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Tres Semanas la Última Primavera
Tres Semanas la Última Primavera
Tres Semanas la Última Primavera
Libro electrónico312 páginas5 horas

Tres Semanas la Última Primavera

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Información de este libro electrónico

Friday Harbor es un pueblo pequeño y pintoresco en el Noroeste Pacífico, y un paraíso para los pescadores y regatistas. Para Skye Dunbar, es el lugar donde ella superará el dolor de un corazón roto, y donde recuperará su vida. Alquilando una cabaña al lado de la orilla, lo último que espera es ser acusada de hackear computadoras.

Jedediah Walker está investigando los seres marinos muertos que son traídos a las playas por la marea. Cuando descubre que los peces contienen una concentración alta de químicos tóxicos, él sospecha que alguien está desechándolos deliberadamente en Puget Sound. Al ser rápido de llegar a conclusiones, sospecha que la mujer con cabello castaño rojizo que está alquilando su cabaña se encuentra involucrada de alguna manera.

Skye intenta ignorarlo, pero la necesidad los junta al tener dificultades en encontrar los responsables de la atrocidad ambiental.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento13 nov 2020
ISBN9781071547144
Tres Semanas la Última Primavera
Autor

Victoria Howard

Born and raised in the Pittsburgh area, Howard trained horses at The Meadows in the late ‘70s and Pompano Park in the early ‘80s. With her husband, Pennsylvania auto magnate John Howard, she not only owned and campaigned super stars like Efishnc and Neutrality (trained by Bruce Nickells), but at one time was a guest commentator on The Meadows Racing Network, besides appearing in numerous commercials with her longtime friend, legend Roger Huston. Later, in her second career as a published author, Victoria not only wrote The Voice: The Story of Roger Huston, but she also penned The Kentucky Horse Park: Paradise Found and Gunner: An Enchanting Tale Of A Racehorse---the inspiring story of a Standardbred rescued from obscurity who became a decorated police horse. Victoria also co-wrote Roosevelt Raceway: Where It All Began, Meadow Skipper: The Untold Story and several children’s books on Standardbred horses and horseracing. Howard knows what she writes about, having lived through and personally been acquainted with many of the horses, horsemen, and families you’ll be reading about in Harness Racing in the Keystone State. Today, Howard lives in Florida with her dog, Max, and is the proud “Mom” to many racehorses.

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    Tres Semanas la Última Primavera - Victoria Howard

    RECONOCIMIENTOS

    Para Daphne Rose, Lesley Dennison, y Dorothy Roughley por su aliento, contención, y tolerancia en leer cada página recién salida de la impresora. No podría haber hecho esto sin ustedes, y me siento honrada de poder llamarlas mis amigas.

    George Bennett, un autor publicado por cuenta propia, merece mis gracias por su guía y generosidad en mostrarme la manera en que lo hace el chico nuevo de la cuadra. Este libro jamás podría haber sido terminado si no fuera por tu ayuda y guía.

    Finalmente, a Stephen, mis agradecimientos por su paciencia, contención, y creer en mi para escribir esta novela.

    CAPÍTULO UNO

    Inglaterra, Abril de 1999

    Skye Dunbar estaba parada al lado de la ventana de su cocina y esperaba a que el teléfono transatlántico se conectara. Estaba volviendo. Volviendo a darle sentido a la herida más grande de su corazón en toda su vida. Era tonto, ella lo sabía, pero necesitaba cerrarla de alguna forma.

    Echó un vistazo al prado que se extendía más allá de su casa. Luego de la fuerte lluvia de este fin de semana, todo se veía gris, húmedo, y frío, frío como el corazón que latía dentro de su pecho.

    El teléfono llamaba y llamaba. ¿Estaba llamando demasiado temprano? Miró su reloj pulsera y calculó la diferencia horaria de ocho horas entre Londres y San Francisco. Deseaba no haber despertado a Debbie. Su amiga se irritaría cuando supiera que Skye estaba planeando un viaje a Seattle en lugar de una visita a ella.

    Luego de un rato, contestó una voz americana dormilona.

    — ¿Hola?

    — ¿Debbie? ¿Te desperté?

    — En realidad no, estaba acostada aquí pensando en levantarme. Háblame, Skye. Te noto ansiosa.

