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Amar en público
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Libro electrónico201 páginas2 horas

Amar en público

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Información de este libro electrónico

¿Por qué en una sociedad tan comunicada como la actual, nos resulta tan difícil hablar con los seres a los que amamos? Rodolfo Félix nos da algunas pistas.
Amar en público es una invitación a profundizar en las relaciones interpersonales, sus fundamentos, sus impedimentos, y en la importancia de superarlos para mejorar nuestro peregrinaje por la vi
IdiomaEspañol
EditorialEditorial Ink
Fecha de lanzamiento14 feb 2019
Amar en público
Autor

Rodolfo Félix Flores

Ingeniero Civil por la UNAM, con grado de Maestría en Planeación otorgado por la Universidad de Stanford, California. Ha sido servidor público, empresario constructor y consultor. En 1995 adaptó y mezcló de diversas técnicas para la expresión pública, que provenían de Dale Carnegie, la Programación Neurolingüística (PNL), y los ejercicios de Gestalt que condujeron a la creación del Taller ExpresaT para hablar en público utilizando sentimientos auténticos. En forma paralela, también diseñó el curso ''Maestría, cuarto nivel'', cuya finalidad es experimentar sensaciones para crear conciencia de que el ser humano tiene siempre dos respuestas: la que viene de pensar y la que viene de sentir. En años recientes, también desarrolló el Taller ExpresaT sin Violencia utilizando técnicas de Comunicación sin Violencia de Marshall Rosemberg, Indagación del Pensamiento de Byron Katie y Negociación de Conflictos. Las experiencias vividas durante 18 años de impartir estos talleres conforman el material que compone el libro Amar en Público.

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    Amar en público - Rodolfo Félix Flores

    INTRODUCCIÓN

    Dicen los filósofos y las personas sabias que hemos venido a este mundo a amar y ser felices ¿Por qué entonces el amor y la felicidad los manifestamos tan escasamente en nuestras vidas? Nos preguntamos por qué la vida es tan difícil de llevar. Hasta pareciera que fuimos enviados a este mundo a padecer. He aquí la clave del enigma: no hemos sido educados para ser felices sino para la desdicha.

    Hace tiempo tuve la oportunidad de asistir a una ceremonia nupcial en la que el sacerdote, saliéndose del patrón tradicional, invitó a los amigos de los novios a expresar algunas bienaventuranzas para motivar a la pareja. Al principio nadie quiso hablar hasta que, finalmente forzados por el sacerdote, dos o tres personas acertaron a decir no más de diez palabras, todas ellas acartonadas, sin pasión ni emoción alguna; aún más trágico fue el momento en que el sacerdote pidió a los novios que se dijeran algo espontáneo para sellar su enlace. En aquel instante tan sensible y trascendental para su relación ni una sola palabra salió de sus bocas; aun cuando aseguraban que estaban dispuestos a compartir sus vidas para toda la eternidad. Fue entonces que el compasivo sacerdote, para librarlos de la incómoda situación, terminó por pedirles que repitieran con él algunas palabras de trámite, las que los enternecedores y frustrados novios se pusieron a corear.

    Tengo que confesar que hace algunos años yo hubiera hecho lo mismo. Escuchar la propuesta y abrir la boca pasmado con cara de atarantado sin saber que hacer.

    A veces nos ofrecen oportunidades invaluables como la de estos novios ocurre que no sabemos expresar nuestra felicidad para compartirla con la persona más importante para nosotros en ese momento, a pesar de que estamos conscientes de que se trata de una oportunidad única para manifestar nuestro amor en público, y algo que proviene quién sabe de dónde simplemente nos paraliza y nos deja la mente en blanco, robándonos el precioso instante.

    Yo soy un convencido de que la felicidad está por todas partes y que todos podemos sentirla. Este libro es un esfuerzo por crear conciencia de que esto es posible y de que las causas que nos impiden disfrutar la dicha son el resultado de una educación equivocada. Vivimos en una sociedad que ha sido enseñada desde hace siglos a reprimir las manifestaciones espontáneas de nuestro sentir auténtico, como las lágrimas, la risa estruendosa, los berrinches, e incluso las muestras de afecto como dar un abrazo sensible y efusivo. Mis experiencias en la vida me han mostrado una y otra vez que las personas se avergüenzan o se vuelven tímidas para expresar sus sentimientos cuando deben hacerlo en público; lamentablemente la gran mayoría también se reprime en privado.

