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Un amor de otro tiempo
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Un amor de otro tiempo
Libro electrónico203 páginas3 horas

Un amor de otro tiempo

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María Aragón, una joven y bella mujer de origen mexicano que pertenece al siglo XXI, es transportada en el tiempo al siglo XVI, al año de 1550, a la localidad de Sanabria, Zamora, perteneciente al reino de Castilla y León, España. Ahí vivirá una serie de acontecimientos que decidirán su destino los cuales la llevarán a emprender un viaje a Valla

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento27 ago 2021
ISBN9781640869370
Un amor de otro tiempo

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    Un amor de otro tiempo - Janeth Herrera

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    UN AMOR DE OTRO TIEMPO

    JANETH HERRERA

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos e imágenes fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable por los derechos de los mismos.

    Publicado por Ibukku

    www.ibukku.com

    Diseño y maquetación: Índigo Estudio Gráfico

    Copyright © 2021 Janeth Herrera

    ISBN Paperback: 978-1-64086-936-3

    ISBN eBook: 978-1-64086-937-0

    ÍNDICE

    CAPÍTULO I

    LA LLEGADA A ZAMORA

    CAPÍTULO II

    LOS MILAGROS DE MARÍA

    CAPÍTULO III

    EL VIAJE A VALLADOLID

    CAPÍTULO IV

    EL REENCUENTRO CON SU ALMA GEMELA

    CAPÍTULO V

    EL DESTINO DE DIANA

    CAPÍTULO I

    LA LLEGADA A ZAMORA

    Ecos de voces lastimeras que resuenan del pasado, un pasado manchado con sangre y sufrimiento por la conquista española y lazos inquebrantables que unen a dos naciones a través del tiempo, portales que se abren entre dos mundos que se hicieron uno solo.

    El siguiente relato podría pasar desapercibido porque no trascendió en la historia, pero eso no significa que no sea menos real. Imaginemos el mundo actual lleno de infinitas posibilidades y acontecimientos inexplicables.

    Era el otoño de 1550 en el reino de Castilla y León en España; se alzaba majestuoso el Palacio Real de Pimentel en la provincia de Valladolid, con una hermosa arquitectura palaciega estilo gótico, digno de la época renacentista del siglo XVI. El palacio estaba construido con adobe y tapial, una gran ventana sobresalía situada en la esquina del palacio decorada con motivos escultóricos; la decoración de la ventana pertenecía al estilo plateresco y en ella surgían de un modo caprichoso tallas de seres que tienen mezcla de hombres, animales y plantas.

    Las hojas de los árboles caían al vaivén como cada otoño, un gélido viento inundaba las calles de terracería de Valladolid, anunciando el duro invierno que se avecinaba, tal vez el más frío que hasta entonces se había sentido. Los cocheros pasaban con sus carruajes trayendo a bordo a damas de la alta sociedad burguesa que lucían sus vestidos de época; destacaban con sus brillos sobre los terciopelos, sedas brocadas y ricos bordados a base de hilos de oro y plata, luciendo perlas y otras piedras preciosas.

    Las damiselas con sus rostros fatuos, engreídos y sin inmutarse miraban por las ventanillas del carruaje cómo desdichados marginados y harapientos pedían limosna y un trozo de pan en la plazuela de San Pablo.

    Heces de caballo dejadas sobre el suelo húmedo era el único alimento para una sociedad oprimida que tenía puesta su fe en el Dios católico, que suplicaba una mejor forma de vida, comida y sustento para sus familias, piedad por parte de los latifundistas para los esclavos y campesinos que trabajaban arduamente las tierras de sol a sol en condiciones miserables y con torturas dignas del medievo.

    Los campesinos, que en ese entonces tenían sembrado trigo, cebada y remolacha, temían por sus sembradíos, ya que se veía venir un temporal frío que podría echar a perder sus cosechas. Tanto campesinos como artesanos vivían en la extrema pobreza; mientras tanto, la burguesía, la nobleza y el clero ostentaban lujos que no compartían con el vulgo.

    El trono de la corona de Valladolid estaba ocupado por el rey Carlos I, cuya esposa era la reina Isabel de Portugal; ambos eran padres del príncipe Felipe II, hijo primogénito de la pareja, hermano de María de Austria y de Juana de Austria; nieto, por vía paterna, de Juana I de Castilla y Felipe I de Castilla, y de Manuel I de Portugal y María de Aragón por vía materna. Felipe, en un futuro no muy lejano, se convertiría en rey.

    El príncipe Felipe, a sus 23 años cumplidos, se caracterizaba por un gran porte; poseía un rostro bello casi perfecto, tez blanca, cabello rubio y corto. Solía usar barba de candado; sus ojos grandes color de miel resaltaban su rostro; nariz aguileña, alto y fornido. Era considerado todo un galán de la época. Se convirtió en un gran seductor al que le apasionaban las aventuras amorosas. Era un gran bailarín y disfrutaba de las fiestas y la música.

    La historia lo llamaría en el futuro rey Felipe II, el Prudente; también la misma historia lo consideraría un rey con un corazón más duro que el de una piedra, más sus defensores lo verían como un arquetipo de virtudes, y sus enemigos, como un ser fanático y déspota.