    Skye tomó un largo aliento. — He decidido tomarme un mes sabático. Contacté a British Airways y tengo la opción de tomar un vuelo dentro de una semana. Me lo reservarán por veinticuatro horas.

    — Vaya, eso es genial. Necesitas distenderte, y te encanta San Francisco.

    — En realidad, Debbie, por eso estoy llamando. No volaré a San Francisco. Iré a Seattle.

    — Skye no puedes desear pasar un mes allí, no luego de todo lo que ocurrió el año pasado.

    — No puedo explicar por qué pero tengo que regresar. —Skye dobló un mechón de pelo entre sus dedos mientras esperaba que Debbie respondiera.

    — Tienes razón, no lo entiendo. Por favor, ven y quédate conmigo. Podemos visitar nuestros viejos lugares favoritos, Fisherman’s Wharf, el barrio chino. Podemos ir a tomar un trago en John Barleycorn y a escuchar a ese cantante de folklore que tanto te gusta. Si eso no te apetece, entonces podemos alquilar un auto y manejar por la costa. Aún no has visto las Marin Headlands o Monterey. O podríamos encontrarnos en otro lugar. ¿Qué te parece Vermont? Si esperas a que salga de la oficina el lunes, veré si puedo rogar por algunas vacaciones.

    — Eso sería hermoso, Debbie, y quiero ir a Vermont, pero en el otoño. Por favor, guarda tus vacaciones. Esto es algo que tengo que hacer yo misma. Suena loco, y no espero que lo entiendas. Sólo dame tus bendiciones y dime que si te necesito, estarás para ahí mí. ¿Sí?

    — Realmente me preocupo por ti, Skye. Tienes que dejar atrás lo que te pasó y seguir adelante. Entonces, ¿dónde te quedarás?

    — Alquilé una cabaña en las Islas San Juan.

    — ¿Qué hiciste qué? Nadie visita las Islas San Juan a mitad de Abril. Por un lado será demasiado frío, y por otro, Friday Harbor estará desierto. ¿Qué harás en ese pueblito por un mes entero?

    — Planeo relajarme y leer un poco, salir a caminar, y disfrutar del paisaje.

    — Si me preguntas, lo último que tú necesitas es estar sola. Supongo que hay poco que pueda decirte para disuadirte, como ya tomaste una decisión. Pero prométeme una cosa. Si te sientes sola, te tomarás el primer avión que salga a San Francisco. ¿Trato?

    — Trato. Y, Debbie, —Skye vaciló antes de continuar, — gracias por entender. Eres la mejor amiga que alguien pueda tener. Tan pronto termine con mis planes, te lo haré saber.

    Skye volvió a colocar el tubo del teléfono y se volteó una vez más para mirar afuera de la ventana. ¿Estaba siendo estúpida al regresar al Noroeste Pacífico? ¿Qué lograría con su visita? ¿Haría que su mente se relajara? Eran preguntas que no podía responder, sin embargo, en su corazón, ella sabía que estaba haciendo lo correcto.

    Había conocido a Michael al visitar a Debbie el año pasado. Ella había estado patinando con rollers en el Golden Gate Park, cuando de repente, fue empujada al suelo. Él la ayudó a levantarse e insistió en comprarle un café. El café se convirtió en almuerzo, y antes de darse cuenta del tiempo que había trascurrido, habían estado toda la tarde juntos. Skye tenía que volar a casa el día siguiente, y Michael le pidió su dirección. Ella se la había dado sin esperar que él se mantuviera en contacto. Seis semanas más tarde, regresando a casa luego de un día particularmente irritable en el trabajo, encontró una carta de él sobre su felpudo.

    La inicial de Michael, y las letras siguientes, habían sido leídas y vueltas a leer, las palabras se sentían como si se grabaran en su corazón. Finalmente, en enero, él le escribió y la invitó a visitarlo.

    Skye empujó el pensamiento de él fuera de su mente. Ella tenía tanto por hacer que no podía quedarse parada a soñar despierta toda la noche. Teniendo su vuelo confirmado y su cabaña reservada, se concentró en limpiar su agenda. Luego, todo lo que tenía que hacer era empacar una valija y tomar ese avión.

    La semana siguiente pasó como un torbellino. Cada día, ella llegaba a su oficina temprano y le traía sus archivos actualizados a John, su compañero de negocios, para que tomara su lugar en su ausencia.

