Diamante en bruto
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Pero un gran día, después de una gran debacle personal, Denise encontró el motivo por el que querría salir de su espiral de autodestrucción. El amor hacia una persona le sirvió de estímulo para dar el primer paso y comenzar a luchar por la salvación de su vida y por su futuro. Hasta que al final, ese camino de reconciliación se convirtió en su propio camino en el que no necesitaba crecer por ni para los demás, sino por y para ella misma.
Esta es la historia de Denis Reyes Tuhaire en la que podrías ver identificada tu propia historia.
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Diamante en bruto - Denise Reyes Juhaire
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© Denise Reyes Tuhaire
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1144-871-0
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La última en las fotografías
En muchas ocasiones no nos gusta que nos hagan fotografías y si no podemos evitarlo… procuramos escondernos detrás de otras personas o de objetos. ¿Por qué? Porque realmente no estamos acostumbrados a vernos con el detalle con el que lo hacemos cuando miramos nuestras propias fotografías. Porque en ellas miramos con más detalle nuestros defectos, cosa que no hacemos con tanta exhaustividad en las fotos de otras personas. Porque hay una baja autoestima y verse reflejado en esa imagen estática es un reflejo directo de ello. Las cuestiones físicas y psicológicas pueden llevar a una persona a querer ser solo una sombra en esa fotografía del grupo de amigos, del equipo de trabajo, de la fiesta navideña familiar…
Todo esto es el resultado de diferentes experiencias vividas. Casi todos los momentos de la vida de una persona van modelando a esa persona. Buenos y malos. Siempre se ha dicho que de los malos se aprende más y hacen crecer, sin embargo, no siempre es fácil entender esa experiencia negativa para convertirla en un motivo de crecimiento en positivo; a veces, las malas vivencias se traducen en nudos que se quedan atascados en el interior psicológico de una persona y van marcando, restringiendo, impidiendo, bloqueando… Derivan en un crecimiento defectuoso de la persona.
Unas personas no consiguen llegar a entender ese bloqueo. Por fortuna, otras sí. Un pequeño detonante sirve de motivo o de pretexto para afrontar aquella circunstancia que marcó una vida. Han podido pasar muchos años, tal vez demasiados, pero ese pequeño gesto todos esos años después se convierten en el primer paso de la sanación psicológica, espiritual y física. En ocasiones ese paso se da por otra persona, por conseguir un trabajo… otras se da por cada uno. Pero al final ese camino siempre tiene que ser por uno mismo. No sirve de nada querer sanarse por otra persona, por otro motivo… la razón siempre debe ser uno mismo para que se pueda llegar al final del camino. Aunque, en realidad, el camino nunca se culmina, siempre hay que estar pendiente de la salud personal (entendida como un todo de salud física, emocional y psicológica). O mejor dicho cada día se debe culminar con la satisfacción de haberse cuidado a uno mismo, de respetarse, de aceptarse, de reconocerse y valorarse.
Cada cual encontrará ese camino como el reflejo de lo más inimaginable. Da igual. El escenario por el que se desarrolle el viaje es casi lo de menos. Lo importante de ese camino es que es el propio, el elegido para conseguir la cura personal. En él habrá otras personas o transcurrirá en paralelo a esas otras personas que forman parte de la vida de cada cual.
En Diamante en bruto, Denise Reyes Tuhaire relata su experiencia personal. Cuenta los motivos que la llevaron a caer día tras día, los intentos de agarrarse a salvavidas que no eran tales y finalmente el pequeño detonante que significó su necesidad de salvar su propia vida y sanar en todos los sentidos.
Introducción
Mi singular camino por esta vida ha estado lleno de aventuras, unas que han enriquecido mi alma y otras que la han herido, pero, al igual que tú, he tratado de levantarme de todas las caídas que el camino me ha preparado. Sin embargo, algunas veces he fallado, pese a que he intentado sujetarme a algo o alguien para mantenerme en pie y salir adelante. Pero ¿es eso suficiente? ¿Hasta dónde podemos permitir que la vida nos arrastre? Estas preguntas habitaban mi cabeza cuando leí tres libros con los cuales entendí que, en algún momento, todos los seres humanos pasamos por una gran crisis existencial.
Gracias a eso, llegué a la conclusión de que yo misma debía salir de mi propia desgracia. En mi opinión, dicha crisis suele darse entre los cuarenta y cincuenta años, y puede volverse muy complicada dependiendo de los miedos y cargas emocionales que cada uno de nosotros carguemos. Ante esta situación, para mí solo hay dos opciones: integrar la crisis a tu vida y seguir viviendo monótona y ciegamente, como una máquina automatizada, o enfrentarla y tomar las riendas de tu vida, haciendo los cambios necesarios para dejarse llevar por la magia de vivir.
