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Robaste mi futuro: Tu mirada en el tiempo, #1
Robaste mi futuro: Tu mirada en el tiempo, #1
Robaste mi futuro: Tu mirada en el tiempo, #1
Libro electrónico201 páginas2 horas

Robaste mi futuro: Tu mirada en el tiempo, #1

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Información de este libro electrónico

James Montgomery pagará muy caro lo que le hizo a esa joven, él creyó tener la justicia en sus manos, mas yo me encargaría de demostrarle que estaba en un error. El hombre que alguna vez fue formidable quedará reducido a nada y convertiré su vida en un infierno. No existirá clemencia para él. Antes muerta que ofrecerle piedad.

Mas ¿qué haré cuando consiga mi venganza? ¿Y si soy yo quien se equivoca?

¡No! Esa maldita mirada no me haría dudar, aunque, tal vez yo...

 

¿Qué ocurriría si tuvieras el poder de manipular el tiempo? ¿Te arriesgarías a enmendar los errores del pasado?
James Montgomery camina por el corredor de la muerte por la desaparición de una chica a la que él solo quería salvar.

 

Un hombre con un invento que puede revolucionar la historia.
Una mujer dispuesta a luchar por reescribirla.
Un amor que transformará su mundo.

Es fácil juzgar el pasado con los ojos de la actualidad,
pero no es tan sencillo sobrevivir en él.
Y tú, ¿apretarías el botón?

IdiomaEspañol
EditorialR.M. de Loera
Fecha de lanzamiento8 may 2021
ISBN9798201744441
Robaste mi futuro: Tu mirada en el tiempo, #1

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    Robaste mi futuro - R.M. de Loera

    Robaste mi futuro

    Robaste mi futuro

    Tu mirada en el tiempo / Libro 1

    © 2020 R. M. de Loera

    Published by R.M. de Loera

    Portada: Germancreative on Flivver

    Printed in the United States

    Imprint: Independently published

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    Aunque se hace referencia a la comunidad de Cave Spring y la ciudad de Roanoke, ambas en el Commonwealth de Virginia, Estados Unidos, todos los nombres, personajes, negocios, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación del autor y usados de manera ficticia. Cualquier parecido con alguna persona viva o muerta o eventos pasados es pura coincidencia.

    Este libro está ambientado en una población que existió en la realidad y se hace referencia a personas y negocios reales. Cuando se mencionan es de una manera ficticia, y como tal deben tomarse.

    La autora le ofrece sus respetos al Commonwealth de Virginia, Estados Unidos y la magnífica preservación de su historia, sin ello hubiera sido difícil imaginar esta historia.

    Facebook: rmdeloera

    Instagram: rmdeloera

    Prefacio

    1

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    12

    Teaser: Última oportunidad

    Acerca de la autora

    Para mi guerrero:

    Tu fortaleza es la mía

    Para mi niña amada:

    Tu sonrisa es lo más

    reconfortante en el mundo

    ¡Gracias a ambos por tenerme paciencia

    al momento de escribir esta historia!

    El amor es la única cosa,

    —que somos capaces de percibir—

    que trasciende las dimensiones

    del tiempo y el espacio.

    Interestelar (película) 2014

    The good Lord makes the sunshine

    we make the moonshine[1]

    Un bootlegger

    Prefacio

    Imagen en blanco y negro de un reloj Descripción generada automáticamente

    Lunes, 30 de septiembre de 1957

    Roanoke, Commonwealth de Virginia, Estados Unidos

    —James Montgomery, un jurado lo condenó a morir en la silla eléctrica por la desaparición de Barbara Johnson el 30 de agosto de este mismo año. La sentencia la impuso el honorable juez del estado de Virginia. ¿Quiere redimirse antes de cumplir con su condena? ¿Está viva, señor Montgomery?

    Fijé la mirada en él y sonreí, a pesar del leve dolor de cabeza y lo nublado de mis pensamientos desde esa mañana. Sabía que no podría responder a la pregunta, pues ni él mismo conocía la respuesta.

