Oídos sordos: Un llamado a escuchar las señales del cuerpo y encontrar la verdadera salud
Por Pilar Sordo
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Deja de poner atención a tus carencias y desarrolla tu potencial.
La psicóloga e investigadora Pilar Sordo analiza en este libro porqué solemos vivir insatisfechos con nuestro cuerpo: las mujeres de piel morena quisieran ser más blancas, y las blancas quisieran tener una tez más bronceada; si tienen curvas pronunciadas quisieran ser flacas y si son flacas quisieran ser más rellenitas. Los hombres quisieran ser más altos y tener una musculatura más desarrollada. Se trata de un problema de autoaceptación que se relaciona no sólo con nuestra imagen, sino también con nuestros padres y nuestras relaciones de pareja, con nuestra emociones y nuestras ideas, con los medios de comunicación que difunde e impone a la sociedad parámetros de belleza que se convierten en mandatos muy difíciles de seguir.
La autora, que ha investigado largamente el tema de los trastornos de la alimentación, propone, entre otras cosas, el autoconocimiento como clave para aprender a quererse. Se trata de un proceso que implica reconocer lo que nos gusta y lo que no, así como lo que podemos o no cambiar para ser más compasivos con nosotros mismos y así dejar de pelear con nuestro cuerpo.
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Oídos sordos - Pilar Sordo
alma.
CAPITULO I
Entrenamiento cotidiano
para no escucharnos
Es muy temprano y suena el despertador —manera antinatural de despertar— y nuestro cuerpo debe salir de la cama para comenzar un día, que más parece la preparación para una guerra que una nueva oportunidad de ser felices haciendo un homenaje por estar vivos.
Una vez que suena el despertador, ¿a quién no le ha pasado decir cinco minutitos más
? Es tan angustiante esa decisión que, como tenemos miedo de quedarnos dormidos, no dormimos, no descansamos, y, más aún, sabemos que iniciaremos el día apurados y atrasados. Nos llenamos de tensión y nuestro día empieza mal: si me iba a lavar el pelo, no me lo lavo; si iba a tomarme el tiempo para elegir el atuendo que me quedara mejor, saco lo primero que encuentro; si alcanzo, tomo el desayuno corriendo sin disfrutar nada y alimentándome mal, enfrentándome al día sin darle tiempo al cuerpo para que se dé cuenta de que ésta puede ser una gran jornada. Y así, todas las cosas que iban en mi beneficio terminan estando en mi contra por no haberme levantado cuando debí hacerlo.
En cuanto abrimos un ojo, la gran mayoría enciende voluntariamente algún aparato tecnológico —al que llamo el Dios del siglo XXI o el Dios Pantalla que, al igual que la santísima trinidad, tiene sus tres dimensiones: la televisión, el celular y la computadora—, sólo para recibir malas noticias y situaciones que nos alarman. Me pregunto por qué libre y voluntariamente empezamos el día así y no tranquilamente, por ejemplo, poniendo la música que más nos gusta. No tengo dudas de que saldríamos cantando de nuestras casas y nuestra disposición hacia el día sería distinta. Si lo hiciéramos, probablemente, le avisaríamos al cuerpo
que hemos despertado y que nos espera una linda y desconocida aventura por vivir. No olvidemos que despertar es estar vivos y ése es un motivo para celebrar y agradecer; si no lo hiciéramos, estaríamos muertos.
Y así continúa nuestro día: la gran mayoría de la población hispanoamericana comienza una peregrinación en medios de transporte deficientes para llegar a sus trabajos o escuelas, lo que hace que ese trayecto sea muy largo. Ya sea en autos particulares o en transporte público, nuestra mañana ya viene cargada de mucha tensión, y hasta este momento muy pocos le han preguntado al cuerpo o al alma cómo amanecieron y cómo se sienten hoy.
El día avanza enfrentando muchas presiones, llamadas, correos electrónicos que hay que contestar de manera urgente, al igual que los mensajes de texto y de WhatsApp; corremos para todo, casi siempre comemos mal, vivimos en ciudades cada vez más ruidosas y contaminadas, nos malhumoramos con facilidad, todo lo cual claramente altera la expresión de nuestras emociones y la conexión con nuestro cuerpo, sin que esto pase por ningún proceso de reflexión interior.
A esto se le suma la tecnología que nos tiene conectados con todo el planeta, pero con la terrible paradoja de estar cada vez menos comunicados con los demás y, lo que es más grave, con nosotros mismos. Iré recorriendo este tema con mayor detalle a lo largo del libro, ya que es un factor que si bien puede ser un aporte en nuestras vidas, es un elemento central en la desconexión del cuerpo y de las emociones.
Ya es un tópico afirmar que la tecnología nos hace acercarnos a los que están lejos, pero alejarnos de los que están cerca; basta ver a cualquier grupo de amigos adolescentes que se juntan y están todos conectados a sus teléfonos celulares. Pero quiero ir más allá y relacionar, a propósito de las emociones, que ya no pasan por el cuerpo, sino que se expresan a través de emoticones que sirven para graficar lo que sentimos. Esta herramienta es maravillosa y nos permite un lenguaje nuevo que, para los niños, resulta tan natural como respirar; pero hay que tener cierto cuidado con ella, porque reporta poco de lo que nos está pasando en realidad.
Quizás una de las consecuencias más severas —sobre todo en el aspecto educacional— es que nuestros niños están creciendo desconectados de los matices de la comunicación; como todo está escrito, la interpretación de lo dicho queda a expensas de quien lee. Me siento mal y envío tres caritas tristes que no sé qué significarán para quien las recibe. Son por todos conocidos los casos de suicidios de jóvenes que después de mandar esas caritas esperaron una respuesta emocional de salvación que nunca llegó.
Con esto pareciera que estoy totalmente en contra de la tecnología, pero no es así. La tecnología es un instrumento fantástico que hay que saber cuánto, cómo y dónde usar; por sobre todo, debemos estar conscientes de cuánto nos aleja de los mensajes del cuerpo. Ejemplo clásico de esto es cuando escribimos en un mensaje de texto o de WhatsApp jajajajajaja
, sin siquiera haber esbozado una sonrisa. Famosos también son los trolls
de internet que se sienten con derecho a decir todo lo que piensan y que, si bien es legítimo que lo hagan, no deben olvidar que la libertad de expresión —a mi entender— debe ir acompañada de la