Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Inquebrantable
Inquebrantable
Inquebrantable
Libro electrónico329 páginas4 horas

Inquebrantable

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

"Todas las mujeres tienen sueños, ilusiones y metas por perseguir." Patrizia Sander es una de ellas, joven, atractiva, de buenos sentimientos, con virtudes y defectos como cualquier mujer. Ella buscará cumplir sus sueños, ilusiones y proyectos, sin imaginar todos los obstáculos a los que tendrá que enfrentarse tanto profesionales como personales. "La vida le dará grandes aprendizajes, golpes y desilusiones. Sólo Patrizia decidirá si se dejará caer ante las adversidades o si luchará contra ellas."

IdiomaEspañol
EditorialGRP
Fecha de lanzamiento1 jun 2016
ISBN9786078466092
Inquebrantable

Relacionado con Inquebrantable

Libros electrónicos relacionados

Motivacional para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Inquebrantable

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Inquebrantable - Sabine Inge Kuhn Ardt

    © Sabine Inge Kuhn Arndt

    © Grupo Rodrigo Porrúa Ediciones, S.A. de C.V.

    Río Tiber No. 99, interior 103, Col. Cuauhtémoc

    C.P. 06500, Del. Cuauhtémoc

    México, Distrito Federal

    (55) 6638 6857

    5293 0170

    direccion@rodrigoporrua.com

    1a. Edición, junio 2016

    ISBN: 978-607-8466-09-2

    Impreso en México - Printed in Mexico

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio

    sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Caracteristicas tipográficas y de edición

    Todos los derechos conforme a la ley

    Responsable de la edición: Rodrigo Porrúa del Villar

    Corrección ortotipográfica y de estilo: Graciela de la Luz Frisbie y Rodríguez /

    Rodolfo Perea Monroy

    Diseño de portada: Mauricio Castillo Pernas

    Diseño editorial: Grupo Rodrigo Porrúa

    Agradecimiento

    Este libro se lo dedico con todo mi corazón y agradecimiento a mi madre porque siempre y sin dudarlo estuvo a mi lado en los momentos y tropiezos más difíciles de mi vida. Gracias de corazón a esta mujer maravillosa que siempre será mi ejemplo a seguir.

    También quiero agradecer a mi hermano y a su familia todo su apoyo de lejos porque aunque viven en Alemania siempre estuvieron para mi.

    De corazón gracias a Lina, quien siempre fue como mi nana y es parte de nuestra familia, gracias por esos consejos tan valiosos que siempre me han ayudado para tomar decisiones.

    Agradezco de corazón a Claudia y a Zozer por darme la oportunidad de ingresar a la familia de Grupo Rodrigo Porrúa, pero sobre todo al Señor Rodrigo Porrúa por confiar en este nuevo proyecto que es la realización de mi sueño de toda la vida: la publicación de uno de mis libros.

    Gracias a todo el equipo de Grupo Rodrigo Porrúa por su dedicación y apoyo con las correcciones y diseños.

    El último agradecimiento se lo dedico a todas las personas que me hicieron tropezar porque gracias a ellas hoy soy quien soy y vivo la vida con más plenitud, agradecimiento y alegría. Gracias por hacerme inquebrantable.

    PRIMERA

    PARTE

    Patrizia Sander era una mujer de treinta y dos años, mexicana por nacimiento pero de padres alemanes; rubia, con ojos verdes, alta, delgada, una mujer guapa, con un corazón noble, buenos sentimientos y pensando siempre en los demás antes que pensar en ella misma. Una mujer luchadora y fuerte por fuera, pero frágil, vulnerable y en ocasiones insegura por dentro. Una mujer que finalmente había decidido dar el paso de vivir sola al darse cuenta de que su sueño de salir vestida de blanco de la casa de sus padres no se había realizado. Pero una mujer que también había aprendido a no permitir que ese sentimiento le siguiera afectando.

    Afortunadamente había encontrado una casa acogedora cerca del fraccionamiento de sus padres, y a partir de ese momento esa casa sería su nido, su refugio.

    Después de una semana de intenso trabajo, el sábado en la tarde se dispuso a desempacar la última caja de mudanza que quedaba. Era una caja llena de libros. Patrizia los sacó, sacudió y acomodó en el librero del estudio. Acomodó todos, a excepción de uno, mismo que colocó sobre la mesa de la sala.

