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Mas que hermanas
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Libro electrónico180 páginas2 horas

Mas que hermanas

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Información de este libro electrónico

Aquella mujer podría transformar su casa en un hogar…
El rico empresario Gino di Bartoli no sabía decir de qué se trataba, pero sin duda algo había cambiado en la afamada horticultora que había contratado para que le arreglara el jardín. De pronto "Rowena" parecía más sexy, más afectuosa y más vivaz… ¡y lo atraía enormemente!
Pero lo que era más importante era que había conectado a la perfección con su hijita, que había vuelto a reír. ¿Se atrevería a poner en peligro la felicidad de su pequeña para descubrir la verdad sobre "Rowena"? ¿Se atrevería a creer que la impostora que tenía viviendo bajo su techo era en realidad la mujer perfecta para él?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 ago 2017
ISBN9788491700869
Mas que hermanas
Autor

Lilian Darcy

Lilian Darcy has now written over eighty books for Harlequin. She has received four nominations for the Romance Writers of America's prestigious Rita Award, as well as a Reviewer's Choice Award from RT Magazine for Best Silhouette Special Edition 2008. Lilian loves to write emotional, life-affirming stories with complex and believable characters. For more about Lilian go to her website at www.liliandarcy.com or her blog at www.liliandarcy.com/blog

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    Mas que hermanas - Lilian Darcy

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2006 Melissa Benyon

    © 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Más que hermanas, n.º 2062 - septiembre 2017

    Título original: Sister Swap

    Publicada originalmente por Silhouette® Books.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9170-086-9

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    MAMÁ, ¿así que ha estado encerrada en esa habitación de hotel desde hace dos días hasta que tú pudieras llegar? –dijo Roxanna– ¿Porque tiene demasiado miedo de salir sola?

    –¡Esto va a arruinar su carrera, Rox! –contestó la madre de Roxanna por teléfono. Llamaba desde Londres, desde un hotel cerca del aeropuerto de Heathrow, pero se la oía como si estuviera en el edificio de al lado y lo suficientemente claro para notar su angustia.

    –Mamá, ¡va a arruinar su vida! Necesita asistencia. Es un grave trastorno de ansiedad, y está empeorando. Tiene que darse cuenta.

    –Tienes que volar a Italia y sustituirla en la propiedad de la familia Di Bartoli. Es un proyecto importante, y lo necesita en su curriculum. No puede dejar que se convierta en un desastre después de todo el trabajo y estudio que le ha dedicado.

    –¡Sí, claro! Sustituirla porque… como sé tanto de rosas antiguas y restauración de jardines históricos… ¡No puedes estar hablando en serio!

    Rox no sabía casi nada de la materia, tal y como sabía su madre. Ella era cantante… bueno, una camarera con un título de profesora de música del que nunca había hecho uso, pero no tenía intención de ponerse a analizar ese asunto ahora.

    –Sustituirla porque yo soy una de las pocas personas en el mundo que puede distinguiros –dijo su madre.

    –Peso ocho libras más que ella, y tengo unos pulmones más fuertes.

    –Nadie nota eso. Especialmente cuando no saben que Rowena tiene una hermana gemela idéntica.

    –Cierto. ¿No ha mencionado mi existencia a la familia Di Bartoli?

    –No, dice que no lo ha hecho. Cariño, Rowie ha prometido que si haces esto por ella, se someterá a tratamiento. Incluso ella se da cuenta de lo que lo necesita ahora.

    Rox cerró los ojos buscando consejo en sus adentros.

    ¿Cómo podía decir que no? Tal y como le había recordado su madre, ella y Rowena eran gemelas idénticas. Tenían un fuerte y complejo vínculo de por vida, y era importante para las dos. Habían seguido caminos diferentes, debido a la mayor fragilidad de Rowena al nacer y después, pero el vínculo ni se había debilitado ni había cambiado.

    Rowena, en particular, tiraba mucho de ello. No sería la primera vez que Roxanna le sacara las castañas del fuego. La diferencia era que esa vez, gracias a Dios, Row reconocía que necesitaba ayuda profesional.

    Bueno, había un par de diferencias más. En primer lugar, Rox nunca había tenido que cruzar el Océano Atlántico para suplantar a su hermana. En segundo lugar, su agenda no estaba… mmm… tan apretada ahora, algo bastante inusual, así que no podía alegar ningún compromiso previo.

    Había perdido su trabajo de camarera el viernes anterior por su audición, que se había retrasado tres horas. Afortunadamente, no iba a incurrir en grandes deudas por ello, ya que su nivel de gastos era muy bajo. Después de su divorcio a finales del año anterior, se había mudado a casa de sus padres en el norte de Nueva Jersey para cuidar de la casa mientras ellos probaban suerte en Florida después de jubilarse.

