DISFUNCIÓN FUNCIONAL: De las uvas agrias al buen vino
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DISFUNCIÓN FUNCIONAL - Dr. C. Errol Ball
Agradecimientos
Escribir este libro me ha llevado a explorar mi historia personal de un modo que nunca hubiera creído posible. Aunque este trabajo ha sido a la vez doloroso y terapéutico (incluso catártico a veces), no podría haberlo realizado sin el apoyo de otras personas.
De los once a los catorce años, cuando vivía en Maine, tuve la suerte de contar con un amigo y compañero de por vida en Rob Marquis. Al reflexionar sobre algunos de mis agradables recuerdos en el solar o la cancha de béisbol, siempre estaba el catcher, Rob, que llegó a jugar en la universidad. Rob recuerda mi récord en las Ligas Menores: diecisiete bateadores eliminados en un partido. También recuerda los partidos de béisbol en el patio, y la vez que mi hermano bateó la pelota tan lejos que pasó por encima del tejado de un complejo de departamentos al otro lado de la calle. Gracias, Rob, por compartir estos gratos recuerdos conmigo, y por animarme a «ponerlos sobre el papel».
También quiero dar las gracias a mis hijos. Les agradezco que supieran muy poco de lo que estaba yo pasando emocional y psicológicamente mientras los criaba durante mis años de como estudiante de medicina y como residente. Frente a todos mis retos, ellos siempre han seguido siendo mi propósito de guía. Fueron hijos fáciles de criar; no añadieron a los factores de estrés de la residencia y la paternidad en solitario. Y aunque cada uno de ellos sufrió sus propios ajustes emocionales en la vida a lo largo del camino, nunca se portaron mal ni se rebelaron. Fueron el viento bajo mis alas. Gracias, Brandi y Aaron. Los amo. Desde entonces, Dios me ha bendecido con otro hijo. Ambos han sido grandes ejemplos para su hermana pequeña, Grace. Ella es igual de fácil de criar gracias al excelente ejemplo de comportamiento y obediencia de ustedes.
Y a mi bella esposa, Hissell, mi «reina peruana», que me ha apoyado increíblemente durante la redacción de este libro. Para escribir con precisión, tuve que volver a visitar algunos momentos oscuros. Al hacerlo, reviví esos recuerdos emocionalmente y por momentos me consumieron. Eso me obligó a seguir escribiendo, al menos hasta que llegué a un lugar seguro en el que pude detenerme. En esos momentos, simplemente me preguntabas si estaba bien o si necesitaba algo, y luego me dabas el espacio que necesitaba para poder recuperarme y seguir trabajando. Gracias por permitirme hacer este viaje solo, aunque no podría haber llegado hasta acá sin ti.
Por último, quiero agradecer a mi Señor su increíble gracia y misericordia. A veces, en la vida, eso es todo lo que necesitas para seguir viviendo.
Introducción
La vida puede ser un camino lleno de altibajos y, para algunos de nosotros, nuestros mayores desafíos pueden presentarse ya en la infancia y de la peor manera. La manera en que nos enfrentamos a esos primeros retos es a menudo lo que dará forma a nuestro mundo y a cómo lo vemos. Esto puede hacer que nuestro camino sea claro como el cristal, o borroso y oscuro, en nuestro viaje por la travesía de la vida.
Como médico y ministro, soy testigo de las alegrías y las penas de mis pacientes y feligreses. Veo el mundo como una interacción de cuerpo, mente y espíritu. Y en la intersección de estas dos partes de mi vida, he llegado a descubrir que cada experiencia —ya sea dolorosa o placentera— ofrece una oportunidad de crecimiento, una ocasión de convertir nuestras uvas agrias en un buen vino.
Mi vida temprana, como descubrirás, comenzó con una gran ración de uvas agrias. Ahora, años más tarde, siento que el camino que sigo (aunque bastante normal) es mi destino. Al recordar el camino que he recorrido hasta ahora, empecé a reflexionar sobre de dónde vengo. Y, al hacerlo, me di cuenta de que muchos otros probablemente han sufrido desafíos similares y pueden beneficiarse de escuchar mi historia y las lecciones que he aprendido en el camino.
Algunos de los recuerdos de mi infancia son demasiado dolorosos para procesarlos, mientras que otros son demasiado gráficos y he jurado llevarme esos «secretos familiares» a la tumba. Sin embargo, todos ellos viven en mi mente y en mi alma, y afectan a mi forma de ver el mundo y de relacionarme con la gente. Experimenté de primera mano cómo los traumas emocionales pueden afectar a todos los aspectos de la vida de una persona. No haber oído nunca las palabras «te amo» me dejó una marca indeleble. Supe que ningún niño debería tener que anhelar y suplicar ser amado. Ningún niño debería tener que preguntarse si es amado. Ningún niño debería tener que entender de algún modo en su mente y en su corazón por qué se abusó de él durante años en silencio, como me pasó a mí. Soporté todo esto, y más, y si hubiera terminado enganchado a algunas drogas —ya sea el alcohol o alguna otra forma de dependencia química—, tal vez nadie me habría culpado, y quizá incluso habrían mostrado una apariencia de amor, más claramente identificada como lástima. Afortunadamente, ese no fue el camino que tomé.
No fue hasta la edad adulta cuando estas y otras heridas salieron a la luz, brindándome la opción de lidiar con ellas o permitir que ellas lidiaran conmigo. Con el paso de los años, empecé a ver los efectos de mis cicatrices y, más concretamente, las heridas secretas, dolorosas y no resueltas de mi alma, y cómo me estaban robando la genialidad y la sensatez que una vez me habían hecho ganar el nombre de «Capitán Cool» en la secundaria.
Sí, los años han pasado volando. Se han añadido títulos a mi nombre: marido, padre, ministro, profesor de la Biblia, estudiante de medicina y médico. Este viaje no habría tenido lugar, y yo habría permanecido en una tierra estéril emocional y psicológicamente, si no hubiera reconocido que hay dolor en el cambio, y hay dolor en permanecer igual. Elegí el camino que me hiciera avanzar.
Este ha sido un viaje agridulce, que me ha obligado a escarbar en mi pasado y dejar que esas heridas sangren de nuevo para poder sanar. En esta vida, las historias de nuestra infancia no están aisladas. A veces pintamos una imagen más bonita de cómo eran las cosas para ayudarnos a sobrellevarlas. Esta mentalidad se traslada a otras áreas de nuestra vida, ya sea permaneciendo en una relación abusiva, siguiendo en un trabajo que ataca tu autoestima o manteniendo amistades que no son saludables. Pero, en nuestros pensamientos disfuncionales, pensamos que estas opciones son mejores que estar solo. Así que ser un felpudo se convierte en la alternativa. Pero ¿por qué? ¿Porque nuestra autoestima está tan dañada por nuestra crianza (o la falta de ella) que no nos