    Aquel libro era su diario.

    Patrizia decidió ir a la cava por una botella de Shiraz, la abrió y se sirvió una copa.

    Patrizia se sentó en la sala con su copa de vino y empezó a leerlo. Cuando vio la fecha se dio cuenta una vez más de lo rápido que pasaba el tiempo, ya que de esa fecha a la actualidad habían pasado ocho años.

    30 de octubre del 2000

    Este mes me llena de alegría, ya que además de ser mi cumpleaños, lo voy a pasar en México. Realmente siento una gran emoción, volveré a ver a mis padres y a mis amigos.

    Cómo ha pasado el tiempo pues ya sólo estoy a un año de terminar la carrera. Estos años han sido un gran aprendizaje y no los cambiaría por nada. Cinco años han pasado desde que decidí hacer mi práctica empresarial y mis estudios en Alemania.

    Hoy sé que me va a dar tristeza dejar Mannheim, la ciudad en la que estoy estudiando, porque he hecho grandes amigos. Pero sobre todo me va a doler dejar mi departamento, mi nido en el que pasé tantos momentos felices, también con mis amigos, disfrutando de las cenas mexicanas que me encantaba prepararles.

    No sé por qué en medio de la alegría de irme a México, estoy empezando a sentir esa melancolía cuando todavía falta casi un año para mi regreso definitivo. Tal vez porque voy a extrañar mucho a mis sobrinos. Ha sido un privilegio verlos nacer y crecer en los años que he estado aquí. Afortunadamente me queda tiempo suficiente para seguir yendo a Hannover todos los fines de semana que pueda.

    En Hannover está nuestro hogar en Alemania, la casa de mis padres, donde mi hermano con su familia, mis padres y yo tenemos nuestro propio departamento, nuestro propio espacio.

    He sido muy afortunada de contar con mi hermano Tom y mi cuñada Julia durante todos estos años. Eso me ayudó a no sentirme sola. Ha sido un privilegio tener a una parte de la familia cerca, eso no se compara con nada.

    Y qué decir de mis sobrinos, Kevin de tres años y Felix de ocho meses, mi pedacito de cielo. Siempre he intentado tratarlos de igual forma pero tengo que aceptar que Felix me robó el corazón desde el día que nació.

    Pase lo que pase, regresaré a México y un día seré la sucesora de mi padre en la empresa familiar que mis padres levantaron con tanto esfuerzo y cariño.

    Hoy sé que puedo lograrlo porque gracias a estos años de formación me he convertido en una mujer independiente, fuerte y con metas y perspectivas muy claras.

    31 de octubre del 2000

    A pesar del viaje y el cambio de horario, necesitaba poner hoy mismo en papel la alegría que siento de estar en mi casa, en mi tierra.

    El viaje fue agradable y en el avión tomé una copita de champagne para brindar por una estancia inolvidable. Y mientras la tomaba pensé en los últimos años nuevamente. Yo había aprendido a ganar mi propio dinero y a administrarlo durante los años de la práctica empresarial. De pronto pensé en mis amigas y caí en cuenta de que para ellas nada había cambiado, más que el hecho de ir a la universidad todas las mañanas, en vez de ir al colegio. Y fue ahí que me surgió la duda de si todavía podía tener algo en común con ellas.

    Sin embargo y con tristeza, tuve que admitir que en algo mis amigas sí me llevaban una gran ventaja: la experiencia de tener un novio, una pareja.

    A pesar de tener veinticuatro años no había vivido la experiencia de un novio formal. Sí había tenido pretendientes, pero ninguno me había hecho experimentar un sentimiento más profundo. Aunque tenía que reconocer que esa no era la verdadera razón. Yo misma había puesto barreras para evitar salir con alguien por temor a que eso llegara a impedir mi regreso a México. Bajo ninguna circunstancia me veía viviendo en Alemania. Pero de todas formas a veces he sentido tristeza por esa soledad.

    Tal vez vivía equivocada soñando con el gran amor, con el hombre perfecto, con quien compartiría mi vida; soñaba con salir vestida de blanco de casa mis padres. Mis padres siempre habían sido un ejemplo a seguir para mí, habían logrado formar un matrimonio sólido y sobre todo, habían logrado vencer todos los obstáculos que se les habían presentado.

