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Sonar No Cuesta Nada, Actuar Es la Jugada
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Sonar No Cuesta Nada, Actuar Es la Jugada
Libro electrónico376 páginas5 horas

Sonar No Cuesta Nada, Actuar Es la Jugada

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Sonar no cuesta nada, Actuar es la jugada, es un libro que como su titulo lo dice no basta solo con sonar y esperar que las cosas nos lleguen del cielo, hay que tomar accion en pos de lo que se quiere, somos nosotros los que hacemos que las cosas pasen.

Oscar Paz nos relata su fascinante historia, desnudando con dramatismo los eventos mas importantes que han marcado su vida, desde nino hasta el momento de escribir su libro, y nos deja una ensenanza de que todo es posible cuando creemos en lo que queremos y ese sueno es lo suficientemente fuerte para sacarnos de nuestra comodidad y salir a luchar por el. Vale la pena sonar, pero es necesario actuar.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 dic 2021
ISBN9781662490569
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    Sonar No Cuesta Nada, Actuar Es la Jugada - Oscar Paz

    1

    Estudia si quieres llegar a ser alguien en la vida

    Aún recuerdo esa mañana lluviosa y el olor a café, en una casa grande para mi forma de ver la vida en ese momento. Sería la primera vez que estaría solo en medio de gente completamente desconocida, tenía seis años de edad, era mi primer día del Kínder, mamá me vestía con mi uniforme de camisa rosada, pantaloncito corto azul oscuro, peinaba mis cabellos muy lacios y tercos intentando que se quedaran quietos hacia un lado de mi cabeza, trataba de explicarme lo importante que era ir a la escuela porque si estudiaba mucho llegaría a ser alguien en la vida, yo en mi inocencia pensaba ¿ya no soy alguien?

    Muchos años después cuando ya estaba en la universidad recordaría ese momento cruel cuando te llevan y te dejan allí en medio de veinte o más niños que en su mayoría lloran, porque ven partir a sus padres y se quedan solos sin su protección. Y recordaba las palabras de mamá: Si estudias llegarás a ser alguien en la vida. Para este momento ya había pasado por muchas situaciones en mi corta, pero agitada vida y había llegado a la conclusión que mamá podía tener razón y era mejor estudiar si quería llegar a ser alguien en la vida.

    En el año de 1986 me gradué de bachillerato, tenía 18 años recién cumplidos y no tenía la más mínima idea de que iba a hacer con mi vida, obviamente lo lógico era seguir estudiando, ir a la universidad y hacer una carrera, pero para lograr conseguir ese objetivo necesitaba contar con dos herramientas básicas y la verdad no contaba en lo más mínimo con ninguna de las dos. La primera era obtener un muy buen puntaje en las pruebas del estado para poder aplicar a una carrera en una universidad pública, presentar un examen de admisión que se usaba en la época y obviamente pasarlo, mi puntaje en las pruebas del estado no fueron los mejores, solo me daba para aplicar en algunas carreras que no tenían nada que ver conmigo, pero tenía que cumplir con el requisito porque ya mi hermana Sonia estudiaba en la universidad y era el ejemplo a seguir. De todas las carreras a las que podía aplicar no había una sola que me llamara la atención, así que opte por Biología Marina, pues al fin y al cabo si pasaba, a mí me encantaba el mar.

    Los exámenes los hacían el sábado todo el día; justo ese sábado en la tarde teníamos un partido de fútbol muy importante. A mi mejor amigo Arturito le había tocado presentar el examen en el mismo colegio conmigo, así que quedamos de encontrarnos después de la primera parte del examen para almorzar juntos. Cuando nos encontramos con solo mirarnos soltamos a reírnos porque la verdad estábamos en el lugar equivocado. Recuerdo que una de las preguntas del examen de Biología daba el nombre vulgar de una planta y yo tenía que escoger en las opciones de respuesta el nombre científico, en mi vida siquiera había escuchado el nombre vulgar. Así que con Arturo decidimos que para la siguiente parte del examen lo haríamos rápido y saldríamos con el tiempo justo para llegar al partido, que allí si éramos muy importantes, éramos dos de los mejores jugadores del equipo.