    Felipe creció en un hogar donde se le inculcaron valores firmes, ya que fue criado bajo un régimen católico; tenía una moral intachable y desde niño mostró ser muy prudente en las decisiones que tomaba, aunque al paso del tiempo, al crecer, su carácter era más bien extrovertido. Poseía conocimientos en esgrima, equitación y latín, haciéndose aún más deseable para las mujeres cortesanas de la época.

    El príncipe tuvo una infancia solitaria; fue criado únicamente por su madre, ya que su padre siempre estaba ausente. Con la alianza del papa Clemente VII con el rey francés empeoró la situación política de Valladolid, absorbiendo la atención por completo del emperador Carlos I, lo que hizo imposible que el rey se encargara personalmente de la educación de su primogénito.

    Eso marcó la personalidad de Felipe, endureciéndolo y albergando sentimientos de rencor hacia su padre, haciendo que el príncipe se descarrilara y optara por llevar una doble vida: correcto y prudente ante la corte, mujeriego amante del burlesque y los burdeles de la época. El príncipe escapaba de la guardia real vistiendo harapos para pasar como indigente y poder escapar del palacio.

    Mientras que él gozaba de su juventud en grandes fiestas y comilonas celebradas dentro del palacio real, una espesa bruma blanquecina, como neblina, cubría todo el cielo de Valladolid. Había un clima gélido y las hojas de los árboles estaban húmedas por el rocío.

    Las personas del pueblo se refugiaban en sus casas sin prestar atención al fenómeno que se cernía en sus narices en ese momento.

    De pronto, el cielo se despejó y sobre él se extendían unas nubes coloridas, como la puesta de un arcoíris; parecía un espectáculo magistral: luces de colores que iluminaban los cielos en esa tarde del 2 de noviembre del año 1550.

    En ese preciso momento, a la misma hora del día en el otro extremo del mundo, en el continente americano, en la Ciudad de México conquistada precisamente por el mismo rey Carlos I en 1519 a través de su emisario Hernán Cortés, llamada en ese tiempo por los españoles la Nueva España, sucedía un fenómeno similar en los cielos que sacudiría la vida de dos grandes amantes por siempre y que cambiaría el curso de la historia.

    Era el día 2 de noviembre del 2021; en cada rincón de la República Mexicana se disponían a celebrar el Día de Muertos, tradición antiquísima, pasada de generación en generación, donde se rinde tributo a los muertos, con grandes altares alzados en cada Estado y en todo el país.

    Los altares se adornan con comida, flores y retratos de los difuntos para recordarlos; una gran algarabía se vivía ese día, las personas asistían a los panteones para llevar flores de cempasúchil y coronas. Se respiraba en el aire una ola de misticismo propia de la temporada.

    En el Estado de Nayarit, ese 2 de noviembre también había un clima gélido y el cielo estaba nublado con una neblina espesa que cubría todo el paisaje a su alrededor, especialmente a las faldas del cerro de San Joan o también conocido como Volcán de San Joan, ubicado en la capital del Estado.

    Mas en la cúspide del cerro se despedía una luz dorada incandescente, tan brillante como el mismo sol, y las nubes de una coloración tornasol, pero las personas absortas en las festividades del Día de Muertos las pasaron desapercibidas.

    Cuentan las leyendas de los ancestros, pasadas de generación en generación, que el cerro de San Joan posee un gran misticismo, historias que se quedaron impregnadas en la mente del colectivo de las personas en Nayarit.

    Según las leyendas de los ancestros, hace muchos años, tantos que se pierden en el tiempo, vivía un señor en una pequeña choza junto al cerro de San Joan y tenía varias vacas en un corral y siempre las llevaba a pastar a las laderas del cerro; cuando el hombre regresó a su choza y contó sus vacas se dio cuenta de que le hacía falta una.

    Esa misma noche preparó algunos víveres y se fue en búsqueda de su vaca, subió el cerro y caminó unos pocos kilómetros; miró hacia arriba y vio una cueva extraña.

    Entró en ella y al salir del otro lado de la cueva se encontró con un pueblo desierto que tenía una iglesia muy hermosa; se adentró en el pueblo y observó que había un arbolito lleno de hermosas y jugosas naranjas. Se metió a la iglesia y al salir cortó unas naranjas para su esposa.

    Cuando bajó del cerro regresó a su choza, notando que todo era extraño, había varias casas nuevas alrededor y cuando llegó a la suya, tocó la puerta y salió un joven de unos veinte años. El hombre preguntó por qué estaba en su choza, que él ahí vivía con su esposa y su pequeño hijo y enseguida le dio su nombre al joven, pero este contestó que estaba loco, ya que el nombre que le dio era el de su padre fallecido.

    En eso salió su esposa y al verlo, sorprendida, no lo podía creer; le dijo que todos lo habían dado por muerto, que lo habían ido a buscar y jamás lo encontraron. El hombre, más que sorprendido, intentó explicar que acababa de salir de su casa la noche anterior, pero que al ver a su hijo ya hecho un hombre cuando lo había dejado siendo un niño lo confundió más.

