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Difícil ser madre
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Libro electrónico151 páginas2 horas

Difícil ser madre

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"Este mundo moderno nos exige que trabajemos como si no fuéramos madres y que ejerzamos nuestra maternidad como si no trabajáramos. Una mujer extenuada es una bomba de tiempo alimentada de frustración, abandono y victimización. Nadie nos ha enseñado a gestionarnos a nosotras mismas, por ello vemos mujeres disociadas, ansiosas, enojadas y deprimidas". 
Liliana Vázquez Hoyos

 

"Hay una cereza que corona el envenenado pastel: las aspiraciones que las madres modernas desarrollan porque se creyeron el cuento de que ellas lo pueden todo. Las madres deben ser mujeres realizadas, mujeres exitosas, mujeres modelos —en el sentido moral y en el sentido estético—, mujeres perfectas". 
Liliana Lanz Vallejo 

 

"Inadecuada, esta palabra ha definido la forma en la que me he sentido en mi vida como madre. Por más preparada que estés nunca estás preparada". 
Esmeralda Uriarte Rodríguez

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 dic 2023
ISBN9798223530831
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    Difícil ser madre - Juan José Luna

    Liliana Vázquez Hoyos (Tijuana, 1972)

    Directora de La Pócima Promotora, proyecto independiente dedicado a la creación, promoción y difusión del arte. Coordina los clubes de lectura: Sociedad literaria Club Hipatia y el Círculo de lectura para mujeres de 40+ (lo que nadie nos contó). Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana y la maestría en Educación en la Universidad de Tijuana CUT. Su último cargo público fue como subdirectora del Instituto Municipal de Arte y Cultura (2017-2019).

    La palabrota maternidad.

    Una reflexión en primera persona

    Recuerdo mis sueños

    En todos está ella,

    Juega/ pregunta/ corre

    Una silla vacía es lo que queda,

    ahora que se marchó

    Afronto el abandono / Recuerdo

    Soy un alma de historias

    No sé construir una vida propia, lo olvidé

    —LVH

    La palabra madre más que un sustantivo es un verbo porque la maternidad implica una lista interminable de acciones que se supone que las mujeres ya traemos integradas en un chip que se activa al momento en que ocurre la concepción. En la lista de verbos que se me ocurren encuentro desear, anhelar, esperar, parir, llorar, reír, desvelar, callar, cuidar, sentir, atender, mimar, alimentar, educar, guiar, corregir, limpiar, abrazar, regañar, sanar, lavar, doblar, sobar, cambiar, cargar, soñar, compartir, correr, planear, conocer, adivinar, agradecer, pelear, defender, perdonar, alentar, pagar, comprar, besar, acunar, sostener, entender, comprender, llevar, traer, amar amar y amar más…

    Esperar, desear y anhelar

    Un día no llega el periodo menstrual, hacemos una prueba y el resultado positivo nos indica que estamos embarazadas. Hacemos cuentas y el calendario no miente. Recibimos la confirmación de un laboratorio, entonces una ginecóloga nos felicitará, también hará cuentas y nos informará sobre el tiempo que tenemos de gestación y cuánto nos falta para dar a luz. Ha iniciado una cuenta regresiva que implica una transformación de nuestro mundo tal y como lo habíamos conocido hasta ese momento.

    Cuando supe de mi embarazo, mi pareja y yo celebrábamos nuestro primer aniversario juntos. Habíamos ido a comer a un restaurante, bebimos algunos tragos y al concluir la cena me sentí mal, pensé que me habían caído pesados los alimentos. Él, en un arranque de lucidez, me preguntó por mi periodo, estaba retrasado. En el camino a casa paramos en una farmacia, compré la prueba, el test casero arrojó un positivo. Me quedé anonadada frente al resultado, le anuncié a mi compañero que pronto seríamos padres. ¡Nos asombramos tanto! En ese momento no podía dejar de pensar en todos los tragos que había bebido estando embarazada y, por primera vez, sentí culpa por no estar a la altura de las circunstancias. Pensé en lo dañino que pudo ser ese alcohol en mi sangre, en la médula espinal, el cerebro y el corazón de ese ser pequeñito que se estaba gestando.

