Kichay
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Las cosas no siempre son lo que parecen. El mundo está lleno de sucesos sin sentido y nos aferramos a la lógica con frecuencia para intentar comprenderlos, pero ¿dónde está la frontera entre lógico e ilógico, entre fantasía y realidad?
El conformismo, la obsesión, la rebeldía o el arrepentimiento son algunos de los temas que encontraremos en estas páginas. Quince textos para bucear en lo más hondo de nosotros mismos y reflexionar sobre nuestra esencia y nuestros actos.
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Kichay - Alejandro Romera Guerrero
Publicado por:
www.novacasaeditorial.com
info@novacasaeditorial.com
© 2020, Alejandro Romera Guerrero
© 2020, de esta edición: Nova Casa Editorial
Editor
Joan Adell i Lavé
Coordinación
Noelia Navarro
Portada
Vasco Lopes
Corrección
Noelia Navarro
Primera edición en formato electrónico Agosto de 2020
ISBN: 978-84-18013-56-0
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).
alejandro romera guerrero
KICHAY
Este ebook es para uso personal e intransferible. Cualquier copia o envío será rastreado para velar por el interés de los autores y la editorial e impedir la piratería.
Una vuelta al mundo
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Una vuelta al mundo
Aquella mañana, el pequeño Nelson se levantó con la sensación de que iba a hacer algo grande. Se calzó sus sandalias y caminó, como cada día, los cinco kilómetros que separaban su poblado de la escuela.
—¿Y qué ocurre si le damos la vuelta?
El profesor les intentaba explicar algo de geografía y había traído un póster con un mapa del mundo.
—¿Cómo? —preguntó intrigado el maestro.
—¿Por qué no lo ponemos al revés? —insistió el pequeño.
—Porque su orientación es esta, Nelson, siempre ha sido así. Mira, nosotros estamos aquí abajito.
—¡Pues yo quiero estar arriba! —refunfuñó.
El profesor calló durante unos segundos y pensó que quizá no era tan mala idea.
—Está bien, lo pondremos al revés —les dijo—, pero mañana lo volvemos a colocar en su posición correcta.
Los niños comenzaron a reír y entre todos sujetaron el póster bocabajo mientras Nelson lo apuntalaba con unas viejas chinchetas.
Los primeros en notar la sacudida fueron, como es lógico, los esquimales del Polo Norte. Los iglús se tambalearon y los objetos comenzaron a volar en todas direcciones mientras sus cuerpos eran violentamente zarandeados.
—¡Terremoto! —gritaron algunos. Pero era mucho más que eso.
Poco a poco, la sacudida fue sintiéndose en cada centímetro del planeta.
Los grandes rascacielos fueron los que más sufrieron. Estaban construidos a prueba de terremotos, pero no estaban preparados para un giro de tal violencia. Muchos de ellos se partieron por la mitad, incapaces de soportar la fuerza de la inercia.
En las grandes ciudades fue donde el caos se hizo más evidente. En las bibliotecas los libros volaban por los aires. En las fruterías, las naranjas y las manzanas chocaban unas con otras, lejos de la seguridad de sus cestos. Las personas parecían acróbatas saltando de un lado para otro.
Los techos se hicieron suelos y todo se volvió del revés. La sacudida apenas duró unos segundos, pero fue suficiente para cambiar todo de sitio y alterar el orden establecido hasta entonces.
«Esto es el fin», se apresuraron a afirmar algunos importantes dirigentes de lo que hasta aquel momento había sido el hemisferio norte. Nadie se acostumbraría a caminar entre lámparas y los retretes habían quedado pegados al techo. Nada quedó igual. Lo que antes estaba abajo ahora estaba arriba y viceversa.
Los Estados Unidos quedaron tendidos mientras sus vecinos latinoamericanos les miraban desde arriba. La Patagonia y Alaska, condenadas siempre al frío, intercambiaron sus posiciones. Los ingleses miraban ahora a Europa desde abajo y, más que observar con orgullo como antaño, ahora parecía que suplicasen. Sudáfrica mientras tanto se coronaba en lo más alto, como si de puntillas se elevase por encima de todos los demás. El mundo al revés, nunca mejor dicho.
Cuando las sacudidas por fin terminaron y, aunque invertido, el planeta volvió a la calma, Nelson, ligeramente despeinado, observó el póster con un gesto triunfal en su rostro.
—Profesor —añadió—, ¿y si lo dejamos así para siempre?
Simbiosis
El veintisiete de octubre de 2008 amaneció de costumbre, por tradición más que otra cosa. Debía haber sido una fecha más en un calendario sin marcas, pero no fue así. El sol comenzó a buscarme y, como era habitual, yo no le hice mucho caso hasta bien entrada la mañana. Jamás podría haber imaginado lo que, horas después, me depararía la recién iniciada jornada, supongo que