Siempre he sido una persona que reflexiona mucho sobre la vida y sobre mí misma y, aun así, a mis treinta años (un poco antes de lo esperado) la crisis me alcanzó, del mismo modo que había sucedido con cada uno de los personajes de esos libros que cambiaron mi vida. Me identificaba con ellos y con lo que les sucedía. Mientras que para la gente vivir en lugares exóticos como Tailandia, Vietnam y Bora Bora era «envidiable» y «emocionante», para mí nada tenía sentido; todo era monótono y aburrido. Me encontraba en muy mal estado, tenía sobrepeso, pensamientos suicidas, sufría de alcoholismo, miedos e, incluso, ansias por destruir a los demás.
Una vez escuché una leyenda que cuenta que, hace muchos años en África, cuando comenzaron a descubrir y valorar los diamantes, todos los aldeanos hablaban de ellos y los buscaban sin cesar, con la esperanza de hallar uno y cambiar sus vidas. Las personas vendían sus pertenencias para obtener el dinero suficiente y emprender su búsqueda junto a los grupos de expedición que salían todos los días, con sus sueños puestos en la preciada piedra. Así fue el caso de un señor que vendió su terreno y casa, pero, tras varios años y muchos países recorridos sin éxito, sus sueños se esfumaron y, sintiéndose vencido, decidió regresar a su tierra natal. Al llegar a su pueblo, todo el mundo hablaba de una gran mina de diamantes que había sido descubierta durante su ausencia, así que él, ahora viejo, cansado y furioso fue a verla. Para su sorpresa, el gran tesoro estaba en su antigua propiedad y lo que él solía creer eran piedras del río eran, en realidad, diamantes. El hombre no podía creerlo; había vendido todo para ir a buscar lo que siempre había tenido y, sintiéndose desdichado y deprimido, se quitó la vida.
Es una metáfora de lo que pasa con nosotros cuando intentamos encontrar la felicidad, junto con las respuestas correctas para nuestra vida, en las cosas materiales, en otras personas o en lugares, sin saber que todo lo que necesitamos está en nosotros mismos, en nuestro interior. Y es justo a raíz de ella que nace la idea del título de este libro: cada persona es un diamante con un brillo único. Creo firmemente en que nacemos con un resplandor particular y, por lo tanto, es nuestro trabajo hacernos brillar. El problema es que vamos dejando de creer en nosotros, y nos enfocamos en satisfacer a los demás debido a los miedos, las secuelas de lo que nos ha ocurrido y los estereotipos impuestos por la sociedad. Nuestro brillo queda sepultado debajo de una pila de basura que no sabemos limpiar, pero es nuestra obligación quitar el cochambre acumulado, pulir el diamante en bruto que somos y resplandecer como nunca.
A esa conclusión me llevó la vida cuando la crisis vivía en mí, pero ¿estaba lista para afrontarla? ¿Estaba preparada para combatir mis miedos y sombras?
Identificación oficial
Yo nací en México y provengo de una familia conformada por mis papás, mi hermana y yo, la cual hace unos años creció con la llegada de mi hermosa sobrina, Achara.
Mi mamá nació en Aïn Taya, Argelia, durante la Segunda Guerra Mundial, hija de un aviador francés que luchaba por su nación y de una española, vasca, de hermosos ojos azules acero. Mi madre fue la menor de tres hijos; lamentablemente, el primero falleció debido a que mi abuela no tuvo la suficiente leche materna para alimentarlo; el segundo es mi tío Jean y, por último, mi mamá. Todos dicen que la historia de mis abuelos fue mágica y llena de amor y, por ello, mi abuela no quería que mi abuelo participara en la guerra. Como cualquier madre de familia, se rehusaba a vivir con el temor de que su hogar y familia estuvieran en peligro.
En ese entonces, en España era imposible vivir libremente bajo el comando de Franco, así que emprendieron una nueva aventura hacia México. La familia llegó al país azteca cuando mi mamá era aún muy pequeña. Ahí vivieron muchos años de felicidad en un departamento situado en la calle de Villahermosa en la colonia Condesa, cerca del parque México. Todo era perfección. Los niños crecían alegres, pasaban las tardes en el parque con los perros y sus padres agradecían que los cantos de las aves hubieran sustituido las ensordecedoras explosiones de las bombas. Por desgracia, repentinamente, esa felicidad se vio interrumpida porque mi abuela enfermó. Era cáncer y, poco a poco, ella se fue deteriorando más y más; la enfermedad tomó posesión de su cuerpo y su cara fue perdiendo su rubor… hasta que, un día, murió. Mi madre tenía entonces dieciséis años y, a partir de ese momento, los lazos familiares se rompieron y desaparecieron. Mi abuelo comenzó a sentir rencor y odio hacia su única hija, de modo que ella se vio forzada a buscar la manera de hacer su vida fuera de México. No sé adónde se fue o que hizo, ya que nunca ha querido hablarnos sobre esa época de su vida; sin embargo, lo importante es que años después regresó, conoció a mi padre y aquí estamos…
El nombre de mi papá es Miguel, o Miguelín, como yo lo llamo. Es el mayor de seis hombres, después de mi tía que es la mayor y única mujer. Mi abuela fue abandonada con todos sus hijos y sin ninguna estabilidad económica. La escasez en la casa de Tepito (un barrio de la Ciudad de México) se sentía todos los días. Como consecuencia, comenzó a trabajar a pronta edad, como todos los niños con necesidad de ayudar a su familia, para llevar comida a la mesa. Como pueden imaginarse, su infancia fue difícil y sin lujo alguno; en ocasiones podían permitirse un festín, pero también había días en los que se iban a la cama con hambre. Con el tiempo y con muchas ganas de salir adelante, mi papá consiguió todo lo que no pudo tener en su infancia y nos dio una vida económicamente estable.