    Desde que descubrí que sería madre me supe responsable de la personita que crecía en mí, tuve consciencia de que todo lo que hiciera o no iba a impactar sobre el resultado final. Eso de ser cocreadora de una vida me hizo replantearme la omnipotencia de Dios, fue sentirme parte de un poder divino que puso mi existencia a girar en torno al gran suceso de la gestación. Pensé que debía evitar caer y lastimarme, no malpasarme; es decir, cuidar de forma escrupulosa mi alimentación, debía evitar preocupaciones vanas, desacelerar el ritmo, controlar mi ansiedad y las emociones negativas, impedir los enojos o hacer bilis, además, era muy importante sentirme amada y aceptada de forma incondicional.

    Tuve la suerte de haber decidido embarazarme, y, aunque sucedió más pronto de lo esperado, fue un gran momento, un hecho contundente y transformador. Junto con la noticia de la espera apareció un deseo que se convirtió en un anhelo ferviente por conocer a mi bebé, pero en momentos ese sentimiento se transformaba en miedo e incluso en terror. Mi cuerpo estaba abierto a una nueva posibilidad, a una vida en formación; había en mí un ser compuesto de células, vísceras, carne y piel, quien sería uno más dentro de nuestro hogar, así descubrí que la suma de 1+1 no era dos, sino que era igual a 3.

    Estaba repleta de un sinfín de emociones, pensamientos y sensaciones. A partir de ese momento mis energías, las físicas, mentales y emocionales estaban puestas en cuidarme. Tomar vitaminas, comer y dormir bien, estar en paz. Antes de esta aventura llamada maternidad, pensaba que, en caso de decidir ser mamá, mi proceso sería muy parecido al que veía anunciado en las portadas de la revista Ser Padres. Nada más alejado de ello, por lo menos no fue así en mi caso, porque los primeros cuatro meses de gestación los pasé vomitando. Es más, en el tercer mes recibí un regaño porque bajé de peso, era incapaz de retener el alimento, hice de todo: comer galletas saladas en ayunas, beber agua con hielos, fruta fresca, Seven Up y un montón de remedios que no recuerdo. Nada funcionó, terminé tomando medicamento para combatir las náuseas. Y de manera irónica, a pesar del malestar físico, de sentirme tan cansada de estar indispuesta, estaba feliz, emocionada, llena de ilusiones. Soñaba con mi bebé, pero al mismo tiempo estaba aterrada, intuía la montaña de responsabilidades que me caería encima. Esos sueños de bebés de grandes ojos y sonrisa angelical no siempre eran nubes de algodón, algunas noches se convertían en pesadillas, chorros de sangre y vísceras saliendo de mi cuerpo. Sospeché que a lo mejor se les había olvidado ponerme el chip de la madre ecuánime y neutral.

    Alrededor del quinto mes tuve una amenaza de parto prematuro. Un día me sentí mal, vi un poco de sangre en mi ropa interior. Le dije a mi compañero, quien me convenció de llamarle a la ginecóloga. Ella nos indicó que fuéramos inmediatamente a una clínica. Me internaron un par de horas. El diagnóstico fue una nefritis de embarazo. Me recetaron descanso absoluto. Tuve que faltar al trabajo.

    Entonces me enfrenté a otra encrucijada. Este mundo moderno nos exige que trabajemos como si no fuéramos madres y que ejerzamos nuestra maternidad como si no trabajáramos. Descubrí los laberintos burocráticos de las incapacidades, las miradas de lástima y desaprobación por parte de las compañeras solteras y sin hijos, las de bienvenida al club de las que ya eran madres, el ojo implacable de los compañeros que consideran que ya empezamos a usar la maternidad como un pretexto para no cumplir con nuestras obligaciones.

