Un paso en falso
Por Emma Richmond
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Sara sabía que estaba profundamente enamorada de su marido, pero la actitud fría, distante y reservada de Jed le hacía pensar que él ya no la amaba.
Después de unas semanas de formal convivencia, la situación se volvió intolerable para ambos y llegó la ruptura de la pareja. Uno de los dos debía tomar una decisión, pero, ¿quién? ¿Podrían, al fin, superar aquella crisis y darle otra oportunidad al amor?
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Un paso en falso - Emma Richmond
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Emma Richmond
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un paso en falso, n.º 1151- abril 2021
Título original: Marriage for Real
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1375-444-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
SARA trataba de controlar las ganas de llorar, mientras observaba desde arriba al hombre que luchaba por bajar las escaleras. Era John Erskine Dan, Jed para ella, su marido. Había en él una determinación envidiable y feroz, una negación rotunda a permitir que el dolor de la pierna pudiera con él. Pero, ¿cuánto espacio podría recorrer ese día? ¿Hasta dónde podría llegar? ¿Hasta el cruce?
Lo quería, y lo quería tanto que hasta le dolía lo que sentía. Pero amarlo así no servía para quitarle el dolor, ni para borrar lo sucedido.
No podía culparlo por el modo en que se estaba comportando. No era culpa suya. Nada de aquello lo era.
Al desaparecer a lo lejos, Sara se quedó mirando el lago. La lluvia rizaba la superficie y se colaba entre las ramas de los árboles.
El médico le había dicho que debía de tener paciencia. Pero ya habían pasado seis semanas, casi siete y todavía sentía aquellos arrebatos repentinos en que el llanto fluía por sorpresa, y aquel intenso dolor en el pecho.
Quizás deberían de haber vuelto a Bavaria para estar con sus amigos. Pero a Sara le habría resultado difícil soportar las miradas compadecidas y el exceso de amabilidad. Al menos, allí no conocía a nadie. Jed sí, pues había crecido en aquel lugar.
—¿Necesita que haga algo más, señora Dane?
El suave acento escocés la sobresaltó, pero no se volvió.
—No, gracias, señora Reeves.
—Entonces, me voy.
—Bien.
La puerta se cerró y ella continuó mirando por la ventana. En aquel lago no había monstruos, los monstruos solo estaban en su cabeza. Tenía que lograr superar todo aquello…
La señora Reeves debía de pensar que era fea e insignificante. Lo más probable era que compadeciera a Jed por tener una esposa así. Sara habría querido poder decirle que no era así, que no siempre tenía ese aspecto patético y desaliñado, pero no acertaba a encontrar el modo de dar aquel tipo de detalles a alguien que no se los habría preguntado jamás.
Habría otros bebés, se decía una y otra vez. La próxima vez todo iría bien. Pero, ¿cómo iba a haberlos, cuando su marido dormía en otra habitación? ¿Cómo podría haber una próxima vez, si él ni siquiera se dignaba a hablar con ella?
Aquellos momentos de cariño, aquellas risas juntos parecían pertenecer a otra vida. Y, sin embargo, Sara todavía podía recordarlas. Se veía a sí misma feliz, confiada…
Sara tenía el pelo castaño claro y rizado, y le enmarcaba el rostro pequeño y aniñado. A pesar de su aparente fragilidad, de su figura delgada y fina, era una mujer fuerte. Siempre había sabido lo que quería y, en aquel momento, lo que quería era a Jed. No lo quería de un modo frío y calculador, no había intentado atraparlo. Desde el primer momento en que lo había visto, había querido que fuera suyo.
Después de acabar sus estudios, se había dedicado a viajar durante tres meses, con el dinero que su abuela le había cedido generosamente. Había recorrido Norte América, el lejano Oriente, China, Colombia, Australia y, después, había regresado a Europa.
Casi rubia y bronceada por el sol de las antípodas, había viajado a Bavaria, donde había conocido a Jed.
—¿Qué he ganado qué?
—Un viaje en globo.
—¿Un viaje en globo?
—Sí —dijo el joven sonriente, con aquellos ojos de un azul intenso, llenos de luz—. ¿Estás preparada?
—¿Preparada? —preguntó sorprendida—. ¿Pero es ahora?
—Sí, ahora mismo.
—Si acabo de llegar.
—Lo sé —le agarró la bolsa y echó a andar en dirección a un Land Rover que tenía el dibujo de un globo en un lado. Sara lo seguía divertida por la situación. De pronto, se echó a reír. Aquello era increíble.
—¿Nerviosa? —preguntó él.
—No —respondió ella—. Más bien atónita. ¿Y cómo puedo saber que lo que dices es verdad?
—Porque enseguida verás el globo y a un montón de gente —él sonrió, metió la marcha y arrancó el coche.
—Puedes dejar la maleta en el coche —dijo con absoluta firmeza, dando por hecho que iba a cometer la locura de subirse al globo.
Sara tomó la cámara y la riñonera con su dinero y su pasaporte.
—No he comprado un número de rifa ni nada por el estilo —dijo pensativa.
—No, claro que no. Pero tenemos un sitio de sobra y queríamos ofrecérselo a alguien. Te hemos visto bajar del autobús y nos has parecido el tipo de persona dispuesta a divertirse con algo así.
—Sí, y es verdad, pero…
El globo se erigió ante ellos, y Sara se sorprendió de su tamaño. Era mucho más grande de lo que había esperado.
Le presentaron al resto de los pasajeros, a la navegante y al piloto. Todos hablaban muy bien inglés, lo que agradecía, pues no hablaba una palabra de alemán. Les contaron lo que debían hacer en diferentes situaciones, incluyendo la posición que debían adoptar si el globo aterrizaba forzosamente. Tenían que bajar la cabeza cuando el globo se inflaba. No le extrañaba que el piloto y la navegante llevaran sombreros, el calor era muy fuerte.
El globo comenzó a ascender, lenta y silenciosamente. De un modo casi imperceptible, se fue alejando de la tierra.
Les permitieron ponerse de pie, una vez que el globo estuvo completamente hinchado, y todos miraron hacia abajo. Se elevaban con suavidad, y el paisaje, lleno de sombras y luces, se divisaba colorido y hermoso desde allí. Siempre había querido conocer Bavaria y, sin duda, aquel era un modo estupendo de hacerlo.
El conductor que la había llevado hasta allí, los saludó desde abajo, y todos respondieron como niños entusiasmados.
Sara tenía una extraordinaria sensación de paz que no había vivido nunca. Aparte de los pequeños intervalos en los que la llama ardía violenta, solo había silencio. Se oyó un perro a lo lejos y Sara sonrió. Nadie hablaba. Era un momento de armonía y vacío sonoro que nadie quería romper, un momento para pensar, para reflexionar sobre la insignificancia del ser humano.
Se movieron lentamente en la cesta, cediéndose lugares, para que todos pudieran tomar fotografías y disfrutar de la mejor vista. El piloto comenzó a explicar en alemán y en inglés dónde estaban, mientras señalaba los diferentes pueblos que se veían en la distancia.
Sara apenas si prestaba atención, sumida en la maravillosa sensación de disfrutar de aquel intenso azul del cielo al anochecer. Habría sido capaz de estar allí para siempre, sintiéndose libre. Trataba de imprimir todo aquello en la memoria, como un recurso para mantener aquella sensación eternamente.
La hora que les habían concedido pasó deprisa y el sol desapareció en el horizonte. Les pidieron que sujetaran bien los monederos y todas sus pertenencias, pues estaban a punto