Un verano, un misterio
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La desaparición de una de sus jóvenes vecinas y, días después, la aparición del cadáver de un bebé en el monte trastocará las rutinas de las buenas gentes.
¿Qué está pasando en la localidad de El Valle?
¿Estarán relacionados ambos sucesos?
Sus habitantes, inquietos y asustados, tratarán de descubrir qué se esconde detrás de estos lamentables sucesos, detrás de este misterio.
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Un verano, un misterio - Miki Romero González
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
info@Letrame.com
© Miki Romero González
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz
Diseño de cubierta: Rubén García
Supervisión de corrección: Celia Jiménez
ISBN: 978-84-1068-595-6
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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AGRADECIMIENTOS:
A mis padres, aunque ya no están aquí.
A mis hijos, lo mejor que tengo.
A mi compañero de vida, por estar ahí.
A todos mis familiares y amigos, por creer en mí.
A ti, lector, porque sin ti, soy la nada.
PRÓLOGO
En este libro vas a descubrir la vida de un pueblo pequeño, conocerás a sus gentes, su cultura y costumbres.
Encontrarás misterio, muerte, alguna desaparición, muchas intrigas.
Descubrirás la complicidad en sus personajes. Son muy diversos y variopintos. También hallarás toques cómicos en algunos de sus personajes.
Cuando empieces a leer la novela, te aseguro que no podrás parar hasta llegar al final.
Esta novela es ficción. Sus personajes son inventados, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Espero, querido lector, te guste, y sigamos en contacto en este maravilloso mundo donde se unen la escritura y la lectura.
«Aprendí, que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante»
Agatha Christie
Capítulo 1: La casa nueva
Han pasado ya unos años desde que Carlota y sus amigos jugaban en el callejón, cerca del Cerro Grande. Algunas cosas han cambiado. Una de ellas, es que Carlota ya no vive en su casa cerca de las huertas y del Cerro Grande. Sus padres heredaron en la Plaza Mayor del pueblo una casa de sus tíos, puesto que cuidaron de ellos hasta su muerte.
La casa de la Plaza Mayor es preciosa, está situada frente a la iglesia parroquial, esta es llamada también «el pequeño Vaticano de la Mancha», así que podéis imaginar el marco tan maravilloso donde se encuentra situada la casa de Carlota. Es una casa grande compuesta por tres plantas, también posee un pequeño patio y una cocina campera. En este patio, Adela, la madre de Carlota, tiene unas cuantas gallinas.
Carlota y sus hermanas, Marta y Elena, estaban muy ilusionadas cuando se mudaron a la nueva casa, pues, aunque ya no tendrían la vista al levantarse del Cerro Grande, y sobre todo sus amigos con los que ya les separaba más distancia. A pesar de eso, Irene y los demás irían a verlas, pues tampoco eran distancias kilométricas.
Lo que tenía y era un lujo en esta casa es que, ¡tenía aseo, con ducha y todo! Era un adelanto en la calidad de vida para una familia tan modesta como la familia de Carlota, y también para ellas muy importante que vivían en el centro del pequeño pueblo, la biblioteca municipal estaba a un paso de su casa, y con los años la biblioteca sería parte importante en la vida de Carlota.
La nueva casa de Carlota se construyó en el año 1790, fue de las primeras casas del pueblo, por eso cuando llegaron tuvieron que raspar estas paredes tan antiguas, porque querían empapelarlas (algo que estaba de moda en los años 70). Carlota se sentía fascinada cuando observaba cómo en las paredes, iban saliendo distintos trozos de pintura, de las distintas épocas. Pensaba cómo serían los antiguos habitantes que allí vivieron antes que sus tíos, eran casi dos siglos, cuáles serían sus costumbres, sus problemas y tantas cosas bonitas y otras no tanto, que se vivieron allí.
Capítulo 2: Ayudando a su madre
Este verano comenzaba siendo igual de caluroso que los anteriores, las largas siestas al lado del ventilador, los vencejos al caer la tarde… nada hacía presagiar que sería un verano diferente a los pasados, sin embargo, no sería así, pues iba a suceder algo inusual que cambiaría la rutina en este pequeño pueblo.
Era últimos de junio, quedaba todo el verano.
