El vestigio de casa matrona Olivares
Por Ada De Goln
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Entre olivares, una rica familia da la bienvenida a su nueva institutriz, Ana Trujillo. Allí se encontrará con Jacobo y Sara Ledesma, dos hermanos huérfanos de madre que viven atemorizados por los secretos que se esconden entre las sombras de la casa.
La institutriz será testigo de la extraña enfermedad que padece Jacobo, una enfermedad causada por el regreso de un pasado que clama justicia para poder descansar en paz.
Ni los exorcismos ni la visión de los fantasmas que habitan en la casa serán motivo para que Ana Trujillo abandone a la familia Ledesma.
El vestigio de Casa Matrona Olivares es una lectura obligada para todos los amantes del suspense.
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El vestigio de casa matrona Olivares - Ada De Goln
El vestigio de
Casa Matrona Olivares
[Ada de Goln]
LOGO_EXCELLENCE_BLANCO_ALTA.jpgPrimera edición: mayo de 2020
© Copyright de la obra: Ada de Goln
© Copyright de la edición: Angels Fortune Editions
ISBN: 978-84-121867-0-3
ISBN digital 978-84-121867-1-0
Depósito Legal: B 9743-2020
Corrección: Teresa Ponce
Diseño de portada: Celia Valero
Ilustración de portada: Adrián Garre García Maquetación: Celia Valero
Edición a cargo de Ma Isabel Montes Ramírez ©Angels Fortune Editions www.angelsfortuneditions.com Derechos reservados para todos los países
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni la compilación en un sistema informático, ni la transmisión en cualquier forma o por cual- quier medio, ya sea electrónico, mecánico o por fotocopia, por registro o por otros medios, ni el préstamo, alquiler o cualquier otra forma de cesión del uso del ejemplar sin permiso previo por escrito de los propietarios del copyright.
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Dedicatoria
A mi madre preciosa, quien adoró esta historia mientras se estuvo gestando y ahora se muestra tan orgullosa de mí.
A ella porque es la persona que más ha creído en mí desde que era niña, la que me ha alentado siempre a seguir escribiendo.
Te quiero, mami
Portada__Azul__CMYK.jpgEs indiscutible pensar que en el momento de llegar a la casona yo tenía toda la vida por delante, que dirigí mis pasos a aquella mansión victoriana de principios del siglo xviii cuando menos necesitaba complicarme la vida. Pero los derroteros de mi destino quisieron que mis pies aterrizaran allí un día de otoño, soleado y bochornoso, para empezar una aventura que bien iba a cambiar mi esencia y mi alma. Si cierro los ojos, puedo ver el largo camino bordeado de altos cipreses y frondosos pinos, incluso puedo oír el murmullo del viento acariciando mis ropas, de demasiado abrigo para la sofocante mañana de octubre. Y si afino el oído, muy claramente, vuelvo a escuchar risas infantiles envolviendo el paisaje como espíritus juguetones, las risas de dos niños que se columpiaban en un balancín situado en lo alto de un montículo de tierra, separado de los olivos. Y junto a ellos, arreglando las flores que lo rodeaban en círculo, un hombre mayor podaba las malas hierbas y me miraba con asombro y descaro. Los niños, no obstante, ni se dieron cuenta de mi llegada.
La primera vez que vi al señor Ledesma sentado en una silla de jardín junto a la entrada supe que indudablemente era el patrono de la casa. De porte elegante y cautivador, muy delgado para tan desmesurada estatura, esperaba mientras leía el diario con el encanto de un príncipe. Me vio aparecer en la lejanía de la senda de los árboles y se levantó enérgico, con el diario en la mano, para avanzar unos pasos y acercarse deprisa hacia donde yo venía. En cambio, los niños sé yo que desde sus puestos en el columpio me miraron desafiantes, y el jardinero también.
—Buenos días. ¿Es usted la señorita Trujillo? ―me preguntó.
—Sí, señor ―contesté yo.
―¿Qué tal el viaje?
—El viaje en tren ha sido muy interesante, muchas gracias.
—Me alegro. Me alegro mucho.
El hombre iba ataviado con un traje negro y llevaba el pelo muy engominado hacia un lado. Su sonrisa era perfecta, y su porte distinguido y señorial como el de los galanes de las novelas románticas de la época. Me hizo acompañarle hacia la entrada de la casa y se prestó a llevarme la maleta, pero para aquel entonces el jardinero indiscreto ya había parado sus pies junto al porche y le arrebató mi equipaje al señor.
—Arturo, esta es la señorita Trujillo. Puedes llevar su maleta a su habitación.
—Sí, señor ―dijo el jardinero.
Era un hombre de unos setenta años, encorvado y con una barba blanca semejante a las de los antiguos reyes. Pero ni siquiera me miró, solo cargó la bolsa y entró al fresco vestíbulo.
Entonces el señor Ledesma, parando sus pasos en el porche de la casa, me miró extrañado para preguntarme:
—¿Por qué ha venido a Casa Matrona, señorita Trujillo? Una persona con su clase, y desde Barcelona… ¿Tiene al menos algún familiar en Jaén?
—Vi la oferta en el diario de Barcelona y no me lo pensé dos veces. Necesito este puesto de trabajo. Acabo de terminar la carrera y me creo muy capaz de enseñar a sus hijos a saber estar. No tengo ningún familiar por estas tierras, señor Ledesma, pero creo que me adaptaré pronto al clima de Jaén y a sus costumbres.
Entonces el hombre ensombreció su rostro, se apoyó en una de las columnas del porche y me dijo triste:
—Es conveniente que sepa, señorita Trujillo, que mi mujer falleció hace un mes y que la tristeza más profunda anida en nuestras almas. No será fácil lidiar con mis hijos, se lo aseguro, sobre todo con Sara. Está en una edad muy difícil y es la que peor lo lleva. Este no es un puesto de trabajo fácil, otras institutrices llegaron para quedarse, pero no duraron ni dos días en mi casa.
—Comprendo. Lo siento mucho, señor Ledesma. Yo… le aseguro que haré todo lo posible por llevarme bien con los dos.
Un viento placentero e inesperado llegó de repente al porche, y yo agradecí ese aire fresco que llenó mi persona de un profundo bienestar. El señor Ledesma entonces sonrió levemente, me miró con ternura y corrió unos pasitos para llamar a sus hijos, que con no muy