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Milagros
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Libro electrónico390 páginas6 horas

Milagros

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En medio de su lucha, Milagros experimenta momentos oníricos y desgarradores. Cierra los ojos y únete a ella en una mecedora junto a la ventana, donde los rayos del sol entibian su rostro maltratado, pero la calma pronto se desvanece. Se ve corriendo por la playa, buscando la sombra de un pasado que la persigue. Su deseo choca con la realidad mientras las manos de alguien la toman y giran en un vals de amor y oscuridad.

¡Cuánto lo amo! Nunca podría vivir sin él", susurra mientras el sol se transforma en una luz enceguecedora y la realidad se desvanece. Atada y arrojada al vacío, Milagros lucha contra la oscuridad y el pánico que la consume, sin poder gritar ni liberarse.

Este fragmento es solo un atisbo del torbellino emocional que aguarda en las páginas de Milagros, una precuela cautivadora que nos sumerge en la complejidad de una mujer que desafía la adversidad con cada latido de su corazón.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 jun 2021
ISBN9781005638535
Milagros
Autor

Silvia Susana Torres

Silvia Susana Torres, was born in Buenos Aires, Argentina on January 13, 1962, she living there until 1968, when she was forced to leave her home after the separation of her parents.She devoted a grand part of her childhood to reading, which allowed her to enter a magical world full of adventures and where the world around her Seemed to have no room. Ironically this was her source of inspiration for her books.When she was 16 years old and because of her father's declining health, she returned to the house where she was born, and shared his last years with him.On September 6, 1980, her father died after a long and painful illness, plunging her into immense depression.Before the death of her father Silvia began to write letters, these helped discharge all her grief and the letters would end up becoming a form of communication between her and her father, still to this day she continues to write these letters.Among her favorite writers were Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, Gabriel Garcia Marquez, Mario Vargas Llosa, Isabel Allende, Nicholas Sparks, Danielle Steel and many others.Endowed with an unique imagination for many years and with the encouragement of friends and her family that she decided to turn her scattered annotations into books.Silvia has resided since 1988 in Melbourne, Australia, with her husband and her 5 sons.Silvia Susana Torres, nació en Buenos Aires, Argentina el 13 de enero de 1962, viviendo allí hasta 1968, cuando se vio obligada a abandonar su hogar después de la separación de sus padres.Dedicó gran parte de su infancia a la lectura, lo que le permitió entrar en un mundo mágico lleno de aventuras y donde el mundo que la rodeaba parecía no tener sitio. Irónicamente, esta fue su fuente de inspiración para sus libros.Cuando tenía 16 años y debido a la salud decadente de su padre, volvió a la casa donde nació y compartió sus últimos años con él.El 6 de septiembre de 1980, su padre murió después de una enfermedad larga y dolorosa, hundiéndola en una depresión inmensa.Antes de la muerte de su padre Silvia comenzó a escribir cartas, estas ayudaron a descargar toda su pena y las cartas acabarían convirtiéndose en una forma de comunicación entre ella y su padre, hasta el día de hoy sigue escribiendo estas cartas.Entre sus escritores favoritos estuvieron Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Isabel Allende, Nicholas Sparks, Danielle Steel y muchos otros.Dotada de una imaginación única durante muchos años y con el estímulo de amigos y su familia decidió convertir sus anotaciones dispersas, en libros.Silvia ha residido desde 1988 en Melbourne, Australia, con su esposo y sus 5 hijos.

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    Milagros - Silvia Susana Torres

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    Capítulo Uno

    La mayoría de las personas cuando nacen, no tienen la habilidad de retener en su memoria, recuerdos de un evento tan importante como es el nacimiento, pero en mi caso fue distinto, y no porque sea especial, sino sencillamente porque nací dos veces. Sí, sí, dos veces, no piensen que es un error ortográfico, por desgracia del primero al igual que el resto del mundo, no podría recordarlo aunque quisiera, pero el segundo voy a describírselos pasó a pasó.

    La noche del 20 de diciembre de 1977, volví a nacer por segunda vez en la ciudad de Buenos Aires, y para las personas que lo presenciaron, fue realmente un milagro, esa fue la razón por la cual más tarde me bautizaron con ese nombre. En realidad tendrían que haberme llamado Moisés, porque como a él, me rescataron de las aguas.