    La segunda herramienta era tener dinero para poder pagar una universidad privada, y esta estaba mucho más lejos de conseguirla que la primera. Así que allí empecé a darme cuenta de que si quería llegar a ser alguien en la vida tendría que buscar mi propia forma de conseguirlo.

    2

    Una leona que lucha por defender sus cachorros

    Para ese entonces éramos una familia conformada por mamá, mis tres hermanas mayores, mi hermano menor y yo. Mamá la mujer más guerrera e inteligente que conocí en mi vida, se quedó sola con 5 hijos a la edad aproximada de 32 años. La diferencia de edad entre nosotros es de casi 2 años excepto entre mi hermana mayor y la que le sigue que es de casi 4 años. Así que, allí estaba mamá con una niña de 12 añitos ayudándole a lidiar con los otros cuatro niños, mientras se rebuscaba en la vida la forma de sacarlos adelante, eran los 70 cuando todavía las mujeres no tenían igualdad de oportunidades de trabajo que los hombres y mucho menos si no tenía algún tipo de educación. No estoy seguro, pero creo que mamá alguna vez nos dijo que había estudiado hasta el quinto grado de primaria. Recuerdo mucho que se le iluminaban los ojos cuando nos contaba historias de su niñez, decía que le encantaba jugar con los niños más que con las niñas, jugaba al trompo, bolas y hasta fútbol, supongo que de allí sacó su temperamento fuerte y agudizó su carácter de mujer guerrera. No era bien visto en la época una niña en medio de muchos niños y menos practicando estos juegos exclusivos para hombres.

    Era la tercera de siete hermanos de una familia humilde, criada en el barrio San Nicolás de Cali, su madre mi abuela Eva Correa murió en el año de 1968, justo cuando mamá estaba a pocos meses de dar a luz a quien ahora escribe, el abuelo Pedro Julio Zabaleta a quien si conocí, tuvo un final incierto del cual hablaré más adelante.

    Cuando ya se convirtió en una señorita; mamá nos contaba que se volaba con su hermano mayor a las aguas de lulo, (Fiestas que se hacían en la tarde en el Cali de la época donde se servía refresco de la fruta Lulo, de allí el nombre) le encantaba bailar, y eso le causó numerosos problemas con su padre, una vez contó que mi abuelo le cerró la puerta y la tranco por dentro para no dejarla entrar, pero ella como siempre conseguía lo que quería se subió por la pared, lo que no sabía es que al otro lado estaba él esperando por ella y le dio una paliza, se reía contándolo. Como no siguió estudiando, tomó cursos rápidos de modistería, decoración y hasta secretariado, gracias a este último consiguió un trabajo de secretaria en el edificio de Col tabacos, fue allí donde conoció a papá y también donde cambio el rumbo de su vida. Después de pasar una vida de muchos altibajos al lado de papá quien siempre estaba haciendo negocios de toda clase, y quien poco a poco fue dándole una vida sin respetarla ni valorarla como mujer, un día llegó la pelea final y casi catastrófica, donde definitivamente se dejaron. Aunque pienso que nunca dejó de quererlo. Allí empezó a rodar sola con sus cinco retoños.

    Pasamos momentos muy difíciles y uno de niño se pregunta ¿por qué no está el papá?, ¿por qué no tenemos una casa?, ¿por qué no tenemos una bicicleta?, ¿por qué no tenemos un balón?, y mamá en su santa sabiduría a todo le tenía una respuesta y una explicación completamente convencedora.

    Nunca en mi vida nos faltaron los tres golpes (desayuno, almuerzo y comida) ¿cómo lo hacía? No lo sé, pero siempre hubo comida en nuestra mesa. Siempre nos enseñaba que todo debíamos compartirlo entre todos, que si solo había un agua de panela para tomar, pues nos la tomábamos entre todos, así fuera de a sorbito para cada uno. Nos enseñaba a cuidarnos los unos con los otros.