    Escribo este libro porque veo muchos hombres y mujeres que empiezan a despertar y que se atreven a cuestionar un sistema social que no responde a nuestras necesidades. Así como cayó el muro de Berlín, muchos países defienden la libertad de credo y otros permiten todo tipo de relación sin importar las preferencias sexuales. Estamos dando pequeños pasos que se dirigen a una transformación espiritual de la conciencia humana y esta es mi contribución a ese despertar. Durante la lectura de esta obra comprenderemos las terribles consecuencias que ha tenido en nuestras vidas el reprimir y manifestar lo que sentimos; analizaremos las razones que nos llevaron a contener la expresión pública de nuestras emociones y seremos conscientes de la forma de revertirlo.

    En el año de 1995 pude materializar por primera vez el sueño de dedicar parte de mi tiempo a impartir cursos y talleres de desarrollo personal para enfrentar y vencer el miedo que se presenta en quienes necesitan hablar en público. A través de los años he podido comprobar que las personas padecen una gran dificultad para revelar sus sentimientos públicamente, especialmente cuando se trata de la experiencia que llamamos amor. Es como si deseáramos hacer sentir nuestra presencia a los demás y no supiéramos qué hacer, qué decir o cómo actuar.

    El hecho es que no nos atrevemos a correr el riesgo de decir lo que pensamos o sentimos por temor a ser criticados y ridiculizados o por miedo a que las cosas no vayan a salir como imaginamos, sin darnos cuenta de que en ese mismo instante dejamos pasar una oportunidad de oro, tal vez la única que vamos a tener con esa o esas personas. Nos da pavor y limitados por ese (en principio) inexplicable temor por no saber cómo manifestar nuestro sentir ante los demás, vamos por la vida despilfarrado oportunidades.

    Recordemos cuando deseábamos iniciar alguna relación de pareja y dejamos ir a nuestro prospecto, llenos de pánico por no saber qué decirle. Peor aún, queríamos expresar a algún ser querido nuestro afecto pero sentimos miedo, no supimos cómo hacerlo y trágicamente dejamos pasar la ocasión, quizá después ya nunca estuvo con nosotros.

    La vergüenza y el temor a expresarnos en público es resultado de un siniestro adiestramiento que ha puesto énfasis en hacernos creer que no podemos confiar en nosotros mismos y que es preferible escuchar la opinión de los demás y guardar silencio para no comprometernos. De esta manera ha sido sembrada en nuestras vidas la pesada semilla del qué dirán, que nos ha conducido a la adictiva necesidad de buscar inyecciones de aceptación y aprecio y que así seremos felices. En tanto, las oportunidades ahí están, o con frecuencia se presentan inesperadamente, sin avisar. Si no estamos atentos y las dejamos ir, tal vez no vuelvan. Las razones por las que nuestra sociedad nos ha llevado a creer que exteriorizar lo que sentimos es inadecuado, especialmente en público, se discuten y examinan a lo largo de esta obra.