    Cuando desperté a la mañana siguiente, me encontraba en un lugar desconocido, que olía nauseabundo, todo allí era nuevo para mí, aquello no era precisamente lo que llamaríamos comúnmente un hospital, pero al menos tenía varias camas.

    Al tratar de levantarme, un dolor agobiante en todo mi cuerpo parecía impedírmelo, pero con mi terquedad, logre ponerme de pie a pesar de todo, al principio todo comenzó a girar a mí alrededor, sin que nada pudiera hacer para evitarlo. Trate de avanzar, sujetándome de todo lo que fui encontrando en mi camino, para no caerme, pero el piso del lugar seguía balanceándose, empecinado en derribarme. Uno por uno fui subiendo los escalones que me separaban de la puerta y al abrirla, una luz potente me encegueció hasta derribarme.

    Al abrir mis ojos por segunda vez aquella mañana, descubrí que no estaba sola, un hombre de mirada tierna, quien a pesar de su apariencia y el olor inaguantable de sus manos, me pregunta mi nombre, fue en ese preciso instante al tratar de responderle, cuando descubrí que todo mi pasado, incluida mi identidad, se habían borrado de mi mente.

    El lugar donde me encontraba era un pequeño barco pesquero, al parecer sus tripulantes fueron quienes me rescataron, lo que aún me costaba entender era ¿qué paso conmigo aquella noche?

    Durante el tiempo que duro la pesca, ellos se turnaron para cuidarme, para evitar que volviera a desmayarme, siete días era el tiempo que les faltaba para volver a tierra firme.

    Mientras tanto yo en la cama no podía para de vomitar, mi estómago no soportaba el balanceo del barco, y cuando lograba reponerme, me exprimía los sesos, tratando de recordar algún detalle que me ayudara a darme cuenta de donde venía o al menos quien era, pero todo esfuerzo era inútil, y por si esto fuera poco, aun me faltaba ver lo más dramático.

    Poco a poco mi cuerpo se fue acostumbrando al movimiento del mar, ni bien me sentí un poco más fuerte logre ponerme de pie sin marearme, con mucho cuidado me fui acercando hasta una de las claraboyas, sentía curiosidad por saber dónde estábamos, pero la imagen que se reflejó en el vidrio me impresiono hasta forzarme a apartar mis ojos de ella. Me tomo unos segundos aceptar que aquella imagen con los ojos morados y prácticamente cerrados por la hinchazón, era la mía.

    Cuando desembarcamos, insistí para que me llevaran hasta un destacamento policial, necesitaba averiguar si algún familiar me buscaba, en caso de que los tuviera. Pero por alguna razón ellos insistían en que no lo hiciera, que esperara unos días hasta ver si lo mío era temporario.

    El mayor de todos ellos, un hombre de unos cincuenta años, insistió para que pasar unos días con su familia hasta reponerme, y así lo hice.

    La esposa de Juan Alejandro y sus hijas, me recibieron como si fuera parte de la familia. Al ver la apariencia de sus hijas, calcule que yo tendría más o menos la misma edad que ellas, unos veintitrés o veinticinco años a lo sumo.

    Enseguida, me improvisaron una cama en la habitación de las hermanas, haciendo lo imposible para hacerme sentir como en mi casa, y lo lograron.

    El fin de año se acercaba, a pesar de mi insistencia para que compartieran aquella fecha tan importante con el resto de sus familiares, decidieron que los cinco recibiríamos el nuevo año juntos.

    A medida que los días fueron pasando, los hematomas de mi rostro comenzaron desaparecer, pero de todas maneras esto no me ayudo a recordar, aquel rostro que hoy se reflejaba en el espejo frente a mí, seguía siendo tan desconocido, como cuando lo vi reflejado en la ventana del barco pesquero aquella mañana.

    A pesar de la calidad hospitalidad que recibía en la casa de la familia Serrot, me preocupa seguir ignorando lo sucedido aquella noche, y Juan Alejandro lo intuía, por eso una noche después de cenar, él y su esposa, decidieron contarme la verdad que vinieron ocultándome hasta ahora, para no hacerme daño.

    Por lo visto aquella noche él y sus compañeros descansaban después de un largo día de pesca, expuestos al sol del verano que ya se hacía sentir, en la oscuridad del mar, y con el motor apagado.