    Ese hombre, que alguna vez fue tan formidable, estaba reducido a nada. El hermoso rostro arrugado y avejentado, una horrible cicatriz lo cruzaba de lado a lado. No tenía mejor amigo, ya no era un hombre respetado por la comunidad, e hice de su vida un infierno. Pero no era suficiente. Él me robó mi futuro, y yo acabaría con su mundo, era lo justo.

    —¿Por qué me odias tanto?

    La pregunta estaba dirigida a mí, me reconoció, mas eso ya no importaba. ¿Quién creería en las palabras de un loco? James Montgomery era solo eso, un loco, alguien que creyó tener la justicia en sus manos, sin importarle los demás.

    —Púdrete en el infierno.

    No tuve que responder, pues Lawrence Jones se me adelantó. Mi sonrisa se amplió. Deseé acercarme a Mary Richardson, aunque la conocí como Mary Jones, cuando se limpiaba las lágrimas. Una buena bofetada la haría reaccionar. Dorothy Johnson, la madre de la desaparecida, estaba destrozada. Ellas estaban sentadas en el lado derecho del salón mientras Lawrence estaba en el izquierdo. Unas sillas más allá se encontraba Ruth Montgomery, la hermana mayor del profesor. Esa mujer no era ni la sombra de lo que antes fue.

    Nadie comprendía qué llevó a un desconocido a usurpar a la joven. Solo yo sabía el porqué, sin embargo, las razones de Montgomery no me fueron suficientes.

    No obstante, jamás tuve éxito. Por más que lo intentaba, Barbara Johnson siempre se encontraba con James Montgomery. Y para eso no tenía explicación.

    —James Montgomery, ahora la electricidad pasará por su cuerpo hasta que muera, de acuerdo con la ley estatal. Que Dios se apiade de su alma.

    El dolor de cabeza y la confusión se agudizaron en tanto le colocaban la capucha que ocultaría su rostro. Mientras tuvo visión, esos ojos verdes se mantuvieron fijos en los míos.

    ––––––––

    Me había sentado en el tocador y el espejo me devolvió el reflejo de una mujer con la mirada resplandeciente y la piel lustrosa. La bilis me subió por la garganta, estaba furiosa conmigo misma.

    Tomé el labial, el cual se partió al abrirlo. Agarré el pedazo y golpeé mis labios mientras resoplaba. Alcé el pañuelo para limpiarme, pero al observar el chupetón en mi cuello me detuve.

    Llevé la punta del dedo a él. Fijé la mirada en mí misma y me mordí el interior de las mejillas. Distraída, acaricié su marca de pasión sobre mi piel. Levanté la mirada hasta posarla en la cama, allí estaba él, desnudo. Sus ronquidos de borracho me acompañaban a tan temprana hora.

    Un jadeo poco femenino escapó de mi garganta. Observé el color del labial en mis dedos y decidí oscurecer la marca para que se volviera más visible. En pocos minutos terminé de resaltar cada una de ellas. No sin antes rememorar cómo esos deliciosos labios succionaban mi piel.

    Él comenzó a moverse en la cama. Me apresuré a limpiarme, acomodé mi bata de forma que mis senos estuvieran expuestos y me pasé la barra con lentitud por los labios.

    Cuando se detuvo detrás de mí reconocí el furor en su verdosa mirada. Me obligué a permanecer con la espalda recta y el rostro sereno.

    —¿Qué significa esto? ¿Olvidaste tus votos matrimoniales?

    —Tú fuiste quien decidió que nos casáramos. Yo nunca te juré fidelidad.

    Me agarró del antebrazo, me giró y con la otra mano me abofeteó con tanta fuerza que tuve que levantar la mano hasta la nariz para contener el chorro de sangre.

    —¿Así es como me proteges en la salud y enfermedad?

    Le tiritaron los ojos y su piel había perdido todo el color. Contuvo el aliento unos segundos antes de girar y huir como el cobarde que era.

    Me observé en el espejo una vez más. El júbilo me bailaba en la mirada. Levanté la mano para cubrirme la boca, mas mis ojos se humedecieron por el exabrupto de risas que reventó en mi pecho.