    Cuando mi hermano Juan Carlos empezó la escuela, ya yo tenía 9 años y estaba en tercero de primaria, mamá nos llevó a la escuela la primera semana y me explicó cómo tomar un bus de servicio público, llevando a mi hermanito de la mano siempre y no soltarlo hasta que lo dejara sentadito en su pupitre en el salón de clases. Nos decía: en el recreo se buscan y comparten lo que tienen cada uno para comer, rutina que seguimos durante todo el tiempo que estuvimos juntos en la escuela, igual de regreso a casa lo tomaba de la mano y no lo soltaba hasta que entrabamos en ella. Una responsabilidad inmensa para un niño de mi edad. Mamá nos daba cincuenta centavos para el recreo a cada uno, con lo que se compraba melcocha, chancarina, maní u otros dulces. Siempre fui muy piloso y a pesar de lo pequeño que era, colocaba mucho cuidado a la ruta que tomaba el bus que nos llevaba a casa. Cuando se acercaba el cumpleaños de mamá, decidí una tarde que el regreso a casa después de la escuela lo haríamos caminando para ahorrar el dinero del pasaje en el bus, más los cincuenta centavos de cada recreo y así poder comprarle una tarjeta en su día, le hice prometer a Juanca que diríamos que perdimos el dinero del pasaje y por eso nos tocó caminar hasta la casa. En nuestras emocionadas intenciones de sorprender a mamá en su cumpleaños, jamás medí las consecuencias de que los treinta minutos que tardaba el bus en su recorrido, para dos niños de nuestra edad eran poco más de dos horas caminando. Cada tarde mamá estaba pendiente de nuestra llegada que regularmente era entre las seis y seis y treinta de la tarde, ese día casi la matamos del susto cuando veía como pasaba el tiempo y no llegábamos, salió como loca a buscarnos, desesperada llorando y pensando lo peor. En Cali en esa época se hablaba del monstruo de los mangones, que era un psicópata que se robaba los niños, los violaba, los mataba y los dejaba abandonados en los mangones. Recuerdo que ella nos encontró caminando ya cerca de casa, nos abrazaba, nos besaba, no dejaba de llorar y a la vez nos preguntaba qué había pasado. Nuestra mentira fue creída y aceptada, con un cargo de conciencia para nosotros por verla sufrir de esa manera, pero con la recompensa de su cara de felicidad el día de su cumpleaños cuando le entregamos la tarjeta con dibujos y dedicaciones. Ese día le dijimos la verdad, lloro mucho y nos hizo jurar que nunca más haríamos algo así, que su mejor regalo éramos nosotros. Con ese acto se afianzaría la complicidad y amistad única que llevamos viviendo mi hermano y yo durante toda nuestra vida. Siempre digo que es la persona que más amo en este mundo.

    Hubo una época que vivíamos los seis en un cuartito pequeño donde solo cabían dos camas y una mesita pegada a la pared del cuarto, que era donde dormíamos mi hermana Sonia o yo, esa casa tenía una humedad terrible, la señora dueña de la casa tomaba energía eléctrica de los cables de los vecinos, estos tocaban la pared y eso hacía que en esa pared pegara la corriente horrible, a veces estaba durmiendo y al tocar la pared el corrientazo me despertaba llorando, pero ahí estaba mamá para enseñarnos a ser fuertes y estratégicos, ya luego colocábamos unas mantas al lado de la pared para no tocarla, pero igual dormíamos con esa sensación de que podía pasar de nuevo.

    Mamá hacía de todo para traer el sustento a casa, iba a casas de familias y lavaba ropa, en las tardes vendía chance (especie de lotería). Éramos muy pobres económicamente, pero éramos muy ricos en amor, siempre nos enseñó a ser muy unidos, siempre nos saludábamos y nos despedíamos de beso y abrazo, orábamos todas las noches juntos antes de dormir. Los logros de uno eran felicidad de todos y las penas eran igual el dolor de todos, pero estábamos unidos para superar lo que fuera, porque unidos seriamos invencibles. Nos decía que podríamos lograr todo cuanto quisiéramos en la vida, y estando en la situación en la que vivíamos de tanta escasez nunca lo hubiéramos creído, pero lo decía con tanta seguridad que hoy en día sabemos que tenía toda la razón.

