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La proposición del jefe
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Libro electrónico166 páginas3 horas

La proposición del jefe

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Información de este libro electrónico

La había contratado para que fuera su secretaria temporal… pero ahora quería que se quedara en su vida para siempre La sonrisa relajada y los ojos azules de Miles Kingsley hacían que todas las mujeres se enamoraran un poco de él nada más conocerlo. Siempre había ido por la vida sin problemas, con su deportivo y sus costumbres de soltero… hasta que contrató a aquella secretaria recién divorciada y con dos hijos… Miles no pretendía enamorarse. Ni siquiera debería gustarle su secretaria, pero el encanto y el agudo sentido del humor de Jemima le hizo replanteárselo todo. Ella no se dejaba deslumbrar por sus regalos ni por sus seductores comentarios… así que Miles no sabía cómo convencer a la encantadora mamá para que aceptara su romántica proposición.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 oct 2017
ISBN9788491704775
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    La proposición del jefe - Natasha Oakley

    HarperCollins 200 años. Desde 1817.

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2006 Natasha Oakley

    © 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    La proposición del jefe, n.º 2082 - octubre 2017

    Título original: Accepting the Boss’s Proposal

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9170-477-5

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    HABÍA cometido un error.

    Jemima lo supo en cuanto vio lo que llevaba puesto la recepcionista. Kingsley & Bressington podían sonar como una agencia anticuada y formal, pero la realidad era completamente diferente, y la mujer de la recepción encarnaba eso.

    Llevaba una camiseta marrón que ceñía un cuerpo elástico y flexible que siempre hacía que ella se sintiera vagamente deprimida. Y una bisutería de un intenso color turquesa a juego con la falda vibrante y el tono de los ojos. El aspecto que ofrecía era abrumadoramente joven y a la moda… a un mundo de distancia del traje que ella había pedido prestado. El color berenjena podía hacer juego con su cabello rojo perfectamente alisado, pero era demasiado formal para la agencia.

    Tampoco estaba segura de cómo podría vestirse de forma diferente al día siguiente. Aunque su propio guardarropa no estuviera restringido a vaqueros y prendas de cuidado fácil, sus dos hijos ya la hacían ser demasiado consciente de lo que se ponía.

    Miró alrededor del amplio espacio y se preguntó qué diablos hacía en un lugar tan moderno. De no saber que decepcionaría a Amanda, se largaría de inmediato. No era en absoluto lo que había querido.

    Pero se obligó a mantenerse firme. No se trataba únicamente de un trabajo temporal, sino de recobrar la autoestima, de establecer un comienzo nuevo después del divorcio.

    Tenía que ser fuerte. Por los niños. Todo el mundo lo decía…

    Respiró hondo y aguardó a que la recepcionista concluyera la llamada de teléfono.

    «Puedo hacerlo. Puedo». Se obligó a erguirse más y se concentró en irradiar confianza.

    –Lamento mucho haberla hecho esperar. ¿En qué puedo ayudarla?

    Se concentró en lo que había ido a hacer allí.

    –Soy Jemima Chadwick. De Harper Recruitment. He venido a desempeñar el puesto temporal de secretaria para Miles Kingsley y debo preguntar por… –bajó el bolso del hombro y comenzó a hurgar entre pagos de Visa y diversos trozos de papel arrugados. En alguna parte estaba el pequeño bloc de notas en el que había apuntado todos los detalles que le había dado Amanda el viernes por la tarde.

    En alguna parte…

    –Saskia Longthorne –afirmó la recepcionista con autoridad–. Ella es quien se ocupa del personal temporal. Le comunicaré que está aquí.

    Demasiado tarde Jemima sacó la hoja del bolso y miró las palabras que había garabateado.

    –No tardará. Si quiere sentarse…

    Había un leve deje de pregunta en la voz, pero a Jemima no le costó reconocer una directriz.

    Estrujó el papel.

    –Gra… gracias.

    Se volvió y fue a ocupar uno de los sillones. Se hallaban distribuidos en un semicírculo en torno a una peculiar mesa de centro de cristal y eran lo bastante bajos como para requerir la misma habilidad que para sentarse y levantarse del asiento de un coche deportivo. Ocupó incómodamente el borde en un vano esfuerzo de que se le subiera la falda.

    Esa mañana había estado preparada para el desafío de reconstruir su vida. Un nuevo comienzo… y ese trabajo temporal sólo era el primer paso. Pero una vez allí… la confianza se evaporaba. Todo en Kingsley & Bressington la hacía sentir incómoda. Estaba tan alejado de su experiencia personal, que dolía.

    Pero ésa era la idea. Se había mostrado obstinada en que debía poner a prueba sus nuevas cualificaciones en varios puestos temporales antes de buscar algo permanente. Debería comprobar qué clase de entorno laboral prefería, empujar los límites un poco… Tal como le había dicho Amanda, podía llegar a sorprenderse a sí misma con las elecciones que tomara.

    Al menos ésa había sido la teoría. Sentada en el despacho acogedor de Amanda Symmonds en Oxford Street, había parecido una buena idea. Pero en ese momento, prácticamente lo daría todo por estar en casa y meter a los chicos en la parte de atrás del Volvo para llevarlos al colegio. Algo seguro. Hacer lo que conocía.

    A medida que pasaban los minutos, se hundió en el sillón y dejó de sobresaltarse con cada pisada que oía.

    –¿Jemima Chadwick? ¿Señora Chadwick?

    Alzó la vista ante el sonido de una voz masculina.

    –Sí. Soy yo… –luchó por levantarse del sillón mientras aún aferraba el bolso–. Lo siento… me dijeron que esperara aquí a Saskia Longthorne –explicó tontamente al tiempo que miraba unos ojos de un azul intenso–. Se ocupa del personal temporal…

    –Parece que Saskia está ocupada. Y ya que voy de paso… –extendió la mano–. Gracias por ayudarnos. Lo agradecemos.

