El primer frío del otoño
Por Martín Torre
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Como un juego de cartas donde cada figura es igual de perturbadora que el resto de las que integran el maso, estos relatos forman parte de una idea estética que transciende al libro como objeto. El terror, lo siniestro, lo sobrenatural, aquello que nos saca de eje en una conversación cotidiana; todo forma parte de una misma idea: vivimos en un mundo que no alcanzamos a comprender del todo. A veces decidimos ignorar esos elementos extraños y seguir nuestro camino.
Martín Torre prefiere situarse en esos rincones incómodos y escribir desde ahí. Sus relatos tienden un puente con los autores clásicos del género; los asimila, los reescribe, y los presenta dentro de su propia realidad particular.
El terror vive en las calles de su pueblo, lo que equivale a decir que el terror vive en las calles de todos los pueblos del mundo.
Martín Torre
Martín Torre nació en Rosario Torre, Santa fe (1995). Es comercial empleado y un amante del terror en todos sus aspectos: cine, arte y libros. Desde adolescente vive en Entre Ríos, donde su pueblo Hernández, fue punto de inspiración para su primer libro.
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El primer frío del otoño - Martín Torre
a la memoria de Nelson, Carmen
y mi hermano Mauro
El primer frío del otoño
Ayer revisé un cajón con cosas que dejó mi abuela en su garaje, como único nieto me vi en la obligación de ayudar a mamá. Pasaron dos meses desde que se fue mi querida Pupa, así la llamaba desde que tengo uso de razón.
Había suvenires de diversas fiestas, todos cubiertos de polvo y telarañas, también encontramos adornos de viajes de distintos países y una fotografía bien conservada, muy antigua. La única en la caja.
La foto me trajo recuerdos de mi infancia que creí desvanecidos por el paso del tiempo. En la imagen, en blanco y negro, se ven dos niñas. Una era mi Pupa, la otra era su hermana, me contó mamá cuando se la mostré. Encontramos una fecha escrita al dorso: 1959. Además había dos nombres: Emilia, mi abuela, y Clarisa, su hermana.
Ellas nunca se llevaron bien. Me contaron mis tías cuando les mostré la foto, mamá lo confirmó. La relación entre Pupa y Clarisa sufrió un quiebre cuando eran jóvenes. Mis parientes no sabían los detalles de por qué estaban distanciadas, o quizás no me lo querían contar. Al parecer ellas discutían a menudo por diferentes creencias religiosas, recuerdo muy bien que mi abuelita era una persona muy católica. Pero ni mamá ni las tías sabían qué religión profesaba Clarisa.
La recuerdo como una persona fría, de carácter fuerte, nunca la vi sonreír en los escasos momentos que estuve con ella. Tampoco la vi vestida con ropa colorida, siempre de negro o colores opacos. El único brillo en su vida eran sus enormes aros y los anillos que resaltaban sus dedos flacos y pálidos. Qué escalofriante era su voz. Rara vez hablaba delante de nosotros y si lo hacía era para dirigirse de forma breve a su hermana. La última vez que la vi fue en su velorio, yo había cumplido diez años pocos días antes. Falleció de un ataque al corazón mientras dormía, el doctor dijo que no sufrió.
La velaron en su casa y la reunión fue en el patio. A medida que el sol se iba, el primer frío fuerte del otoño nos cayó encima. Muchos rostros me resultaban extraños, pero también estaban mi tío Rubén, mi tía Celeste, mi Pupa y su amiga Juana; y por supuesto que estaba mi mamá. Mi papá llegó a buscarnos a la noche. Había muchos adultos, yo era el único niño en el lugar además de mi primo Pancho, de dos meses.
El cuerpo de Clarisa descansaba en su cama, en una habitación dividida del resto de la casa por el patio, había sido su dormitorio de toda la vida. Además de la cama, había un ropero y un espejo enorme en la pared. La iluminación dependía de un solo foco que colgaba del techo y daba un clima de sala de espera abandonada.
En el recuerdo tenía la sensación de que pasamos todo el día en esa casa, pero sólo fueron unas pocas horas, dijo mi mamá ayer. Fuimos los primeros en entrar a dar el pésame a Pupa y despedirnos de Clarisa. La gente estaba en sillas y bancos apoyados contra el tapial