    Yo tuve una magnífica oportunidad de comprobarlo y la quiero compartir. Debo decir que los matrimonios son complicados, ¡muy complicados! El mío no era la excepción. Corría el año de 1987 y mi esposa Laura y yo manteníamos una relación distante en donde el amor brillaba por su ausencia mientras las exigencias y recriminaciones florecían en todo momento. Un día, durante un curso de oratoria que tomábamos juntos, se me presentó la ocasión; sin meditarlo mucho decidí expresarle lo que sentía por ella, así que en uno de esos instantes de inspiración divina que todos y cada uno de nosotros tenemos, lleno de palpitaciones y con la sangre corriéndome a toda velocidad por las venas, me arrojé al precipicio de lo desconocido y frente a un grupo de personas le dije y le hice sentir que la amaba profundamente. ¿Qué si me dio miedo? ¡Uf! No se imaginan cuánto, más en los momentos previos al acontecimiento. A partir de ese momento crucial y significativo mi vida se transformó por completo. Lo que yo sentí, y lo que Laura me dice haber sentido, no se puede expresar con palabras. Fue como si los grilletes que confinan a dos esclavos se abrieran para liberarnos a una nueva vida. El proceso fue tan valioso que con el tiempo ambos decidimos cambiar nuestros proyectos de vida. Hoy, veinticinco años después de ese trascendental suceso, podemos alegrarnos por mantener una relación matrimonial que se puede calificar de sana y constructiva. No somos el matrimonio ideal, sabemos que tenemos altas y bajas, pero hemos logrado comprender la importancia de expresarle al otro: ¡Te amo con toda mi alma!, en público y en privado.

    En otra ocasión mi hijo mayor, que se llama igual que yo, Rodolfo, me reclamó alguna vez que yo poseía muchos conocimientos pero no sabía cómo expresarlos. Dices muchas cosas, pero no te siento, papá, me dijo. En ese momento quise defenderme pero me contuve, así que sufrí una tremenda frustración e impotencia al descubrir que, en verdad, no sabía cómo comunicarme con mi hijo. Aceptar el hecho me condujo a buscar algunas respuestas en libros y talleres de desarrollo personal que me ayudaron a recordar que podía confiar en mí mismo, especialmente en lo que siento, mejorando sustancialmente las relaciones con mi familia y con los que me rodean. Esas respuestas las comparto más adelante.

    Amar en público es un acto con el cual compartimos nuestro ser y nos entregamos a alguien o a algo en cualquier circunstancia y ante cualquier persona sin esperar nada a cambio, es decir, incondicionalmente. Hagamos por un momento una pausa para recapacitar en los miles y miles de animales y plantas vivas que han sacrificado su vida sin retribución alguna para que nosotros podamos prolongar la nuestra. Esto es precisamente lo que permite que suceda en todos y cada uno de nosotros eso que llamamos Dios, universo, naturaleza o como cada quien prefiera referirse a la inteligencia superior que creo y mantiene el orden cósmico. Dios es amor en público manifestado a través de toda la creación en todo momento y en todo lugar.

    Observemos la silla de madera en la que nos encontramos sentados. Para que existiera un árbol tuvo que sacrificarse. A su vez se requirieron herramientas para cortar el árbol. Estas tuvieron que diseñarse y después fabricarse con recursos provenientes de la tierra como son el hierro, el petróleo y otros elementos. Asimismo, la energía que permitió fabricar estas herramientas provino de la misma tierra y hubo una gran cantidad de personas trabajando para que esto fuera posible. Para trasladar la madera a la fábrica fue necesario transportarla, y los vehículos de transporte también se diseñaron y fabricaron con recursos naturales. La propia fábrica fue construida gracias a la participación de cientos de personas, y así podemos seguir con nuestra cadena hasta la eternidad. De cualquier forma la conclusión es evidente: para cobrar vida una simple silla de madera obligo a todo el universo en su conjunto a ponerse en marcha. Esta no es sino una manifestación amorosa de ese Dios que permite que todo acontezca a cambio de nada.

    Decimos que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. ¿Qué nos detiene entonces para actuar en consecuencia? Si abrimos los ojos y la mente atentamente podremos ver que el amor público está por todas partes. Baste saber por lo pronto, que la tremenda fuerza transformadora de hacer sentir nuestra presencia en la vida de las personas a través de expresar lo que pensamos y sentimos, tiene como resultado ineludible el enriquecimiento de nuestra vida y la de los que nos rodean, al permitirnos manifestar la mejor y mas auténtica versión de nosotros mismos.

    He sido un hombre que ha realizado viajes por varios países del mundo. He estudiado y convivido con otras culturas y religiones. Tengo algunas nociones de arte, pintura, escultura, música, arquitectura y teatro; he practicado una gran cantidad de deportes y puedo afirmar con convencimiento que pocas cosas me pueden procurar mayor satisfacción que expresar lo que siento dentro de mi ante quién sea en el momento que sea.

