María Del Consuelo Y La Idea Absurda De Curar El Cáncer De Mama
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Sergio López Ramos
Sergio Lopez Ramos has academic training in psychology, master in history of Mexico (UNAM), PhD in anthropology from the National School of Anthropology and History. Its production is about history of psychology, corporal and psychosomatic, his proposal led to a pedagogy of the body for the prevention of cancer and chronic degenerative diseases. He currently teaches at the Faculty of Iztacala (UNAM) in psychology, for over thrity years with the project Body.
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María Del Consuelo Y La Idea Absurda De Curar El Cáncer De Mama - Sergio López Ramos
Copyright © 2012 por Sergio López Ramos.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2012906475
ISBN: Tapa Dura 978-1-4633-2679-1
ISBN: Tapa Blanda 978-1-4633-2678-4
ISBN: Libro Electrónico 978-1-4633-2680-7
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Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
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Contents
I. La emoción es algo que viaja
II. Cuando el cáncer se apodera del cuerpo
III. La vida es algo que no se debe de comprender con la razón
IV. El diálogo es necesario aunque sea a la distancia
V. Qué se le va hacer si somos tan predecibles
VI. Los orígenes de la noticia
VII. El oficio de la investigación
VIII. El manejo del poder
IX. Nomás no me mandes en público
X. Qué estoy haciendo para los otros
XI. El odio puede hacerme esto que me sucede
XII. Construir para los demás
XIII. Como escapar de los actos voluntarios e involuntarios
XIV. El fantasma de la procreación
XV. La vida cobra donde mas duele
XVI. Un poco de imaginación y dos dedos de frente
XVII. Al final sólo quedan los recuerdos
XVIII. Nada es para siempre
En memoria del maestro Emilio Pardo
I.
La emoción es algo que viaja
En estos días de octubre del año 2007, plenamente en el siglo XXI, los diálogos de las personas están cruzados por el tema de las enfermedades crónicas. Son los tiempos del cuerpo destrozado, cubierto e invadido por las emociones que viajan, en el interior del cuerpo, de órgano en víscera, se han convertido en la adicción barata y accesible para los desprotegidos y los poderosos. Su proceso ha sido doloroso, principalmente para los citadinos: llevar en el cuerpo la huella de una emoción, como distinción, nos hace deformar la cara, la postura y nuestras relaciones humanas.
Mientras escribo estas reflexiones, estoy viéndome en un espejo circular de obsidiana. Es una sensación nueva para mí; quiero descubrir cuál era la verdad de mis intenciones cuando conocí a María del Consuelo, quien vivió desde niña en un lugar deprimido socialmente, sin servicios públicos. Ella tenía en su mente la idea de ser mejor que sus ancestros. Su madre, mujer trabajadora, fue abandonada por su esposo, padre de María del Consuelo, cuando ésta tenía trece años de edad. El motivo nunca lo supo. Su padre se fue sin decir nada. Su madre tampoco nunca le dijo nada. La vida era tan dura que no había tiempo para esas cosas. En su dieta no había mucha variedad de colores, de verduras y frutas. Todo lo comía cocido, bien hervido. Poca agua en su dieta, su piel se hizo reseca, su cuerpo se formó con manchas en los brazos, las huellas de la desnutrición se hicieron indelebles.