    Recuerdo mucho una anécdota cuando vivíamos en aquella casa, se aproximaba el día de la madre y obviamente nosotros unos niños y en nuestras condiciones, no teníamos para ofrecerle a mamá un regalo, la señora dueña de la casa estaba construyendo el segundo piso y le habían traído 2000 ladrillos que reposaban en la parte del frente de la casa. Ella para ahorrarse los trabajadores que le subieran los ladrillos a la segunda planta, muy inteligentemente nos ofreció el trabajo a nosotros, aludiendo que ella nos pagaría para que pudiéramos comprar un regalo a mamá en su día. Nosotros ni lo pensamos, la respuesta fue afirmativa y unánime, nos ilusionaba mucho la idea de poder sorprender a mamá con un regalo, ella que lo hacía todo por nosotros. Lo que nunca pensamos es que obviamente ella se iría a enterar, o mejor nos iría a preguntar de donde sacamos dinero para comprar su regalo. Así que todas las tardes cuando mamá no estaba, mis hermanas, mi hermano y yo hacíamos el trabajo, aunque era agotante para unos niños de nuestra edad, el objetivo era más importante que el cómo. Entonces empezamos a hacerlo más divertido; al lado de los ladrillos había dos montañas de arena que se utilizarían en la construcción, entonces subíamos con los ladrillos por la escalera, y después saltábamos desde el segundo piso sobre la arena, así hicimos el trabajo mucho más emocionante y productivo a la vez, pues al saltar sobre la arena ahorrábamos mucho más tiempo que regresando por la escalera.

    El sábado anterior al día de la madre ya habíamos terminado nuestro trabajo y fuimos por nuestro pago, en los días anteriores hablábamos y tratábamos de decidir que le compraríamos a mamá, pero cuál fue la sorpresa cuando la señora nos pagó con tres Vasos Cerveceros, todos nos mirábamos incrédulos, ella nos decía que ese era un muy buen regalo. Mamá nos enseñaba que a los mayores se respetaban, y pues ni modo de alegar. Mis hermanas le empacaron el regalo y se lo entregamos el día de la madre. Mamá se enteró como obtuvimos los vasos y aunque se sentía emocionada y orgullosa por lo que habíamos hecho, igual se sentía muy ofendida porque sentía que la señora nos había usado. Lloró.

    Mamá sacó toda la angustia y rabia que sentía con la señora de la casa unas semanas después. Yo como siempre el más inquieto y cansón había saltado desde un pasamanos en un parque gritando que era Superman, caí sobre mi mano izquierda fracturándome el codo y la muñeca, alguien me llevó cargado hasta el puesto de chance donde trabajaba mamá. Creo que desde allí empecé a darle preocupaciones que luego con el pasar del tiempo serían aún más grandes a medida que iba creciendo. Me llevaron al hospital, donde me enyesaron todo el brazo desde el hombro hasta la muñeca, siempre mire las cosas positivas de cada situación y la parte buena aquí, era que ya no dormiría por mucho tiempo en la mesita cerca de la pared donde pegaba la corriente, además tendría algunos privilegios por mi estado.

    Al siguiente día mamá tenía que trabajar en la mañana y me dejó solo con mi hermano en el cuarto, como en la casa estaban construyendo, se nos entró un tierrero y un polvero impresionante al cuarto, yo siempre tuve problemas de bronquios cuando niño, entonces el polvo me produjo mucha tos. Cuando mamá regresó a casa y nos vio allí en medio del polvero y tosiendo, se armó la de Troya, recuerdo que le gritaba a la señora que como era posible que no tuviera ni un mínimo de cuidado con dos niños y más yo recién enyesado, que era una inhumana, etc.; era como una leona defendiendo sus cachorros, si la señora no sale corriendo y se encierra en su cuarto no sé qué hubiera pasado, pero no hubiera salido muy bien librada, de eso estoy completamente seguro.

    Antes de vivir allí, habíamos vivido en casa de mis primos en el barrio Cristóbal Colon, mi tío Diego le ofreció a mamá un cuarto para nosotros. Diego Arce era realmente el esposo de mi tía Eliza hermana de mamá, o sea tío político que llaman, pero él fue realmente el tío más cercano que nunca tuve. Pues los hermanos de mamá por diferencias con ella nunca fueron muy cercanos a nosotros en esa época, y los hermanos de papá los conocí muchísimo tiempo después cuando volvimos a vernos con él.

