ISADORA DUNCAN
No hubo sutilezas al dar a conocer la noticia. “Isadora Duncan, arrastrada por una mascada desde un auto, ha muerto”, publicó The New York Times el 15 de septiembre de 1927. “La bailarina fue lanzada al camino mientras se dirigía a Niza y se fracturó el cuello… Tuvo una premonición de su muerte”. A continuación, el texto citaba unas palabras de Duncan: “Tengo miedo de que pueda ocurrir un accidente”. Aquella nota hablaba de su afección por los diseños extravagantes, de la inmensa mascada de seda iridiscente que llevaba aquel día y que pasó de objeto de lujo a arma mortal. “Es el final de una vida llena de lastimosos episodios”, apuntó el diario, que más tarde giró en torno del suicidio de su marido, la trágica muerte de sus hijos y los rumores de un nuevo matrimonio. Con excepción de un par de líneas, apenas y se hicieron apuntes de su trabajo. Y eso que ella revolucionó el mundo de la danza.
Isadora Duncan, una mujer libre, feminista y dueña de ideas mucho más avanzadas que su época, habría lamentado la pobreza de ese perfil póstumo.
LAS AGUAS NUNCA ESTÁN EN CALMA
Nacida en San Francisco en 1877, Isadora se supo distinta desde pequeña. Esa. La aquejaba, también, una gran crisis espiritual, al tiempo que la niña que llevaba en el vientre se movía con violencia. “No será normal”, decía su madre. Isadora platica en sus memorias que desde entonces bailaba, y una vez que vio la luz no hizo más que mover sus manos con frenesí. Atribuía esa ansiedad por expresarse por medio del movimiento al hecho de haber nacido junto al mar. “Mi existencia y mi arte brotaron del mar”, apuntó en , su libro de memorias, lleno de una inmensidad bella y profunda, muchas veces violenta y peligrosa. Y justo así, como el mar, sin la poesía de fijarse sólo en los oleajes rítmicos y suaves, fue la vida de una de las bailarinas más importantes en la historia.
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos