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Semblanza: Lo que vi y vivi
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Semblanza: Lo que vi y vivi
Libro electrónico264 páginas4 horas

Semblanza: Lo que vi y vivi

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Información de este libro electrónico

Experiencias de un triunfador en su pais natal y en los Estados Unidos. Cuando nino sufrio percances y amor de padres, pero eso no le impidio conquistar exitos. Como adolescente llega a la ciudad de Mexico en busca de triunfos. Con mucho esfuerzo logra convertirse en un deportista profesional, por medio de esto recorre la mayor parte de su pais. No conforme con sus exitos, se incorpora a las Fuerzas Armadas de Mexico, adquiere jerarquias, y mandos, participo en diferentes actividades, pero nunca se rindio siempre exito tras exito, aunque reconoce que no fue facil. Un dia decide cambiar de profesion y se traslada a los Estados Unidos donde comienza con nuevas tecnicas exitosas. Dios le da visiones y comienza a escribir meditaciones biblicas y cuando se va al Colegio de teologia, Dios le da sabiduria de escribir libros. Por eso presenta en este libro sus hazanas y exitos que vivio y miro. Y demostrar a la humanidad que con "Cristo" todo se puede.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 dic 2021
ISBN9781662491924
Semblanza: Lo que vi y vivi

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    Semblanza - Ranulfo San Juan Reyes

    I

    El ser humano

    Desde mi niñez, Satanás quiso derrotarme porque sabía que yo le serviría a Dios de cualquier forma. De una u otra manera me puso obstáculos, incluso, pude morir en algunas ocasiones. Ahora que Cristo está en mí entiendo que me salvó de todos esos sucesos por un propósito, y hoy puedo decir que la vida puede ser transitada en plenitud, o transformase en un simulacro cuando no comprendemos el plan de Dios.

    La vida también puede ser serena, pero es importante que no deje de ser competitiva para entender que nuestro creador es quien va delante de nosotros. De igual manera la vida puede ser triste o alegre, puede ser positiva o negativa y puede ser fructífera o desperdiciada, pero sea como sea, siempre será irrecuperable si el ser humano no conoce el camino de la salvación.

    Hace mucho tiempo leí una poesía del poeta hindú Rabindranuath Tagore, quien solía decir Si de noche lloras porque se ha ido el sol, tus lágrimas te impedirán ver las estrellas. De esa manera Tagore se refería a las incongruencias del ser humano, ya que el hombre siempre está insatisfecho; padece cuando no tiene nada, pero también padece cuando tiene demasiado. La situación es correctamente sentenciada porque su corazón está vacío, ya que No tiene a Dios. El ser humano no quiere conservar sus bienes para disfrutarlos, sino para acrecentarlos.

    Cuando el ser humano está con una persona, añora la presencia de otra; cuando está en alguna parte, quiere estar en otra, todo porque está insatisfecho con él mismo. Si nadie lo ama se siente desafortunado. El ser humano le da más valor a lo que perdió que a lo que aún conserva; el ser humano siempre está anhelando algo, pero cuando finalmente lo obtiene, le aburre pronto, se desespera y lo desecha; el ser humano pasa la mitad de su vida buscando acumular riquezas a costa de su salud, y la otra mitad de su vida la pasa buscando salud a costa de su dinero, ¿hasta cuándo? Hasta que conozca la verdad que es la palabra de Dios.

    Así pasé mi vida, vagando sin rumbo fijo, pero hoy te narraré cómo crecí y viví.

    Pues bien, yo nací en una choza humilde de una aldea alejada de la civilización. Mi familia carecía de recursos económicos, no tenían electricidad y de la atención médica ni hablamos, solo se dependía de la misericordia de Dios. Desde el parto de mi madre tuve padecimientos de diferentes enfermedades, las cuales se resolvían sin atención hospitalaria.

    En esa choza me debatí entre la vida y la muerte a los escasos tres años debido a una terrible enfermedad. No tenía atención médica y mis padres, muy desesperados, solo me veían sufrir sin poder ayudar. Pasaron días, semanas y quizás meses hasta que dejé de respirar; había fallecido. Mis padres lloraban, no sabían qué hacer pues no tenían dinero para el entierro. Mi papá, desesperado, acudió a los vecinos para pedir dinero prestado y así poder comprar un ataúd de madera corriente; habían pasado seis horas. Cuando tuvo el recurso necesario, caminó durante tres horas hasta llegar a la ciudad más cercana. Al regresar, ya habían pasado catorce horas desde que yo había dejado de respirar. Mi padre miró a mi mamá y a otras personas que lloraban y procedieron a llamar a otros vecinos para comenzar con el velorio. Seis horas más tarde, cuando estaban por introducirme a la caja, mi madre sintió mi respiración.