    La casa de Colón que aún existe y algunos de mis primos aún viven en ella, es una casa muy grande, para esa época era de un solo piso, contaba con 6 o 7 cuartos, mi tío nos asignó el último cuarto al final de la casa. Para nosotros como niños fue muy rico vivir allí porque esa casa siempre estaba con las puertas abiertas, estaban todos mis primos que son contemporáneos con nosotros, con los que siempre compartimos y siempre nos hemos querido mucho, además todos los vecinos de nuestra edad, era una época donde se jugaba en la calle sin problema, entrabamos y salíamos de la casa corriendo todo el tiempo. No recuerdo haber visto la puerta de la casa cerrada nunca antes de las 10 de la noche. A dos casas de la de mis primos vivían los Parra, que incluso aún viven algunos de ellos allí, ellos fueron los primeros en tener un televisor en la cuadra y era donde nos reuníamos todos los niños llenando esa casa para ver el Chavo del Ocho y algunos de los pocos programas que presentaban en la época. El señor Parra es el primer muerto que recuerdo haber visto en mi vida, lo velaron en la sala de la casa y es un recuerdo muy triste que tengo porque casi todos los hijos eran pequeños como nosotros. Enseguida vivía doña Julia que justo este año que escribo el libro se nos adelantó al nivel de los más elevados.

    Mi plato favorito son las lentejas y creo que viene de ese tiempo, una tarde cuando ya quería oscurecer y jugábamos en la calle las mamás llamaban a sus hijos a comer, doña Julia me llamó, me sentó en su comedor y me sirvió un suculento plato de lentejas, es una de las imágenes más claras que tengo de mi niñez en esa época, jamás lo olvidé, ella le tenía mucho aprecio y respeto a mamá. Veinte años después que volví, pude verla, hablar con ella y aún nos recordaba con mucho cariño, era linda.

    Mi tío Diego manejaba camión y viajaba a otras ciudades, cuando regresaba en las tardes hacía sonar las cornetas del camión desde muchas cuadras antes de llegar a casa, y salíamos todos corriendo a recibirlo con mis primos y los vecinitos, nos subíamos todos al camión y nos íbamos con él hasta el lugar donde lo guardaba, de allí caminábamos a su lado de vuelta a casa. Fue una época muy linda porque a pesar de nuestra situación, éramos felices con lo que teníamos.

    3

    Papa si existe es cuestión de encontrarlo

    Al terminar la secundaria y sin contar con las dos herramientas antes mencionadas para continuar estudios universitarios, estaba en casa después que pasaron las vacaciones de medio año, mi hermano regresó al colegio, mi hermana a la universidad y mis otras dos hermanas en sus respectivos trabajos, yo era el desocupado de la casa, fue el momento de mi vida que más sentí nostalgia por el colegio y la incertidumbre por mi futuro. Es entonces cuando llega el momento del diálogo con mamá y la célebre frase; si usted no va a estudiar para llegar a ser alguien en la vida, entonces se me pone a trabajar porque yo no voy a mantener vagos en esta casa. No supe que decir, solo me fui a mi cuarto con lágrimas en los ojos y sin una pista de que iba a pasar con mi vida a partir de ese momento. Ella fue dura, para ese entonces papá ya vivía en Nueva York y yo quería irme a vivir a los Estados Unidos, siempre me llamó la atención ese país, veía todas las comedias y películas que presentaban en la televisión y me atraían mucho sus ciudades llenas de luces y lugares lindos que enseñaban en todas esas series.

    Con papá empezamos a tener contacto de nuevo a principios del año 1979, cuando yo tenía once años. Mamá se encontró con un sobrino de él, quien le contó que papá estaba viviendo en Popayán y que estaba muy bien, justo en esa época era cuando vivíamos una situación muy precaria en el cuartito aquel donde pegaba la corriente. Mamá teniendo esa información, dirección en mano tomó la decisión de ir a visitarlo. Un sábado en la mañana tomó el bus hacia Popayán llevándose con ella a mi hermana Luz Adriana (La Cone) la segunda de mayor a menor y le llegó allá de sorpresa.