    —Montgomery, eres tan predecible.

    ––––––––

    El oficial accionó la palanca y el cuerpo de Montgomery se convulsó unos minutos. Arrugué la nariz cuando el olor a carne quemada se adueñó de cada rincón junto con el murmullo de la electricidad. Levanté la mano hasta la cabeza para sostenerla pues el dolor se tornó insufrible y mi mente quedó en blanco, sin ningún recuerdo.

    En cuanto todo terminó, las personas se pusieron en pie. Lawrence le escupió al cadáver y no recibió ninguna sanción por parte de los agentes policiales que se encontraban allí.

    Me levanté y me percaté de que mi cuerpo se tambaleaba. Algo me sucedía, aunque no sabía qué.

    Tomé una bocanada profunda de aire. Creí que al saberlo muerto me daría paz, pero el mismo remolino de emociones se me acumulaba en el interior. El vacío que se apropió de mi pecho era muy parecido a la angustia, como si hubiera cometido un grave error.

    —Doctora...

    —¿Sí?

    Giré con una sonrisa autoimpuesta y le extendí la mano al fiscal de distrito.

    —Gracias a usted aprehendimos al prisionero.

    Negué con la cabeza.

    —En cuanto escapó del asilo psiquiátrico supe que la buscaría. Lamento que mi denuncia no haya servido para encontrar a la joven.

    El hombre sonrió. Tenía el cabello rubio al estilo pompadour y el traje ajustado lo volvía un galán. Por supuesto que él pensaría que yo no debía fijarme en esos detalles.

    —Hizo lo correcto, doctora. En estos casos la policía nunca llega a tiempo.

    Inclinó la cabeza a forma de despedida y giró para unirse con los demás. Me masajeé la sien en busca de alivio, mas este nunca llegó pues una miríada de imágenes invadió mis pensamientos, eventos de los que no estaba segura de haber vivido.

    —¿Y su hijo?

    El fiscal volteó con los ojos entrecerrados, la confusión le bailaba en sus jóvenes facciones.

    —Disculpe, doctora, no logro comprenderla.

    Agité las manos con violencia. Mis palabras habían sido muy claras, no existían motivos para su confusión.

    —El hijo del señor Montgomery... John. —Levanté la mano otra vez, pues ya no podía sostener la cabeza por mí misma—. Creo que ese es su nombre.

    Su gesto se intensificó.

    —Debe confundirlo con alguien más. El señor Montgomery no tiene hijos.

    Las piernas dejaron de sostenerme y las rodillas encontraron el suelo con facilidad. James Montgomery tuvo un hijo con su esposa Ethel Richardson, por algún motivo no tuve dudas de ello.

    —¡Doctora! —El fiscal me levantó y me apoyó en una silla—. Le supliqué que no viniera. A su edad, no debe presenciar eventos tan traumáticos.

    Fijé la mirada en él. Yo también fui joven una vez, mi cuerpo lleno de vida. Pero en esos instantes las arrugas me marcaban el contorno de los ojos y hacía mucho que mi cabello tenía canas.

    —Llamen a un doctor.

    Un hombre, que platicaba en un grupo apartado, se acercó a nosotros al escuchar la demanda del fiscal. Al verlo, negué con la cabeza en repetidas ocasiones en tanto abrí tanto los ojos hasta desmesurarlos.

    —¡NO!

    Era imposible.

    Me alejé hasta tropezar con las sillas y caer. Cuando las piernas no me respondieron, me arrastré por el suelo. Un alarido me brotó de la garganta al chocar con la espalda en la esquina de una pared. Todos me observaban sin saber qué hacer o qué me sucedía. Si bien, el hombre, quien tenía las manos dentro de los bolsillos, se acuclilló frente a mí.

    —No te voy a hacer daño. —Su voz era un susurro familiar—. Sabes que jamás sería capaz de hacerlo.

    Fijé la mirada en la suya... Podría reconocer esos ojos en el pasado, en el presente o en el futuro.

    —¿Dónde está John?