    Mi padre fue quien me contó esta historia a detalle cuando ya tenía uso de razón. Él relata que comenzaron a darle gracias a Dios a su manera y a llorar de alegría, ya que yo era el primogénito de los varones.

    Luego de esto, mi papá se dirigió a otro pueblo bastante lejano; se hacían alrededor de tres días de camino. Esta vez acudió a comprar un líquido que para él era medicina. Después de seis días regresó con el preciado medicamento, el cual me ayudó a recuperar mi salud. Estuve casi veinte horas muerto, pero Dios me resucitó; desde muy pequeño empecé a recibir milagros del soberano y altísimo Dios.

    El primer milagro fue mi nacimiento; el segundo fue cuando me resucitó y así continuaron muchísimos más en mi vida. Estoy seguro de que te sorprenderás cómo todavía vivo gracias a Dios.

    Los milagros no solo los hace conmigo, sino con millares. Por ejemplo, te contaré de otro caso parecido al mío. Una persona cinco veces resucitada. Es un impresionante informe médico; a la una de la tarde, un paro cardíaco. Los médicos aplican electrochoques. A las dos de la tarde, un nuevo síncope. Los doctores reviven a la persona mediante tremendos golpes eléctricos; quince minutos después, el monitor no da ninguna señal. El personal de salud trabajó frenéticamente y volvió a salvar a la persona. Tras un respiro de cinco horas, se dio un nuevo síncope, nuevo paro y nuevo milagroso retorno a la vida. Y a las ocho de la noche con cuarenta y cinco minutos, otro paro, otros electrochoques y otra resucitación. Al día siguiente, a las seis de la mañana, José Reyes de sesenta años tomó tranquilamente su desayuno. Él fue la primera persona que murió cinco veces en un solo día, y fue resucitado las cinco veces de manera científica. Para todo hay récord en este mundo. José Reyes, hombre fuerte y animoso, batió el récord de muertes y resucitaciones, pero, ¿en realidad murió? Los científicos dicen que no, que casi murió, pero se recuperó a tiempo, ya que nadie regresa de una muerte verdadera.

    En la vida hay dos logros que jamás se alcanzarán: el primero es detener el envejecimiento y el otro es deshacerse de la muerte. Aunque se han dado fantásticos logros científicos en la sanación de enfermedades, no hemos podido deshacernos ni del envejecimiento ni de la muerte. No hay hombre que tenga potestad sobre el espíritu para retener el espíritu, ni potestad sobre el día de la muerte; y no valen armas en tal guerra, ni la impiedad librará al que la posee, dice el libro Sagrado en Eclesiastés 8:8. Es decir, que así se tenga la mejor salud, se tenga la más acertada y eficaz dieta; a la larga todos nos dirigiremos al sepulcro y caeremos como robles gastados. Para ese día inevitable y para que nuestra alma tenga paz necesitamos un Salvador que nos la dé y nos brinde vida eterna. Un Salvador que sea nuestro amigo durante el resto de los años que nos queden por vivir. Ese Salvador y amigo es Jesucristo. Él desea ser nuestro Señor eterno el día en que abandonemos este cuerpo. Él será nuestro amigo fiel, hoy y para siempre. Amén.

    II

    Mi madre murió

    Aún era un niño cuando mi madre murió. En un trágico momento como ese, cuando pierdes a un familiar, un hermano o un ser querido, sientes un dolor en tu corazón, pero nada comparado al de la pérdida de tu madre. Ese es mucho más doloroso. El amor de una madre se compara al amor de Dios. ¿Sabes por qué? Porque el amor de Dios es infinito; después de ese sigue el de una madre. El amor de ellas es incondicional, no se compara con otro amor humano.

    Mi madre era como un águila protegiendo a sus polluelos debajo de sus alas. Cuando eres niño y pierdes a tu madre, sientes la soledad abrazándote, te sientes desprotegido porque tu principal defensora ha partido de este mundo.

    La sensación es diferente cuando a alguien que conociste le tuviste cariño, pero que no meramente amor. Sí sientes tristeza, pero en unos días se te pasa.