    Pero bueno, ya no quiero ponerme triste. El recibimiento de mis padres fue maravilloso y cuando me vieron me llenaron de halagos. Pasamos una velada hermosa platicando hasta altas horas de la noche.

    Eso es algo que siempre he disfrutado mucho, que a mis padres y a mí nunca se nos acaban los temas de conversación.

    6 de noviembre del 2000

    Los días han pasado tan rápido que no había tenido tiempo de escribir. Hoy volví a ver a todas mis amigas y confirmé lo que ya había temido. A excepción de Catherine, con las demás ya no había ese entendimiento. O tal vez nunca lo hubo.

    Catherine siempre ha sido mi mejor amiga, tal vez porque somos muy parecidas: tranquilas y honestas. Catherine, al igual que yo, siempre fue muy aplicada y ahora disfrutaba su trabajo, el de ser arquitecta. Yo la admiro mucho porque su infancia no fue fácil; sin embargo había encontrado el amor en Rodolfo y eso me daba mucha tranquilidad.

    Cuando saludé a mis amigas, todas me abrazaron efusivamente.

    Damiana era abogada. Se caracterizaba por su extrema delgadez, sus facciones eran toscas pero con su arreglo lucía atractiva. Ella llevaba medio año trabajando en un reconocido bufete de abogados donde había conocido a Héctor, su actual pareja. Damiana tenía carácter fuerte pero era bondadosa.

    Inés era una mujer poco atractiva empezando por su figura algo corpulenta. De carácter era parecida a Damiana. Inés era psicóloga especializada en relaciones laborales. Meses atrás había sufrido la separación de sus padres.

    Andrea era guapa, aunque no era muy alta. No me acuerdo cómo había entrado al grupo años atrás y mi relación con ella siempre había sido muy distante, tal vez porque en el colegio siempre había buscado motivos para molestarme. Desde la preparatoria, Andrea se enamoró de Saúl y desde entonces estaban juntos.

    Josephine era bonita, con una figura poco favorable, algo reventada pero de buen corazón. No tenía pareja y había estudiado la carrera de Marketing.

    Marie era una mujer muy sincera. Con ella siempre me llevé muy bien. Siempre estaba de buen humor, decía las cosas de frente y era muy honesta. Marie era alta, delgada y bonita. Años atrás había vivido la pérdida de su padre y yo sentía una gran admiración por ella por haber salido adelante con tanta valentía. Con su carrera en administración de empresas había logrado conseguir un buen trabajo en una empresa alimenticia.

    Por último estaba Claudine. Ella era superficial, muy guapa pero en ocasiones tremendamente arrogante, con la misma carrera que Andrea. Jamás hubiera pensado que por envidias nuestra amistad se vería afectada. Algo que siempre le reproché fue su trato déspota con personas de bajos recursos.

    Me sorprendió mucho que durante el café hubiera sido justo Andrea la que me dijera:

    —Patrizia, qué bueno que ya estás aquí de nuevo.

    Yo amablemente le respondí:

    —Yo también estoy contenta y más porque ya falta menos de un año para estar de regreso definitivamente.

    Y Andrea continuó:

    —Oye, Patrizia, ¿qué tienes pensado para tu cumpleaños?

    —Lo único que sé es que quiero festejar con ustedes, así que vayan pensando en el lugar indicado —contesté con una sonrisa tenue.

    Y Andrea con una dulzura falsa y evidente sugirió:

    —Perfecto, se me ocurre la Bodeguita Cubana, es divertida y hay buena música.

    Yo le sonreí:

    —Me parece muy bien.

    7 de noviembre del 2000

    Me siento feliz de estar en nuestra casa de Tequesquitengo donde vamos a pasar cuatro días. Esta casa me trae recuerdos de mi infancia, hermosos y felices. Esta casa siempre había sido la mejor escapadita de la ciudad porque quedaba a escasas dos horas.

    Ya anhelo dar la vuelta al lago en nuestra lancha, esquiar y disfrutar de ese ambiente mágico que sólo tiene este lugar.

