Desde el Ayer: Novela Romántica
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La joven propietaria de la cafetería Sarah Bailey ha finalmente superado la misteriosa desaparición de su esposo de hace dos años y está esperando con ansias una nueva vida para ella como mujer soltera.
Ella no cuenta con conocer a Isaac Quinn, el multimillonario magnate de la tecnología, que se dispone a seducir a la preciosa Sarah.
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Desde el Ayer - Kimberly Johanson
Desde el Ayer
Novela Romántica Maelstrőm 1
Kimberly Johanson
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Desde el Ayer
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Kimberly Johanson
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Descripción
La joven propietaria de la cafetería Sarah Bailey ha finalmente superado la misteriosa desaparición de su esposo de hace dos años y está esperando con ansias una nueva vida para ella como mujer soltera. Ella no cuenta con conocer a Isaac Quinn, el multimillonario magnate de la tecnología, que se dispone a seducir a la preciosa Sarah. Incapaz de resistir la increíble conexión entre ellos, pronto comienzan una apasionada y sensual relación que rápidamente se convierte en noticia de primera plana en las columnas de chismes.
Su felicidad se ve empañada cuando Sarah atrae a un celoso acosador que le envía amenazas e Isaac comienza a preguntarse si su fama y su estatus han puesto a la mujer que ama en un terrible, terrible peligro…
Desde el Ayer
Si ella no hubiera estado pensando sobre la carta, Sarah Bailey no se hubiera sobresaltado tan violentamente cuando Molly gritó su nombre a través de la ocupada cafetería. Sarah perdió su balance, cayó fuertemente hacia atrás y se rio, avergonzada. Sintió unas manos deslizarse por debajo de sus brazos y levantarla sobre sus pies. Se volteó hacia su salvador y su estómago dio un vuelco. Su rescatador era alto, robusto, de muy corto cabello oscuro. Estaba vestido casualmente en jeans y camiseta pero ella podría decir que estaban ingeniosamente diseñados para lucir clásicos. Costoso, exclusivo. Sarah no podía evitar mirar a sus ojos de color verde oscuro, que se arrugaban en las esquinas en una sonrisa torcida, lo cual suavizaba su cara perfectamente esculpida. Su sonrisa se amplió mientras la sostenía y ella se tambaleaba, sus grandes manos se trasladaron a sus hombros para estabilizarla. Era tan alto, que ella tenía que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarle y de repente se sintió vulnerable, pequeña en su presencia.
‘¿Te encuentras bien, cariño?’
Oh Dios, su voz. Chocolate y sexo. Maldición. Sus manos sobre ella se sentían tan bien. Contrólate, Sarah se sacudió y le sonrió.
‘Gracias.’
Su sonrisa se ensanchó. ‘Fue un completo placer, preciosa.’
Sarah se enrojeció ante el cumplido y balbuceó otro gracias antes de recoger su bolso del suelo. Molly se encontró con ella en el mostrador.
‘Lo siento, cariño.’ Molly sonrió, sus ojos verdes entretenidos.
Sarah abrazó a su amiga. ‘No es tu culpa. Soy yo siendo torpe.’
‘¿Cómo estás?’
Sarah alzó su mano izquierda y los ojos de Molly se agrandaron.
‘Te has quitado tu anillo de boda.’
‘Decidí que hoy es el día en que sigo adelante. Dan o está muerto o me dejó. De cualquier forma, sé que no volverá.’ Sarah respiró profundamente y sonrió. ‘Nuevo día, nueva vida. Este sábado serán 2 años desde que se fue. Ya es tiempo, es todo.’
