Una segunda oportunidad
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Carolina Duque Urrea
Carolina Duque Urrea. «Insistir, persistir, pero nunca desistir»: así nos decía mi abuelo. He nacido dos veces: en 1985 y en 2001. Gracias a la segunda oportunidad que la vida me dio les estoy contando esta historia de fe, esperanza y amor. Estoy casada con un hombre increíble que me apoya y comprende, tengo unos padres que son referente y motor en mi vida y unos hermanos que me aman genuinamente. Hoy soy consciente de que cada amanecer es una invitación para afrontar nuevos aprendizajes.
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© Carolina Duque Urrea, 2021
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
www.universodeletras.com
Primera edición: 2021
ISBN: 9788418570445
ISBN eBook: 9788418571329
En conversación con Clemencia Mora Mora
El paisaje de mi memoria
He nacido dos veces. La primera cuando mis papás me recibieron en sus brazos en una clínica de Medellín y se sorprendieron de lo pequeña que era; y la segunda hace veinte años cuando en contra de todo pronóstico desperté de un coma profundo.
Cuento esta historia desde mi apartamento en Maryland, pero voy hablar de la casa de Llanogrande. He elegido este espacio porque así como el asfalto de la ciudad fue testigo de los primeros pasos de mi infancia, sus jardines y cuartos presenciaron el milagro de la recuperación después de mi segundo nacimiento.
Llanogrande es uno de los paisajes más bellos de Antioquia. Sus montañas se pelean los intensos y suaves verdes, los marrones oscuros que se tornan amarillos y los árboles que cobijan multitud de aves se unen para darles sombra a los caminos. Ese es el paisaje que vislumbro mientras escribo y que me permite entrar con más facilidad a mis recuerdos. Viene a mi mente un torbellino de imágenes y momentos que quedaron grabados nítidamente en mi memoria: las visitas a mis abuelos, los espacios de su casa, el olor de su finca, del cuero y el pino, los almuerzos en familia.
Puedo asociar fácilmente la geografía y el clima de esta tierra con el rostro y el amor de mis abuelos; ella fue el pilar y la base emocional de la familia; él, la fuerza y la seguridad. Nena estuvo a mi lado en los momentos más difíciles y también en los más felices, y percibo su presencia infinita al recordarla. Siento sus manos acariciando mi cara, siento su fuerza, su aroma, su piel delicada; veo su sombra protectora, como la sombra de un abarco en las tardes de verano, veo su sonrisa inmensa y compasiva, y veo a su lado la figura infaltable de mi abuelo Joaquín.
Tengo el privilegio de decir con toda seguridad que él me amaba y creo que me tenía un cariño especial porque fui su primera nieta; me quería tanto que bautizó su finca con mi nombre: La Carolina. Nos gustaba recorrerla juntos; a su lado aprendí los nombres de los árboles y las plantas y a apreciar la belleza de los troncos y las hojas de los eucaliptos, los pinos y los árboles frutales. Puedo verme a su lado, tomada de la mano, escuchando embelesada todo lo que me decía.
Cuando todavía era muy niña, para huir de la violencia de Medellín, mi familia se mudó a Cartagena, donde vivimos ocho años. A Cartagena le debo algunos de los mejores amigos y recuerdos de mi infancia, pero también mi primer gran dolor: la separación de mis padres. Los recuerdos de mi niñez saltan sin mucho orden entre las playas del Caribe y las montañas de Antioquia. Lo único constante era mi familia y, por extraño que parezca, un tipo muy particular de soledad… porque era una soledad feliz.
Como mi hermano Juan Felipe es cinco años mayor que yo y mi hermana Natalia tres años menor, de niña acostumbraba a jugar sola. Mi pasatiempo favorito era imitar a mi mamá: su forma de caminar, de sentarse, de mirar. Recuerdo nuestras charlas alrededor del pequeño juego de café que me había regalado; yo le hablaba como a una de mis mejores amigas y ella me complacía tomándose el café que le servía.
De mi niñez en Medellín no recuerdo mucho, pero las pocas imágenes que guardo en mi memoria están casi todas relacionadas con ella. Hay una que, ahora que lo pienso, condensa lo que sería nuestra relación para siempre: me encantaban las diademas, pero no me gustaba ponérmelas como cualquier niña lo haría: centradas en la cabeza, en completa armonía con la caída del cabello. ¡No! Me las ponía tan atrás, tan alejadas de su sitio ideal como fuera posible, y debía verme muy mal, porque mi mamá me corregía y la acomodaba donde dictan las normas que se deben ubicar las diademas
; ¡y me daba una rabia! Así que yo, que ya era muy llevada de mi parecer, al menor descuido volvía a ponérmela donde me parecía que lucía mejor; y ella, a la que tampoco le ha gustado perder nunca, me la cuadraba otra vez. Así podíamos pasar el día entero: cambiándola de lugar por el mero gusto de imponer nuestras voluntades: yo la corría hacia atrás y ella hacia adelante; yo la corría hacia atrás y ella hacia adelante.
Quizá por eso, porque nos queríamos, pero también porque sabíamos que en cada una había fuertes personalidades, comenzó a pedirme que la ayudara en su trabajo de restauración de casas y diseño de interiores en Cartagena. Yo le colaboraba con la pintura y hacía las tareas de oficina; quería ser su secretaria, nada me hacía más feliz. Con frecuencia, en mitad de su labor, me preguntaba qué opinaba de lo que estaba haciendo —el color de un muro, el detalle de un acabado— y yo tenía la libertad de hacerlo. A pesar de mi edad, me prestaba una atención sincera; no me consultaba por condescendencia, sino que en verdad sopesaba sus dudas con mis ideas. Esa confianza absoluta de mi mamá en mis capacidades tendría mucho que ver con el milagro de mi segundo nacimiento.
Un poco más crecida, la admiración fue migrando de ella hacia mi papá. Dejé el pequeño mundo en el que mi mamá todo lo suplía y empecé a sorprenderme y maravillarme con el mundo de él. Lo veía salir a hacer ejercicio en las mañanas y mis ojos se me iban detrás, soñando con el día en que pudiera acompañarlo. Mi mirada de niña lo contemplaba encantada, su presencia me hacía feliz, mi cariño hacia él era inmenso. Un día, sin esperarlo, el sueño de entrenar con él por fin se hizo realidad. Nuestra relación se iba fortaleciendo y nos sentíamos realmente cerca el uno del