? ¿Fue Maia capaz de ganarse la aprobación de sus suegros al recoger el almud de café? ¿Qué sucedió con sus familias? Descúbrelo en este relato que te hará creer una vez más en la magia de los Reyes Magos.
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Ángel - R.M. de Loera
Ángel
la primera Navidad
Ángel: la primera Navidad
© R. M. de Loera
Primera edición 2017
Segunda edición 2023
Portada: R. M. de Loera
Printed in the United States
Imprint: Independently published
Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.
Todos los nombres, personajes, negocios, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación del autor y usados de manera ficticia. Cualquier parecido con alguna persona viva o muerta o eventos pasados es pura coincidencia.
La autora le agradece al Centro Médico de Puerto Rico, así como a los doctores y enfermeras que en él trabajan por el cuidado que le brindan a su pequeño ángel.
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Para el grupo Las Lecto Adictas
que me dieron la sorpresa de leer
mi libro Ángel en su reunión de Navidad.
Porque reímos y lloramos juntas
y me dieron la inspiración,
para ustedes este relato.
En honor a los Tres Santos Reyes
silueta de los Reyes Magos—Ya va a pasar, mi pequeño ángel.
Coloqué la mano en su pecho con delicadeza pues tenía la cabeza hacia el lado izquierdo y su brazo izquierdo aleteaba; la duración de la crisis fue de un minuto treinta y cinco segundos. Lo levanté en brazos, de la cuna en madera que fue de Ramón, cuando la convulsión terminó. Le dejé un beso en esos cachetes rosados que te daban deseos de comértelo. Ese día vestía una pijama calientita de bomberos en talla 2t cuando él apenas tenía once meses. La temperatura en Las Marías estaba cerca de los sesenta grados Fahrenheit y eran las cuatro de la mañana de la víspera de Reyes.
La casa de los padres de Ramón estaba llena de familia. Nosotros habíamos sido los últimos en llegar la noche anterior pues hubo una emergencia en el hospital y habíamos salido muy tarde de San Juan.
Me acerqué a la cama con postes, abrí el mosquitero, y dejé un beso en la mejilla de Ramón, sin embargo él no se movió por lo que caminé con cautela para que el piso de madera no rechinara y salí. Atravesé la cocina, luego el comedor con el chinero[1] antiguo, cuyo interior guardaba la más hermosa vajilla, herencia de la tatarabuela de Ramón, la cual había sido traída de España.
Desenganché el pestillo de las puertas dobles en madera y me senté en la mecedora de mimbre[2] que estaba en el balcón trasero.
Amaba observar los primeros rayos de sol en el horizonte que pintaban el cielo de rosado y naranja, aunque aún estaba oscuro, pero en ese instante estaba perdida en esa neblina que parecía una sábana mullida extendida sobre las montañas para protegerlas del frío. A lo lejos se escuchaba el correr del río Guacio[3] que estaba crecido por las lluvias de los pasados días.
—Que hermoso es aquí, mi amor.
Suspiré. Mi bebé dormía con su cabecita apoyada en mi corazón. Ya se escuchaba el movimiento de los trabajadores en la finca mientras recogían el café y las chinas que tanto me gustaban.
Sonreí al recordar que las mujeres en esa familia debían recoger un almud[4] de café y un saco de chinas para ser admitidas, pero, aunque, Ramón y yo teníamos tres meses de casados, yo no había pisado la finca en ningún momento. Sus padres no me habían dejado mover un dedo en las únicas dos ocasiones que habíamos podido visitarlos.
El horario de Ramón en el hospital era cada vez más demandante, pues en el mundo se sospechaba de la presencia de un nuevo virus.
—¿Qué te parece si le mostramos a tus abuelos que mamá es digna de papá? Han de pensar que tú me das mucho trabajo, cuando con tenerte la pancita llena y en brazos eres feliz.
Mi niño sonrió en sus sueños y me puse en pie. Entré en la sala, me calcé los tenis, un abrigo y coloqué a Ángel en el portabebés que era como un rebozo que utilizaban las mujeres mexicanas, ya que Ángel estaba muy grande para un portabebés normal. Además, en ese pedazo de tela estaba bastante escondidito y calientito.
Con precaución, para no hacer ruido, abrí la puerta y caminé jalda[5] abajo, cuidándome