Un diario más
Por Gustavo Chalako
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Un accidente en una de sus alocadas noches acaba colocando a Martín y sus amigos en el punto de mira de una de las personas más poderosas y peligrosas de la ciudad. A partir de ese momento deberán decidir si huir para no volver o enfrentarse a ese enemigo mortal que solo quiere ver la sangre correr.
Comienza una carrera contrarreloj en la que la vida vale menos que nada.
Un diario más, un thriller dramático y violento recubierto por una deliciosa capa de humor negro.
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Un diario más - Gustavo Chalako
PRÓLOGO
Por Maily Sequera
A veces, quien comienza a escribir lo hace para usar la escritura como un medio de expiación, de exorcismo, de liberación y recreación de fantasías que alivian sus carencias, dificultades y sus propios errores. El objetivo no es hacer un buen texto, sino hacerse mejor persona dentro de la circunstancia que le tocó vivir y recobrar el poder que le ha robado el hecho, como evento inevitable ya. Usar la propia experiencia como inspiración o modelo que configura la obra, no significa carencia de imaginación, sino una urgente deuda del autor con su propia historia, con su memoria, para redibujar su pasado y obtener una visión periférica y meditada de aquello que no le permite seguir adelante. Terminar con esta tarea es repetir el acontecimiento que le atormenta, pero, esta vez, en armonía.
Pareciera que quien nació en Perú, como Gustavo Medina, y emigró a Venezuela cuando tenía diez años, donde ganó el apodo de «Chalako», ha prestado parte de su vida personal a Martín, personaje central de esta historia. Pero es también posible que sea Martín un personaje autónomo y empoderado que ha tomado los episodios y pensamientos más perturbadores de la vida de su creador para terminar de una vez por todas con ellos.
En 2017, una década después de que surgiera el primer borrador de este libro, su autor ha regresado a Perú, desplazado por otra crisis socioeconómica en el país que le daba hogar. Alejado así de su familia y su trabajo creativo como locutor y productor radial, se presentan en su vida un conjunto de cambios que son también repeticiones de su propia historia, pero que ahora, apreciados desde la perspectiva sosegada de la adultez y el amor, han detonado el inevitable cierre de este relato, como una despedida que es a su vez un saludo. Un diario más es ahora un trabajo retomado y terminado en su escritura y edición, porque Chalako encontró en su desahogo la posibilidad de concretar su primer libro mientras se encuentra alejado de sus medios de expresión, manteniendo activa su capacidad creadora, ahora en los espacios de la escritura narrativa.
Nos da entonces la posibilidad de conocer profundamente a Martín, desde su candidez infantil hasta su oscura madurez, además de presentarnos a los amigos de su adolescencia que determinan su confuso destino. José Rafael, Alex, Patricia y Alicia conservan en cada uno de sus perfiles las características que cualquiera podría identificar en sus amigos de la juventud. Ellos construyen alrededor de Martín circunstancias comunes a su edad en las que descubre la amistad, el amor, el sexo, la diversión, el deterioro del nexo familiar, pero que también revelan su inestable personalidad, sus miedos y debilidades, las cuales viran sus circunstancias a escenarios peligrosos en los que la visceralidad y sus inconscientes traumas le dominan y condenan.
Un diario más es un relato juvenil, relajado, urbano. Su lectura es amena y me recuerda a la novela corta y autóctonamente venezolana que preferíamos en la adolescencia para encontrar algo que dialogara con nuestro propio momento de vida. En su escritura, el autor se ha divertido con las estructuras formales de la escritura narrativa para organizar la historia. En sus formas, va del narrador omnisciente a la carta, de la carta a la nota hecha en un diario personal, y del diario personal a la estructura dialogada. En su fondo hay un relato de ficción y violencia, pero también un thriller psicológico con espacio para el drama, el existencialismo y un poco de humor. Todo esto se hace admisible, ya que durante el libro transcurre la narración de la vida de una persona y en ella se desarrollan diferentes estados de madurez y distintas circunstancias. Quedan, eso sí, eventos en el suspenso, espacios para la teoría de su resolución, un tentador misterio para el desarrollo de una segunda parte de esta historia que nos de algunas explicaciones sobre la mente atormentada de Martín. Quizás sea ese el futuro de Un diario más o tal vez, todo termine aquí. Será entonces como aquellos eventos de nuestra juventud y la de Martín: inexplicables, injustos e irresolubles, que han quedado atrás por el natural avance de la vida, pero que no han sido resueltos, marcándonos para siempre a pesar de su fugacidad.
A mis hijos, Démian y Alicia.
Una tarde oscura que combina con una ciudad salvaje es el escenario perfecto para iluminar mi camino y ver si así logro encontrar un poco de comida.
Mis pensamientos son vacíos, por mi mente solo pasa poder llenar con algo mi estómago. Difícil no es, ya que con los años se ha encogido bastante y creo que tan solo un maní bastaría para llenarlo.
Hace algo de frío esta noche. Camino con mi fiel amigo «Chancho», un perro que me encontré cuando era un cachorro, alguien lo puso en una bolsa y lo lanzó a la carretera esperando que lo aplastaran. Fue un trágico encuentro para una amistad que desde entonces ha llenado mis días entre basura, insultos y desprecios.
Tengo hambre y no consigo un pedazo de comida, lo que hay en la basura tiene gusanos. Algunos no saben tan mal, otros, no dejan nada de comida para mí.
Tanto esperar en una banca hace que incomode a los clientes de un perrocalentero. Sus miradas las puedo describir como una mezcla de asco con lástima, algo muy cercano a un gran charco de vómito. Es parecido a la verdad asesina y dolorosa de una masa rutinaria que camina día y noche esperando que algo interesante suceda, pero cuando pasa, se alarman, se horrorizan.
Muchos periódicos amarillistas viven del loco juego del que la gente dice huir, pero nadie confiesa disfrutar. El juego de ver el daño en otro, el deseo de saber qué fue lo que pasó, qué hizo que esa persona terminara con su vida o qué llevó a un asesino a matar a toda su familia.
Una señora se acerca a mí para preguntarme cómo estoy. Creo que al verme ya había obtenido respuesta, pero nunca me consideré alguien maleducado.
―Bien ―le contesto.
Me pregunta si tengo hambre.
Ya no me queda orgullo o un gesto al cual recurrir para fingir que estoy bien, así que sin pensarlo mucho le respondo: «Sí». A su lado, está un niño al que calculé unos siete u ocho años de edad, él bebe un refresco el cual tiene más saliva en el pitillo que bebida. Lo tiene solo para jugar, su sed no se parece en nada a la mía.
Mientras la señora le ruega al perrocalentero, incómodo por mi inesperada cercanía, que me prepare dos perros, el niño deja caer su refresco poco a poco, como una pequeña cascada.
Él entiende cuánto necesito beber algo. Me mira fijamente mientras grita en tono juguetón:
―¡Bebe del piso, me queda poco refresco!
Mientras pienso en si lo hago o no, ya estoy arrodillado.
Ante el hambre, la mente pierde fortaleza y la moral se reduce. ¿La señora? Ella voltea, agarra al niño por la mano y le suelta una cachetada diciendo:
―Debes aprender a respetar y tener consideración con la gente necesitada.
Creo que esa frase de regaño ha pasado por miles de generaciones y nunca ha tenido un efecto evolutivo. Es posible que pasen mil años más y todo siga igual. Siempre estará ahí el rostro humillante de «No me importa» y siempre estará alguien arrodillado para responder: «A mí tampoco».
Les pido que no le den importancia a lo sucedido. En realidad, lo que me importa en este momento es comer algo.
Luego de