    Se habían conocido en la universidad poco después de la muerte de la madre de Skye. John había sido un ayudante de cátedra cuando Skye comenzaba su licenciatura. A los treinta y nueve, él era cinco años mayor que ella. Seis pies de alto, con ojos marrones, y un cabello rebelde y rizado, tenía una sonrisa que podría derretir el corazón más helado.

    Cuando Skye se graduó, ellos comenzaron un negocio juntos. Años de horas largas de trabajo sin vacaciones finalmente fueron compensadas, y sus servicios eran demandados por grandes corporaciones a lo largo de todo el mundo. A pesar del éxito que experimentaron, su relación jamás fue más que una amistad.

    Los amigos de Skye sabían que ella era una ejecutiva de alto nivel, pero como no hablaba de su trabajo, no conocían nada acerca de los detalles. En algunos meses más, ella y John estarían haciendo una presentación a los oficiales del gobierno con la esperanza de asegurar un contrato exclusivo, ultra secreto, y el más demandante de sus respectivas carreras.

    El día anterior al que Skye se tuviera que ir, ella agendó una reunión con él.

    — ¿Qué vas a hacer con una licencia de un mes? Estarás aburrida al final de la segunda semana, y ya sabes cuán ocupados estamos. Aún tenemos que hacer muchas pruebas.

    — Lo tengo presente, pero tú dijiste que te las podías arreglar. El código está completo, así que realmente no necesitas mi opinión.

    — Esto tiene que ver con lo que pasó entre tú y ese chico de la Armada el año pasado. Desearía que me contaras qué es lo que te trajo de regreso dos semanas antes de lo planeado. Te dije que no confiaras en un hombre con uniforme, y en particular, un navegante, pero no me escuchaste. Lo que necesitas es un hombre de verdad, no uno de esos tipos militares que aún juegan con figuras de acción que tenían cuando eran niños.

    — ¿Y quién tenías en mente? ¿Tú?

    John ignoró el comentario. — Has sido un conejo asustadizo desde que regresaste. Te has vuelto una ermitaña. Nunca sales, pasas cada hora del día aquí, en la oficina. ¿Qué es lo que te hizo Michael?

    — No discutiré mi vida amorosa, o la falta de una, contigo. ¿Qué importa si paso todo mi tiempo aquí? Por lo menos se termina el trabajo, y estamos adelantados en uno o dos proyectos.

    — Mira, amor, sé que algo pasó, y debe haber sido algo grande como para que te haya afectado de esta manera. Tienes que volver a tener una vida social. No puedes enterrarte en tu trabajo o te enfermarás. Conocerás a alguien más, y te prometo que si realmente te ama, no te lastimará. Si tienes miedo de que te dejen, siempre te puedes casar conmigo.

    — Aprecio tu oferta, John, pero no eres el tipo de persona que se compromete. Así que, sólo déjalo antes de que alguien de nosotros diga algo de lo que se arrepienta. Ahora, acerca de la cuenta de Jones…

    — Antes de que volvamos al negocio, escúchame. Profesionalmente, eres una de las personas más lógicas que conozco. Tienes una memoria eidética e instintivamente sabes cuándo un proyecto se está por venir abajo. También eres una mujer de negocios astuta y despiadada. Incluso tienes un temperamento que combina con el color de tu pelo, pero nadie es perfecto. Habiendo dicho todo eso, eres una blandengue cuando se trata de temas del corazón.

    Skye sonrió. Solo que su voz traicionaba su leve molestia. — Gracias por el análisis de personalidad. Recuérdame devolverte el favor algún día.

    John se acercó desde el otro lado de la mesa y le dio un apretón reconfortante a su mano. — Jamás sabré por qué nunca pudiste ver que ese chico era un problema. Si es necesario que vayas a este viaje estúpido, ¿al menos, me dejarías que te lleve al aeropuerto el domingo?

    — Soy capaz de pedirme un taxi, pero si me quieres llevar, entonces aceptaré tu oferta. El check-in es a la tarde.

    — En tal caso, te llevaré a las nueve-treinta.

    El domingo llegó caluroso y soleado, y a pesar de que fuera principios de Abril, los narcisos ya estaban florecidos. Mientras ella se bañaba y se vestía, Skye se preguntaba si éste era el nuevo principio que estaba buscando o si tan solo estaba siendo estúpida.