    El ruido de un avión que se iba acercando hacia ellos, los despertó, pero por la densa oscuridad, era imposible distinguir la nave. De pronto comenzaron a escuchar unos gritos, los mismos se hacían cada vez más agudos, juntos con estos se escuchaba el ruido que hace el agua al golpear contra el espigón, lo extraño era que se encontraban en mar abierto.

    Recién cuando el avión estuvo encima de ellos, lograron descubrir que era lo que provocaba aquel ruido y así comprendieron el porqué de aquellos gritos.

    Antes de continuar con su relato, Juan Alejandro aferro mis manos entre las suyas, para darme valor, sabía que lo que estaba a punto de escuchar me haría mucho daño.

    Lo que los tripulantes de aquel avión venían lanzando al vació, era tan insólito, como descabellado. Estas eran personas vivas, las cuales al caer desde tanta altura y golpear contra el agua, morían a consecuencia del fuerte impacto.

    Por lo visto mí querido amigo Serrot, tenía razón cuando pensó, que la verdad sería un golpe muy difícil de afrontar, pero no tenía otra salida más que seguir escuchando aquella cruda realidad, que hoy me tocaba vivir.

    Ellos permanecieron en silencio hasta que la nave se fue perdiendo en la distancia, fue entonces ahí que encendieron el motor del barco y las luces altas, para acercarse hasta donde se encontraban las víctimas, con la intención de rescatar a los sobrevivientes, pero el panorama era devastador.

    Tres jóvenes pescadores se arrojaron a las aguas sin perder tiempo, tratando de revertir de alguna manera, lo que otros habían consumado minutos antes, tratando de hacer lo imposible por revivir a los que ahora descansaban para siempre, en las aguas frías del mar. Nadando de un cuerpo a otro, con la esperanza de encontrar vida, pero todo esfuerzo fue inútil, solo un milagro podría haberlos salvado.

    Por lo visto fui la única que logro sobrevivir, desconozco el motivo por el cual aún estoy aquí, por momentos pienso que realmente fue un milagro y por otros, que alguien amortiguo mi caída para evitar que pereciera como el resto, la pregunta era ¿Por qué? o ¿para qué?

    Cuando el relato termino, no pude contener mi llanto, me sentía tan sola, tan desamparada, que apoye mi rostro en las manos de aquel pescador que supo cobijarme bajo su ala y llore por todo lo que había perdido aquella noche, mi identidad y mi pasado, el mismo que tal vez nunca volvería a recobrar.

    Aquella noche Rebeca me hablo como si fuera una hija más, prometiéndome que nadie volvería hacerme daño, porque ellos no lo permitirían, asegurándome que harían lo imposible para ayudarme a descubrir mi verdadera identidad. Pero hasta no estar seguros de quienes se encontraba detrás de aquel atentado, él me sugirió que me mantuviera alejada del ojo público, al menos por un tiempo hasta que averiguara con algunos conocidos lo que estaba sucediendo.

    El matrimonio Serrot era uruguayo, pero abandonaron su tierra para empezar de nuevo en la vecina orilla, desde su llegada se instalaron con sus hijas en la ciudad de Tigre, un lugar tranquilo a unos treinta kilómetros de la capital federal. Un sitio perfecto para que yo comenzara mi recuperación, allí la gente era muy sencilla y todo el que llegaba era un amigo.

    Las primeras dos semanas me mantuve dentro de la casa, para no llamar la atención con mi rostro morado por el golpe, además podría haber jurado que cada hueso de mi cuerpo estaba roto, porque el dolor era intolerable, lo que me obligaba a repartir mi tiempo entre mi cama y un sillón del living.

    Durante el tiempo que duro mi recuperación Diana y Loreley fueron mi cable a tierra, entre las tres nació una hermosa amistad, la cual perdurara a través de los años. De ahora en más y hasta que logre recordar mi nombre, seré para todos, simplemente Milagros, Milagros Serrot, una hija más de Rebeca y Juan Alejandro Serrot.

    Para sus amigos más cercanos fui la sobrina, que llego desde Carrasco para pasar un tiempo con ellos.