    Entonces, para probar lo que decía, el hombre le entregó las naranjas que había cortado para ella, pero tal fue su sorpresa al ver que estas se habían convertido en oro.

    Desde ese entonces se cuenta como tradición oral que en el cerro de San Joan se abre un portal a otras dimensiones cada cierto día del año, ya sea en los equinoccios de verano o solsticios de invierno, y también en la luna llena más cercana entre el equinoccio de otoño y el solsticio de invierno.

    Para la tradición celta, el 31 de octubre, festividad de Halloween o noche de brujas, que es también llamada por los celtas celebración del Samhain, también los días que siguen, el 1 y 2 de noviembre, el mundo de los vivos y de los muertos converge y se abren portales hacia otras dimensiones desconocidas.

    En la ciudad de Nayarit, el día 2 de noviembre, lucían las calles llenas de vendimias de comida de esquina a esquina en el centro, especialmente en las zonas con panteones cercanos, así como la venta de flores y de coronas adornadas con la imagen de la Guadalupana.

    Los comerciantes hacían su agosto, porque sabían que les iría bien con la vendimia, ya que la ciudad nayarita es fervientemente católica y tradicionalista. El tránsito, el vaivén de la gente que con prisas viajaba de un lugar a otro en los autobuses colectivos, visitando panteones y haciendo sus compras de flores y coronas, mientras el ruido de la ciudad ensordecía la mañana.

    Mientras tanto, María Aragón García, una joven mujer de 24 años, nativa de Nayarit, hija de padres mexicanos, pero con ascendencia española por su abuelo paterno, don Alejandro García, proveniente de Barcelona, España, se disponía a acudir a un panteón cercano para visitar a sus abuelos fallecidos. Su familia se solía reunir en el panteón hacia el mediodía hasta las 2 a 3 de la tarde.

    En los panteones mexicanos suele haber vendimias de comida y las personas acostumbran comer platillos típicos, dentro o fuera de ellos; las familias, conviviendo con sus muertos y recordándolos, les colocan ofrendas en sus altares o tumbas.

    Ella poseía una gran belleza desde su niñez, que deslumbraba a todos los jóvenes, suscitaba admiración por los varones y celos por parte del género femenino; era de tez blanca, un rostro hermoso, mejillas rosadas, ojos color verde avellana que cuadraban perfectamente con su nariz afilada y pequeña, cabello castaño claro y estatura de unos 1.65.

    Ese día se levantó con la inquietud de hacer ejercicio como todos los días y se puso su atuendo de ejercicio, unos leggins y una camiseta pegada al cuerpo, que dejaban ver su esbelta y envidiable figura con un cuerpo bien torneado.

    Viendo que tenía demasiado tiempo por delante decidió ir a un gimnasio, pero al ser un día festivo los gimnasios de la ciudad estaban cerrados y cruzó por su mente como segunda opción la idea de tomar un autobús colectivo que la llevara al cerro de San Joan, que era utilizado por la población para ejercitarse.

    La gente tenía la costumbre de subir el cerro hasta la cima y volverlo a bajar, porque no estaba muy lejos del centro de la ciudad; se situaba justo a las afueras de ella, a una distancia de 20 minutos.

    María en su mente programaba todas las actividades que haría en el día; no tenía pensado subir toda la cuesta del cerro hasta llegar a la cumbre, pues eso le llevaría horas. Se detendría a la mitad del camino y regresaría a casa para ducharse e ir al panteón a visitar a sus abuelos fallecidos; esos eran sus planes.

    Ella subió al trasporte público y se sentó a un lado de la ventanilla, mirando cómo el colectivo cruzaba la ciudad, escuchando en su celular mantras budistas para relajarse, que le proporcionaban una sensación de tranquilidad. Al escuchar mantras sentía una conexión con Dios y el Universo entero.

    Aparte de cuidar su figura, siendo vegetariana y practicante de yoga, era ambientalista; amaba, cuidaba, respetaba la naturaleza y los animales por sus creencias budistas.

    Creía firmemente en la reencarnación y era una autodidacta desde los 17 años mediante la lectura de libros de conocimiento, ya que a su corta edad había leído varios libros de metafísica y ocultismo.

    Le interesaban las culturas antiguas como la egipcia, griega y el Indostán, y creía firmemente en el destino y en la predestinación de las almas gemelas.

    Al ir creciendo y convertirse en una hermosa mujer ya había sido parte de grupos de conocimiento gnósticos y metafísicos; se identificaba con la psicología de Carl Gustav Jung y la relación de este con el conocimiento esotérico, lo cual la hizo especializarse en psicoanálisis.

    María creía en la predestinación de las almas gemelas y que en algún lugar del mundo se encontraba su alma gemela, esa persona que sería su otra mitad faltante.

    Los esotéricos creen que un alma gemela surge cuando un rayo de luz divina proveniente de la luz del infinito se parte en dos rayos de luz gemelos o iguales, atribuyéndoles una polaridad negativa y otra positiva.

    Y ese rayo de luz partido en dos tiene una polaridad femenina y otra masculina; al principio, en las dimensiones

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