    Un corto tiempo después, ella escuchó que el auto de John se estacionaba. Le dio una última mirada a la casa, cogió su maleta, y abrió la puerta.

    — ¿Lista? —Preguntó John. — ¿Tienes los tickets, el pasaporte, y has empacado todo lo que necesitas?

    — Eso creo. —Skye cogió el bolso de la mesa del hall.

    — Aún no es tarde como para que cambies de idea. Debbie piensa que estás un poco loca por tomarte estas vacaciones, —dijo John.

    Skye paró de caminar. — ¿Le hablaste a Debbie detrás de mis espaldas?

    — En realidad, ella me llamó. Pero no te enojes, ella está preocupada por ti. Además, Seattle no fue uno de los mejores lugares para ti, ¿no?

    — Desearía que ustedes, en vez de hacerme querer cambiar de parecer, aceptaran que esto es algo que tengo que hacer. No espero que tú o Debbie lo entiendan. Ambos son buenos amigos y sé que tienen interés en mi bienestar, pero por favor, dejen que lo haga y no me digan que me lo dijeron si regreso a casa en lágrimas.

    John colocó sus brazos alrededor de su figura diminuta y le dio un abrazo. Skye parecía tan pequeña, tan vulnerable, y sin embargo, detrás de ese exterior femenino, había una fuerza y vitalidad que desafiaba su apariencia. — No quiero que salgas lastimada otra vez, eso es todo.

    — Lo sé. Pero si no colocas mi maleta en el auto, perderé mi vuelo.

    Casi no hablaron durante el viaje de cuarenta minutos hacia el aeropuerto. John cogió el equipaje del baúl, fue al lado del asiento de pasajero del auto, y abrió la puerta. Entraron a la terminal, en donde Skye completó las formalidades del check-in para su vuelo sin escala a Seattle. John la acompañó hasta el control de pasaporte. Él le dio un abrazo, y luego le beso la parte de arriba de su cabeza.

    — Ten un buen viaje, Arvejilla. Descansa un poco y pon a dormir ese fantasma tuyo, luego regresa a casa y prepárate para hacer algo de trabajo, —le dijo, con una sonrisa.

    Skye sonrió al escuchar que la llamó con su alias. Siempre la había llamado así porque le hacía acordar a la flor delicada de la arvejilla. — Haré lo mejor que pueda. —Sin darle una mirada hacia atrás, ella mostró su pasaporte al oficial y se fue a la sala de partidas.

    Ella escogió un asiento cerca de la puerta, y sacó un libro, pero le resultaba difícil concentrarse en las palabras. En vez de eso, se entretuvo mirando a las personas que había en la terminal, preguntándose hacia dónde iban, y las razones detrás de sus viajes.

    El tiempo pasó rápidamente, y pronto, llamaron su vuelo. Encontró su asiento business class y se preparó para el largo viaje, esperando fervientemente que el asiento a su lado se mantuviera vacío. Lo último que quería era pasar doce horas sentadas al lado de alguien que quisiera hablar todo el camino a Seattle. Por suerte, su deseo fue cumplido, ya que dentro de quince minutos de abordar, la azafata cerró la puerta, y el avión retrocedió desde la rampa. Mientras el avión se dirigía hacia la pasarela, sufrió un último momento de duda sobre sí misma, pero sabía que era demasiado tarde como para regresar. Segundos más tarde, sintió el tempo incrementado de los motores Boeing 747 al pasar con rapidez sobre la pasarela. Luego de lo que pareció ser una eternidad, el avión gigantesco se levantó con gracia hacia el aire.

    Skye pasó gran parte del vuelo leyendo y mirando una película. Era la tarde cuando el avión aterrizó en Seattle. Los edificios de la terminal se veían tan grises y poco inspiradores como lo estaban un año atrás. Habiendo completado las formalidades de inmigración, la demora en la aduana sólo fue una molestia menor. Alquiló un auto, y dentro de unos minutos estaba saliendo del estacionamiento y yendo por la rampa hacia la interestatal.

    En vez de ir a Anacortes esa noche, se quedó en un hotel cercano al aeropuerto. Su cuarto estaba en el tercer piso y tenía vista a un jardín con atrio lleno de coloridas plantas tropicales. Cansada del viaje, llamó al servicio a la habitación y ordenó una hamburguesa, luego hizo un jarro de café. Cuando terminó de comer, se tomó una ducha y se fue a la cama.