    Durante las horas que las muchachas trabajaban, yo pasaba el tiempo ayudando a Rebeca, quien era una modista, con las tareas de la casa, esta era mi manera de agradecerles por toda la ayuda recibida. Lo que ellos habían hecho por mí era muy importante, no todas las personas reaccionan de la misma manera que lo hizo Juan Alejandro, llevándome a su hogar sin saber quién era o en que problemas estaba metida, pero él lo hizo, aun sabiendo que podría estar poniendo en riesgo la seguridad de los suyos, por esta razón le estaré eternamente agradecida.

    Los primeros dos meses se fueron más pronto de lo que esperaba, sin ninguna novedad, salvo algunas pesadillas que habían comenzado atormentarme por las noches. Las primeras no tenían sentido, además me costaba recordar que era lo que en ellas veía que tanto me atemorizaba.

    Mi subconsciente parecía luchar sin descanso para debelar mi pasado, otras veces en mis sueños escuchaba gritos desgarradores en la oscuridad, pero en estas no había rostros, ni lugares definidos, todo parecía estar en tinieblas.

    Una noche después de sufrir una de las tantas pesadillas, me costaba volver a conciliar el sueño, por lo que decidí levantarme y prepárame un té de manzanilla que me relajara y así poder conciliar el sueño. Cuando estaba en la cocina escuche pasos y al darme vuelta, allí estaba él, como siempre preocupado por mí.

    — ¿Otra pesadilla?—Me pregunto Juan Alejandro mientras se iba acercando.

    —Si—Susurre, mientras él me abrasaba para consolarme.

    —Quédate tranquila, yo lo preparo, creo que yo también necesito uno— Y a pesar de mi insistencia, tuve que sentarme y dejar que él lo hiciera. Después se sentó junto a mí, pero por la forma de revolver su té me di cuenta que algo lo preocupaba.

    —Milagros, tú sabes lo mucho que todos te queremos aquí, para Rebeca y para mi eres una hija más, y nuestras hijas te quieren como a una hermana—Comenzó diciéndome.

    —Ya lo sé, yo siento lo mismo por ustedes—Le dije palmeando su mano.

    —Por eso tengo que ser honesto contigo, no estoy seguro de que aquí estés a salvo, he hecho algunas averiguaciones y descubrí que muchas personas están desapareciendo—Trato de explicarme.

    — ¿Y crees que estando aquí podría poner en peligro la vida de Diana y Loreley?—Fue lo primero que se me ocurrió.

    —No hija, no pienses eso, es por tu seguridad, no puedes quedarte encerrada entre estas paredes, por el resto de tus días—Trato de hacerme entender con todo el dolor del alma, sé que para él era incomprensible lo sucedido, no lograba comprender como alguien pudo atentar contra mi persona.

    — ¿Que me sugieres?—Pregunte aterrorizada, ellos eran las únicas personas que yo conocía o al menos en las que podía confiar.

    —Vas a tener que abandonar el país, al menos hasta que todo termine o hasta que puedas recordar lo que paso—Así de simple, no había otra solución. Cuando lo escuche mi pequeño mundo, aquel que fui construyendo en estos dos meses, comenzaba a desmoronarse ante mis ojos sin que nada pudiera hacer para evitarlo.

    — ¿Pero cómo voy hacer para salir del país sin documentos?—

    —Yo conozco a un muchacho que falsifica documentos, me atrevería a decir que es el mejor, él podría ayudarnos—Me aseguro.

    — ¿Pero a dónde iré? y ¿de qué viviré si ni siquiera recuerdo que era lo que yo hacía antes del accidente?—Le dije angustiada, con mi cabeza reposada entre mis manos.

    —No tengas miedo Milagros, no vamos abandonarte—Trato de tranquilizarme, aunque sabía que nada de lo que dijera, lograría su objetivo.

    —Yo mismo me encargare de acompañarte hasta Uruguay, desde allí podrás volar a Francia, donde vive un hermano mío con su familia, sé que ellos no tendrán ningún problema, en que te quedes con ellos por un tiempo—Era increíble escucharlo preocuparse por mí como si fuera una de sus hijas.

    —Muchas gracias por todo lo que han hecho por mí en este corto tiempo, sin siquiera conocerme, nunca lo olvidare—Le agradecí.

    Después de la conversación con Juan Alejandro aquella noche, supe que tendría que ser fuerte y estar preparada para afrontar mi destino, desde aquel momento trate día tras día de esforzarme por recordar, pero todo fue en vano. La puerta de acceso a mi pasado, se había cerrado para siempre y haría falta un milagro para volver abrirla, mientras tanto deberé seguir luchando por mi vida, aunque no sepa contra que o contra quien estoy peleando, tendré que seguir.