    Una pequeña anotación: no consiguió ser seleccionada en la audición, pues el estrés causado por el divorcio aún estaba afectando a su voz.

    O quizá su voz no fuera lo suficientemente buena.

    Ésa fue la razón número diecisiete de la lista de veintiuna que su ex marido, Harlan, le había dado para justificar que había sido su culpa que él hubiera iniciado una aventura y la hubiera abandonado. «Tu voz no es ni la mitad de buena de lo que crees».

    –¿Así que subirás a Rowena en un avión de vuelta de Londres y le buscarás un terapeuta en Florida? –le preguntó Rox a su madre. No tenía sentido conseguirle un tratamiento a Rowie si no lo hacían todo correctamente–. ¿Te ocuparás de ella hasta que haga algún progreso? ¿Te asegurarás de que no huya de la terapia?

    –Parece el mejor plan. El único plan posible. Fue la confusión de sentimientos sobre Francesco Di Bartoli la que inició este ataque de pánico, pero ha ido más allá de lo racional esta vez. Si no puede ni abandonar la habitación del hotel por ella misma, probablemente no podrá ni volver a Italia.

    –¿Y que le ha contado a la familia Di Bartoli de todo esto?

    –Que se ha retrasado en Inglaterra pidiendo las rosas, pero que podría estar de regreso en la Toscana en un par de días. Nada sobre los problemas subyacentes. Así que, por supuesto, tendrás que volar a Roma vía Londres para que el signor Di Bartoli no te recoja de un vuelo procedente de un continente que no se corresponde.

    –No puedo hacer esto, mamá. Francesco se dará cuenta.

    –Sí puedes hacerlo. Tienes que hacerlo. Él no se dará cuenta. No sabe que existes, y no conoce a Rowena desde hace tanto tiempo. Siendo tu propia hermana, no te resultará muy difícil suplantarla. Rowena está trabajando en su ordenador portátil ahora mismo, recolectando todas sus notas e imprimiendo todos los detalles que necesitas saber, además de todos los libros y notas que se han quedado en Italia. Y podéis hablar por teléfono. Siempre has esperado hasta el último momento para empollarte tus exámenes. Esto no será muy diferente.

    Probablemente su madre tenía razón.

    Harlan también había mencionado eso. Razón número doce. «Siempre dejas todo para el último momento».

    –De acuerdo –le dijo a su madre–. Pero sólo porque ha prometido someterse a tratamiento. Llamaré a las aerolíneas y me iré en el primer vuelo que encuentre –siendo una persona que siempre dejaba las cosas para última hora, se sentía cómoda viajando con tan poca antelación.

    –¿Esta noche? –preguntó su madre. Era lunes por la mañana en Nueva Jersey, lunes por la tarde en Europa.

    –Lo intentaré.

    –Llámame cuando tengas la información. Así podré hacer planes para Rowie y para mí. Tendremos que verte en Londres para que pueda darte la información sobre el proyecto de jardinería.

    Dos días después, Roxanna llegaba a Roma, vestida con la cuidada ropa de trabajo de su hermana, pero sintiéndose por dentro completamente como ella misma. Dispersa (razón número cinco), mal arreglada (razón número catorce) y, como mencionaba la razón número doce, mal preparada.

    –Pía, quédate junto a papá –dijo Gino a su hija de cuatro años en italiano.

    Ella le tiraba de la mano, ávida por explorar la atestada terminal del aeropuerto. Él la sujetó con más firmeza, sabiendo lo que iba a ocurrir a continuación, y sin tener ni idea de qué hacer sobre ello.

    «No puedo lidiar ahora con una de sus rabietas».

    Pía tiró más fuerte. En su cara se veía la expresión de cabezonería, sus pulmones se estaban llenando de aire para empezar a gritar, a dar patadas y tirarse por los suelos. La señorita Cassidy, la niñera inglesa de Pía, se pasaba horas aguantando las rabietas. Jamás se rendía. Por el contrario, cuanto más gritaba Pía, más estricta se ponía, hasta que finalmente Pía se cansaba y se dormía de agotamiento.

    «Yo no tengo ni el tiempo ni la paciencia para eso ahora. Dios ayúdame, ¿qué le pasa a la niña?».

    ¿Cómo podía una mujer tan perfecta como Angele, serena, tranquila y competente en todo lo que hacía, haber dado a luz a una niña tan difícil?