    Hacerse sentir es un poder que está al alcance de todos. Expresarse con poder es algo que todos quisieran atreverse a realizar pero muy pocos se toman el tiempo y el esfuerzo para hacerlo porque no saben cómo. Conceder tiempo, dinero, energía y esfuerzo a comprender lo que en esta obra se ofrece significa regalarnos una amorosa pausa en nuestras vidas, para conocernos a nosotros mismos y como consecuencia recordar quiénes en verdad somos. Bienvenidos sean todos a este breve viaje por los intrincados laberintos del amor y la conciencia. Aquí recordaremos nuestra esencia y cómo conectarnos con la vida para entregarnos a ella con el corazón en la mano.

    CAPÍTULO 1

    REPRIMIENDO EL SENTIR

    Era el 21 de abril del 2012. Los equipos mexicanos de fútbol profesional, América y Puebla, disputaban un partido. Corría el minuto 85 cuando el jugador Vicente Matías Vuoso anotó el gol del triunfo para el América y, sin pensarlo, en un acto espontáneo, el anotador y otro jugador, Christian Benítez, manifestando su alegría, simularon besarse en la boca. Al día siguiente apareció el siguiente comentario en los periódicos: No se puede permitir que den esa imagen al público, a la afición, a los niños. No lo podemos tomar como un buen ejemplo. Esta reacción procede de una educación que ha reprimido la sensibilidad en los seres humanos. La misma educación que me privó a mi de besar a mi querido papá durante los años de mi juventud, hasta que un día mi esposa Laura me lo hizo notar. ¿Por qué no se saludan de beso?, me preguntó. Yo no supe qué contestarle, y sólo se me vino a la mente decirle que eso no era cosa de hombres, pues es lo que había aprendido. La verdad es que yo sentía miedo de hacerlo; no fuera a decir algo de mi, pensaba. Ese mismo día besé a mi padre y su reacción fue para mí todo un descubrimiento. Los dos nos sentimos inmensamente felices. Varios días después, Don Rodolfo, mi padre, comentó a Laura con cierto tono de alegría y complicidad: ¡Y ya van dos veces que lo hace!.

    Durante miles de años en nuestra sociedad se ha privilegiado el pensar sobre el sentir. De hecho, las respuestas que podemos obtener del sentir se han puesto a un lado. Se han menospreciado; hemos pasado por alto que sentir alivia el desamor de manera diferente, muy real y liberadora. Ni en la casa ni en la escuela nos enseñan a sentir, y muchos de nosotros nos preguntamos constantemente: ¿Por qué tanto desamor en el mundo? Aquí está la respuesta. No sabemos ser amables con otros simplemente porque nadie vino a este mundo con un manual que dijera cómo hacerlo y tampoco nadie nos enseñó nada al respecto.

    Me acuerdo que cuando mi hijo Rodolfo tenía escasos 14 años lo inscribí en un curso de sensibilidad disfrazado de liderazgo para jóvenes con el propósito de que me lo arreglaran un poco. Al terminar el curso llegó inmensamente motivado y feliz a decirme: Papá, yo no sé qué vas a hacer, pero tú tienes que estar ahí. El curso también es para adultos y me parece que tú lo vas a disfrutar mucho. Claro que, como todo padre que se respete, la primera idea que se me vino a la mente fue mostrarle a mi hijo que los papás sabemos más que ellos, así que le contesté: Mira, yo ya sé mucho de esas cosas y no necesito cursitos. Hoy confieso que esta respuesta no venía precisamente de predicar con el ejemplo, sino de mi censurable deseo de mantener una imagen de superioridad.

    Rodolfo, que desde pequeño nunca ha sido un hueso fácil de roer sino más bien un joven brillante, creativo e ingenioso, no se rindió fácilmente ante tan débil argumento, así que volvió a la carga con un: "No sé cómo decírtelo, pero tienes que asistir a este curso. Es más, te propongo que

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