    Pues, el dolor que sentí al enterarme de que mi madre había fallecido fue inmenso. En ese momento estaba cuidando el ganado de mi padre con otros niños, cuando de pronto mi hermana mayor me dio la trágica noticia.

    Cuando mi madre murió, yo solo tenía seis años. Ella se puso muy grave debido a los golpes que le daba mi padre. Yo solo era un niño, pero recuerdo que cuando no podía levantarse solo me miraba con sus ojos tristes para luego llorar en silencio.

    De igual forma, en mi mente persiste la imagen de su cara al verla alimentar a mis dos hermanos; yo era el mayor de los varones. Me encontraba moliendo el nixtamal sin fuerzas para hacer tortillas. En realidad, no eran más que pedazos de masa cocida que comíamos con sal y agua; no había más. Ahora entiendo la tristeza de su mirada; ella presentía que pronto nos dejaría solos. En ese momento yo no podía entender lo que me quería decir y seguramente ella prefería no expresarlo para no angustiarnos.

    Después de algún tiempo, ella quiso ser trasladada a la casa de su hermano menor, era el mismo hogar donde ellos nacieron.

    Ahí, mientras yo pastoreaba ovejas, supe que mi madre nos había dejado solos en este mundo. El sentimiento fue igual al de una presa abandonada en un desierto rodeada de fieras salvajes.

    Quedar huérfano cuando todavía no te puedes valer por ti mismo es horrible. Aunque aún tenía a mi padre, me sentía desprotegido porque él nunca fue cariñoso con nosotros. Desafortunadamente no contaba mucho con él; cuando se emborrachaba se olvidaba de nosotros y siempre que ocurría pasaban muchas cosas por mi mente.

    Después de todo me pregunté quién me ayudaría cuando tuviera que preparar mis alimentos, ya no oiría más palabras tiernas de una madre que me dijera No te preocupes, hijito; yo te ayudaré. Es triste pensar que un día la tienes y otro ya no, luego preguntas: ¿Por qué yo? ¿Por qué a mi familia? ¿Por qué te la llevaste, Dios?. Y quizá hasta le reprochas a él... Cuando eres un niño no entiendes la Palabra de Dios y menos cuando nadie te la ha enseñado. Pero, referente a mi madre, Dios sabe por qué se la llevó; su plan y propósito son perfectos. Él decide quién permanece un tiempo más y quién tendrá que irse antes de este mundo, porque todo lo que hay debajo del sol es vanidad y nada es eterno.

    Además de mis dos hermanos menores, tengo dos hermanas más grandes que yo; en total éramos cinco. Los varones tenían cuatro y un año de edad cuando nos quedamos huérfanos. Después de ese suceso, trascurrieron tres años, por lo que yo tenía que seguir estudiando; sin embargo, en el rancho donde nací, el profesor que daba clases solo enseñaba primer y segundo grado de primaria y si quería continuar con los siguientes niveles, tendría que trasladarme a otro pueblo al que se llegaba luego de dos horas y medía caminando; no había otro medio de transporte. Así que emprendí el viaje.

    Por las mañanas no había problema porque me guiaba la luz del sol, pero por las noches (principalmente en invierno cuando el sol se oculta más temprano) me daba mucho miedo atravesar montañas en la oscuridad. En los años 60 se impartían clases todo el día, desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde. Yo tenía una alimentación muy raquítica y además sufría por los maltratos de mi padre.

    En algunas ocasiones, cuando yo regresaba a casa cerca de las nueve de la noche, él se molestaba; en vez de preguntarme cómo me había ido, me regañaba por llegar a esas horas, me maltrataba y me sacaba de la casa sin importarle si llovía o hacía frío. Muchas veces preferí quedarme a dormir fuera de la escuela donde estudiaba; pasé hambre con tal de no regresar con mi papá.