Cada domingo, íbamos a casa de mi abuela a reunirnos con la familia. Los adultos jugaban cartas y hacían repetidas pausas para ir a menear la comida, mientras que los niños corríamos por la casa y, de vez en cuando, parábamos frente al armario de mi abuela para tomar dulces del lugar secreto donde ella los escondía. De fondo, se escuchaba la música de Juan Gabriel y Rocío Dúrcal; todos cantábamos y éramos felices por un rato. Mi momento favorito era el de la comida, debido a que la familia de mi papá tiene un singular amor por ella y las buenas recetas; todos lo heredamos de mi abuela. Amo la cocina y hacer feliz a la gente con la comida; es una pasión. A veces pienso que hubiera podido dedicarme a eso, pero he preferido reservarme el gusto como pasatiempo.
Lo que más me gustaba era pasar tiempo con mi papá, pero él siempre estaba ocupado. Cada año, al llegar mi cumpleaños, él nunca estaba presente; su trabajo o amigos eran más importantes que las fiestas de sus hijas. Y allí me encontraba yo, rodeada de mis amiguitos frente a un delicioso pastel casero, iluminado solo por la luz de las velas. En mis oídos resonaban las voces desentonadas de los niños que cantaban Las mañanitas, mientras dirigían sus miradas hacia mí. Cuando llegaba el tan esperado momento de pedir un deseo y soplar las velas, mi único anhelo era que mi papá estuviera conmigo.
Así fue como, un buen día, cuando tenía catorce años mientras estábamos reunidos en casa, comencé a llorar y a reprocharle a mi papá su ausencia y falta de cariño. Esto resultó ser una buena terapia familiar, pues nos dijimos todo lo que habíamos callado, lloramos y eso nos unió más. Comprendí que, para mi papá, la forma de demostrarnos su amor era darnos lo que a él le había faltado: comida. Él sentía que, al mantener el refrigerador lleno, cumplía con sus obligaciones y que eso era más que suficiente; no entendía que para mí tener comida era normal y que lo que yo realmente necesitaba de él, era su amor y cariño. No obstante, desde ese día dejé de juzgarlo y aprendí a comprenderlo. Mi papá no es el padre perfecto, pero es sin duda una de las personas a quien más amo en este mundo, es mi compañero y en gran parte mi ejemplo a seguir.
Mi hermana es mayor que yo por un año; su nombre es Anne, igual que el de mi madre. Pese a que la diferencia de edad es poca y la gente podría pensar otra cosa, nuestra relación nunca ha sido muy afectiva. Siempre ha pensado que yo la odio, pero no es así; simplemente somos dos seres humanos con un carácter y esencias muy distintas. En otro tiempo, habría dicho que éramos incompatibles en todo sentido, pero, en realidad, tal vez nunca nos tomamos el tiempo de crear una complicidad; solo peleábamos y nos juzgábamos.
No obstante, nuestra relación tomó un giro desde el nacimiento de Achara, mi hermosa sobrina. Sé que su nombre será algo singular para la mayoría de ustedes, pero se llama así en honor a mi mejor amiga, también llamada Jay, una doctora tailandesa que conocí cuando viví en Tailandia. Fui la primera a quien Anne dio la noticia de su embarazo y, gracias a ello, iniciamos la complicidad de hermanas que tanta falta nos hizo mientras crecíamos e ideamos la forma de decir a nuestros padres que serían abuelos, ya que ella sería madre soltera. Desde ese momento, hemos estado en contacto y más enteradas de nuestras vidas. Achara ha sido una gran alegría para nosotros y, siendo la más joven de la familia Reyes Tuhaire, es un ángel bonito, tal y como el significado de su nombre lo indica. Lo único que pido en la vida es que crezca segura de sí misma, con una mente clara y un corazón enorme.
Como podrán ver, soy el resultado de una mezcla de culturas e ideologías y, aunque tuve el privilegio de crecer en una casa bicultural, mi corazón siempre ha sido, y siempre será, mexicano. Y, a diferencia de muchos mexicanos, toda la vida he llevado en alto el nombre de mi nación, de mi gente y de mi sangre; estoy orgullosa de mis raíces y del lugar del que provengo. Por el contrario, muchos compatriotas solo juzgan a nuestro país y no se detienen a ver su belleza, a escuchar las letras