MIRANDA
Miranda Kerr (Sídney, Australia, 1983) posee lo que ella llama una tendencia a subirse a los árboles. Lo hace desde niña; primero, en el sauce que gobernaba el patio trasero de la granja de sus abuelos, en Gunnedah (un pueblo del interior australiano); y, ahora, con sus hijos en el magnolio de su casa en Brentwood (California), o en la de Los Ángeles. Mira hacia arriba, observa dónde agarrarse, y trepa. «Un día, mi abuela me dijo: “Prueba a subir, ya verás”. Y, claro, me sentí libre entre sus ramas», dice. Ella sabía que, al bajar, la esperaba una vida singular. Cuenta que de pequeña era una idealista y que, con doce años, soñó con ser bióloga marina y, luego, naturópata. Ahora, a sus 38, es nutricionista -ha terminado un curso online sobre alimentación y salud de la Universidad Stanford-, escritora, imagen de grandes casas como Louis Vuitton -para su línea de bolsos Capucines–, empresaria con su marca de belleza Kora Organics -a la venta en Douglas- y madre de tres hijos -Flynn, Hart y Myles-, y está casada con Evan Spiegel -cofundador y CEO de Snapchat-. Cada mañana, se levanta a las cinco y media y, antes de que los críos se despierten, practica yoga, hace meditación, pronuncia sus oraciones de agradecimiento y pone en marcha sus rituales de bienestar interior.
Le gusta caminar por la naturaleza, estudia aromaterapia, el cuarzo rosa es su aliado, es amante del karaoke y, en sute toparás con Shania Twain, Dr. Dre y el de Salt-N-Pepa . Sabe escuchar, mirar, dar y reír. Tiene ese tipo de atractivo a medio camino entre la disciplina de un samurái, el aura de una diosa y el encanto naíf de quien estrena la vida. Y todo, desde la gratitud y el respeto; dos cualidades que son su modo de existencia. «Mis padres siempre me han dicho que fuera yo misma. Que, en una sociedad donde imperan los juicios de valor, es importante la autenticidad. No te orientes por lo que crees que deberías ser, sino más bien por lo que eres. Así que nada como mostrar tu verdadera personalidad». Y ella lo sabe y lo practica.
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