    Siempre andaba con la peor ropa; usaba camisas y pantalones rotos y no tenía calzado. Yo creo que las letras no entran cuando se tiene hambre, y lo confirmo porque reprobé dos años consecutivos y nunca pasé el examen de cuarto año de primaria. Justo en ese tiempo mi papá había decidido rehacer su vida con una señora que tenía dos hijos. Él siempre prefirió brindarles comida y atención a los hijos de su pareja, pero siempre me menospreció a mí y a mis hermanos... Pero regresando al tema, reitero que las letras no entraban en mi cerebro tierno y vacío; aquí es cuando entran las pruebas, esas que a nadie le gustan, pero que desde pequeños son parte de nuestra vida. Una prueba tiene dos sentidos principales: existen las que se dan en la escuela o algunas empresas para poder avanzar al siguiente nivel; el que no la pasa tiene que volver a presentar o retomar la materia. Y la segunda es de las que nos habla La Biblia en el Salmo 66 versículo 10, que dice: Porque tú nos probaste, oh Dios; nos ensayaste como se afina la plata. En la vida enfrentamos desafíos y dificultades donde somos puestos a prueba. Ahora bien, de igual forma que las pruebas en la escuela, es necesario pasar las pruebas de la vida. Cuando enfrentamos una prueba debemos humillarnos y ser sensibles a lo que Dios quiere enseñarnos, pero debe quedar claro que no todas las pruebas son enviadas por Dios. Existen ataques del enemigo y consecuencias de decisiones nuestras. Así que a doblar rodillas y pedirle a Dios para que nos ayude y podamos pasar esa prueba.

    Después de todo, abandoné la escuela y mi hogar para irme a otro pueblo en busca de trabajo; un niño de diez años buscando trabajo... ¿Quién me daría empleo? Claro que a esa edad no sabes hacer gran cosa ni tienes suficientes fuerzas para competir con adultos, pero se logró; una familia me empleó para cuidar vacas, alimentarlas y llevarlas al campo a pastar.

    Para trasladarlas tenía que conducirlas por una montaña, en el paraje había árboles gigantes y entre ellos solían rondar coyotes, serpientes de diferentes clases y escorpiones. Tuve que soportar todo eso, además de las inclemencias del tiempo como la lluvia y tormentas eléctricas. Todo eso lo hice durante tres años para ganarme el pan de cada día, y como dice el capítulo 77, versículo 18 de Salmos, La voz de tu trueno estaba en el torbellino; tus relámpagos alumbraron el mundo; se estremeció y tembló la tierra. El relámpago es un destello de luz producido de una carga eléctrica. En el Nuevo Testamento, el relámpago siempre se asocia con Dios. Recuerdo que mientras recorría las montañas rocosas y arboledas, una tormenta de lluvia se estaba formando progresivamente muy cerca de mí. Podía escuchar el retumbar de los truenos en la distancia y ver ocasionalmente el resplandor de los relámpagos. Busqué un refugio para protegerme del aguacero que comenzaba a caer, y ahí esperé a que la tormenta cesara porque me agradaba mucho el despliegue del poder energético a medida que los relámpagos iluminaban el firmamento... todavía me gustan un poco las tormentas eléctricas; sin embargo, no me agradan nada las tormentas de la vida, es decir, los conflictos en las relaciones personales, en los ámbitos financieros y espirituales; esas que vienen repentinamente y nos sorprenden y nos hacen sentirnos como si todo diera vueltas a nuestro alrededor; naufragamos y nos sentimos emocionalmente heridos.

    En ese tiempo también tuve pruebas físicas; recuerdo que un día soleado conducía contento el ganado hacia las praderas. Alcancé a otro pastor de ovejas, juntamos los animales y empezamos a jugar a las luchas. Este joven tenía unos veinte años, él tenía más fuerzas que yo, así que en uno de los empujones que me dio, caí de espaldas y golpeé mi cabeza contra una roca, al instante perdí la conciencia. El joven se asustó al verme inmóvil y se fue del lugar con sus borregos; me abandonó. Pasaron unas tres horas después cuando por fin abrí mis ojos. Al mirar a mi alrededor, me encontraba solo y los animales que cuidaba se habían alejado. Pensé que él era un cobarde, tal vez me abandonó porque pensó que me había muerto y quería que no lo culparan.

    Junté mis animales y regresé con la familia con la que vivía para contarles lo sucedido. Como no tuve atención médica, a partir de ese día ya no pude dormir acostado porque me mareaba. Así pasaron nueve meses y solo con el poder de Dios sané, pero no me gustaba quejarme ante Él por esas heridas en mi cabeza. Bíblicamente, en Santiago 1:2 dice: Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas. Ciertamente, el apóstol Pablo recibió múltiples pruebas, pero él lo consideraba todo como parte de su vida en Cristo. En 2 Corintios 11:25 afirma: Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar. Este apóstol pasó realmente por muchos conflictos, pero hacemos como él y confiamos en Dios, Él estará a nuestro cuidado, entonces nuestras tormentas pueden enseñarnos algunas lecciones, quizá hasta nos prepare para la misión que Dios tiene para nosotros. En el Salmo 27:10 nos confirma la seguridad que hay Cristo, que dice: Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá. Sabias palabras, las cuales no sabía usar porque aún era un niño; no podía expresar palabras adecuadas para comunicarme con Dios, pero yo le pedía con mis propias palabras que me cuidara mientras me encontraba lejos de la tierra que me vio nacer.