    Sacó la mano del bolsillo y se estrujó la boca hasta el mentón. No perdí detalle de sus movimientos: las diminutas arrugas que delimitaban los ojos, tampoco de los labios, el superior era fino y el inferior con forma de trapecio.

    —Déjame acompañarte a casa. Ya todo terminó.

    Permití que me levantara, que alisara el vestido y me reacomodara los zapatos. Yo solo lo observaba. Después de todo lo que hice, él estaba allí. No existía odio en su mirada. ¿Por qué me dejé cegar por ese sentimiento tan ruin?

    Extendí la mano, mas nunca me atreví a tocarlo. Era muy joven y yo, tan vieja. Me pregunté qué edad tendría.

    Llegamos hasta la silla donde estaban mis pertenencias. Agarró los guantes, el sombrero y el bolso. El fiscal era el único que nos esperaba.

    —Disculpe, ¿quién es usted?

    Giré de golpe; abrí los ojos hasta desmesurarlos. ¿De verdad no era capaz de reconocerlo?

    El corazón me latió frenético. Él no podría responder a esa pregunta. Logré soltarme del agarre firme que mantenía nuestras manos entrelazadas. Sin embargo, me conocía tan bien que negó en repetidas ocasiones con la cabeza.

    —Todo terminó, dollface[2].

    Se me abnegaron los ojos en lágrimas. Debía enmendar mi error, reparar el daño hecho.

    —Serás feliz... Ella te amará.

    1

    Imagen en blanco y negro de un reloj Descripción generada automáticamente

    Domingo, 25 de agosto de 1957

    Barbara Johnson

    18 años

    ––––––––

    —Bobby, cariño, date prisa. Ya sabes que el joven profesor es severo con el tiempo.

    Salí del baño mientras tarareaba junto a Elvis que no fuera cruel conmigo, la canción sonaba a través del radio transistor en mi habitación. Me acerqué al espejo, me solté los rulos negros y me recogí el cabello en una cola de caballo.

    Me subí las medias y calcé los zapatos puntiagudos con tacón de media pulgada de alto. Fueron regalo del abuelo por mis recién cumplidos dieciocho años. A pesar de regañarlo por gastar en ese lujo, no pude evitar llenarlo de besos y bailar con el calzado por cada rincón de la sala.

    Caminé hasta la cama y terminé de ajustarme el sostén largo. Acomodé los senos dentro de la pieza, en esa forma triangular como la punta de un cohete, directo hacia el espacio exterior. Entonces me coloqué el girdle[3] y sujeté las medias a él con los cinchos.

    Ambas piezas acentuaban esa figura de reloj de arena que mi abuela insistía en cuidar desde que me volví mujer unos años antes. Según ella: «El cuerpo de una fémina no debe de ir suelto, hija. Todo tiene que estar en su lugar». Por último, me coloqué el slip[4] de nilón.

    Tomé el vestido y lo deslicé por mi silueta.

    —Bobby, niña, esperamos por ti.

    La abuela abrió la puerta de la habitación. Al verme, contuvo el aliento y se le humedecieron los ojos. Un brillo resplandeciente se adueñó de su terrosa mirada.

    —¿Y bien?

    —Muy femenina.

    Una sonrisa lenta se dibujó en mis labios y solté el aire que ni siquiera sabía que contenía. Me hubiera encantado lucir el «estilo nuevo» que todas mis amigas utilizaban, pero esas faldas voluminosas necesitaban mucha tela, algo que los vestidos de mamá no tenían. Apenas comenzábamos a salir del racionamiento de la Segunda Guerra Mundial cuando los hombres tuvieron que partir a Corea.

    Hacía un par de meses ella y la abuela me tomaron las medidas y fue fácil deducir cuál sería mi regalo de cumpleaños... Un vestido. Mamá conocía muy bien mi talla de pantalón. Ella trabajaba en la fábrica de rayón y, si alguna pieza tenía un desperfecto, ella lo separaba para mí. Mi armario tenía cinco o seis prendas y desde mi cumpleaños, el día anterior, tres vestidos ceñidos al cuerpo. Aunque no lo dijo, sabía que eran las mejores prendas de mamá. Los que utilizó solo

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