    Rebeca y sus hijas me ayudaron tanto durante todo este tiempo, que será muy duro para ellas y para mí cuando me marche, pero sé que su padre tiene razón, no podré vivir encerrada toda la vida, tal vez en Paris pueda comenzar de nuevo, y cuando todo lo que está sucediendo aquí termine, podré volver.

    Conseguirme documentación no fue ningún problema, el conocido de Juan Alejandro era un maestro en el arte de falsificar, en menos de nada tuve documento de identidad y pasaporte.

    Por lo que Rebeca me contó, el hermano de su esposo estaría muy contento de recibirme en su casa, según ella Evaristo era una persona muy buena, tanto él como su esposa eran muy queridos por todos sus familiares. Sin lugar a dudas era como su hermano, un ser humano extraordinario, lo cual en cierta manera me tranquilizaba. Después de todo lo que me ha pasado, encontrarme con la familia Serrot ha sido una bendición.

    Cuando llego el día de mi partida, la despedida fue aún más triste de lo que me había imaginado, es increíble como en tan poco tiempo llegue a sentirme parte de esta familia.

    Diana se aferró a mí y me pidió que no me olvidara de ellos, que siguiéramos en contacto por carta. Loreley lo mismo que su hermana estaba muy triste, después de despedirse se abraso a su madre y se echó a llorar, Rebeca trato de consolarla, pero fue casi imposible porque ella misma estaba desecha.

    Aquella demostración de cariño fue algo muy especial y doloroso, desearía haberlos conocido en diferentes circunstancias, pero por lo visto la vida tenía otros planes para mí.

    El viaje a la vecina orilla lo hicimos de noche, por el Vapor De La Carrera, durante el tiempo que duro la travesía, fue muy poco lo que descanse, gran parte de la noche la pase en cubierta escuchando el ruido del agua, mientras la brisa despeinaba mis cabellos, no sé porque pero esto me provocaban una sensación inexplicable, una mescla de miedo y de adrenalina. A pesar de ignorar lo que ocurrió aquella noche en el mar, mi cuerpo parecía recordarlo.

    Juan Alejandro descanso un par de horas en su camarote, y luego se reunió conmigo en la cafetería del barco. Mientras compartíamos un café me explico alguna de las tantas cosas que estaban sucediendo en Argentina, las cuales él creía que era importante que yo estuviera al tanto, en caso que decidiera volver.

    Argentina estaba bajo un régimen militar y por desgracia, muchas de las personas que obviamente estaban en desacuerdo con el gobierno, habían empezado a desaparecer, por esta razón él no quiso mencionármelo hasta que estuviéramos en viaje hacia Uruguay, por miedo a mi reacción, estaba seguro que si decidía quedarme y tratar de investigar mi pasado, terminaría desapareciendo al igual que el resto de la gente.

    Ni bien el barco atraco en la ciudad de Montevideo, anunciaron por parlante que por orden policial nadie abandonara el barco, mi primera reacción fue mirar a Juan, no sabía qué hacer, sentí pánico por lo que lo estaba sucediendo, pero él se acercó y me tomo del brazo simulando ser mi padre, mientras me murmuraba al oído que me quedara tranquila, que no había ningún motivo para alarmarme. Creo que ni él mismo creía lo que acababa de decirme, pero de todos modos le obedecí y me quede aferrada a su brazo.

    Unos minutos más tarde cuando la escalera fue colocada, gendarmes armados se hicieron presentes en la embarcación, mientras unos les exigían identificación a los pasajeros, otros comenzaron a revisar los camarotes.

    Por suerte no tuvimos ningún inconveniente con mis documentos, pero desgraciadamente tuvimos que presenciar el arresto de un joven que no tendría más edad que la mía, el pobre trato de resistirse proclamando su inocencia, pero de nada le sirvió.

    A esta altura era imposible controlar el temblor de mi cuerpo, él debe haber presentido que esto podía pasar, por eso su insistencia para que no viajara sola.