    Pasaron tres años, y el día menos pensado, mi papá fue a pedirme dinero de lo poco que yo ganaba. Le dije que yo quería regresar con él y seguir estudiando. En realidad, ese fue solo un pretexto para salirme de aquel pueblo y alejarme de los animales ponzoñosos. Mi papá aceptó llevarme de regreso al rancho donde nací. Parecía que su carácter había cambiado un poco; claro, ya habían pasado tres largos años... Yo ya tenía trece años, pero todavía era muy joven.

    Pude regresar a la escuela, pero unos meses más tarde, un primo mío, al cual estimaba mucho, regresó de la Ciudad de México donde él trabajaba. Le supliqué que me llevara, al principio no quería porque temía que mi papá se enojará con él, pero le insistí que no sería una carga y por fin me llevó a escondidas de mi padre. Así fue como salí de ese lugar a la ciudad.

    III

    La Gran Ciudad

    Anteriormente me habían platicado sobre la gran Ciudad de México y sus resplandecientes luces. Las únicas luces que yo había visto en mi corta vida habían sido las estrellas, el sol y la luna, y por supuesto, los rayos y relámpagos. Así fue como comencé otra nueva aventura.

    El viaje duró unas ocho horas en autobús, porque el transporte hizo muchas paradas antes de llegar a su destino. Finalmente llegamos a la luminosa ciudad; cuando bajé del camión vi tantas luces que en ese instante me imaginé estar en el cielo rodeado de estrellas. Recuerdo que llegamos de madrugada, eran las cuatro de la mañana aproximadamente, por la noche todo se veía hermoso, pero de día, era todo lo contrario. Mi primo vivía en una vecindad, donde las ratas de las alcantarillas chillaban y se correteaban entre ellas, peleando por los desperdicios de comida que tiraba la gente. Debido a que mi primo ganaba poco dinero, tenía que vivir en ese lugar. Él trabajaba en bodegas de frutas en el Mercado de la Merced, descargando y cargando tráileres. Este mercado era el más grande del mundo en los años sesenta; no porque fuera el más grande significaba que era el más lujoso. Nada de eso, queda claro que donde hay mucha gente siempre existe el desorden. Había mucho tráfico de carros y de gente. Ahí llegaban diariamente miles de camiones cargados de seis a treinta toneladas de diferentes frutas, verduras y abarrotes provenientes de todo el país que surtía a más de 23 millones de habitantes en aquel tiempo.

    Era todo un espectáculo, todos los días veía pasar a los policías a cobrarle una cuota ilegal (mordida) a los vendedores por establecerse en las banquetas, si no cumplían con el pago, les quitaban la mercancía y se los llevaban presos.

    Yo no culpaba a los policías, pero ellos solo obedecían una orden que venía desde el comandante general; un mando corrupto que corrompía a los elementos de Policía para enriquecerse a costa del pueblo mexicano.

    También estaban las autoridades de tránsito vial; la gente los conocía como tamarindos por el color de su uniforme. Estos agentes controlaban el tráfico de los carros y los camiones de carga; sin embargo, también recibían ilegalmente una cuota de parte de los choferes, si ellos no cooperaban con una cantidad de dinero, no se podían estacionar cerca del negocio. También conocí a los vagos que no trabajaban para ganarse la vida honradamente, pues les gustaba robar. Lo peor era que lo hacían a plena luz del día. Estas personas siempre tienen cómplices, por ejemplo; el que arrebata la cartera y corre hacia donde están los cómplices; el que le da el paso al que robó y tapa el paso a la víctima; todo esto vi el primer día que mi primo me llevó a su trabajo. Tal y como dice Eclesiastés: Vanidad de vanidades, todo es vanidad.

    Mi primo se dedicaba a cargar y descargar. En aquellos años, el mercado abastecía el menudeo y mayoreo de los negocios de todas las colonias de la Ciudad de México y del Estado de México. Para explicar mejor: si se tiene un negocio en cierta colonia, hay que ir a la Merced para comprar por mayoreo y

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