Yo la conocí cuando cumplí quince años de trabajar como médico. María del Consuelo había logrado escaparse de los controles de selección y segregación que imponen la pobreza y los sistemas de control escolar. Aun con esa dieta se había esforzado en continuar. Le costaba mucho trabajo el estudio. A veces tenía que repetir la lección más de cuatro veces para poder clarificarla en su cerebro; se acostaba temprano y se levantaba de madrugada para no molestar a nadie y estudiaba en silencio en la sala de su casa. María del Consuelo era tenaz. Su carácter tesonero le impulsaba a vencer los obstáculos. Ese día que la conocí estaba sentada en su pupitre esperando la clase de anatomía. Traía el pelo recogido, bien peinada, sus ojos grandes pero tristes. Uno sabe que el cuerpo es lo que se hace con él, es la educación con mamá y papá. Ese día fui a buscar al maestro de anatomía. Sólo estaba ella y me sonrió, mostrando la dentadura blanca y firme; su calcificación era buena, sus dientes uniformes un poco salidos mostraban su debilidad por la franqueza y la búsqueda de ser una mujer sincera. Creía en la felicidad. La saludé con cordialidad, no sin antes ver sus piernas que se dejaban ver con una falda arriba de las rodillas. Le hice plática. Yo tenía la edad de cuarenta años, estaba fuerte, ella tendría unos veintidós. Siempre he sido dominante con las personas así que la abordé. El deseo me asaltó, lo confieso, un olor joven siempre es una atracción para los instintos de un hombre maduro.
María del Consuelo me atrapó ese día. La volví a buscar y la invité a tomar un café, aceptó, se sintió, al parecer, seducida por un hombre maduro. Seguramente las fibras de su interior la ubicaban con su ausencia de padre. Yo, hombre maduro con mujer e hijos, con una posición económica que no le pedía, ni le debía a nadie nada, sin duda era seductor y en ese entonces había sido aceptado como investigador de ciencias básicas en una Institución pública; especialmente me interesaban y me interesan todavía los procesos celulares del cáncer. Hice algunas investigaciones y experimentos sobre el tema y pude constatar que el cáncer se mueve como algo independiente de los deseos de las personas: comprendí que podía ser una especie de vida dentro de otra vida. En fin, no llegué a nada, eso del apoyo a la ciencia nunca llegaba, usé mis medios y recursos para poder hacer alguna investigación, así que invertí algo de mi dinero que las instituciones me daban para hacer intentos de investigación y ahí es donde perdí el piso, lo reconozco. Hice los primeros intentos al experimentar con mi mujer: le di una sustancia que preparé, para inducirle una carcinogénesis, que está asociada con la alteración en el ADN de la célula, esto implica cambios en los genes, es decir, el riesgo está por agentes químicos, físicos y biológicos. Y pude hacer que sus células tuvieran un efecto en su seno, es decir se alteraron. Creo que fue el proceso de eliminación y absorción del activo que le di. No alcanzamos a ver resultados; murió de cáncer de mama. Lo confieso ahora porque tengo que hablarlo. Me quedaron dos hijos; de ellos se ocupó María del Consuelo. Pero no fue así de sencillo. Antes la busqué y le lloré; le hablé lo mejor que pude, la seduje con miles de atenciones, al final dejó de resistirse y vino a mí; después, le hice ver lo que yo era y me creyó, era tan bella y buena que no dudo nada de mí. Yo aproveché para pedirle que me ayudara con los hijos. Mi mujer se había muerto de una manera muy fea, digo el cáncer la consumió. Yo insistí en que debíamos hacer otros esfuerzos para evitar que se consumiera el cuerpo, pero ella llegó a sus límites y no quiso hacer nada por su vida, que se consumía poco a poco. Cuando murió tuve una revelación. La vi como se iba de su cuerpo y se convertía en algo diluido en el aire, sí, fue algo sorprendente. Me hice la promesa de no volver a tratar de experimentar, quería ser normal, común como todos, pero algo interior me hacía preguntarme sobre la importancia del cáncer en las mujeres, especialmente el cáncer de mama. Todo se estabilizó y María del Consuelo cayó en mis redes, debo decirlo así, le tendí las redes más grandes para que aceptara venir a vivir conmigo y se ocupara de mis hijos, claro que ella no dejó de estudiar, ya había hecho su licenciatura en medicina, tomaba clases de maestría; algunas cosas le facilitaban la vida y otras se la complicaban. Cambió mucho, se hizo amorosa y dulce, les