    De repente, como si hubiera tomado la decisión incluso antes de ser consciente de ello, soltó la mano de su hija y la vio revolotear entre los abrigos de entretiempo y los trajes de aquéllos que esperaban la llegada del vuelo de Londres. Los pasajeros habían empezado a salir. Mientras Rowena Madison no fuera una de las últimas en salir del avión, podía mantener un ojo sobre Pía, y no perderla.

    Sólo había visto a Rowena unas cuantas veces, pero estaba seguro de que la reconocería enseguida. Siendo el director ejecutivo en Roma de la empresa de cosméticos de la familia Di Bartoli, había organizado la primera entrevista con ella sobre la restauración del jardín, y había asistido a un par de encuentros posteriores para discutir los planes. Las relaciones públicas y la supervisión del día a día de la propiedad de los Di Bartoli se la habían delegado a su hermano menor Francesco, de treinta y tres años.

    Aparentemente, sin embargo, Francesco se había tomado la parte de relaciones públicas demasiado en serio. Tenía una prometida encantadora y excepcionalmente apropiada en Roma, pero eso no le había impedido pedirle a Rowena tener una aventura en la Toscana. Según Francesco, la vacilación de Rowena tan sólo había conseguido acentuar su deseo.

    «Sí, bueno, como cabría esperar», pensó Gino irónicamente. Francesco siempre había perseguido aquello que no podía conseguir fácilmente. Había desperdiciado gran parte de su vida de ese modo.

    Y Gino no iba a dejar que echase a perder la posibilidad de un buen matrimonio por una estúpida aventura pasajera con una experta en horticultura americana que no parecía saber si lo deseaba o no. Sin importar que fuera doctora Madison gracias a su tesis doctoral sobre diseño de jardines en le Europa del siglo XVII.

    ¿Dónde estaba Pía?

    Su corazón empezó a palpitar de repente mientras miraba a su alrededor invadido por el pánico. No la veía. La tenía que haber vestido con algo más llamativo esa mañana. Pero no había mucha ropa llamativa en su armario. La señorita Cassidy, al igual que Angele, prefería ropa infantil de exquisito diseño francés en los mismos colores neutros, azul marino, gris y crema, que llevaban la mayoría de los adultos en el aeropuerto. Estaba camuflada de una manera tan…

    Ah. Ahí estaba. Sana y salva. Observando intensamente a una mujer peleándose con la rueda atascada de su maleta.

    Y allí estaba Rowena Madison.

    Aún no lo había visto. Estaba escudriñando entre la gente con los ojos entrecerrados, y mordiéndose el labio inferior con los dientes como si estuviera nerviosa por si él no había acudido. No sabía lo que se enorgullecía él de su formalidad.

    Él levantó una mano haciendo una señal, sonrió y la llamó por su nombre. Ella lo vio, y una sucesión de extrañas expresiones se dibujaron en su cara, casi como si alguien estuviera probando una serie de salvapantallas diferentes en un ordenador.

    No tenía ni idea de lo que Francesco veía en ella, a parte de lo guapa que le hacían esos ojos azul intenso, la pálida piel cremosa y el largo pelo oscuro recogido de forma informal. A Gino siempre le parecía tan remilgada e insulsa, como la pasta cocida hasta hacerse una masa blanda, en lugar de al dente, comestible, pero no apetitosa.

    Ella se abrió paso hacia él entre la muchedumbre, sin aliento y con su maleta de ruedas rodando lenta y ruidosamente tras ella. Llevaba un elegante traje de chaqueta color crema con una blusa de seda blanca debajo. La blusa no se veía tan cuidada como el traje. Uno de los botones de en medio se había desabrochado, mostrando la parte inferior de un sujetador de encaje blanco y un poco de piel entre sus costillas.

    –¿Francesco…? –no era siquiera una pregunta.

    –… no pudo venir –contestó Gino en su inglés casi perfecto. No se disculpó en nombre de su hermano, puesto que no era culpa de su hermano.

    Prácticamente le había ordenado a Francesco que se quedara en Roma para enfriar su cabeza, mientras él mismo asumía la labor de trabajar con Rowena en el jardín. Podía gestionar los negocios de Di Bartoli desde la propiedad familiar de la Toscana durante unas semanas, y quería sacar desesperadamente a Pía de Roma.

    Para ver si eso obraba algún cambio en sus rabietas.

    Para ver cómo se comportaba en ausencia de la niñera inglesa, a quien Angele siempre había puesto por los cielos.

    Para conocer a su hija.

    –Francesco no pudo venir –repitió Rowena. Su voz sonaba algo más ronca, profunda y sonora de lo que recordaba, como cansada por la mala calidad del aire durante el vuelo. O quizá tuviera un

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