    Los horarios aquí son otros. Es increíble despertar oyendo las primeras olas de las lanchas, disfrutar el desayuno en la terraza con vista a todo el lago. Terminando el desayuno la anhelada vuelta al lago en lancha y luego otra vuelta esquiando. Aproximadamente a las dos de la tarde una rica botanita con la copita para disfrutar la tarde en el sol. Y para cerrar con broche de oro una deliciosa cena en la terraza con un buen vino.

    No me imagino la vida sin esta casa, sin Tequesquitengo.

    10 de noviembre del 2000

    Hoy es el día del prefestejo de mi cumpleaños. Les había pedido a mis amigos adelantarlo y brindar a la medianoche por mi cumpleaños, ya que el día de mi cumpleaños, el once de noviembre; era mi último día antes de mi regreso a Alemania y tenía una cena con mis padres y unos amigos.

    Catherine y Rodolfo pasaron por mí para irnos juntos a la Bodeguita Cubana. Yo había optado por un pantalón negro con un top negro de noche y un juego de joyas en oro blanco. Me miré al espejo contenta, había logrado un excelente bronceado durante los días que habíamos estado en Tequesquitengo.

    A las nueve y media llegamos al lugar y al verlo por fuera, honestamente no me gustó mucho. Pero con los años que llevaba fuera de México no conocía otro lugar que hubiera podido sugerir cuando se planeó el festejo de mi cumpleaños.

    Cuando entré con Catherine y Rodolfo, ya habían llegado todos a excepción de Andrea y Saúl. Unos minutos más tarde llegaron en compañía de un amigo de Saúl de nombre Eugenio y de inmediato Saúl me lo presentó. Era un hombre alto, de aproximadamente veintisiete años, muy bien vestido y con facciones muy marcadas. Tal vez sin la calvicie pronunciada, Eugenio hubiera lucido más atractivo. Aun así no me llamó mucho la atención y decidí disfrutar la noche con todos mis amigos.

    Sin embargo, no pude evitar que Andrea se sentara conmigo para pedirme que estuviera un rato con ella, Saúl y Eugenio:

    —Patrizia, ya era necesario sentarnos a platicar contigo. Eugenio ya estaba ansioso por conocerte.

    —Perdón, pero quise estar con todos, porque pasado mañana regreso a Alemania y vendré hasta abril —comenté con amabilidad.

    Eugenio me preguntó sorprendido:

    —¿No vives en México?

    —No, vivo en Alemania porque estoy estudiando allá. Mi idea es poder apoyar a mi papá en el negocio cuando termine la carrera.

    —¿Y de qué es el negocio? —preguntó Eugenio con interés.

    Yo le contesté:

    —Distribuimos refacciones y partes de motor para equipo pesado, camiones y tractores.

    —¿Y tienen producción propia?

    —No. Sólo importamos los productos y hacemos la distribución en toda la República Mexicana —aclaré.

    Eugenio siguió con sus preguntas:

    —¿Y de qué países importan?

    Saúl lo interrumpió:

    —Eugenio, vas a marear a Patrizia con tantas preguntas.

    Yo les sonreí:

    —No te preocupes, Saúl. Y tú Eugenio, ¿a qué te dedicas?

    En tono de broma Saúl contestó por él:

    —Eugenio se la pasa montando sus caballos todo el día.

    Eugenio disimuló y replicó:

    —No es cierto. Tengo un negocio de asesoría financiera con mi padre. Estamos asociados con unos italianos.

    Saúl insistió:

    —Pero la mayor parte del tiempo se la pasa con sus caballos.

    —Bueno, los caballos son mi pasión, después del trabajo, por supuesto —agregó Eugenio.

    Yo lo miré y comenté:

    —A mí me dan miedo los caballos, son animales bellísimos, pero les tengo mucho respeto.

    Eugenio le sonrió:

    —Yo te voy a quitar ese miedo. ¿Tú no practicas ningún deporte?

    —Sí, el esquí acuático, el tenis y acabo de empezar con el golf.

    Eugenio se puso feliz:

    —Pues la próxima vez que vengas a México jugamos juntos, yo también practico el golf.

    En punto de las doce de la noche se oyeron los mariachis que empezaron a cantar Las Mañanitas y todos mis amigos me aplaudieron. Además me entregaron un ramo de rosas rojas enorme.