    La mañana siguiente, durante el desayuno, Skye consultó su mapa de ruta, trazando su camino hacia el norte. La recepcionista del hotel le dijo que le tomaría por lo menos dos horas, dependiendo del tránsito, manejar las setenta y algo de millas a Anacortes.

    Como le sobraba tiempo, decidió pasar la mañana explorando. Encontró un estacionamiento cerca de la terminal de ferry en Alaskan Way. Hizo una pausa para admirar la fuente antes de caminar por la First Avenue hacia el mercado Pike Place. Al observar, vio que muchas de las tiendas estaban cerradas. Cuando llegó a Westlake Centre, vio al monorriel que iba hacia Space Needle. El clima era amable con ella, a diferencia de su visita anterior, en la cual el cielo estaba todo nublado. Hoy, casi no había una nube visible, a pesar de que estuviera algo fresco.

    Los paisajes que se veían en el muelle eran encantadores, había valido la pena subirse al ascensor exprés. Lejos, abajo, se podía ver cómo un ferry del estado se dirigía hacia una de las islas de Puget Sound. Había algunos botes pequeños en Elliot Bay que tomaban ventaja del buen tiempo. Echó un vistazo a través de la bahía, pensando en Michael, hasta que el grito de una gaviota la despertó de su ensueño.

    Molesta al dejar que Michael se entrometiera en sus pensamientos una vez más, bajó con el ascensor a planta baja. Aceleró su paso y caminó por Broad Street hacia Alaskan Way, pasando el acuario y el Omnidome hasta llegar al restaurante Ivar’s con vista al mar. Encontró una mesa que tenía vista hacia la bahía y ordenó un bol de almejas y un pocillo de café.

    Luego de comer, regresó al auto y se fue de la ciudad. De acuerdo a su libro guía, la parte concurrida de Anacortes fue fundada en 1877. Los astilleros, las procesadoras de mariscos, y el turismo, contribuían a la economía local. Paisajes espectaculares, junto con bienes inmuebles exclusivos, alquiler de yates, puertos deportivos, hicieron que tanto los residentes como los visitantes viniesen al área. A juzgar por el número de autos caros que vio en el pueblo, Skye no tenía duda de que la guía tenía razón.

    El ferry que iba a Friday Harbor salía a las ocho de la mañana siguiente, y el agente de viajes le había recomendado que se quedara en una posada cercana a la terminal. Cansada del viaje, cenó solitariamente en el comedor del hotel antes de dar la noche por terminada.

    Un poco tiempo después, se deslizó entre las sábanas blancas y frescas de la cama queen y se acomodó entre los almohadones. Estaba cansada, cansada hasta los huesos. Dando un profundo suspiro, se quitó una lágrima subrepticia de sus ojos.

    — ¿Dónde nos equivocamos, Michael? ¿Por qué no me pudiste hablar? ¿Por qué tuviste que lastimarme de la manera en que lo hiciste?

    CAPITULO DOS

    La mañana siguiente amaneció fría y gris; el nivel de nubes era tan bajo que la montañas majestuosas del Noroeste Pacífico estaban completamente fuera de vista. Solo un par de autos esperaban a que el ferry llegara, y parecía que éstos les pertenecían a residentes locales y personas de negocios. Los turistas llegarían más tarde, cuando el tiempo mejorara.

    Skye trabó el auto y subió las escaleras hacia la cubierta principal. El aroma a café la hizo ir hacia una cafetería pequeña. Compró una taza y la llevó afuera, a la cubierta de observación.

    Mientras el ferry se dirigía hacia las islas, la visibilidad se incrementó gradualmente, dejando que el sol filtrara de allí por acá. Asombrada ante el paisaje que se desenvolvía ante sus ojos, se preguntaba por qué a alguien le gustaría acostarse en una playa soleada todo el día, al poder disfrutar de un escenario como ese.

    Pronto, Friday Harbor se hizo visible. Era mucho más pequeño de lo que Skye había imaginado, y estaba sorprendida ante la cantidad de botes, con sus mástiles imposiblemente altos que llenaban cada litera. Las Islas San Juan eran la meca para los turistas que venían en un ferry desde Anacortes o Canadá, o en sus propios yates, navegando en los puertos pintorescos que manchaban las islas.