    Jemima trasladó el bolso al otro hombro y alargó la mano.

    –De… de nada.

    El apretón fue de ésos que tenían el doble objetivo de transmitir sinceridad pero que termina por lograr lo opuesto. Alto, moreno, atractivo… muy atractivo… y consciente de ello.

    Todo en el él era cuidado y caro. Su traje era de un gris marengo con finas rayas azules y encajaba en su cuerpo musculoso como si se lo hubieran hecho específicamente a él. No era fortuito que hubiera elegido la corbata de un azul gélido, a juego con sus ojos increíblemente penetrantes.

    –Soy Miles Kingsley. Trabajará conmigo.

    Ella sintió que el estómago descendía en caída libre. No era lo que había querido. Él no era lo que había querido. Durante el trayecto en metro, había estado rezando para que Miles Kingsley fuera un tipo de hombre apacible con el que resultara fácil trabajar.

    Amanda le había dicho que jamás había tenido una queja de ninguna empleada temporal que hubiera trabajado con Miles y en su mente lo había imaginado como un hombre controlado, sensato y maduro. De hecho, alguien no muy diferente de su difunto padre. Perfecto para una mujer que regresaba nerviosa al mercado laboral.

    Pero no había nada «fácil» acerca de ese hombre. Era un hombre lleno de seguridad de unos treinta y tantos años, que se consideraba un regalo de Dios para el mundo.

    –La llevaré hasta donde va a trabajar y por ese entonces estoy seguro de que Saskia estará disponible para explicarle los procedimientos a seguir.

    –Gracias.

    –Nada fuera de lo corriente, supongo.

    Y entonces sonrió. Un equilibrio perfecto entre la calidez y el centelleante atractivo sexual. Jemima agarró con fuerza el bolso. Se dijo que iba a ser una situación horrible.

    ¿Cómo un individuo podía carecer de un ápice de…? Buscó la palabra. ¿Dudas? Eso era. Irradiaba una asombrosa seguridad en sí mismo. Toda esa confianza pareció succionar la poco que quedaba en ella. ¿Debería llamar a Amanda para decirle que no podía desempeñar el trabajo?

    Frunció el ceño. ¿No sería una actitud patética? Tendría que ir a casa y contarle a su madre que no había sido capaz de hacerlo. ¿Cómo se le decía a una mujer que había sido una funcionaria de rango intermedio hasta solicitar una jubilación anticipada que no podía dominar un simple trabajo temporal? Y luego tendría que contárselo a los chicos…

    Y quería que estuvieran orgullosos de ella. Quería que vieran cómo volvía a tomar el control de su vida. Sería bueno para ellos. Todo el mundo lo decía.

    Miles se volvió y fue a la recepción.

    –Felicity, retenga mis llamadas durante los próximos cinco minutos. Y comuníquele a Saskia que ya he recogido a Jemima.

    –Desde luego.

    Jemima vio cómo la recepcionista se convertía en un amasijo de hormonas. Aunque Miles Kingsley no dio la impresión de notarlo. Quizá porque al noventa y nueve por ciento de las mujeres que conocía le ocurría lo mismo.

    –Por aquí –señaló hacia una amplia puerta de cristal y una escalera de acero.

    Jemima le dedicó una sonrisa tentativa a la recepcionista y se volvió para seguirlo.

    –¿Lleva mucho tiempo trabajando en puestos temporales?

    –En realidad, no –se dijo que, probablemente, era mejor no mencionarle que jamás lo había hecho. Tragó saliva con gesto nervioso.

    –Por aquí a la izquierda –comentó, indicando un pasillo–, encontrará la sala de descanso del personal, un modo ampuloso de decir que es un sitio agradable donde se puede disfrutar de una taza de café. Saskia le mostrará toda la agencia más tarde y le presentará al resto del personal de apoyo. Somos un equipo unido y estoy seguro de que le ofrecerán toda la ayuda que puedan, en caso de que la necesite.

    Ella asintió.

    –Por aquí –dio un paso atrás y le sostuvo la puerta abierta–. ¿Sabe mucho sobre lo que hacemos en Kingsley & Bressington?

    –No mucho –repuso con rigidez. Amanda se había concentrado en que era «un lugar fantástico en el que trabajar» y «tengo chicas que hacen cola para ir allí. Pruébalo y me dices qué te parece». Era evidente que el competente Miles esperaba que le hubieran dado un poco más de información.

    Dejó que sus ojos recorrieran lo inusual del lugar. Desde el exterior se parecía a los demás edificios victorianos de la zona, pero por dentro… había sido remodelado y todo elegido para garantizar el mayor impacto. Pequeño, pero perfectamente estructurado, era última tecnología y modernidad. De hecho, intimidaba. Pero seguro que se trataba de un efecto buscado de forma intencionada. Cualquiera que contratara a Kingsley & Bressington seguro que quería ver algo con estilo.

    –Pero ¿ha trabajado antes en relaciones públicas?

    Jemima movió la cabeza, sintiendo como si decepcionara a Amanda. Lo vio fruncir levemente el ceño y no por primera vez se preguntó si Miles Kingsley era el tipo de hombre que quedaría satisfecho con su recién adquirida habilidad como secretaria. Lo dudó.

    –Hay diferentes aspectos en lo que hacemos. Algunos de nuestros clientes son corporaciones a las que llevamos su imagen en la prensa, tanto aquí como en el extranjero.

    Se encogió de hombros para suprimir la oleada de pánico. El curso de secretariado de seis meses ni siquiera había empezado a tocar algo de lo que él hablaba. Tampoco creyó que fuera a quedar especialmente

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