    Después de aquel recibimiento militar, logramos abandonar el barco, ya eran más de las nueve de la mañana cuando descendimos en el puerto, como mi vuelo no partía hasta las cuatro de la tarde, decidimos recorrer un poco su ciudad natal, creo que la intención era hacerme olvidar el mal momento que pasamos.

    Lo primero que hicimos fue caminar desde la rambla hasta plaza independencia, donde se encontraba la famosa puerta de la ciudadela, esta era un símbolo histórico que a pesar del tiempo transcurrido, aún seguía en pie, según por lo que mi guía turística me iba relatando, esta puerta formo parte de una muralla que protegía la ciudad vieja de invasiones, en la época colonial.

    Luego fuimos bajando por la calle Sarandí hasta internarnos en el centro de la ciudad vieja, un lugar muy pintoresco, conservada en su estado original, con las primeras edificaciones coloniales.

    Sin lugar a dudas el sitio que más me impacto, fue el mercado del puerto, aquello era algo espectacular, nunca había visto nada igual o al menos no lo recordaba, era tanta la variedad de comidas, que mientras lo recorríamos, decidimos almorzar allí, el único problema era que se hacía casi imposible decidirse por uno de los puestos. Todo estaba tan exquisito que después de comer, tuvimos que caminar nuevamente, pero esta vez para poder hacer la digestión.

    Gracias a mi gran amigo, el mismo que junto a sus compañeros fueron los responsables de mí rescate aquella trágica noche, logre olvidar el incidente ocurrido en la mañana. Las horas se fueron volando y cuando nos dimos cuenta, ya era tiempo de abordar el ómnibus que nos llevaría hasta el Aeropuerto Internacional de Carrasco, desde donde emprendería mi viaje hacia Madrid, una vez allí debería esperar unas horas en la base aérea, para embarcarme en un vuelo de dos horas, que me llevaría a mi destino final, Paris.

    Como era de esperarse, cuando llego el momento de la despedida no pude controlar mi llanto, una vez más me tocaba perderlo todo, en estos tres meses que compartí junto a él y su familia, llegue a sentirlos como si realmente se tratara de mis padres y mis hermanas.

    —Milagros, tienes que ser fuerte, todo va a salir bien y en menos de nada podrás volver a casa con nosotros—Me repetía angustiado.

    No sé porque tuvo que pasarme todo esto, pero voy a luchar sin descanso hasta descubrir mi pasado y a los responsables.

    —Gracias por todo lo que han hecho por mí, nunca lo olvidare—Le agradecía entre llantos mientras me aferraba a él.

    —No digas eso hija, para nosotros siempre serás nuestra Milagros, pero no llores, esto no es una despedida, esto es por poco tiempo, muy pronto toda esta situación que estamos viviendo cambiara, y entonces podrás volver—Me volvía a repetir una y otra vez, mientras me arrullaba en sus brazos.

    Una vez más, volvió a hacerme todas las recomendaciones, que me hizo antes de que abandonáramos la casa, creo que estaba más preocupado de lo que aparentaba.

    Antes de desaparecer por el pasillo que me llevaría hasta el avión, volví a darme vuelta para saludar a ese padre que la vida puso en mi camino, para conservar aquella imagen, por miedo a que esta también desapareciera al igual que mi pasado, pero mis lágrimas me impedían divisarlo claramente agitando su mano, la misma que por momentos se encargaba de borrar las lágrimas de aquel rostro, surcado por el paso de los años.

    Cuando finalmente me senté, llore desconsoladamente por todo lo perdido, creo que nunca me sentí tan sola como en aquel momento, y eso me asustaba.

    Durante las primeras horas del viaje, fui recordando todo lo vivido en estos tres meses junto a ellos, una familia excepcional, que me demostró que todavía queda gente en quien confiar.

    Sola una vez más, pero con la esperanza que cuando todo esto termine, ellos estarán esperando por mí, esto será lo que me de fuerzas para afrontar lo que me depare el destino, mi pasado estaba muerto, pero mi presente estaba más vivo que nunca.

    Entre los pensamientos y mis lágrimas, sin darme cuenta me quede dormida, fue la vos de las azafatas sirviendo la cena, que me despertó, ya habían pasado varias horas desde el despegue.

    Después de cenar, recordé el sobre que la mayor de las hermanas Serrot me había entregado unos minutos antes de abandonar la casa, era una carta que Diana me pidió que leyera cuando estuviera a solas, en viaje hacia Paris y así lo hice.