    Skye encontró una agente inmobiliaria al lado de una calle, justo camino hacia la terminal de ferry. Con las formalidades ya completadas, con la llave de la cabina en su bolsillo, y un mapa detallado en su mano, ella partió una vez más.

    Los caminos estaban desiertos, y los únicos vehículos que pasaban eran camiones que llevaban pescado del norte de la isla hasta la terminal de ferry. A Skye le pareció que manejar en este pueblo aislado era mucho más fácil que en Seattle o en la Interestatal. Su salida vino a la vista, cruzó la autopista, y señaló su giro hacia el camino privado.

    La cabaña era todo lo que ella esperaba y más. Construida completamente de madera, estaba a doscientas yardas de la costa y a una milla de la autopista. Un camino iba desde la cabaña hasta un muelle de madera pequeño. Con ansias por explorar, Skye puso una bolsa de compras sobre la mesa de la cocina y rápidamente se hizo una taza de café. El resto de su equipaje podía esperar. No quería más que respirar el aire fresco y saborear la vista antes de desempacar y acomodarse en lo que sería su hogar por el mes siguiente.

    Envolviendo una silla de la cocina con su chaqueta, llevó su taza caliente hacia el muelle y se sentó. Se sacó los zapatos, y estaba a punto de meter los dedos de los pies en el agua profunda y azul, cuando una voz muy masculina le gritó.

    — No haría eso si fuera tú. El agua está bastante fría en ésta época del año. —Sorprendida, ella se giró y miró los árboles. La voz parecía emanar de las profundidades del pinar. Ella entrecerró los ojos hacia la luz de las primeras horas de la tarde, y vio a un hombre salir de entre los árboles. Él era alto, muy por encima de los seis pies, con un cabello negro como el color de un cuervo, y tenía la sombra tenue de una barba. No podía ver sus ojos, pero ella tenía el presentimiento de que serían intensos y azules, como el hielo glacial.

    Un estremecimiento corrió por su espalda. La cabaña estaba aislada. Ella consideró sus opciones mientras la figura alta se acercaba. Si él resultaba ser alguien molesto, ella siempre podría empujarlo hacia el mar, y correr hacia la seguridad de la cabaña.

    El extraño se detuvo simplemente a un pie de ella, haciendo que ella lo mirara desde abajo.

    Él sonrió. — Perdón por sorprenderte, señorita, pero no estaba seguro en si estabas planeando en sacarte algo más aparte de tus zapatos.

    La boca de Skye se abrió, pero no emitió ni una sola palabra.

    — Porque si lo estabas, solo tendrías treinta minutos antes de que te agarre la hipotermia. Y siendo un caballero, siento la obligación de rescatarte. Lo cual sería una pena, porque planeaba irme a casa y cocinar este pescado para el almuerzo.

    Tosiendo y escupiendo, Skye se atragantó con su café. Un pescado era más importante que salvar a alguien que se estaba muriendo congelado. Inclinó su cabeza para mirarlo con mayor detalle, y vio que había tenido razón acerca de sus ojos. Aquí había un hombre que no tenía paciencia para los tontos. Bueno, ¡podía irse por donde llegó y llevarse su pescadito consigo!

    — No tengo intención de quitarme otra cosa que no sean mis zapatos. El pensamiento de ir a nadar no se me había pasado por la cabeza, pero ahora que lo mencionas, no es una mala idea. Con respecto a rescatarme, lo dejaré para otra ocasión. Debería agregar que lo que yo haga no te incumbe. Entiendo que esto es propiedad privada. ¿Puedo preguntar qué es lo que estás haciendo merodeando por aquí, asustando a la gente?

    — Vaya, vaya que estamos quisquillosos. ¿Qué ocurrió? ¿Alguien te despertó demasiado temprano? —Los helados ojos azules brillaron. Había el rastro de una risa en su voz.

    Sintiéndose desventajada, Skye se levantó con un movimiento fluido. Ni una sola pulgada de su contextura de cinco pies con tres pulgadas le daba algo de seguridad en sí misma. Casi le llegaba a la altura del pecho, un pecho sobre el cual a varias mujeres les agradaría acurrucarse. De cerca, él no parecía tan intimidante, impresionante sería un adjetivo mejor. De hecho, ella podía pensar en muchos adjetivos para describirlo; incluyendo buenmozo, robusto, sin mencionar ofensivo y arrogante. Este hombre podría frenar el tránsito en Londres, pero allí,

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