    Por esta vía descubrí que la dulce espera es un camino cuesta arriba, solitario e introspectivo del que se habla muy poco. Las mujeres seguimos sin decir todo lo que experimentamos, especialmente lo relacionado con el miedo en sus diferentes posibilidades como el miedo al dolor, a quedar mal después del parto o morir desangradas, a que nuestro bebé nazca con alguna enfermedad o que se muera. También hay otros miedos como el de dejar de hacer lo que nos gusta, el no poder trabajar, quedarnos gordas e, incluso, un miedo profundo de no conectar con nuestro bebé o enamorarnos tanto de nuestro hijo(a) que dejemos de amar a nuestra pareja. Y junto a todos esos terrores se vive el miedo a ser juzgadas como malas madres, una etiqueta dolorosa, denigrante y, sobre todo, injusta.

    El Don de la Maternidad (así con mayúsculas), como han denominado a este accidente biológico en el que a uno de los sexos le tocó en suerte ser la fábrica de bebés, es un sino que nos convirtió en el portal único para llegar este plano terrenal; todavía no existe otro, gracias a ello se nos ha convertido en una especie de diosas que, como dice Rosario Castellanos, la mujer ha sido elevada al altar de las deidades y ha aspirado el incienso de los devotos … y, como sabemos, las deidades no son humanas, pertenecen a otra categoría, una excluida del mundo de los hombres.

    Se ha derramado mucha tinta en torno al papel de las mujeres en la sociedad patriarcal y de cómo su poder se limita al ámbito de la casa, tanto así que se nos ha llamado de muchas maneras como el hada, la reina, la ama, la señora del hogar; somos la encarnación de ese ser cuasi celestial. ¡Corrijo!, nos han educado para que deseemos con toda el alma ser novias, esposas y madres. Nuestro anhelo más profundo debe girar en torno a un hombre y lo más valioso que él nos puede dar es un hijo, la prueba suprema para poder considerarnos una mujer de verdad. ¿Quién puede negarse a tan gran distinción? ¿Cómo podría ser posible que una mujer no desee ser madre y quedarse sin culminar la misión para la que fue creada por Dios? Seguramente las respuestas nos llevarán a imaginar a una mujer que no está entera, un ser sin entraña, ni sensibilidad, frívola y, probablemente, una que quisiera ser hombre. ¿Cómo es posible negarse a ser madre?

    Las preguntas de cuándo nos casaremos se repiten hasta el cansancio desde el momento en que alcanzamos la edad casadera. En caso de cumplir con este requisito, la siguiente pregunta tiene que ver con la decisión de tener el primer hijo; pareciera que en las vidas de las mujeres el cuidar a otros es la regla, afortunadamente, en el presente cada vez son más las mujeres que toman consciencia de sí mismas y deciden sobre estas cuestiones tan fundamentales, tan intimas y trascendentales que solamente le incumben a ella y a nadie más. No digo que haya desaparecido la presión y que sea igual para todas, pero sí creo que el círculo ha crecido y esta ola cada vez alcanza a más mujeres, aunque soy consciente de que sigue existiendo una gran brecha en donde la raza, el estrato socioeconómico y la educación juegan un papel protagónico para poder disfrutar del privilegio a elegir y decidir sobre el cuerpo propio.

    Llorar, reír y parir

    El tiempo, como lo afirmaba Einstein, es relativo. Las 36 semanas del embarazo son absolutamente elásticas y se parecen a un espejismo. Recuerdo que las primeras semanas de gestación fueron muy largas, pero las últimas corrieron como auto de carreras. Cuando menos pensé ya no lograba verme los pies, un gran bulto salía de mí, era una barriga redonda y lisa que guardaba dentro a una niña que pronto vería la luz del sol.

    Una cosa es conocer

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