    Cuando me despedí de todos, Eugenio me pidió mi número telefónico de Alemania y por cortesía se lo di.

    El festejo me había hecho sentir muy contenta y a pesar de ya no tener tantas cosas en común con mis amigas de la escuela, por un momento sentí un poco de envidia, ya que ellas veían la vida de una manera más relajada.

    11 de noviembre del 2000

    Mi última noche la pasé con mis padres para festejar mi cumpleaños con ellos y una pareja de amigos en La Hacienda Monasterio.

    La verdad sentí mucha nostalgia, ya tenía todo mi equipaje listo.

    Esa noche llegando a la casa después de la cena, tomamos una copa de champagne y les platiqué a mis padres de Eugenio. Y mi mamá comentó:

    —No te oigo muy convencida, no te veo emocionada.

    Miré a mi mamá. Ella me conocía mejor que nadie. Con toda honestidad le dije:

    —Pues no, pero tal vez el haber conocido a Eugenio sirva para ampliar mi círculo de amistades. Eugenio es muy educado y culto.

    Mi mamá notó mi tristeza:

    —Patrizia, no estés triste. No falta mucho para que estemos contigo en Alemania. La Navidad está muy cerca. Además falta poco para que estés de regreso en México, ya es menos de un año.

    —Sí, mami tienes razón. Vamos a disfrutar la última noche. Gracias por todo el apoyo que siempre me dan y por estos días tan hermosos que pasé con ustedes. Como siempre fue mágico y esos recuerdos me van a dar el ánimo necesario para no sentir tristeza.

    Brindé con mis padres y dirigiéndome a mi padre dije:

    —Papi, mil disculpas que esta vez no pude estar en la empresa.

    —Hija, no te preocupes. Tu estancia esta vez fue muy corta, sólo estuviste diez días y además ya necesitabas descansar.

    Abracé a mis padres con amor y brindé con ellos.

    Finales de noviembre del 2000

    A mi regreso en Alemania, los días pasaron volando por los exámenes que tenía que presentar.

    Un día, al regresar de la academia a casa, encontré un fax de Eugenio. La verdad el contenido me hizo sentir bien. Eugenio me escribió que se sentía feliz de haberme conocido. También me dijo que el tiempo pasaría rápido para volvernos a ver.

    La verdad no pude evitar una sonrisa, pero nada más. Al querer recordar a Eugenio me sentí mal al darme cuenta de que ya no recordaba ni su rostro.

    Diciembre 2000

    Finalmente había llegado mi mes favorito del año: diciembre. Los días pasaron rápidamente con todos los preparativos, entre ellos la repostería navideña, la organización de los regalos y la decoración.

    El departamento se había convertido en un pequeño sueño navideño y al darme cuenta de que sería la última vez que lo decoraría para Navidad, sentí algo de añoranza.

    El fin de semana del segundo domingo de adviento aproveché para ir a Hannover a decorar la casa para que estuviera lista para recibir a mis padres.

    Entre semana organicé varias reuniones con mis amigos para disfrutar por última vez con ellos los mercados navideños, una hermosa tradición alemana.

    Desde mi infancia, esta época del año siempre había sido la más feliz y emocionante. Mi mamá siempre se dedicó a llenarla de magia para mi hermano y para mí. Con mucho amor nos hacía el calendario de adviento con veinticuatro regalos para cada uno. Era muy emocionante, sobre todo porque colgaban de un calendario que ella misma había bordado. Yo era tan curiosa, que me subía al sofá que estaba debajo del calendario para tocarlos y adivinar el contenido. Cuántos recuerdos.

    Durante todo el mes de diciembre Eugenio estuvo en constante contacto conmigo, pero no logré sentir la misma emoción que él me expresaba.

    Por lo tanto, decidí enfocarme en la llegada de mis padres y las fiestas en puerta.

    Primavera 2001

    Entre más se acercaba la fecha de mi viaje a México, más felicidad sentía, sobre todo porque Eugenio me escribía casi diario expresándome su alegría por mi llegada.

    Aun así, yo no había logrado definir mis sentimientos y por ello decidí esperar el reencuentro con él. Sólo ese momento me podría responder las dudas que tenía.