    "Mi querida Milagros, siento tanto que hayas tenido que abandonarnos, pero debo entender que es por tu seguridad.

    Recuerdo el día en que llegaste a casa con papá, parecías una niñita asustada, con tu rostro deformado y azulado por los golpes, pero a pesar del dolor nunca bajaste los brazos, tal vez fue por eso y por tu manera tan tierna de ser, que nos costó muy poco encariñarnos contigo, y hoy comenzamos a sufrir tu ausencia.

    Para mis padres, tu partida será un golpe muy duro, porque les diste la oportunidad, especialmente a mi padre, de ayudarte, de rescatarte de las manos de quienes deseaban terminar con tu vida, de la misma manera que lo hicieron con mi hermano, con la única diferencia, que no hubo nada que ellos pudieran haber hecho para salvarlo, y esto los vino aniquilando a lo largo de estos años.

    Pero contigo fue distinto, mi madre te cuido como si fueras una de nosotras, y mi padre tuvo que enfrentarse a los fantasmas del pasado, para poder acompañarte a Uruguay, porque allí murió Luís, y desde el momento en que abandonamos el país, nunca quiso volver.

    Sé que estarás sorprendida por lo que acabas de leer, pero pensé que tenías derecho a saber lo que realmente viene pasando hace mucho tiempo.

    La historia de él ha golpeado tanto a mi familia, que mis padres no comparten con nadie su sufrimiento, es por eso que nosotras lo callamos hasta hoy.

    Luís era un ser extraordinario, más que mi hermano era mi amigo, por las noches pasábamos largas horas conversando, era increíble escucharlo, tenía tantos sueños, que cuando hablaba parecía contagiarte sus ansias de vivir, de luchar por sus ideales, pero sus sueños y sus ideales murieron con él la noche del 11 de agosto de 1973.

    Existen varias teorías acerca de su deceso, algunos dicen que andaba en malos pasos, otros que formaba parte de una organización que estaba en contra del gobierno. Pero yo sé muy bien quien era mi hermano, y por más que cambien la historia mil veces, nadie cambiara la imagen que yo guardo de él.

    Luís era estudiante, pero por desgracia en esa época todo comenzó a cambiar en nuestro país, todo el mundo tuvo que aprender a controlar sus comentarios, porque muchas veces el que uno consideraba un amigo, terminaba siendo un traidor.

    Esa noche él y unos amigos se reunieron en la casa de uno de ellos, para ver jugar a Peñarol, su equipo favorito, nunca olvidare la alegría que tenía aquel día, debajo de la campera que llevaba puesta, se le podía ver la camiseta con los colores de su equipo.

    Según relato uno de los sobrevivientes, después que terminaron de ver el partido se quedaron celebrando el triunfo, pero justo en el momento que se marchaban, un grupo armado entro por la fuerza y se los llevo.

    Mis viejos lo buscaron día y noche sin descanso, pero nadie sabía nada o al menos eso decían.

    A los dos días llamaron a mi padre, para entregarle el cuerpo sin vida de mi hermano, con la única explicación que su muerte se produjo a consecuencia de un enfrentamiento entre dos barras.

    Según por lo que mi madre nos ha contado, el cuerpo de Luís estaba irreconocible, era evidente por las marcas que había sido torturado y mutilado.

    Después del funeral mi padre decidió que nos marcháramos de Uruguay, todo allí le recordaba a él, los amigos, el campito donde solían jugar al fútbol los sábados por la tarde, pero más que nada su habitación, él seguía presente en cada rincón de la casa, y esto estaba matando a mis padres, por eso fue que decidieron vender la casa, y empezar de nuevo en Buenos Aires.

    Mi padre nunca te hubiera contado la verdad de lo que está sucediendo aquí, por miedo a que cambiaras de idea, y decidieras quedarte, lo cual hubiera sido desastroso, tu situación es muy complicada al no poder recordar.

    Mi consejo es que no confíes en nadie, desconfía de tu propia sombra, porque los que están detrás de todo esto no tiene límites, son capaces de cualquier cosa, y lo peor de todo, no conocen la piedad.