    Cipriano Paz, mi padre estaba administrando El Club Social La Colina, un club social con juegos de sapo y dos hermosos salones que usaba la sociedad Payanesa para hacer sus reuniones de políticos, bodas, fiestas de quinceañeras, etc. de hecho la fiesta de quince años de La Cone fue celebrada allí. A su regreso a Cali, mamá venía superfeliz, nos contó que Cipri las había recibido súper bien, que había hasta llorado al ver a La Cone ya casi una señorita, que habían visto a Cristina una de mis hermanas por parte de papá que vivía con él allá, querían que mamá regresara con todos nosotros en las próximas semanas, y con la promesa que de allí en adelante él nos iba a ayudar para buscar una casa decente donde vivir y cubriría nuestras necesidades. Así pues, dos semanas más tarde estábamos todos viajando hacia Popayán felices, más que por encontrarnos con él, por el viaje y la aventura que es algo que está en el ADN de todos en esta familia. El encuentro fue muy bonito, él nos abrazaba, nos besaba y lucía realmente feliz de vernos nuevamente, igual mi hermana Cristina se veía feliz de vernos y compartir con nosotros. Mis hermanas Cristina y Pilar son las hijas que tuvo Cipri en su anterior relación antes de conocer a mamá, Pilar vivía en Cali.

    Fue un fin de semana maravilloso tener a papá, compartir con él, jugamos sapo, escuchábamos sus historias, nos daba gusto en todo. El lugar era hermoso, estaba justo en medio de la entrada que hay para subir caminando a la Iglesia de Belén y La Licorera del Cauca, la calle que dirige hacia la entrada es toda empedrada y las casas aledañas aún conservan su arquitectura colonial, era todo un espectáculo para unos niños que lo que más conocían era el paseo al río en domingo. Nos llevaron a recorrer la parte histórica de Popayán, en esa época era una ciudad muy pequeña, me gustaba todo, esas casas con sus enormes puertas de madera, sus Iglesias con esa arquitectura admirable, el puente del Humilladero que durante mucho tiempo fue una de las entradas principales de la ciudad, por donde entraron los ejércitos libertadores durante la gesta de la independencia. Una ciudad con mucha historia muy linda.

    La Colina era una casa inmensa, su entrada con techo de tejas de barro, y pasamanos de madera rústica pintados de color café, un corredor en baldosa, ventanas color café y en el corredor colgados después de cada columna unos helechos hermosos que mantenían muy verdes por ese clima fresco de la ciudad. Tenía un salón circular y en frente de este el salón principal muy grande, desde la entrada del salón se podía observar al fondo un gran bar de madera tallada, detrás de este la pared que dividía el salón con los aposentos donde vivía Cipri, más adelante, se encontraba el salón donde estaban los juegos de sapo a la derecha y a la izquierda la cocina, contiguo a esta un pequeño patio con un lavadero y cuerdas donde se ponía a secar la ropa.

    En el viaje de regreso a Cali no parábamos de hablar y hacer planes, porque ya nos habían prometido que si terminábamos bien la escuela podríamos pasar las vacaciones de mitad de año allá. Desde niño me encantó viajar, siempre quería la silla de la ventana para mirar los paisajes, aun hoy cuando vuelo busco siempre tener la silla de la ventana y sigo siendo ese niño curioso que mira a través de ella como se va empequeñeciendo o agrandando el paisaje a medida que el avión se aleja o acerca a su destino.

    Cipri era el cuarto de seis hermanos, siempre escuché decir que era el más inteligente y hábil en los negocios. De mis tíos por parte de él solo conocí a mi tía Ana, única mujer, Manuel el único que aún vive y Gerardo. De sus padres solo conocí a la abuela Ana, la cual nunca quiso a mamá según contaba ella y de la cual tengo recuerdos muy vagos, el abuelo Cipriano nunca lo conocí y lo que sé de él es que era un viejo muy coloquial y alegre también de acuerdo a lo que contaba mamá.

    Para ese año en que contactamos con Cipri él estaba saliendo de algunos problemas de negocios que había tenido en el pasado, por los que se había tenido que ir de la ciudad de Cali y se había radicado en Popayán. Ya fuera de problemas empezó a contactar con sus antiguos amigos, entre ellos Fabián Gómez,

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