Carlota y su hermana Marta se levantaron temprano, sobre las seis de la mañana, pues encalaban un cercado de paredes cerca de la plaza, estaba en la carretera, y justo allí pasaría la procesión del Patrón. A mediados de septiembre, su madre quería, al paso de la comitiva todo limpio y, para eso, necesitaba la ayuda de sus hijas.
Una vez desayunaron cogieron las herramientas necesarias para realizar la faena: una pequeña máquina de encalar, brochas, cubos un azadón, etc.
Se pusieron en camino, pues, aunque estaban cerca de casa, tenían que pasar varias calles hasta llegar. Estaba amaneciendo, pues a esas horas se notaba el fresquito por la mañana.
«Con lo bien que se está ahora en la cama, tapándome con la sábana» pensaba Carlota camino del cercado.
Capítulo 3: Comienza el misterio
Estaban ya terminando de encalar la fachada exterior del cercado, cuando comenzaron a oír gritos, se asustaron mucho las tres, eran unos gritos desgarradores. Era una mujer, que iba corriendo por la calle.
—¿Qué te pasa? ¡Mercedes! ¡Para! ¡No corras! ¡Espera, mujer! —decía Adela.
—No, no puedo esperar, voy al ayuntamiento a buscar al alguacil, ¡me tienen que ayudar!
Entonces Adela sujetó a Mercedes, esta no oía a Adela, tenía la vista perdida, temblaba todo su cuerpo y se encontraba blanca como la cera.
—De acuerdo, Mercedes, tranquilízate, cuéntame lo que te pasa, me voy contigo al ayuntamiento y donde haga falta.
Mercedes, entonces, comenzó a hablar:
—¡Ay, Adela! ¡Qué desgracia más grande ha pasao en mi casa! Mi hija Lola, que se ha ido de mi casa o se la han llevado. ¡Dios mío, ayúdame con este desastre que me toca vivir!
—Igual ha salido a la calle, y no te ha querido despertar —dijo Adela para tranquilizarla.
—Qué no, Adela, que, que, que anoche —decía Mercedes tartamudeando—, después de tomar el fresco como cada noche, se pasó a dormir, y ahora, cuando he pasado a llamarla para que se levantara, estaba la cama sin deshacer, de no haber dormido en ella, el camisón lo tenía encima del reclinatorio, en la misma posición que yo se lo puse ayer. ¡Ha desaparecido, mi niña, mi Lola! —decía Mercedes, llorando sin parar.
Con los gritos y los llantos comenzaron los vecinos a salir de sus casas, los niños pequeños iban agarrados a las faldas de sus madres, lloraban asustados.
—¿Qué ha pasado? —preguntaron dos ancianos que iban paseando.
—No sé, —respondía otra señora que acababa de llegar—, creo que riñen la Mercedes y la Adela.
Entonces, pasó por allí el alguacil del pueblo, que iba cobrando recibos municipales.
—¿Qué está pasando aquí? ¿Pero qué escándalo es este en la vía pública? —comenzó a gritar el alguacil bastante enfadado.
—¡Ay, Santiago! —Que así se llamaba el alguacil—. Voy al ayuntamiento a denunciar que mi Lola no ha dormido en mi casa esta noche y no la encuentro por ninguna parte. ¡Ha desaparecido!
Capítulo 4: Lola
Lola tenía veinte abriles como veinte soles. Era una joven alta, delgada y morena, con unos colores en las mejillas que solo los dan la salud y los buenos aires de su localidad serrana.
Lola conoció a Paquito un día que fue de viaje a Valderroca, localidad cercana, se fue con «la pava», el autobús que diariamente llevaba a los lugareños para realizar sus compras mayores, ir a médicos y demás menesteres.
Ese día de verano, caluroso y soleado como casi todos los días de agosto, Lola fue a comprar tela para hacerse un vestido y estrenarlo en las fiestas del pueblo, en septiembre, pues era de rigor y gustaban de agradecer a su Patrón, el Santo Cristo de la Cueva, yendo a visitarlo con sus mejores galas.
Llegó Lola a la estación de autobuses de Valderroca, comenzó a caminar con ese salero que tienen las chicas bonitas, cuando cercana a la tienda de las