    Mi tío Evaristo te ayudara a empezar de nuevo, ellos también al igual que nosotros, abandonaron el país después de lo que paso con Luís, por temor a que sus hijos corrieran la misma suerte de mi hermano, por eso sé que él entenderá tu situación, y hará lo imposible por ayudarte, confía en ellos, sé que no van a defraudarte.

    No te olvides que nos prometiste que seguiríamos en contacto por carta, mira que estaremos esperando noticias tuyas.

    Bueno, mucha suerte Milagros y le pido a Dios que muy pronto volvamos a encontrarnos, un beso".

    Cuando termine de leer la carta, me quede pensando en Luís y en el sufrimiento de sus padres, cuanto dolor les habrá causado su muerte. Esto me hizo considerar mi situación, quien era y en que problemas estaría involucrada, para que alguien decida matarme de una manera tan descabellada. El solo hecho de pensarlo me aterrorizaba, sin embargo lo peor de todo era no poder recordar de quien debía cuidarme, pero en algunas horas llegaría a Paris, allí tendré la posibilidad de volver a empezar mi vida una vez más.

    Soy una sobreviviente, la vida me ha dado otra oportunidad, por esta razón debo luchar para salir adelante, no solo por mí, también por Luís y por todos aquellos, que como él, no tuvieron la suerte que yo he tenido.

    El avión aterrizó en el aeropuerto de Barajas a las 6:40 de la mañana, luego de retirar mi equipaje, tuve que esperar dos horas y media para abordar el vuelo que me llevaría a mi destino final.

    Después de casi dieciocho horas de viaje, desde que abandone el aeropuerto de Carrasco, sentí alivio de pisar suelo parisino.

    Antes de que las puertas corredizas se abrieran, permitiéndoles a los pasajeros el acceso al lugar, donde sus familiares esperaban ansiosos su llegada, tuve que respirar hondo para tranquilizarme, era imposible controlar el temblequeo de mis piernas.

    Al principio fue imposible tratar de ubicar a Evaristo, el arreglo era que él estaría esperándome, pero con la euforia de la gente al encontrase con sus seres queridos, la búsqueda se hacía imposible.

    Pero cuando menos lo esperaba, allí estaba frente a mí, sin lugar a dudas era él, tal cual me lo describió Rebeca, alto y un poco encorvado, con su boina negra, creo que igualmente lo hubiera reconocido por el gran parecido físico con su hermano.

    — ¿Evaristo?—Tenía tantos nervios que no estaba segura si había pronunciado su nombre en voz alta o solo en mi mente.

    — ¿Milagros?—Al escucharlo mis dudas se disiparon, mientras le afirmaba con una sonrisa que se trataba de mí.

    —Mucho gusto en conocerte, bienvenida a Paris—Se presentó.

    —El gusto es mío, muchas gracias por recibirme de esta manera—Mi voz se quebraba por mi nerviosismo.

    —Ella es mi esposa Ángela—Dijo haciéndose a un lado para que ella se acercara a darme un beso.

    —Mucho gusto Ángela, y disculpen por esta repentina invasión—Me disculpe.

    —Ni me lo menciones, Juan Alejandro me hablo mucho de ti, aquí estarás muy bien—Me respondió él, por momentos me recordaba mucho a su hermano, los dos tenían la misma mirada honesta.

    Después de recoger mis maletas abandonamos el aeropuerto Charles de Gaulle rumbo a la residencia de los Serrot. Por lo que podía apreciar desde mi ventanilla, Paris era una ciudad fascinante y por si esto fuera poco, el día soleado parecía completar aquel cuadro.

    El viaje no fue tan largo, ellos vivían a unos treinta y siete kilómetros del aeropuerto, un suburbio llamado St Germain en Laye, un lugar muy tranquilo, al menos comparado con el lugar desde donde venía.

    La casa era vieja pero muy linda, con portón de madera pintada de blanco, el interior tenía algunos detalles que necesitaban atención, pero era tan calidad que después de unos minutos, estos desaparecían.

    Cuando llegamos el hijo menor de ellos salió a recibirnos, Francisco tenia veintiún años, pero el que no lo conocía, podría llegar a pensar que solo se trataba de un muchachito de tan solo diecisiete años, tal vez por su forma de ser tan jovial.

    Desde que llegue me hizo sentir muy cómoda, se dirigía a mí, como si me conociera de toda la vida.

    Evaristo y Ángela tenían solo dos hijos varones, Darío era el mayor, pero

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