Molly la abrazó. ‘Me alegro.’ Ella se fue a servir a un cliente y Sarah entró a la trastienda. Sacó el sobre de su bolso. Sarah Bailey. Era la misma caligrafía que en los otros y ella supuso que contendría los mismos repulsivos y rencorosos mensajes de las últimas veces. Su estómago se encogió con temor, su piel empezó a transpirar. Ella hubiera querido compartir la carta con Molly, pedir el consejo de su mejor amiga. Cerró los ojos y trago saliva pensando en las amenazantes y viles palabras de las últimas cartas. Ésta no sería diferente. Todo su cuerpo comenzó a temblar. No. Ahora no, por favor. Ella metió la carta en el bolsillo de sus jeans y se puso a trabajar.
A los 28 años, Sarah Bailey conocía a la mayoría de la gente de la isla desde que era una niña y vivía en el ya cerrado hogar infantil de la Calle Dogwood. Cuando la familia Jewell se mudó al lado, los dos niños, Molly y Finn, reclamaron a Sarah como suya. Ellos se sentían atraídos por la joven y tímida chica, en parte asiática, con cabello oscuro cayendo a la mitad de la espalda, los ojos almendrados tan oscuros y grandes, bordeados por espesas pestañas. Su belleza era contrarrestada por su naturaleza poco femenina -nunca fuera de sus jeans acampanados y sus amados zapatos deportivos, sus rodillas y codos eternamente amoratados de correr y escalar. Fue una infancia trepando árboles, nadando y acampando en el parque del condado.
Incapaz de alejarse de la isla, después de la universidad, y recién casada con Daniel Bailey, Sarah había reformado la abandonada sala de cine en la cafetería Varsity, mayormente con sólo un manual de instrucciones, y la ayuda de Dan, Molly y Finn. Los lugareños observaron con admiración –la chica de su pueblo lo hacía bien - y cuando la cafetería finalmente abrió, se convirtió en el corazón de la calle Main. Los viejos pescadores se sentaban en el mostrador para ordenar un café tan fuerte como para estropear la garganta, al lado de los turistas que disfrutaban su té en la más delicada porcelana. Cuando Dan desapareció, tan impresionantemente, tan inesperadamente, ellos se habían reunido a su alrededor, sin dejar que se desmoronara, sin dejarla sentir la culpa desesperada que la consumía cuando estaba sola. Ella pensó en mudarse pero, este lugar, este pequeño paraíso de isla a una hora de Seattle, era el único lugar al que alguna vez ella había sentido que pertenecía.
El día era sofocante por la humedad. Desde la ventana de la cafetería, se podían ver los ferrys entrando en el pequeño muelle. El Varsity estaba lleno, zumbaba con la música de las conversaciones y la vajilla y Sarah no tuvo la oportunidad de contarle a Molly sobre la carta.
Al final de la tarde la afluencia disminuyó. Sarah abrió la caja para cambiar algunas notas. Molly estaba en el mostrador coqueteando con uno de los clientes. Sarah sacó la lata de dinero en efectivo. Oyó una suave voz baja cruzando el restaurante y su estómago dio un salto. Ella levantó la mirada. Su salvador de antes estaba charlando con algunos de los clientes habituales, reclinándose en su silla, relajado, sus piernas largas, vestidas de mezclilla, estiradas frente a él.
'George hace una increíble tarta de helado y galletas de chocolate que prácticamente me hace babear. ’
‘¿Eh?’ Sarah miró a Molly en la confusión y su amiga sonrió.
‘Sólo digo.’ Ella asintió la cabeza al hombre que ahora estaba caminando hacia ellas.
‘Es así como estabas mirando a ese semidiós justo ahora.’
El semidiós vino al mostrador. Sarah enrojeció y frunció el ceño a Molly.
‘No lo estaba y cállate. Ve a lavar una taza o algo así,’ dijo entre dientes a Molly y luego giró su cara ardiente a recibirlo. 'Eh.'
'Eh tú, preciosa.'
Ella se ruborizó de nuevo. Dios, ella era divina… Isaac Quinn estudió el rubor escarlata que coloreaba sus mejillas, sus encantadores ojos oscuros. Él había visto su placa de identificación antes… Sarah. Era adecuado para ella, suave, femenino.
‘¿Que te puedo