    Abril 2001

    El día antes de mi viaje a México sentí un nerviosismo inexplicable, sobre todo por la inesperada llamada de Eugenio:

    —Eugenio, ¿cómo estás?

    —Ya quiero verte —dijo feliz.

    Por un momento Eugenio logró contagiarme su alegría y le pregunté:

    —¿Vas a ir al aeropuerto?

    —No Patrizia, tengo un concurso ecuestre en Monterrey. Pero en cuanto regrese de Monterrey te hablo para ponernos de acuerdo.

    —Suerte en el concurso —repliqué.

    —Te lo agradezco. Cuídate mucho y que tengas muy buen viaje.

    Colgué el teléfono con una sonrisa.

    Ya habían pasado tres días desde mi llegada a México y aún no había tenido noticias de Eugenio. Al cuarto día finalmente Eugenio me marcó por teléfono:

    —Patrizia, ¿cómo estás? ¿Cómo llegaste?

    —Muy bien, y a ti, ¿cómo te fue en el concurso?

    —Mal, mi caballo se lastimó y no pude concursar, pero aproveché para ver a unos amigos —comentó Eugenio.

    —Siento mucho lo de tu caballo.

    —Me gustaría invitarte a comer mañana —dijo Eugenio.

    —Perfecto —dije aceptando la invitación.

    —¿Te parece si paso por ti a la una?

    —Sí, me parece muy bien. Hasta mañana.

    Al día siguiente Eugenio pasó puntual por mí. Al verlo no sentí nada a pesar de que Eugenio se veía muy bien.

    Después de saludarlo, vi a un hombre de traje parado al lado de Eugenio. Al ver mi cara, Eugenio me explicó:

    —Él es Rogelio, mi guardaespaldas.

    Lo saludé con amabilidad pero la verdad me sentí rara y muy incómoda.

    En el camino al restaurante, Eugenio me platicó que dos años atrás habían intentado secuestrarlo y que por eso sus padres habían decidido contratar a un guardaespaldas. Noté que ese recuerdo lo ponía mal y decidí cambiar de tema. No me imaginaba el sentir de una persona ante una vivencia así.

    Media hora después, llegamos a un restaurante llamado L’Olivier. Eugenio pidió champagne para brindar por nuestro encuentro.

    Mientras Eugenio platicaba, me di cuenta de lo educado que era. Era un hombre de mundo y un excelente hombre de negocios. Eso me hizo comprender el peligro al que se exponía. Al parecer era muy exitoso, lo concluí por el traje que llevaba, por las cosas que pedía en el restaurante y por los viajes que había hecho.

    Tengo que aceptar que disfrutaba escucharlo platicar y no podía explicar la atracción que empezaba a sentir por él.

    Dos días después, Eugenio me pidió que nos viéramos para presentarme a unos amigos de los caballos. Cuando Eugenio me marcó un día antes le pregunté:

    —¿A qué hora pasas por mí?

    —Patrizia, ¿sabes moverte aquí en México? Porque tengo una cita y no creo poder pasar por ti.

    Por su tono de voz lo noté molesto y le pregunté:

    —¿Te pasa algo?

    —Tuve un mal día en el trabajo pero nada de cuidado. Entonces, ¿puedes llegar?

    —Claro, dame la dirección y nos vemos mañana en el restaurante —contesté.

    Al día siguiente conocí a Maite y a Vicente, los mejores amigos de Eugenio. Eran personas encantadoras. Además de ellos había otros amigos.

    La plática durante toda la comida se concentró en el mundo de los caballos y Maite en varias ocasiones me explicó algunos términos. Aun así, me sentí muy incómoda, sobre todo porque Eugenio no me había prestado ninguna atención. Definitivamente los caballos eran su mundo y su pasión.

    Un día antes de mi regreso a Alemania, Eugenio me invitó a comer y me citó en un restaurante italiano, el Alfredos. La comida fue muy amena.

    Cuando nos despedimos Eugenio me dijo:

    —Cuídate mucho. Y me hablas en cuanto hayas llegado a Alemania.

    —¿Entonces ya no nos vamos a ver? Pensé que ibas a ir al aeropuerto.

    —Nosotros no acostumbramos ir al aeropuerto, para eso tenemos al chofer. Las distancias son demasiado largas y pierdes

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1